1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

ARTE O NEGOCIO

Salvar los cines

El asunto no debería ser rescatar las salas porque son un negocio, sino porque tienen un valor comunitario y ejercen una labor de difusión artística

Guillermo Martínez Valdunquillo 3/09/2022

<p>Sala de cine.</p>

Sala de cine.

Pixabay

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

En los meses más duros de la pandemia daba la sensación de que las salas de cine podrían colapsar en cualquier momento. Tras la vuelta del confinamiento el público no respondió, en parte por las medidas sanitarias vigentes, pero también por el escepticismo de volver a participar en un acto comunitario como es una proyección. Se culpó al virus, pero la realidad es que los hábitos de consumo llevaban tiempo cambiando, y la pandemia simplemente aceleró ese proceso. Tal era la desesperación que hubo hasta quien se alegró de que Disney fuera una de las pocas productoras con poder suficiente para convocar al público como antaño. Ellos, que parece que han encontrado la fórmula para que cada película sea un taquillazo, parecían impermeables al castigo pandémico. En España, más humildes, tuvimos también a nuestro salvador local, encarnado en la figura de Santiago Segura, que reventó la taquilla con Padre no hay más que uno y A todo tren: destino Asturias. Tanto éxito tuvieron sus películas que sus seguidores se arrastraron por todos los recovecos mediáticos pidiendo que, al menos, las nominaran a los Premios Goya, a modo de recompensa por haber ayudado a mantener las salas abiertas con esos espectaculares datos de recaudación. Se estableció así una distinción entre un cine necesario –el de Disney y Santiago Segura– que mantiene la maquinaria en funcionamiento y otro, en cierta manera inútil, cuyo valor es únicamente artístico e intelectual.

Sin embargo, este virtuoso equilibrio entre lo útil y lo bello parecía tener los días contados. Tras la desescalada y progresiva eliminación de las medidas sanitarias se pronosticó una vuelta masiva del público al cine. Se esperaba, inocentemente, que los espectadores volvieran a repartirse homogéneamente por todas las sesiones, por todas las salas. Pero lo que sucedió es que los espectadores simplemente se quedaron en casa y, si se movían, sólo lo hacían para asistir a la proyección de alguna de las películas-evento de la temporada. La salvación económica que traía consigo Disney se convirtió en una condena para las producciones menores, y lo que antes había rescatado a la industria de exhibición ahora parecía poder destruir todo aquello que no tuviera detrás el poder masivo de una multinacional. El cine “de autor”, se dijo, podía desaparecer si no encontraba espacios de exhibición adecuados. Al fin y al cabo, hacer cine es caro incluso cuando es barato. Es prácticamente imposible para una producción pequeña competir en las condiciones que impone el blockbuster. Hace unas semanas, el cineasta Borja Cobeaga compartió en Twitter una captura de las sesiones de un conocido cine multisalas de Madrid: 41 pases diarios de Minions: el origen de Gru. Unos meses antes, Spiderman: No way home había recaudado casi 2.000 millones de dólares en todo el mundo. Las consecuencias de una industria desequilibrada que tiende a un monopolio creativo concentrado en unas pocas empresas. 

La salvación económica que traía consigo Disney se convirtió en una condena para las producciones menores

Y la cosa se complica. Todo el mundo sabe que el cine no es un negocio cualquiera, es un arte, y por ello debe estar movido por sentimientos virtuosos, como la creatividad o el talento. No es que el cine no se rija por criterios puramente económicos, es que debe parecer que no lo hace. Y, si lo parece, que al menos lo artístico simule estar por encima del dinero. Los premios Oscar son el gran ejemplo de esta contradicción: a pesar de ser principalmente un ejercicio masivo de marketing, se las han apañado para generar un canon ficticio de las mejores películas de cada año. De ahí la indignación que suscitan cuando las películas premiadas se consideran injustas. De ellos se espera imparcialidad pues se supone que valoran algo que está más allá del dinero. Sin embargo, lo más interesante es que, en esta época, cada vez más producciones han destruido ese discreto equilibrio entre arte y economía, y muestran sin pudor que no son más que un producto moldeado con cuidado para generar beneficios. El público nunca había importado menos y nunca había sido tan rentable. Por eso de vez en cuando, y siempre en Estados Unidos, se generan ciertos acontecimientos de histeria colectiva en los que, milagrosamente, talento y negocio van de la mano. Este año le ha tocado al fenómeno de Todo a la vez en todas partes y sus 100 millones de recaudación. La incontinente crítica anglosajona ha dicho de ella que combina el arrojo y la valentía del cine independiente con el gusto por lo lúdico del cine más masivo –al fin y al cabo, el cine minoritario aburre– y ha anunciado además que este es el camino para el cine popular contemporáneo. En ese espejo, dicen, deben mirarse las películas populares, aquellas que deben disputar su espacio a las grandes multinacionales. Su productora, A24, ya conocida por otros tantos éxitos del mismo palo, tal vez se haga ahora famosa por ser el contrapeso del poder: Disney rescató a la industria de la pandemia y A24 salva a la industria de Disney. Todos contentos.

