JOSÉ MARÍA HERRERA / CRÍTICO Y ESCRITOR
“No creo que la inexistencia sea una imperfección”
Esther Peñas 4/07/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
¿Cómo serían las tumbas, los sepulcros, los panteones de personajes como Gregorio Samsa, la Sibila o Teseo? ¿Dónde se ubicarían las de la papisa Juana, el Golem, Don Juan? ¿Hay una tumba exacta de Dios? ¿De la boca de cadáver de Adán pudo salir un brote de árbol que después talase el rey Salomón? Desde las torres del silencio persas, donde arrojaban a los difuntos para que las aves carroñeras los devoraran, hasta las prácticas antropofágicas de pueblos como los tracios, la manera de despedir a los muertos es un rito imprescindible de despedida (y memoria). El crítico de arte José María Herrera (Ronda, 1961) se ocupa de aquellas tumbas que Virgilio, en la Eneida, llamase “tumulum inanes”, simulacros de sepulcro. El resultado, La tumba de Dios (y otras tumbas inexistentes), publicado por Turner, es un delicioso recorrido a través de la arqueología fantástica por aquellos lugares donde acaso pudieran reposar los restos de algunos de los grandes mitos de nuestra cultura. Nunca un cortejo fúnebre disfrutó tanto.
Para que una tumba vacía ejerza (como estas que usted describe) un fuerte poder de magnetismo que anime a su búsqueda o peregrinación, ¿qué hace falta?
Hugo Abbati escribió poco antes de morir una frase llena de ironía: “El hombre, cuando muere, pierde drásticamente su capacidad de acción”. A primera vista se diría que esto es verdad absolutamente; sin embargo, no lo es para los personajes de los que me ocupo en mi libro. Adán, el rey Arturo o Drácula, han ejercido mayor influencia después de morir. Su capacidad de acción no sólo no se ha visto mermada con la muerte, sino que se ha acrecentado. Cierto que no todo el mundo admite que estos personajes existieran, pero: ¿cómo es posible que no habiendo existido hayan ejercido semejante influencia sobre hombres y naciones? Si existieron, y me cuesta creer que haya podido haber tanta gente equivocada, ¿qué pasó con ellos tras su muerte?, ¿dónde reposan sus restos?, ¿queda algún vestigio de sus tumbas? El asunto no se ha tomado muy en serio hasta ahora. Mientras que la arqueología común, la de Indiana Jones, remueve la tierra o se sumerge en los mares en busca de vestigios de otras épocas, la arqueología fantástica que yo practico en mi libro trabaja en los textos de la tradición, un gigantesco yacimiento donde moran las ruinas de nuestra cultura. Hemos dejado de creer en nuestros mitos, pero: ¿sabemos verdaderamente en qué hemos dejado de creer? Es esta voluntad de entender lo que nos obliga, aunque con la obligación de la pasión, a remover el pasado. Supongo que es esa pasión lo que hace falta para que se produzca el efecto magnético del que me habla en su pregunta.
La tumba es tal vez la forma más amable de sacar al muerto del mundo de los vivos sin perder por completo la conexión con él
Sabemos que “el muerto constituye siempre algo más que un despojo inservible” pero, ¿cuándo la iniquidad y la bondad atraen a los curiosos a honrar o profanar la tumba?
Desde el primer muerto de la historia, Abel, el hijo de Adán y Eva, hasta hoy, los seres humanos hemos tenido problemas con los cadáveres. ¿Qué hacer con ellos? Conservarlos cerca es imposible. La tumba es tal vez la forma más amable de sacar al muerto del mundo de los vivos sin perder por completo la conexión con él. Probablemente, se trata de una costumbre relacionada con la vida sedentaria. Los muertos no se arrojan al río o al mar, tampoco se dejan en cualquier sitio para que los devoren las fieras, ni se los reduce a cenizas, sino que se los sepulta cerca de la casa. Sin embargo, y por lo general, siempre se ha tenido miedo a los muertos. Despedirlos adecuadamente y visitarlos de vez en cuando era una forma de precaverse de una posible mala reacción por su parte. En el caso de los muertos de categoría, aquellos que se entierran con sus tesoros, la tumba empieza siendo algo grandioso, espectacular, una tumba, pero también una fortaleza, una suerte de caja fuerte. La codicia, sin embargo, siempre ha podido más que el miedo y, por eso, ha habido desde tiempos remotos saqueadores de tumbas. Estos son los primeros arqueólogos. Turbar el sueño de los muertos, no nos engañemos, es una costumbre antiquísima.
¿Qué nos enseñan las leyendas, como las que pueblan estas tumbas vacías?
Cada una de ellas encierra una enseñanza diferente porque cada una de ellas surgió en un mundo diferente. Mientras que las leyendas de Teseo o el rey Arturo tienen que ver con la formación de las naciones, la leyenda de Don Juan o Madame Bovary tienen que ver con el erotismo y el orden social.
¿Hay leyendas que merecerían ser verdad, como la de papisa Juana o mejor que queden en la niebla de lo mítico?
