FILOSOFÍA POLÍTICA
Marx: entre la ideología y lo ideológico
El acto ideológico necesita negar la acción política. Por esto resulta comprensible que el 'statu quo' se presente como antipolítico, ya que la acción política es la transformación de pensamiento en acción, y la acción produce cambios
Víctor Costas 13/10/2022
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I
La gran mayoría de los textos especializados, los estudios y los libros que son ya clásicos sobre el tema de la ideología constatan un aspecto central de dicho concepto: el debate está superado o pertenece al pasado. Lo relevante de esta situación es que de algún modo nos ofrece una clave a modo de pregunta retórica; ¿es esta pérdida de relevancia un fracaso de la ideología o en todo caso un nuevo triunfo de ella? Si se analiza quiénes son los ideólogos del fracaso de la ideología, entendida desde el punto de vista negativo (por ejemplo, Francis Fukuyama), la ideología como concepto que distorsiona la realidad, como perturbación de toda epistemología seria, nos encontramos con claros posicionamientos, si bien explícitos o implícitos de lo ideológico. Esto encuentra relación con el hecho histórico de que el concepto de ideología ha mutado de tal enigmática forma que la conceptualización trazada por Marx en La ideología alemana (falsa conciencia, distorsión de la realidad) ha sido desplazada del debate teórico en ambos extremos de las derechas y las izquierdas, los teóricos de las ciencias políticas, los politólogos y los llamados científicos sociales, excepto cuando, en los debates públicos, del concepto de ideología sólo se utiliza la forma adjetiva peyorativa a modo de inyectar un sesgo en el discurso de un enemigo político.
Algunos ejemplos de este hecho los podemos ir a buscar a la Historia misma, y en concreto citaré uno muy conocido que refleja de un modo significativo y primerizo el complejo entramado que puede llegar a concentrar el concepto de ideología cuando pasa a la acción por medio del acto ideológico.
En 1795 la Convención confió a un grupo de intelectuales la dirección del Instituto de Francia, una institución de altos estudios comprometida con las ideas de la Ilustración. Entre ellos estaba Destutt de Tracy, quien fue el primero en acuñar el término ‘ideología’, basándose en un concepto plenamente enciclopedista. El instituto ayudó a Bonaparte a acceder al poder. Napoleón, después de su derrota en Rusia, regresó y culpó a los ideólogos: “Es a la ideología, esa metafísica siniestra, que debemos atribuir todo el infortunio de nuestra querida Francia. En vez de adaptar las leyes al conocimiento del corazón humano y a las lecciones de la Historia, la ideología busca basar la legislación de las naciones en esos primeros principios que investiga tan sutilmente”.
George Lichtheim señala que sus actitudes se entendieron como ideológicas “en el doble sentido de estar preocupados de ideas, y de poner la satisfacción de fines ideales a los suyos propios por encima de los intereses materiales sobre los cuales descansaba la sociedad post-revolucionaria”.
Aquí nos vemos ante la problemática de comprender la ideología como un sistema de ideas, que entre ellas se encontrará, fundamentalmente, a las ciencias, y la forma señalada, su cara oculta o negativa que comprende la ideología como deformación del conocimiento objetivo que tiende a manipular las mentes.
Primeramente, el concepto de ideología englobaba más bien el interés por analizar las ideas que por defenderlas. De esto se desprende el carácter científico (ilustrado) del concepto originario de ideología, en relación a la historia filosófica moderna, preocupada, desde Descartes, por encontrar un fundamento racional al origen de las ideas, muy estrechamente ligado al concepto de ‘Verdad’. Podemos remontarnos incluso hasta Platón, como aquel filósofo que, en un doble sentido, puede ser interpretado tanto como un ideólogo (en el sentido pedagógico-demagógico) o tanto como un amante-amigo del saber.
Si el concepto de ideología se encuentra ligado inexorablemente al concepto de verdad, este se encontrará igualmente ligado al concepto de poder
En la Ilustración, un ideólogo era inicialmente un filósofo que pretendía revelar la base material de nuestro pensamiento, en clara contraposición al ideario teológico del Antiguo Régimen. La Revolución Francesa se apoya intelectualmente sobre una concepción ideológica claramente corporal emanada de los fundamentos materialistas, como queda expuesto en el clásico Tratado de las Sensaciones, de Condillac. Ideología significaba devolver las cosas a su sitio, como productos de ciertas leyes mentales y fisiológicas, dando entrada al problema epistemológico de la conciencia humana. Con Marx el debate quedará sellado por medio de un fundamento materialista que determinará la conciencia, y con ello, la teoría se reduce a “conciencia de la práctica”, eliminando toda posible especulación idealista.
