1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Socialismo o barbarie

¿Hay alternativa al capitalismo?

Si la izquierda quiere el futuro tiene que volver a asociarse con la proyección estimulante de las fuerzas sociales hacia una vida más rica, multifacética e interesante

Martín Mosquera 5/04/2022

<p>Grafiti de Karl Marx</p>

Grafiti de Karl Marx

JacobinLat

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

A partir del siglo XVIII, con la Revolución Francesa y el ascenso de la burguesía, se produjo un cambio brusco en la forma en que se experimentaba el presente y, sobre todo, el futuro. Hasta entonces, las sociedades proyectaban su vida social en una continuación perpetua o según un patrón de cambio estacional o cíclico, y solo las imágenes religiosas ofrecían un relajamiento de los pesares del mundo y una promesa de bienestar y felicidad. En unas líneas célebres, Marx describió la ruptura inédita que introdujo la burguesía en la historia:

“La burguesía no puede existir sin revolucionar permanen­temente los instrumentos de producción; es decir, las relacio­nes de producción; es decir, todas las relaciones sociales. […] Todo lo establecido y estable se evapora, todo lo santo es profanado, y los hombres se ven, por fin, obli­gados a contemplar con una mirada sobria su posición en la vi­da, sus relaciones recíprocas”.

En la misma dirección, 1789 introdujo el concepto de revolución como una ruptura radical que inauguraba un tiempo nuevo. El futuro se tornó abierto e incierto. La idea positivista de progreso intentaba responder a la nueva situación: la sociedad cambia, pero siempre según una secuencia ordenada y previsible que tiende a lo mejor. Con todo, la incertidumbre social ante lo provisorio nunca encontró consuelo en esas especulaciones, como se puede apreciar en la literatura del siglo XIX (Baudelaire, Tolstoi, Blake) que muestra la resistencia a la industrialización y la angustia ante un presente que se tornó transitorio e incierto.

La tendencia al cambio y a la transformación permanente de las relaciones sociales se extendió rápidamente al cuestionamiento del orden social mismo. Desde mediados del siglo XIX, con las revoluciones de 1848 en Europa y especialmente en Francia, donde destacaron Pierre-Joseph Proudhon y Louis Blanc durante la Segunda República, la idea de una alternativa social al capitalismo llegó a ser una perspectiva real en la cabeza de millones de personas. La revolución industrial y el ascenso de la burguesía arrasaba sin piedad con las formas comunitarias, artesanales y precapitalistas, pero este ascenso era seguido como su sombra por un contramovimiento de resistencia, del que nació el socialismo como el más vasto movimiento político y social de la modernidad.

La tendencia al cambio y a la transformación permanente de las relaciones sociales se extendió rápidamente al cuestionamiento del orden social mismo

A diferencia de las grandes corrientes político-culturales precedentes, como la ilustración o el liberalismo, el socialismo no solo captó la atención de intelectuales, dirigentes de la pequeña burguesía o de las élites estatales: sectores enteros de la clase trabajadora y del “pueblo llano” llegaron a formarse en torno a sus valores y a sus concepciones. Esa imaginación política fue poderosa, atractiva y operativa durante más de un siglo.

En un texto de 1891, analizando las perspectivas del socialismo alemán, Friedrich Engels escribía:

“Hoy podemos contar con un soldado de cada cinco; dentro de algunos años, tendremos uno cada tres, y hacia 1900, el ejército, que es el elemento prusiano por excelencia, será socialista en su mayoría. Este desarrollo se realizará irresistiblemente, como un dictado del destino. El gobierno de Berlín lo ve acercarse tanto como nosotros pero es ‘impotente’”.

El socialismo de la II Internacional y sus figuras más eminentes –Kautsky, Plejánov, Jaurès, Liebknecht, Luxemburg, Bebel– ­compartían una notable confianza en la historia y en el futuro. Mucho se ha escrito sobre la influencia de la noción moderna de progreso en estas concepciones del socialismo clásico. “No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana –escribió Benjamin– que la idea de que ella nada con la corriente […]. [Su progreso] se consideraba irresistible (recorriendo automáticamente su curso sea recto o en espiral)”. Pannekoek definió como un “radicalismo pasivo” a la estrategia kautskiana, derivada de considerar que el buen término de la historia estaba asegurado. Todo eso es cierto, pero no agota la cuestión.