Cabe preguntarse si lo relevante de una película como Todo a la vez en todas partes se encuentra en sus supuestas virtudes cinematográficas o en el hecho de que haya disputado un espacio de relevancia económica a Disney, es decir, que haya sido un ejemplo de buen emprendimiento empresarial –ha recaudado cuatro veces más dinero que su presupuesto de producción. ¿Estaría siendo valorada con el mismo entusiasmo si ese fenómeno artístico no hubiera traído aparejado un fenómeno económico? ¿Es relevante porque es rentable? Tal vez, conscientes de que formamos parte del problema –quién no está suscrito a Netflix, a Disney, o sigue religiosamente las andanzas de los superhéroes de Marvel–, celebrar la recaudación de ciertas películas nos hace sentir un poco menos culpables. Parece que a ciertas obras se les asigna un valor en función de su éxito económico, consecuencia de la mercantilización absoluta del arte, y eso es algo que en apariencia contradice esa visión virtuosa de las películas como objetos artísticos desapegados de cualquier realidad económica, y en muchos casos, incluso política. Sin embargo, ambas visiones van de la mano. Las formas “artísticas” del cine comercial –ya no incluyo solo el blockbuster sino también el cine de A24 y productoras de ese estilo– son como son por la dimensión económica de la industria. Los discursos visuales se adaptan a la demanda, y a partir de ahí surgen las formas de consumo de las películas y la dialéctica entre estas y los espectadores. En una época en la que las películas son denominadas “productos”, para definir su valía o pertinencia hay que usar un vocabulario afín a esa denominación: estas “funcionan”, como una lavadora, “sorprenden”, como un menú del día, o “dan lo que prometen”, como una caja de cereales. Incluso en los paraísos artísticos que se supone que son los festivales de cine se ha impuesto una estética concreta, una industria paralela que promociona estas películas en canales determinados y alejados de las grandes salas pero que, sin embargo, reclaman denominaciones similares a las del blockbuster, ponderadas en función de cierto éxito económico, y guardan para sí cierta consistencia temática y formal, pues tienden a la homogeneidad.

Este verano, con el éxito de Padre no hay más que uno 3, el debate del arte frente a la rentabilidad volvió al foco mediático. Se argumentó que estas películas son necesarias porque gracias a que “funcionan en taquilla”, otras películas, menores, pueden encontrar su espacio y exhibirse. Los cines se mantienen abiertos gracias a las primeras y entonces es de esperar que, en un magnánimo acto de mecenazgo, los jefes de las cadenas de multisalas decidan darle espacio a las segundas, obras de arte que merecen ser exhibidas pero que no recaudan masivamente. En mi opinión, esta línea de pensamiento es errónea, y la realidad es que estas películas, como muestran los datos, no están salvando sino condenando la exhibición en salas –o, al menos, desequilibrándola, propiciando la acumulación de la recaudación en unos pocos títulos. En la lógica del capitalismo contemporáneo hay que ser muy cándido para esperar actos virtuosos de multinacionales. El sistema funciona exactamente como se espera. Ninguna empresa va a decidir ganar menos dinero para llevar a cabo un acto altruista a favor del arte. Por eso se programan 41 pases diarios de Minions: el origen de Gru en un solo cine mientras que una película relevante y accesible como es Benediction, de Terence Davies, probablemente haya estado al mismo tiempo en menos de 30 cines en todo el país. Para que películas como Benediction puedan ser éxitos rentables –dentro de sus propias dimensiones– primero deben tener un espacio propio. Asumir que no van a generar beneficios es aceptar una profecía autocumplida en la que participan no sólo las salas sino también buena parte del periodismo cinematográfico. El cine minoritario se vende como “inaccesible”, como algo extraño, y se asume que la gente no está interesada en él. La realidad es bien diferente: el público ve lo que le dejan y lo que le enseñan. Si las películas independientes no alcanzan un número de cines homogéneo –esto es, distribuidos por todo el país, no sólo en Madrid o Barcelona– la gente no va a ir a verlas, pues nadie va a coger el coche durante una o dos horas para ver películas que no conoce. Y no las conoce porque los medios de comunicación, aquellos que deberían renunciar al corporativismo y ofrecer una visión más amplia del ecosistema cinematográfico simplemente no hablan de ellas. La crítica piensa que al público no le van a interesar ciertas películas por la sencilla razón de que, sencillamente, a ellos no les interesan. La realidad es que el público es mucho más inteligente y curioso de lo que creen –y cualquiera que haya asistido a un festival de cine con proyecciones públicas lo sabe–, pero no puede interesarse por aquello que desconoce. De esta manera, poco a poco y con la ayuda inestimable de medios, productoras y distribuidoras, se ha erosionado el espacio de exhibición cinematográfica. E irónicamente, esto ocurre en una época en la que las plataformas dan refugio a una inédita variedad de propuestas, pero sólo algunas, como Filmin o Mubi, apuestan claramente por esa diversidad.