La ideología empezó a existir, como decíamos, precisamente como una ciencia, como una indagación racional de las leyes que rigen la formación y el desarrollo de las ideas. Sus raíces se extienden hasta el sueño ilustrado de un mundo totalmente transparente a la razón, libre de prejuicios, de supersticiones y oscurantismo característicos del ancien régime. Esto no excluye, paradójicamente, que sea otro tipo de ideología. Lo que interesa indagar, creemos, es la dimensión reactiva, por decirlo de algún modo, o momento en el que la Ideología deja de ser ciencia. Esto se encuentra inexorablemente ligado al concepto de verdad, en el momento en que la ideología deja de tener una actitud epistémica, analítica, y pasa a ser un modo de creencia, de justificación, de acción política. Si el concepto de ideología se encuentra ligado inexorablemente al concepto de verdad, este, a su vez, se encontrará igualmente ligado al concepto de poder. El poder, siguiendo la cadena causal, nos lleva, en cuanto lucha de intereses, a la contradictoria dinámica de las clases sociales, y esta, a su vez, retorna al origen del problema: la conciencia. ¿Qué hace, pues, que la Ideología sea ideológica? Que la religión, la metafísica, son una ideología ya quedó expuesto por la revolución de los ideólogos, pero con ello se abre la posibilidad de cuestionar, precisamente, si la ciencia no será, también, una ideología con un poco menos marcado carácter ideológico. Bastaría recordar los trabajos de Bruno Latour que tanta urticaria produjeron a los anti-postmodernos (afrancesados).
El momento ideológico se presenta, podríamos decir, de una forma no del todo evidente, como una suspensión del juicio, de la conciencia, de un modo similar a la suspensión de la credulidad ante una obra de teatro.
No nos referimos al carácter maniqueo de lo verdadero/falso en el hecho de ser espectador de una ficción, sino al orden de la configuración del mundo que este mismo proyecta, de las expectativas, de los deseos, de las esperanzas. Podríamos decir que la política es la gestión de lo ideológico, más que de la ideología, aquello otro que permite el cambio, que abriría la conciencia, la visión del mundo, de la realidad, y aquí, también, se abre un abanico no solo de los intereses en juego sino de todo una estética, en el sentido lato, griego, de las pulsiones, de los deseos, de la emoción, de la erótica y las formas y discursos más convincentes para deducir, aunque resulte paradójico, que esto mismo era todo aquello que los ideólogos de la Ilustración querían erradicar. ¿Y no será, entonces, que la Razón, es, también, un concepto ideológico? A esto precisamente respondió la tan menospreciada postmodernidad.
La finalidad de los ideólogos de la Ilustración era reconstruir la sociedad sobre una base racional. Dicha pretensión se instalaba sobre una contradicción. Como señala Terry Eagleton, por una parte, afirmaban que las personas eran productos determinados por su entorno, por otra, insistían en que podían elevarse por encima de estos determinantes mediante la fuerza de la educación. Tan pronto como las leyes de la conciencia humana se sometiesen a inspección científica, esa conciencia se transformaría en la dirección de la felicidad humana mediante un proyecto pedagógico sistemático. Eagleton se pregunta: “Pero, ¿cuáles serían los determinantes de ese proyecto? O, como dijo Karl Marx, ¿quién educaría al educador? Si cualquier conciencia está condicionada materialmente, ¿esto no se debería aplicar también a las nociones aparentemente libres y desinteresadas que ilustrarían a las masas, haciéndolas salir de la autocracia y entrar en el reino de la libertad? Si todo ha de exponerse a la lúcida luz de la razón, ¿esto no debe incluir la misma razón?”.
No resulta menos cuestionable el hecho de que con Marx nos encontramos con el mismo problema, pues no sabremos en qué medida podemos conocer el verdadero interés que el proletariado pueda tener en relación a la luchas sociales, el capital, la revolución, la emancipación, etc.