El optimismo de principios de siglo no era simplemente la degradación popular de la escatología histórica moderna, que había descendido desde la filosofía de Hegel hasta la cabeza del obrero metalúrgico socialdemócrata. Era una experiencia cotidiana y una conquista política. Había confianza en el futuro porque los avances sociales y políticos lo permitían. Los partidos socialdemócratas crecían elección tras elección, los sindicatos aumentaban sus afiliados y se había desarrollado una vigorosa subcultura obrera en el seno de la sociedad burguesa. La creencia en “las fuerzas de la historia” no solamente reproducía inconscientemente una ideología moderna de progreso: también era un juicio práctico, normativo antes que descriptivo, basado en la experiencia de la propia fuerza. Era una fuerza política movilizante.

Sin embargo, las cosas iban a complicarse. A partir de 1914, en un puñado de años se experimentarían de forma acelerada los problemas que luego marcarán repetidamente al siglo XX: capitulación de la socialdemocracia, burocratización del primer Estado obrero, autonomización u oligarquización de las direcciones partidarias, conservadurismo de las estructuras sindicales, resiliencia del Estado burgués y de su aparato represivo, marginación de los pequeños grupos radicales. El socialismo europeo perdió bruscamente su inocencia.

Aun así, el optimismo del siglo XX sigue contrastando notablemente con nuestro presente. Las adversidades y derrotas que enfrentó la izquierda durante aquel periodo perdían gravedad ante una promesa de futuro que se mantenía firme, y ante la cual parecían solamente jalones inevitables. Dice Enzo Traverso en Melancolía de Izquierda: “Las derrotas históricas […] –1848, la Comuna de París, la revolución espartaquista, el levantamiento del gueto de Varsovia y la lucha guerrillera boliviana del Che Guevara– tenían un sabor de grandeza y de gloria”, eran el alimento y la fuerza de las luchas posteriores. “No eran esas derrotas oscuras que, según Charles Péguy y Daniel Bensaïd, generaban ‘decepción y desencanto’, derrotas de las cuales ‘una generación no puede recuperarse’”. En cambio, la caída del “campo socialista” sí implicó una derrota de ese tipo.

Los intelectuales de las clases dominantes detectaron el cambio subjetivo e intentaron cristalizarlo ideológicamente: un “nuevo orden mundial” había emergido en los años noventa, el fin de la historia, la pax perpetua de la democracia liberal. Festejaron, fundamentalmente, el fin del socialismo. Enzo Traverso describe la década de 1990 como una nueva “medianoche en el siglo”, reviviendo la expresión que Victor Serge utilizó para simbolizar los años de ascenso simultáneo del fascismo y el estalinismo durante los años treinta. Para Perry Anderson la singularidad histórica del periodo abierto con la ofensiva del capitalismo neoliberal, que siguió a la caída del socialismo real, es que nunca desde la Reforma una ideología había alcanzado una aceptación tan amplia y se encontraba tan despojada de alternativas que la desafiaran. Y en el mismo sentido se pronunció Fredric Jameson cuando afirmó que en la actualidad es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Nuestro tiempo, entonces, está marcado por la ruptura con la forma de experimentar el presente y el futuro inaugurada en 1789. En su reemplazo, el pesimismo campea como el horizonte insuperable de nuestra época.

¿Qué nombra el socialismo?