Yo no lo creo. A diferencia de Descartes, no creo que la inexistencia sea una imperfección.
“La verdad triunfa despacio”, ¿pero siempre retoña?
No, sólo si se la riega, es decir, si se impide que las verdades hegemónicas en un momento dado nos aplasten.
“¿Qué sueño te ha arrebatado para que en ti te hayas perdido y ya no me oigas?”, le pregunta Gilgamesh a su amigo Enkidu. ¿Hay sueño más poderoso que la muerte?
Me temo que no hay nada más poderoso que la muerte y que esta no es un sueño, aunque se le parezca, porque de los sueños se sale despertando y de la muerte no se sale.
¿José María Herrera prefiere las sirenas con cola de pez o con la mitad de su cuerpo de ave, como antiguamente?
En mi libro cuento que el poder de las sirenas residía tanto en su aparente belleza, como en su música y, sobre todo, en el contenido de sus canciones. El marinero que pasaba junto al islote donde moraban escuchaba, envueltas en hermosos sonidos, palabras halagadoras que alimentaban su vanidad, y se sentía tan enardecido con ello que no dudaba en llevar su embarcación contra los arrecifes que rodeaban la isla. Inevitablemente naufragaba, hecho que era aprovechado por las sirenas para devorarlos. Por mi parte, ya puede imaginar que preferiría no tener nada que ver con este tipo de criaturas traicioneras. Haber pensado en la sirena como un ser doble, que posee una parte visible fascinante y otra oculta espantosa, pone de manifiesto la sutileza poética de los griegos. El mito es un aviso para navegantes.
Lo que provocaba el desastre no era tanto su canto como su letra lisonjera y aduladora. Hoy en día, acaso, con tanta selfie y tanto narcisismo, apenas tendrían clientela…
Las sirenas han cambiado de fisonomía a lo largo de la historia. Quizá lo estén haciendo también en nuestro tiempo. El navegante es ahora un internauta y la roca desde la que las sirenas lanzan su anzuelo una pantalla. Debajo de lo que se ve –la influencer con la piel brillante como el suelo de una cocina recién fregada, el youtuber architatuado con una musculatura inútil para la vida–, igual hay solo unas feas patas de gallina o una cola de merluza.
De entre todos los personajes que deambulan por estas páginas (Teseo, Arturo, Dios, Adán, Drácula, el Golem…) ¿Por cuál siente especial querencia y por qué?
No tengo especial querencia por ninguno. Todos ellos forman parte de mi vida y, en realidad, de la vida de todos, aunque no todos lo saben. Si me hubiera preguntado cuando tenía diez años, habría dicho probablemente Teseo y el rey Arturo. Con veinte, la papisa Juana, Drácula y el Golem. Con treinta, Don Juan o Madame Bovary. Y así sucesivamente. Cada época de la vida te acerca más o menos a ciertas figuras.
Si “en Europa somos hijos de Roma”, ¿qué nos dice el hecho de que sus fundadores, Rómulo y Remo, fueran unos pendencieros?
Uno de los textos más agudos que conozco es La fábula de las abejas. Fue escrito en el siglo XVIII. Su autor, Mandeville, demuestra que para el progreso en general siempre ha sido más productivo el vicio que la virtud. La historia universal confirma esta tesis. No olvide que los mayores horrores que se han producido a lo largo de los siglos se han hecho, paradójicamente, en nombre del bien y la virtud.
¿Cómo vamos, entrados ya en el XXI, de ideócratas? ¿Siguen siendo los hombres más temibles?
No creo que haya nada más peligroso para la supervivencia de la sociedad que la convicción de que esta puede ser perfeccionada drásticamente aplicando tales o cuales ideas. Los ideócratas actuales ya no pueden seguir defendiendo los antiguos modelos –el modelo nazi, basado en el exterminio de aquellos que, según sus teorías, hacen imperfecta la sociedad; o el comunista, basado en la ridícula identificación de perfección e igualdad–, pero han surgido variaciones contemporáneas igual de inquietantes, por ejemplo el transhumanismo, con su fe en la posibilidad de mejorar tecnológicamente al ser humano. Aquí veo grandes peligros, pero los veo también en algo que no es ideocracia, pero que cala en el mismo tipo de persona: el populismo, o sea, la creencia en que cabe organizar la realidad de acuerdo con los “sentimientos” de las personas.
La de Gregorio Samsa y la de Dios mismo son las tumbas más cercanas en el tiempo. De nuestros contemporáneos, ¿quién cree que merecería en un futuro una tumba tan formidable como las que usted recoge?
Sin ninguna duda, Batman, el caballero oscuro.
¿Cómo serían las tumbas, los sepulcros, los panteones de personajes como Gregorio Samsa, la Sibila o Teseo? ¿Dónde se ubicarían las de la papisa Juana, el Golem, Don Juan? ¿Hay una tumba exacta de Dios? ¿De la boca de cadáver de Adán pudo salir un brote de árbol que después talase el rey Salomón? Desde las...
Autora >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí