después de draghi
Italia, sin parches
Quienes no quieran morir sepultados bajo un gobierno Meloni-Salvini-Berlusconi, tendrán que arrimar el voto y aprender a apañarse con la albañilería democrática
Gorka Larrabeiti 3/08/2022
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Jamás nos acostumbraremos a las sorpresas de la política italiana. Seguiremos cayendo siempre en el mismo error de interpretarlas como un teatro de gente poco seria, cuando en realidad, aunque duela admitirlo, el mal governo es un sistema rodado. Según la periodista Lucia Annunziata, Italia es un “sistema político fallido”. En él ocurren cosas raras. Por ejemplo, que, en una crisis de gobierno, la extrema derecha defienda ir a votar mientras que lo que queda de izquierda –con perdón– prefiera la permanencia de un gobierno técnico para afrontar una situación económica, social e internacional gravísima, por un pánico cierto –no un cierto pánico– a perder las elecciones.
¿Por qué actuarán como actúan los políticos? Misterio. “A menudo hay una niebla tan densa entre el palacio y la plaza que la mirada no puede atravesarlos”, dice el célebre recuerdo 141 de Francesco Guicciardini. ¿Es o no acertado respaldar a un presidente de gobierno no elegido que lanza este órdago envenenado al Senado: “¿Estáis dispuestos a reconstruir el pacto de confianza en el gobierno como piden los italianos?”. (La cursiva es mía). Al mismo tiempo, ¿no es una forma máxima de sometimiento al Parlamento que ese mismo presidente desmienta que quiera “plenos poderes” y defienda que “la democracia es parlamentaria, y es la democracia que respeto y en la que me reconozco”? Lo obvio es que esta crisis obligaba a elegir: Draghi biso –ups– Meloni, o sea, barbarie, o sea, muerte.
De cumplirse los negros vaticinios de los sondeos, corresponderá a la coalición de extrema derecha Meloni-Salvi-Berlusconi formar el próximo gobierno
Decíamos una vez que las ruinas –lo incompleto– constituyen la forma política de los gobiernos italianos, y la única norma edilicia indispensable es que haya siempre hormigón democristiano en cada nuevo gobierno erigido. Ningún gobierno italiano ha durado una legislatura entera, cinco años. El más longevo tras la guerra fue el Berlusconi II, que duró tres años, diez meses y doce días. Solo Mussolini había durado más. Italia lleva 30 años parcheando con apaños técnicos –Ciampi, Dini, Monti, Draghi– las distintas crisis políticas. Lleva, asimismo, tiempo y más tiempo adjetivando gobiernos: “Técnico”, “político”, “electoral”, “institucional”, “constituyente”, y ya más artísticamente, “amigo”, “veraneante” (balneare) o “del Presidente”. Draghi definió sencillamente el suyo en su discurso programático ante el Senado como “el gobierno del país. No hace falta ningún adjetivo que lo defina”. El de Supermariopretendía ser un gobierno sustantivo, sin adjetivos.
Si quieren saber con contexto y detalle por qué cayó, lean este análisis de Steven Forti. Pocos intuyeron que lo haría. Se hablaba ya de Draghi bis, de Draghi plus. Comunque, eccoci qui. Sí, henos ya aquí en este escenario desolado en el que se han acabado los parches, el globo Italia se deshincha y despuntan nuevas ruinas. Esta furia constructiva-destructiva se debe a razones de arquitectura política. A medida que se acercaban las elecciones, previstas para primavera de 2023, los partidos que estaban dentro del gobierno iban reclamando su espacio. Conte y Salvini sacudían el palazzo del Principe Draghi hasta que éste se hartó y dictó ese ultimátum con el respaldo de todos los poderes fácticos de Occidente: EE.UU. y UE, mercados y Vaticano. ¿Quién iba a pensar que alguien tendría el coraje de contradecir en el Parlamento la voluntad de tamaños poderes? Todos pasarían, de mejor o peor gana, públicamente por el aro. Y saltó la sorpresa. Berlusconi, el viejo Caimán, cuyo perfil de bananero bunga-bunga se ha ido desdibujando debido a un alzheimer mediático-político que lo restauró como “estadista” e incluso como socio en un hipotético gobierno “Úrsula”, reivindicó su papel en el draghicidio. El Cavaliere, desobedeciendo a sus consejeros de siempre, Gianni Letta y Fedele Confalonieri, abrazó a Salvini y retiró a los suyos de la justa parlamentaria, dolido acaso por la nula condescendencia del banquero ingrato: “Lo aupé yo a la cima del Banco Central Europeo en junio de 2011”. Cuentan que Umberto Bossi, fundador de la Liga, envió un mensaje a Giancargo Giorgetti, vicesecretario de la Liga y ministro del Desarrollo Económico del Gobierno Draghi: “Esos dos están haciendo una bobada”. En Forza Italia ha habido dimisiones de dirigentes históricos. La Liga resiste mejor gracias a sus dos almas: la “de lucha” y la “de gobierno”, aunque Giorgetti no abjura de su nueva fe: “Nunca renegaré de Draghi”. Así pues, la coalición de centroderecha, “nuestra casa”, como la llama Berlusconi, aparentemente firme, puede venirse abajo en el momento menos pensado. A sus 86 años, ¿qué le habrá llevado a Berlusconi -yo-soy-el-centroderecha- a exponerse tanto? ¿Más codicia?¿Omnipotencia? ¿Senilidad? ¿Miedo a morir? Imposible saberlo. Dice también Guicciardini (Ricordi, 154): “Son infinitos los secretos de un príncipe, infinitas las cosas que ha de considerar, pero es temeridad prestarse a dar juicios de sus acciones, pues suele suceder que lo que crees que hace por un respeto lo haga por otro, y que aquello que te parece hecho al tuntún o imprudentemente, lo haga con arte y prudentísimamente”.
En fin, lo ocurrido es ruina y lo que está por ocurrir, seguro que también. El vulnus a la democracia es tremendo pero pareciera lo de menos. De cumplirse los negros vaticinios de los sondeos, corresponderá a la coalición de extrema derecha Meloni-Salvi-Berlusconi formar el próximo gobierno. Un gobierno que nacerá agrietado aún antes de haberlo formado. Salvini y Berlusconi, pareja de hecho de facto, atacarán antes o después el liderazgo de Meloni.
¿Y el centroizquierda? El centroizquierda –la Fabbrica experta en poner pegotes para que se sujete la República italiana– entra en campaña caldeando un sentimiento de amante: “Italia ha sido traicionada. El Partido Democrático la defiende. Y tú, ¿estás con nosotros?”. Alardear de fidelidad al Principe Draghi y acusar a los rivales de traición, ¿movilizará a una ciudadanía desacostumbrada a las lides electorales y desenamorada tras más de diez años de parches técnicos y operaciones de palazzo? ¿Cuántos serán los intrépidos que salgan de la sombrilla a recocerse al sol en el nombre de Draghi, “el italiano más creíble en el mundo”? ¿Y la izquierda? ¿Cosa? ¿Mande?
Italia, un país imponente que suena a catedral, entra en ruinas y veranea con pesadillas de derrumbamientos, miseria e invierno. Acabados –de momento– los parches, para la ciudadanía no hay excusas. Quienes no quieran morir sepultados bajo los cascotes de un gobierno Meloni-Salvini-Berlusconi, tendrán que arrimar el voto, aparcar las desintermediaciones, y aprender a apañarse en albañilería democrática. Pronto no faltarán más escombros.
Jamás nos acostumbraremos a las sorpresas de la política italiana. Seguiremos cayendo siempre en el mismo error de interpretarlas como un teatro de gente poco seria, cuando en realidad, aunque duela admitirlo, el mal governo es un sistema rodado. Según la periodista Lucia Annunziata, Italia es un “
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