Sin embargo, han pasado treinta años desde la caída del socialismo real. Y las cosas no se mantuvieron quietas. Antes del cambio de siglo ya empezó un lento proceso de recomposición del movimiento social: el levantamiento zapatista, las huelgas del invierno francés de 1995, la movilización de Seattle en 1999, las luchas latinoamericanas contra el neoliberalismo. Años después, y más allá de las limitaciones del caso, el socialismo volvió a estar en boca de algunos gobernantes en América Latina. Más recientemente, entre la juventud nada menos que de EE. UU., socialismo vuelve a ser una palabra popular y atractiva. Grandes revueltas recorrieron el mundo superando cualquier cosa vista desde el 68. Ya no estamos en los años noventa.

Grandes revueltas recorrieron el mundo superando cualquier cosa vista desde el 68. Ya no estamos en los años noventa.

En cualquier caso, las luchas y movilizaciones avanzan más rápido que la construcción de una alternativa. Los estallidos sociales de los últimos años (Chile, Haití, Argelia, “chalecos amarillos”, Black Lives Matter, países árabes, para mencionar algunos) muestran el doble componente de la coyuntura actual: las clases populares son capaces de irrumpir explosivamente en la esfera pública, derrumbar gobiernos o incluso regímenes de largas décadas, como en el caso de la Primavera Árabe, pero rápidamente llegan a un punto muerto: simplemente no saben cómo continuar. Las experiencias de canalización institucional de estas movilizaciones (el ciclo progresista en América Latina, las candidaturas de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn, el cambio constitucional en Chile), aun con sus aspectos positivos, están muy lejos del objetivo de implantar una alternativa social y política al capitalismo entre las clases populares.

Pero no se trata solamente de volver a arraigar una idea olvidada, como quien devuelve un objeto a su lugar. Reconstruir un horizonte político alternativo va a requerir un trabajo de reconstrucción y redefinición. No se trata de recrear la revolución bolchevique dejando afuera a Stalin. Como bien señala Catherine Samary, no podemos desentendernos del estalinismo simplemente afirmando: “no fue socialismo, no nos concierne”. Una cierta idea del socialismo ya no es deseable o factible: eliminación rápida del mercado, estatización generalizada de la vida social, supresión de las libertades formales y de las instituciones representativas en nombre de un tipo de democracia superior. La nueva sociedad tampoco puede seguir imaginándose, según la utopía primitiva del socialismo fourierista o saint-simoniano, como una armonía funcional y universal. Esta imagen perdió vigencia. A menudo una expectativa utópica que reúne ambición e ingenuidad, como, por ejemplo, la democracia directa a nivel de masas, puede conducir en términos prácticos a su reverso, es decir, a la estatización burocrática de la sociedad. Lo describió bien Daniel Bensaïd:

“También en este caso, el que quiera hacerse ángel se arriesga siempre a volverse bestia: al querer abolir la representación se tienen fuertes posibilidades de irse hacia una democracia corporativa, pero entonces la consecuencia sería, no la desaparición, sino, en última instancia, el fortalecimiento del Estado burocrático. […] Lenin combatió [en el debate de 1921 con la Oposición Obrera] […] una concepción corporativa de la democracia socialista que yuxtapondría sin síntesis los intereses particulares de la localidad, empresa, trabajo, sin llegar a alcanzar un interés general. Se volvería entonces inevitable que un bonapartismo burocrático fuera confinando a su red los poderes descentralizados y la democracia económica local, incapaces de proponer un proyecto hegemónico para el conjunto de la sociedad”.

Quedan planteadas, entonces, cuestiones programáticas fundamentales para el caso en que se reabran procesos de transición al socialismo en nuestra época. ¿Qué relación entre el plan y el mercado? ¿Cuál nivel de centralización y cuál de autonomía de gestión de los productores en los lugares de trabajo? ¿Qué Estado necesitamos? ¿Qué relación entre las experiencias de “democracia desde abajo” y las formas de centralización representativa?

El socialismo va a volver a ser un proyecto de masas si logramos arraigar en la expectativa popular una imagen simple y poderosa de la sociedad por la que luchamos. En este aspecto, los interminables debates marxistas pueden hacernos perder de vista una cuestión básica. Si, por un lado, el socialismo implica debates técnicos complejos, por otro, no es una idea complicada. Se trata fundamentalmente del control democrático de la producción social para que deje de operar a espaldas de las personas.

