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ÁLEX TARANTINO / POETA Y ENSAYISTA

“Sabemos que nos estamos psicotizando como sociedad”

Esther Peñas 29/07/2022

<p>Álex Tarantino, en una imagen cedida por él mismo. </p>

Álex Tarantino, en una imagen cedida por él mismo. 

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Gli ignoti nell’Ospedaledegli Incurabili (Amargord): con este título en italiano (algo así como ‘Lo desconocido en el Hospital de los incurables’), Alejandro Tarantino (Laredo, Cantabria, 1963) aborda en su nuevo poemario la fragilidad extrema, el delirio doloroso de cuantos traspasan la linde de la locura –regresen o no de ella–, el vacío, la yerma intimidad a la que trata de abocarnos el sistema, este no poder ser quien quisiéramos, el espanto de la incomprensión. Cioran, Maillard, Foucault o Cacciari apuntalan estos versos, que se cierran con un vehemente epílogo de la psicoanalista Carmen Ortiz a propósito de la locura. 

¿Dónde reside la fascinación que ejerce la locura? ¿Es una salvación o una condena?

Creo que reside en lo incurable, y es una salvación. Un grado de locura es necesario, así como preservar lo incurable como ese núcleo de lo más humano es salvación. Esto dicho, por supuesto, como reflexión filosófica, sin entrar en lo clínico; el concepto de locura como elemento cultural para mí tiene que ver con esa ruptura y con la preservación de lo incurable. El núcleo de lo que llamaba Nietzsche humano, demasiado humano, el núcleo de lo que es intocable, indecible, de lo que hay que preservar. Es como si casi todo lo que hacemos intentase atravesar ese núcleo o romperlo, o desvelarlo, y hay que rodearlo y dejar que palpite, como si fuera el corazón. No lo puedes travesar ni romper, sino dejarlo palpitar a un ritmo distinto.

La locura de la que habla, ¿es distinta de aquella a la que nos aboca el sistema?

Hay distintos niveles, una parte tiene que ver con la patología social, sabemos que nos estamos psicotizando como sociedad, los tipos de comportamiento psicotizados cada vez son más amplios y una de las consecuencias más evidentes de esa psicotización tiene que ver con cómo percibimos la vida, y la vida se va degradando. Tiene que ver con la parte más patológica de lo social, que a su vez tiene que ver con lo político, e influye inevitablemente en lo intelectual. Cuando un poeta o un filósofo habla de la locura o sobre el impacto de lo social en la locura se mete en otro territorio, y ese territorio es de claves, no es una descripción de la enfermedad, no es un análisis patológico de lo que nos rodea, sino un universo de claves, claves que, a alguien normalizado dentro de los márgenes patológicos que todos sufrimos, permiten a uno manejarse en otros territorios (afectivos, sociales)… pero esto es pura especulación, porque luego viene una realidad muy dura: comer, vivir…

¿A qué claves se refiere?

Las claves de la palabra, de lo abstracto, de los sueños, todos los elementos o estructuras simbólicas que yacen en la cultura y que nos cuesta cada vez más acceder a ellas, que se van perdiendo. Creo que la psicotización de la sociedad tiene que ver con esta forma de diluirse de las formas simbólicas. Escribir es un ejercicio histórico, filosófico, de integración de lo que ha sido antes; cuando leo no puedo hacerlo si el texto no está conectado al flujo de los grandes metarrelatos, que nos ofrecen claves. 

La palabra está vacía, no es nada, es una forma de atrapar o de intentar atrapar cosas que nos pasan en la vida. El lenguaje está vacío

¿Qué se requiere para que “la palabra quede vacía”?

Ya está vacía. Se reflexiona sobre la palabra como si fuera un artefacto, pero la palabra está vacía, no es nada, es una forma de atrapar o de intentar atrapar cosas que nos pasan en la vida. El lenguaje está vacío.

Eso, dicho por un poeta, suena casi a provocación…

Es que no hay manera de atrapar ni de construir el vacío, el vacío se construye alrededor de lo incurable, y la palabra no es un artefacto para construir el mundo, o cambiarlo, aunque hay en parte hay algo de ello, la realidad la construye el hambre, la alegría, el dolor, la felicidad… pero no como palabras sino como vivencias; los poetas van arramblando con lo que pueden y hacen prospectivas. Cuando escribo, siempre construyo libros que continúen en la tradición, en la medida de lo posible, y que atraviesen la frontera entre lo desconocido y lo conocido. Como si fuéramos dando pasos pequeños en la oscuridad, para mí eso es importante. Si la palabra tuviera que construir el momento presente…

Ahora que menciona la palabra, hambre, aparece con cierta frecuencia en el poemario. ¿Hambre de qué? ¿Es el hambre lo que nos sostiene?