La crítica piensa que al público no le van a interesar ciertas películas por la sencilla razón de que, sencillamente, a ellos no les interesan

Entonces, cuando se dice que Disney o Santiago Segura están salvando las salas, ¿qué salas están salvando realmente?, ¿el pequeño cine que programa estrenos independientes y sobrevive como buenamente puede?, ¿o los multisalas de los centros comerciales? Hay que ponderar si detrás de toda esta dialéctica del rescate no hay un error de cálculo. El asunto no debería ser salvar las salas porque son un negocio y un empresario vaya a perder su inversión, sino salvarlas porque tienen un valor comunitario y ejercen una labor de difusión artística. Habrá que ver entonces qué tipo de cines queremos, si aquellos que programan cine independiente y se esfuerzan por ofrecer cierta variedad en los estrenos o los grandes conglomerados –prácticamente todos, de capital extranjero– que han ido erosionando la exhibición cinematográfica. Este es un debate que debe plantearse con franqueza los próximos años, antes de que las VOD terminen de cargarse la exhibición en salas y sólo puedan sobrevivir las franquicias más poderosas. De momento, en el año 2020 se derogó el decreto Paramount en Estados Unidos, que impedía a las productoras ser propietarias de las cadenas de cine. En los próximos años, muchas más multinacionales serán dueñas de todo el recorrido que hace una película, desde su preproducción a su exhibición online. Un escenario aún más monopolístico contra el que las pequeñas producciones no podrán hacer nada. Y es que resulta inconcebible pensar que en un futuro tan rentable el cine independiente pueda tener alguna clase de espacio. En España, hace cinco o seis años, con la irrupción de Netflix, se mencionaba lo ideal que sería la coexistencia de salas y plataformas. En los festivales de cine se aplaudía su logotipo y por redes se batallaba contra Steven Spielberg por mostrar su escepticismo respecto a las nuevas formas de consumo. Ahora, en 2022, buena parte de la industria se encuentra en estado de pánico al ver lo que realmente ha ocurrido, que es la misma historia de siempre, ya sea con Netflix, con Uber o con Mercadona. 

Sin embargo, el cine –como arte y no como negocio– vivió un momento extraordinario durante la pandemia. Las salas estaban inaccesibles, pero numerosas fundaciones, productoras, exhibidoras, decenas de archivos y filmotecas, festivales online y coleccionistas compartieron cientos de películas online para que todo el mundo las pudiera ver. Tal vez nunca la oferta cinematográfica fue tan amplia y la gente pudo acceder fácilmente a obras tan variadas, desde cortometrajes experimentales hasta restauraciones de cine primitivo. Curiosamente, cuando las salas se encontraban en coma, el cine estaba más vivo que nunca, viajando de casa en casa, ocupando los largos momentos de espera del confinamiento. A nadie le importaba el presupuesto, la recaudación, los premios. Solo importaba el acto de ver la película, de poder acceder a ella, la curiosidad, espoleada por la recomendación de tal cineasta o crítico, o de algún amigo. La gente montó visionados online con sus allegados y debates en redes. Dentro de lo horrible que fue el confinamiento, esta fue una experiencia casi extraterrestre, pues parece inconcebible pensar ahora la difusión del cine de forma masiva fuera de la lógica del mercado. Naturalmente existen espacios como las filmotecas, Cineteca en Madrid o el CCCB en Barcelona, pero fuera de las zonas más pobladas no hay prácticamente nada. El futuro del cine como arte debería encontrarse en esos mismos espacios de comunidad, lejos del puro negocio. Hay que proteger el empleo, y la experiencia cinematográfica que ofrece una sala, pero si al hacerlo se va a fomentar la gentrificación de la exhibición, la precariedad que asola buena parte de la industria y la acumulación masiva de capital, tal vez deberíamos ser un poco más desagradecidos con lo que representa Santiago Segura.

En los meses más duros de la pandemia daba la sensación de que las salas de cine podrían colapsar en cualquier momento. Tras la vuelta del confinamiento el público no respondió, en parte por las medidas sanitarias vigentes, pero también por el escepticismo de volver a participar en un acto comunitario como es una...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Guillermo Martínez Valdunquillo

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí