PRE-TEXTOS PARA PENSAR
Sonámbulos asesinos
Somos testigos de una desintegración de la vida y de sus vivencias que provoca consecuencias mucho mayores que la de una simple disociación en individuos aislados, pues desciende hasta las entrañas de cada uno
Liliana David 9/07/2022
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Hay tantas cosas que me parecen hoy incomprensibles que no me alcanzan los dedos de las manos para contarlas. Pero, desde luego, la que menos entiendo es la que nos ha llevado a tener a los representantes de la política mundial que hoy están conduciendo al mundo a orillas de un aterrador abismo. Y por mucho que se aproxime el verano, señoras y señores, y estemos necesitados de baños en calma y sol, algo que temporalmente pueda hacernos soportar un poco más la trágica situación en la que estamos, no puedo dejar de admitir que nos hallamos al borde de ese gran pozo, al que caeremos si no terminamos por abrir los ojos. Aunque, ciegos, no lo veamos, ahí, a unos cuantos pasos, hay un agujero negro, un lugar sin retorno.
Y ante tales circunstancias, disculparán ustedes, la mejor noticia que podríamos recibir no es tanto la llegada del verano como aquella de la que nadie habla, tal vez por considerarla ingenua: la paz mundial. Esta noticia se ve muy lejana y brilla por su ausencia en el vocabulario cotidiano en el que prevalece, en cambio, la lógica de la guerra, de las masacres, de los crímenes de lesa humanidad, todo lo cual me lleva a conjeturar que hoy también Occidente se ha vuelto primario y que somos todos los que hemos vuelto atrás en nuestra historia. Estamos todos, francamente, en retroceso.
Este es un síntoma de grave enfermedad, de la incapacidad que muestran unas sociedades, pero también unos individuos, para reaccionar ante el espanto y los horrores a los que nos exponen. Esto es lo que no comprendo. ¿O a ustedes les parece comprensible que, mientras que algunos paseen con toda tranquilidad y, pese a todo, la vida parezca continuar pacíficamente, en otras partes del mundo prevalezca el horror de la guerra y la violencia? Quien sea incapaz de percibir tal estado de deterioro y ni siquiera se detenga a reflexionar en ello, créanme que es alguien prisionero ya del infierno, sin conciencia de la nada ni del tiempo que conduce a la muerte. Por decirlo en palabras de Broch, son simple y llanamente unos “muertos homicidas”, o para mejor entendimiento con ustedes, lectores, son sujetos a los que podemos tratar como unos sonámbulos asesinos.
Tales seres, como los gerifaltes políticos que mencioné antes, son los que nos conducen a una vida desfigurada, la cual, me pregunto, si tiene todavía un fundamento de realidad, porque lo que estamos viviendo es legítimo también tomarlo como algo irreal, inconcebible, casi fantasmagórico. Por ello, cabe aquí la duda de si esta hipertrófica realidad tiene vida aún, o en qué fundamos que esto siga siendo una vida. No faltará, por desgracia, quien responda que “siempre se encuentra la forma de velar por los propios intereses y seguir adelante”. Pero yo me refiero a una vida digna y no al patético gesto de una mayoría y su gigantesca disposición a morir, que se resuelve en un cobarde encogimiento de hombros. Tal muchedumbre está compuesta por individuos que ignoran por qué mueren, que caen en el vacío de la realidad y son acorralados y asesinados por una realidad que es también la suya. Así se concibe el que sean muertos y, a la vez, homicidas.
Son estos seres de los que les hablo en estas líneas: personajes a quienes el dinero y la técnica les ha vaciado el alma a un grado tal que los ha hecho indiferentes a sus relaciones con todo lo demás. Este tipo de seres sólo se ocupan de sí mismos y de sus bolsillos; es un idioma que entre ellos comprenden muy bien. Son portadores exclusivos de la lógica que ya pregonaba aquel fabricante burgués que deseó poner en práctica, con absoluto radicalismo y hasta sus últimas consecuencias, el lema de “¡enriqueceos!”. Y he aquí, señoras y señores, que topamos con la falta de consideración más espantosa hacia los otros: una indiferencia que casi me atrevería a calificar de metafísica. Este es el inmoral estilo de vida de nuestra época. Su propagación, por medio de la imitación de esos seres repugnantes, mucho más comunes de lo que pensamos, ha posibilitado que el mundo hoy padezca su propia condena. Ojalá que todo esto no fuera así, pero así es, y, si nos resignamos, así seguirá siéndolo, porque, tal y como se percibe, nadie echa de menos una verdadera educación de la sensibilidad que defienda al hombre del hedor a muerte y putrefacción que hoy lo envuelve. Ya no podemos ignorar que hemos sido empujados hasta este absurdo, que no se puede comprender, y que yo no puedo sino calificar de guerra de mierda, aunque posee muchos otros ingredientes de maldad que no caben ni en las casi 850 páginas que contiene la trilogía de Broch, la cual traza el retrato de una humanidad que corre, sonámbula, hacia el precipicio.
En resumidas cuentas, somos testigos de una desintegración de la vida toda y de sus vivencias, desintegración que provoca consecuencias mucho mayores que la de una simple disociación en individuos aislados: es una desintegración que desciende hasta las entrañas de cada cual, hasta su misma realidad constitutiva. No sé si a alguno de ustedes le resuenan estas palabras, pero estamos condenados a esta última oportunidad, en la que tenemos la obligación ética de reparar nuestros errores en la medida de lo posible. Ha de existir un anhelo humano más profundo, un anhelo desde el que resplandezca la luz del mundo y a través del cual mane lo viviente. Ha de existir algo opuesto a la criminal ambición de los muertos homicidas, o de los sonámbulos asesinos, cuyo delirio nos obliga a despertar: ¡despertad!, ¡despertad!, ¡despertad!, grita algo dentro de mí.
Hay tantas cosas que me parecen hoy incomprensibles que no me alcanzan los dedos de las manos para contarlas. Pero, desde luego, la que menos entiendo es la que nos ha llevado a tener a los representantes de la política mundial que hoy están conduciendo al mundo a orillas de un aterrador abismo. Y por mucho que...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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