No creo que el hambre quede del lado de la vida, sino que coloca del lado de la muerte, que es una parte de la vida; yo creo en el instinto de muerte, y creo que hay una parte de lo humano destructiva, terrible, oscura, lo podemos comprobar continuamente a nuestro alrededor; otra cosa es cómo lo reformulamos, cómo lo construimos dentro de nuestra vida. Sí, hay mucha gente destructiva, heterodestructiva, autodestructiva, es una constante en la historia, pero ahora se ha implementado tanto la cultura del odio, de la rabia, de la violencia, que estamos en sociedades psicotizadas. La expresión más alta de esta sociedad en la que vivimos es la violencia, con lo cual, no hay salida, no hay forma de solventarlo, no lo veo. ¿Qué opciones tienes?

¿Qué opciones hay?

Ninguna. Salvo que traspases la oscuridad; por eso construir, crear, escribir, gritar desesperadamente, como hacen en la noche los marineros para saber dónde están las embarcaciones, ayuda. Todo el mundo necesita faros, esa cosa tan extraña y maravillosa.

Ayuda construir, crear, escribir, gritar desesperadamente, como hacen en la noche los marineros para saber dónde están las embarcaciones

¿Qué convierte a un autor en clásico?

Para mí, escribir y pensar va junto. No puedes revolucionar la historia del pensamiento, la historia de tu cultura, no puedes colocarte al margen, no funciona, y cuando se ha dado esa circunstancia es porque lo escrito o pensado no ha sido entendido en su momento, gente que se había adentrado tanto en la oscuridad que los demás no lo veían, pero eso no quiere decir que se hubiera desconectado de sus raíces profundas; de hecho, cuando volvemos a leer a autores que en un momento fueron marginados, o no entendidos, con el tiempo son baluartes de lo que haces, de lo que piensas y de lo que dices, desde Grecia hasta ahora. Catulo decía que la muerte está en el corazón de la vida. Exactamente es así. Pero ¿quién lee a Catulo? Más allá de ser un referente para un discurso culto o como tema de conversación de apasionados de la cultura grecorromana… y resulta tan actual… Los que se convierten en clásicos son autores que están dando vueltas al núcleo de lo incurable, y lo saben. 

Catulo decía que la muerte está en el corazón de la vida. Exactamente es así. Pero ¿quién lee a Catulo?

Sin ánimo de ser impertinente, ¿por qué hay que leer a Catulo?

Porque su poesía es una forma de entender el instinto de muerte que formuló, siglos después, Freud. A veces, en la poesía encuentras formas para acercarte a ese instinto de muerte de una manera mucho más amable, porque tal y como lo hemos formulado en nuestro tiempo es clínico, es patológico, y eso es muy duro. Cuando lees a Catulo no visualizas la enfermedad sino el dolor, y te reconcilias, de alguna forma, con él; con la enfermedad no te puedes reconciliar. Con el dolor, sí. Eso te lo dice cualquier psicoanalista. La enfermedad es lo que hay que superar.

¿Cómo es “la textura del olvido”?

¿Quién lo sabe? Cambia. ¿A ti no te cambia la textura del olvido? Si eres alguien atado a las pérdidas, y las pérdidas te hieren, esa textura es tremenda, rugosa, hiriente; si vives la nostalgia como la sensación de lo que no has vivido, es muy dura, pero hay otros tipos de textura, no por ser una cuestión de felicidad o de reconciliación con tu historia: hay una parte de la memoria que tiene que ver con la palabra y no creo que haya nada más suave que el vacío, es acogedor y se puede habitar en él, esa textura es muy suave.

Entre “la nada, Dios”, “el nombre del hambre”, y “la enfermedad de lo lleno”, ¿ahí hay que vivir?

No. Soy muy Aristotélico a propósito de vivir en el justo equilibrio, pero el justo término medio es aproximarse al extremo que uno quiere, no sé cuál, pero a ese, si es el amor, perfecto, si es el dolor, aguántalo, pero creo que no se puede vivir en el medio, la vida te empuja, con mucha fuerza. El justo término medio es ser lo que uno es por naturaleza y vivirlo hasta las últimas consecuencias. El equilibrio es estar ¿en medio de qué? No se puede estar en el medio, ni en política, ni social ni afectivamente. Y te traicionas si buscas el equilibrio, y los elementos consensuadores, y no hacer daño a unos ni a otros, y te das cuenta de que estás jugando a nada.

Te traicionas si buscas el equilibrio, y los elementos consensuadores, y no hacer daño a unos ni a otros, y te das cuenta de que estás jugando a nada

El buenismo que impera…

La no perturbación, eso que dicen los chavales, “no me rayes”, no me inquietes, pero la vida no es eso, es una inquietud galopante. ¿No has sentido alguna vez el galopar de unos caballos en el pecho, dice el poeta? En eso soy muy griego, creo en el Eros. 

Le devuelvo en forma de pregunta un verso: ¿Cuándo el amor no es necesario?

Nunca, siempre lo es. No recuerdo haber vivido sin amor; no hablo de amor de pareja, de padres, sino del Eros profundo, el de lo más dionisíaco de nuestra cultura, allí donde se funden las pasiones y la sabiduría, para mí eso es el amor. No recuerdo haber vivido sin él, a veces encarnado en personas, en proyectos, en música, pero nunca jamás sin amor. No se puede respirar sin eso, o uno se miente o está amargado, o atravesó su incurable y lo destrozó.

¿Y qué lugar ocupa lo apolíneo, pues?

Es una manera de articular nuestros miedos, no tiene más sentido. Racionalizamos, embellecemos lo incomunicable, lo intolerable, nos defendemos, dependemos de lo que nos hace daño, esa estructuración social, cultural, civilizatoria, de la que no reniego, pero soy muy nietzscheano, la lucha sé quién la tiene que vencer. En esa lucha estamos, una lucha que es algo muy íntimo, no privado. Santiago López Petit habla de cómo uno proyecta la intimidad, lo que los psicólogos llaman “extimidad”, lo más exterior a nosotros es lo más íntimo, lo apolíneo, la proyección de nuestros miedos; pero lo que es realmente pasión, fuerza, instinto de vida, voluntad de potencia no logra expresarse, lo penalizamos. No le dices a alguien: “Quiero acostarme contigo”. 

Y mucho menos ahora, en estos tiempos tan políticamente correctos…

No es agresivo decirle a alguien “quiero follar contigo”, lo que es agresivo es decirle “me gusta tu personalidad”, “tu manera de ser es maravillosa” y otro tipo de cosas que no son sino eufemismos que ocultan la fuerza y las ganas. Lo apolíneo tiene que ver con eso, con la corrección. Seamos sensatos, sé que no puedes ir diciendo esas cosas, pero tampoco me engaño cuando las digo y sé qué hay debajo; lo apolíneo es la canalización, la estructuración, lo que permite una convivencia más cómoda, que perturbe menos. 

No es agresivo decirle a alguien “quiero follar contigo”, lo que es agresivo es decirle “me gusta tu personalidad”

¿Cuáles son las “mentiras necesarias en la vida”?

Uno es consciente de cuándo puede hacer daño, y ahí es cuando las mentiras se hacen necesarias; el sincericidio es una locura. Con las mentiras necesarias no me refiero a la estructura de la mentira, porque no hay una voluntad de dominio sobre el otro sino de evitación del daño; hay cosas que deben quedar en el olvido o no ser dichas jamás. Hay mentiras necesarias en la vida, continuamente. 

Aparte de las piadosas.

Sí, las mentiras necesarias no tienen que ver con la piedad ni con la caridad. Tienen que ver con el Eros.

“No puede haber revelación sin confusión”, escribe. En un mundo lleno de estímulos, de sucedáneos, ¿cómo distinguir la epifanía, lo importante de la algarada?

Recuperando la idea de lo sagrado, desde el punto de vista humano. Lo sagrado tiene que ver con el equilibro, y el equilibrio con el amor, y el amor con la palabra, y la palabra con el vacío, y el vacío con el hacer posible vivir. Lo sagrado es eso, hacer posible el vivir. Tiene que ver con la construcción de ese espacio, pero no lo sé, son secuencias lógicas y después la realidad me las destroza sin avisar. Lo más sagrado de lo humano es lo profano, y lo profano tiene que ver también con la existencia, con la insistencia en la existencia. Si atiendo a lo sagrado, tiendo a pensar lo incurable; si pienso en lo profano, tiendo a pensar en la salud, la felicidad. Me quedo con lo incurables, con lo desconocido, con los núcleos del dolor. Lo sagrado tiene que ver con la preservación de la vida. Si hay algo sagrado, es la vida. ¿Qué se está dispuesto a aceptar o a renunciar para vivir? ¿Somos capaces de articular lo sagrado sin lo profano? Estamos tan condicionados dialécticamente que no podemos. Volviendo a tu primera pregunta, la locura es lo sagrado.

¿Hay alguna experiencia humana que no esté calibrada por el dolor? No lo creo, hay una dialéctica profunda entre Eros y Thanatos, entre el dolor y la cura

Una locura ¿que viene siempre del dolor?

Bueno… ¿y qué no viene del dolor? ¿Hay alguna experiencia humana que no esté calibrada por el dolor? No lo creo, hay una dialéctica profunda entre Eros y Thanatos, entre el amor y la muerte, entre la vida y la felicidad, entre el dolor y la cura… Sí. La locura es dolor, todo el mundo que vive, se duele. Si vives, le dueles a alguien. Si no vives, a nadie.

¿Incluso se duele uno a sí mismo?

Posiblemente. No así en mi experiencia como escritor, cuando construyo libros, no me duelo ahí, no me duelo en mí, me duele lo que vivo, pero cuando pienso no me duele el mí, no soy un poeta metafísico, ni cotidiano, ni construyo imágenes para la salvación; cuando escribo no tengo inflación de yo. En la vida posible que sí, pero no cuando escribo, tengo tanto cuidado de no hacerlo… 

Por cierto, ¿el marxismo es un incurable?

Es un irrealizable, ojalá fuese un incurable… el marxismo no deja de ser una teoría que ha evolucionado, por eso hablamos ahora de Gramsci, Santiago López Petit, las teorías evolucionan, lo que no ha evolucionado es la forma de hacer política o de construir a partir de teorías, no ha habido ningún desarrollo marxista ni estructuración social; lo que más se acerca a esto es el estado de Kerala, en la India, y nadie habla de ello.

¿De qué salva la poesía?

De nada, te enfanga, te duele, te arrastra. Esa es, al menos, mi experiencia. Cuando escribo hay un goce profundo, en unas dimensiones que me asustan, al igual que cuando leo. Aspiro a que este libro tenga su propia vida, y dentro de cincuenta años, forme parte de ese hilo profundo, del gran metarrelato profundo que es la expresión biológica de la vida; desde los griegos ha habido un flujo continuo e incesante, hay gente que se ha bañado en él, gente que lo ha olvidado, gente que no sabe que está, pero está. Cuando un libro o cualquier otra manifestación artística se hunde en ese flujo, ha alcanzado su destino. Otra cosa es que no se entienda en su momento, o se olvide. Pero siempre habrá gente que sabrá, y conocerá de ese flujo y vivirá de él, las épocas y el tiempo serán los que determinen que sean muchos o pocos, en función de las circunstancias sociales, políticas, económicas… 

¿Por qué el título en italiano?

Porque necesito hacer un continuo homenaje a mis raíces, estoy vinculado a una Sicilia profunda y a un padre profundo, el reconocimiento de la lengua es un gesto que me vincula a lo más incurable, a lo más hondo y profundo, como si todo aquello que está alrededor de lo que más importa sonase en italiano; me encantaría que fuese traducido al italiano, y que lo tradujera mi hijo. No es una cuestión identitaria, la del idioma, es algo más doloroso e intenso, es el misterio que tiene que ver con la pérdida: mi padre murió cuando yo tenía 6 años, y todo el imaginario que un niño construye sobre la pérdida tiene que ver con el lenguaje, no tengo duda. Cómo suenan las palabras, como se dicen, cómo fuiste nombrado. Entre el es y el decir no hay ninguna distancia. Eres, porque eres dicho o nombrado. 

¿Por qué al escritor “le sigue un asesino”?

La única manera de contestar esa pregunta es ser autorreferencial. Porque es una forma de morir la escritura, despacio, es como ir dándote un veneno todos los días, degustar la muerte y la desaparición. Quieres desaparecer bien, y esa es una forma de asesinato a través de la lengua, preciosa y precisa. Como cuenta Vila Matas en Doctor Pasavento, la desaparición a través de la palabra. 

Gli ignoti nell’Ospedaledegli Incurabili (Amargord): con este título en italiano (algo así como ‘Lo desconocido en el Hospital de los incurables’), Alejandro Tarantino (Laredo, Cantabria, 1963) aborda en su nuevo poemario la fragilidad extrema, el delirio doloroso de cuantos traspasan la linde de la...

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