Y cómo se garantizaría que el traspaso de la teoría a la práctica no estuviera exenta del carácter ideológico con el que Marx tendría que dotar de herramientas conceptuales a la clase trabajadora para que luche en defensa de sus propios intereses hasta la disolución misma de la contradicción con el advenimiento del comunismo. Es decir, el empeño marxiano no está exento de aquello que con la Revolución se pretendía emancipar; la metafísica. Eagleton nos recuerda que “si la ideología se propone examinar el origen de la conciencia humana, ¿qué decir de la conciencia que lleva a cabo esta operación? ¿Por qué había de estar inmune ese modo particular de razón a sus propias proposiciones sobre la base material del pensamiento?”.
II
Con el señalamiento ideológico, los feminismos en tanto “ideología de género”, se introduce el silogismo de lo Verdadero/Falso, y a la vez, se oculta el carácter constructivo, kantiano, subjetivo, socialmente determinado que está implícito en todo juicio epistemológico. Este silogismo está inserto en la lógica binaria desde el cual se indica, se impugna, se inyecta, se conceptualiza la falsa conciencia, las intenciones libertarias o revolucionarias como fraudulentas en sí mismas, o como fraudulentas hacia los demás, con intenciones soterradamente terroristas ante el estatus quo. La problemática está en que, por un lado, en Marx, La Ideología alemana, la ideología es básicamente concebida desde el plano del binarismo lógico, que corresponden a la dialéctica base-superestructura. Pero esta noción, como nos indican Larraín, Eagleton, y otros marxistas contemporáneos, se ha vuelto holística en el “segundo” Marx, el Marx que comprende el capitalismo como la maquinaria que ha engendrado por completo una realidad ilusoria en la que cabe, extrañamente, lo verdadero:
“En El Capital parece afirmar que nuestra percepción (o percepción errónea) de la realidad ya está de algún modo inmanente en la propia realidad; y esta creencia, que lo real ya contiene el conocimiento o conocimiento erróneo de sí mismo, puede considerarse una doctrina empirista”.
Los perpetradores de la “ideología de género” no parecen aceptar las contradicciones desde las que enjuician lo verdadero como falso, y lo falso como verdadero. Este atolladero es lógicamente irresoluble, porque, precisamente, la lógica es inútil en este sentido, pero en otro sentido funciona como un instrumento deslegitimador. Lo interesante es ver cómo el statu quo se apropia del concepto de ideología en el sentido políticamente negativo, y lo utiliza para señalar aquello que a su juicio es lo falso, lo engañoso, lo tendencioso, etc, y así apoyarse, una vez más, en el fundamento epistemológico del aristotelismo: la verdad de los sentidos. Aquí nos encontramos con un nuevo laberinto, que podríamos resumir en una anécdota de Ludwig Wittgenstein. Un día el filósofo preguntó a un colega por qué la gente consideraba más natural afirmar que el sol se movía alrededor de la tierra en vez de al revés. Cuando le dijeron que simplemente parecía así, preguntó que cómo parecería si la tierra se moviese alrededor del sol.
El primer científico que ha tenido que actuar como un feminista, fue, precisamente, Galileo. El filósofo de la ciencia Alan F. Chalmers nos cuenta que Galileo tuvo que hacer trabajo duro de persuasión, para que se aceptara definitivamente su modelo heliocéntrico. Galileo, perplejo ante la arrogante superioridad moral y lógica que representaba el aristotelismo de la verdad de los sentidos, diseñó una serie de estrategias persuasivas, a través de cartas, publicaciones e invitaciones a la observación directa in situ, con el uso de los precarios telescópicos con los que exploraba los astros, para, precisamente, desengañar, desnaturalizar, por medio de la fuerza probatoria de la experimentación, es decir, de la praxis revolucionaria: el aspecto fundamental que tira por la borda la cristalización de los cuerpos heternormalizados en el concepto de identidad.
El aspecto fundamental que tira por la borda la cristalización de los cuerpos heternormalizados en el concepto de identidad
Frederic Jameson sugiere que la operación fundamental de toda ideología es exactamente esta rígida oposición binaria entre lo de uno mismo o conocido, que se valora positivamente, y lo otro o lo distinto de lo propio, que se expulsa fuera de los límites de lo inteligible. Parece, entonces, que con la ideología nos movemos en un territorio tan dinámico entre el ser y el deber ser, que solo una férrea arbitrariedad liga un concepto en el otro, subsume la materia en forma susceptible de reificarse en leyes.
¿Qué oculta el señalamiento ideológico, el acto de “fusilamiento” intelectual, la sinécdoque reaccionaria de revertir la parte en un todo? El miedo a la diferencia. El miedo a la disolución del marco teórico del Ser, lo dado, la apariencia. Para Theodor Adorno, lo contrario de la ideología no sería la verdad, la teoría, sino la diferencia o la heterogeneidad; afirma la esencial no identidad de pensamiento y realidad, el chorismos que nace, como vemos con Marx, en el corazón mismo de la división del trabajo y la enajenación. Aquí se demuestra que la lógica binaria sigue siendo el eje por medio del cual el concepto de ideología resulta crítico. Resulta crítico porque el punto de partida, como vemos con Marx, ya no son la ideas, sino la materia, y cómo esta es transformada por la acción humana, la división del trabajo, la continua y acumulativa complejización de una transformación material; la ideología vendría a surgir, paradójicamente, como una detención de ese proceso, un límite de ese proceso. Lo característico, creemos, que hace un acto ideológico es la natural y aparente no-contradicción desde la que surge, pues aceptar la contradicción interna, necesariamente surgida desde la actividad humana como algo cambiante, supone la autodisolución, el debilitamiento de la ideología misma. Que el feminismo no sea una ideología en el sentido negativo que de forma muy tendenciosa se le ha etiquetado no significa que este no pueda tener en sí un programa de acción basado en una serie de ideas, cuyo marco teórico bien pudiera reducirse a ideología. La diferencia está en que el feminismo como movimiento revolucionario, como praxis revolucionaria, posee una coherencia interna que está estrechamente ligada a la actividad práctica. Sus vindicaciones no están camufladamente idealizadas, naturalizadas, sino todo lo contrario: nacen desde la corporalidad misma, y sus prácticas inmanentes. Por ejemplo, las vindicaciones en pro de los valores de la familia no son algo que haya sido habitualmente defendido por las féminas mismas, sino, como todos sabemos, por instituciones paradójicamente distantes y que albergan un sinnúmero de contradicciones, como la institución eclesiástica y su nueva internacional catolicista, que habla desde el altar de la Forma, borrando, ocultando, la complejidad crítica de la materia, la actividad práctica, la diversa realidad social de las féminas.
La coherencia interna a la que hicimos referencia más arriba está perfectamente trazada por el filósofo Martin Seliger, en su concepto de ideología como “conjunto de ideas por las que las personas proponen, explican y justifican fines y significados de una acción social organizada y específicamente de una acción política, al margen de si tal acción se propone preservar, enmendar, desplazar o construir un orden social dado”.
El acto ideológico necesita negar la acción política como tal. Por esto resulta comprensible que el statu quo se presente, normalmente, como despolitizado, como antipolítico, como antiideológico (aunque el más contradictorio sería el prefijo aideológico), etc, ya que la acción política es la transformación de pensamiento en acción, donde la acción produce cambios, diferencias. Lo extraño de todo es que, tanto en lo ideológico como en lo no-ideológico, nos movemos por el mismo terreno del silogismo Verdadero/Falso.
Volviendo a Marx, la diferencia entre ideas en general e ideología se explica a partir de su proposición de que las “ideas son expresión consciente –real o ilusoria– de sus relaciones y actividades reales, de su producción, de su interacción, de su conducta social y política”. Al constatar que las ideas pueden ser una expresión real o ilusoria de la práctica, Marx introduce un criterio de distinción basado en la adecuación de esa expresión. La ideología, o en este sentido, el acto ideológico, tiene que ver con aquellas ideas que expresan la práctica inadecuadamente. La razón de esto no es un proceso cognitivo defectuoso sino un desconocimiento práctico, una limitación, restricción de la propia práctica: “Si la expresión consciente de las relaciones reales de estos individuos es ilusoria, si en su imaginación ellos tornan la realidad de cabeza, entonces esto es el resultado de su modo limitado de actividad material y de las relaciones sociales limitadas que surgen de allí” (Grundrisse).
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La gran mayoría de los textos especializados, los estudios y los libros que son ya clásicos sobre el tema de la ideología constatan un aspecto central de dicho concepto: el debate está superado o pertenece al pasado. Lo relevante de esta situación es que de algún modo nos ofrece una clave a modo de...
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Víctor Costas
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