AMÉRICA LATINA
Cristina como centralidad política en Argentina
La fidelidad hacia la vicepresidenta se muestra en las calles y en las urnas. Lo que representa reside en el imaginario argentino, y resulta imposible de extirpar, incluso con persecución judicial y campañas mediáticas en su contra
Alfredo Serrano Mancilla 2/09/2022
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El motor de búsqueda de Clarín no engaña. Son 838.000 menciones a Cristina en su base actual de datos. Casi el triple de lo que se encontraría si tecleamos la palabra “pobreza”; u once veces más que si ponemos “salario”; ni siquiera la suma de menciones a Messi y Maradona se acerca a ese fanatismo (algo menos de 300.000). La prioridad es obvia.
Si no eres de los que manejas las nuevas tecnologías, también te podrás percatar de este fenómeno obsesivo-compulsivo argentino con sólo encender la tele. Si pones TN o La Nación + a cualquier hora, apuesto lo que quieras que no pasa ni una hora sin que hayan pronunciado la palabra mágica. ¿Saben cuál? Cristina.
Y es que no aprenden. Porque no hay nada peor que conseguir justo lo contrario de lo que pretendes, y volver a insistir. Desde el año 2015 al 2019, a pesar de que gobernaba Macri, la cantinela era la misma, Cristina y más Cristina. Y los resultados fueron los que ya todos y todas conocen: Cristina vicepresidenta (eligiendo ella a quién consideraba mejor para presidente).
Este dale que dale no termina aquí. Ni terminará. La vía mediática va de la mano de la vía judicial. A día de hoy podemos contabilizar 534 denuncias. ¿Saben contra quién? Cristina.
Sin embargo, siempre hay alguien que se atreve con un poquito más. Y, así, el fiscal Luciani se lanzó del trampolín con un triple salto mortal con doble pirueta y medio tirabuzón, solicitando 12 años de prisión y la inhabilitación perpetua a cualquier cargo público. ¿Saben para quién? Cristina.
Pero no. No se crean que lo han leído todo. Ahora viene otro, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y se le ocurre vallar una identidad política. Sí. Tal como suena. Intentaron cercar al kirchnerismo de la misma manera que en su día intentaron proscribir al peronismo. O, más recientemente, lo pretendieron contra Evo Morales y les salió el tiro por la culata.
Este sinfín de despropósitos se explica por una razón muy simple: no aceptar que “lo que no te gusta, existe”. O, dicho en otras palabras: no admitir que una lideresa puede llegar a trascender a la persona de carne y hueso, convirtiéndose en un símbolo ideológico que, además, tiene un correlato material plasmado en todas las mejoras sociales y económicas contantes y sonantes que una buena parte de la población considera que fueron gracias a su Gobierno.
Y esto se verifica cuando miras las encuestas. Las de un lado y las del otro. Hay una constante: la imagen de Cristina es muy estable en el tiempo. Desde el año 2018 hasta la actualidad, siempre oscila entre el 28 y el 35 por ciento de positividad. Y, en su caso, imagen es intención de voto.
Véanse los datos de cada una de las citas electorales en las que Cristina se presentó: a) en el año 2007, como candidata a presidenta, 45,2 %; b) en el 2011, también a presidenta, 54,1 %; c) en el 2017, a senadora, 37,3 %; d) en el 2019, a vicepresidenta, 48,2 %.
Se mire como se mire, su piso electoral es muy alto. Su sostén político es sólido. La fidelidad hacia Cristina se muestra en las calles y en las urnas. Y, lo que es aún más importante, lo que ella representa reside en el imaginario argentino, algo que resulta imposible de extirpar, incluso con persecución judicial y campañas mediáticas en su contra.
Es muy posible que sigan persiguiendo lo imposible. Tal vez a algún “libertario” se le ocurra prohibir que su libro continúe en circulación (que, dicho sea de paso, ya lleva vendidos 350.000 ejemplares; récord para su editorial desde 2015 y número uno actual en ventas en Argentina).
Quizás otro “demócrata” proponga cerrar su cuenta de Twitter que, dicho sea de paso también, tiene seis millones de seguidores, la que más entre todos los políticos en Argentina.
Desgraciadamente, esta carrera se prolongará en el tiempo. Y se acentuará cada vez que estemos próximos a una nueva cita electoral, como ocurre en la actualidad. Porque estamos en precampaña. Las presidenciales se celebrarán en octubre del próximo año. Y las primarias abiertas obligatorias serán unos meses antes. Y la presencia de Cristina no sólo es importante en el interior de su propio espacio político, sino también entre los opositores. Porque seguramente existe un “anticristinómetro” que será usado como variable fundamental para determinar el candidato definitivo.
La partida al interior del arco opositor está abierta. Hay un tripartito, casi a partes iguales. El promedio de intención de voto de las encuestas publicadas en Argentina en los dos últimos meses arroja niveles muy similares a Macri, Bullrich y Larreta. Nadie tiene asegurado nada, pero todos saben que su rival política y electoral es Cristina (sea o no ella la candidata finalmente).
En definitiva, Cristina Fernández de Kirchner ocupa la centralidad política en el país. Y el proyecto que representa es fácilmente radiografiable. Es una versión del peronismo que no da lugar a equívocos. Ni en materia internacional ni en cuanto al modelo económico y social.
En política exterior, lo hecho por Cristina en sus años de presidenta habla por sí solo. Amplió y diversificó relaciones, aunque esto fuese publicitado como si estuviera “aislándose del mundo”. Ella entendió que el planeta es mucho más grande que el Polo Occidental. Viajó en ocho años dos veces a China, dos a Rusia y una a India. Y aumentó considerablemente el intercambio comercial con este grupo de países emergidos. Consideró que era tan importante tener relaciones con España como con Indonesia, que según estimaciones de la OCDE en las próximas dos décadas será la cuarta economía del mundo.
Muy por encima de todo, es latinoamericanista, como lo demostró con su activismo regional en sus años de mandato presidencial, pero también ahora que no lo es. Y para muestra, un botón: su único viaje al exterior en estos años de vicepresidenta fue para acudir a la asunción presidencial de Xiomara Castro, en Honduras, manifestando el valor otorgado a Centroamérica y también a la llegada de una mujer a la presidencia en un país que nunca antes la había tenido.
En lo económico, mientras gobernó desendeudó externamente a la Argentina y la desendeudó internamente en cuanto a las condiciones sociales y salariales. No hay indicador de organismo internacional que diga lo contrario. El salario creció hasta el valor más alto de la región, al mismo tiempo que las desigualdades disminuyeron. Por ejemplo, dos datos: a) al final de su mandato se llegó a un reparto mitad-mitad entre las rentas del trabajo y las rentas del capital (ahora estamos en 58-42 % a favor del capital) y b) el valor del ingreso medio cada vez se acercó más al valor de la mediana; pasó de estar un 45 % por encima al 30 % cuando terminó su periodo presidencial. Esto significa que cada vez más el ingreso medio era representativo de la mayoría de la población. Ahora ya no ocurre lo mismo, luego del tsunami macrista.
En su ideario económico, el Estado tiene un rol protagónico. Y tampoco lo disimula. No sólo como garante de derechos sociales fundamentales (educación y salud), sino también como planificador y gestor en sectores estratégicos y como productor de bienes y servicios. Ha dicho públicamente que el capitalismo de Estado, por ejemplo, el caso chino, está siendo más eficaz que el capitalismo de mercado. No cuestiona que la vía es el capitalismo, pero sí qué tipo y bajo qué criterios debería ser ejercido.
Cristina no es ninguna extremista, por mucho que así la cataloguen los medios. Tampoco es moderada. Es decidida. Es valiente. Es audaz. Y si algo la caracteriza por encima de todas las cosas es que tiene claridad sobre su antagonista y sus ramificaciones; también sobre sus aliados y amigos.
En este último tiempo, se ha impuesto un marco, tan naif como injustificado, de si ella es dogmática o pragmática. Y no. Ni lo uno ni lo otro. O, mejor dicho: es ambas cosas a la vez. Pero dependiendo de qué, para qué, con qué y con quién, cuándo y hasta cuándo. Cristina, como buena estratega, no es fácilmente “encorsetable” en ninguna lógica binaria. Está llena de matices.
Y así lo ha demostrado en cada carta que ha escrito en estos años como vicepresidenta. Cada una ha sido debatida y discutida hasta la extenuación por toda la sociedad argentina. Cuando eso ocurre, solo hay una explicación: Cristina marca la agenda política del país.
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Alfredo Serrano Mancilla es director y fundador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, CELAG, una institución dedicada al análisis de los fenómenos políticos, sociales y económicos de América Latina y el Caribe.
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