El socialismo va a volver a ser un proyecto de masas si logramos arraigar en la expectativa popular una imagen simple y poderosa de la sociedad por la que luchamos

El control social de la vida material implica la combinación de distintos regímenes de propiedad, con eje en la propiedad pública de los recursos económicos fundamentales (“la socialización de los grandes medios de producción” siempre supuso que había otros). El recurso al mercado en los procesos de transición al socialismo es tan inevitable como importante es no asimilarlo acríticamente. No se trata solo de intercalar plan y mercado en ciertas proporciones y de la combinación de regímenes de propiedad diferentes (estatización, municipalización, cooperativas, pequeña propiedad), sino también de modificar el mercado para adaptarlo a una sociedad en la que debe prevalecer el control democrático de la vida productiva. “Socializar el mercado” plantea lúcidamente Diane Elson, y devuelve a la escuela austríaca y a los neoliberales la acusación sobre el déficit crónico de información de una economía planificada, al señalar la persistencia perjudicial de los secretos comerciales e industriales en el capitalismo. Esta autora propone “superar las barreras al intercambio de información que existen cuando los mercados son de carácter privado”, socializando el conocimiento sobre “productividad, costos de producción e innovaciones” entre empresas públicas administradas por los trabajadores o cooperativas. De esta forma, el mercado puede cumplir un papel en una economía democráticamente planificada, en lugar de erosionar su coherencia interna.

Estas cuestiones son importantes por razones económicas, pero también políticas y democráticas. La estatización de la producción económica conduce inevitablemente a un Estado burocrático cuando se desarrolla sin contrapesos en la distribución social del poder, que provienen, o bien del comercio privado, o bien de la democratización de la vida social y política. El devenir Estado, tanto de la actividad económica como de la política, marcó al socialismo del siglo XX que se orientaba por la expectativa temeraria en una enigmática extinción del Estado. Engels había legado el pronóstico de que el Estado comenzaría a desaparecer cuando expropiara a la burguesía. Hoy se debe rechazar sin miramientos esa predicción ingenua. De hecho, una de las tareas fundamentales del socialismo del siglo XXI es determinar las formas institucionales duraderas de un poder político democrático, en lugar de suponer que solo se requiere de un poder de excepción de corto plazo que se irá extinguiendo para dejar su lugar a un autogobierno social sin mediaciones institucionales.

La combinación de plan, mercado y autogestión tiene entonces un complemento irremplazable en la democratización de la vida pública. Pero si queremos evitar que la palabra “democracia” funcione como un comodín que oculta más de lo que aclara, tenemos que definirla de forma precisa. Si la burocracia, como decía Trotski, se consideraba  una “mente universal” capaz de “trazar a priori un plan económico perfecto y exhaustivo, empezando por el número de acres de trigo y terminando con el último botón de los chalecos”, a nosotros nos toca asumir la herida narcisista de que la democracia directa no reemplazará a la burocracia en la tarea de definir “hasta el último botón de los chalecos”. Si queremos preservar la participación directa de las masas para la resolución de los grandes asuntos públicos (prioridades de inversión, duración de la jornada laboral, organización del proceso económico), no puede perder el tiempo resolviendo el color de los botones; a menos que queramos ajustar nuestra imagen utópica al chiste de Oscar Wilde, que decía que el problema del socialismo es que nos va a hacer perder muchas tardes.

No resolveremos lo que Rakovsky tempranamente denominó “los peligros profesionales del poder” (burocracia, privilegios, pasividad de las masas) con la mesiánica entrada en escena de una democracia directa de masas que disolverá todos los problemas de la política y el poder. Es preciso construir una voluntad general democrática, que exceda la mera adición de puntos de vista particulares propia de la pirámide de consejos en la que pensaban los bolcheviques. Para evitar la deriva hacia una dinámica corporativa o burocrática, las instituciones de la democracia representativa cumplen un papel irremplazable: sufragio universal, multipartidismo, Estado de derecho, libertades civiles, que se combinarán con nuevas formas de democracia, sobre todo en el lugar de trabajo y en la producción.

El Estado no debe absorberlo todo, incluso en el caso de un poder público democratizado. Es preciso mantener cierta autonomía de “lo social” frente a él: de esa forma es más factible mantener viva una politización de la vida pública que pueda combatir eventuales riesgos burocráticos. La clase trabajadora debe tener los recursos para defenderse incluso del poder político que ayude a construir y que diga representarla, como bien comprendió Lenin intuitivamente en el debate sobre la autonomía de los sindicatos en 1920-1921. El “Estado obrero” es siempre una amenaza latente contra la propia clase obrera.

El socialismo no es un “más allá absoluto” al que solo podemos acercarnos por medio de un ejercicio de imaginación utópica

Por suerte, el socialismo no es un “más allá absoluto” al que solo podemos acercarnos por medio de un ejercicio de imaginación utópica. Existe embrionariamente en nuestro presente, fundamentalmente como producto de las luchas populares que han conseguido conquistas y reformas. Una idea de futuro no puede ser un ejercicio imaginativo de ciencia ficción, comienza por el intento conservador de preservar lo que merece la pena ser conservado: las libertades democráticas contra la evolución cada vez más autoritaria del capitalismo, los derechos sociales contra la ofensiva empresarial, la planificación por fuera del mercado de sectores de la economía, como la salud pública, contra el afán privatizador. En cada conquista popular respira dificultosamente una sociedad futura posible. Del afán defensivo por preservar conquistas surgirán las luchas ofensivas por una nueva sociedad, donde éstas puedan estabilizarse y profundizarse.

¿Hay futuro?

La subordinación de la producción social a la planificación consciente tiene ahora una razón y una urgencia adicionales: es la única manera de garantizar una transición energética y un cambio productivo que evite o atenúe la catástrofe climática en curso. Cualquier análisis sobre el futuro, el capitalismo o el socialismo debe confrontar la inminencia de una crisis climática que se acelera cada día. Una ambigüedad recorre la toma de conciencia sobre la crisis climática. Por un lado, es un factor de radicalización política: debemos confrontar al capital fósil si queremos algún futuro para la vida en el planeta. Las movilizaciones juveniles por el clima están desarrollándose ante nuestros ojos, y no hay razón para pensar que vayan a detenerse. Nada desprovee más de un futuro al capitalismo que el colapso ambiental al que se dirige. Sin embargo, el pronóstico es tan aterrador que parece conducir a una disonancia cognitiva a nivel de masas: estamos dispuestos a seguir comprando smartphones y confiando en que nada puede ir tan mal mientras no podamos asimilar la información desagradable que nos provee la conciencia de la crisis climática. La situación en este terreno es más ambigua de lo esperado.

No podemos descartar que el socialismo renazca como respuesta al malvivir de la catástrofe climática

Por otro lado, no hay que olvidar que el socialismo de inicios del siglo XX se abrió paso en un contexto de catástrofe, fundamentalmente la que sobrevino producto de las grandes guerras. Por eso es pertinente la convocatoria de Andreas Malm a un “leninismo ecológico”: lograr convertir la crisis climática en una crisis para el capital mismo, transformar la “crisis de los síntomas” en una “crisis de las causas”, del mismo modo en que Lenin convirtió el fracaso ruso en la guerra imperialista en el primer triunfo revolucionario del siglo pasado. No podemos descartar que el socialismo renazca como respuesta al malvivir de la catástrofe climática.

El porvenir dura mucho tiempo

Varios autores han señalado con justeza que el capitalismo neoliberal (posfordista, flexible, precarizado) tiene como correlato un cambio subjetivo o un “nuevo espíritu del capitalismo”, según la fórmula de Boltanski y Chiapello que remite al célebre trabajo de Weber. Según estos últimos autores, el capitalismo contemporáneo mutó adaptándose parcialmente al cuestionamiento que recibió en los años sesenta y setenta. En aquellos años convergieron la crítica social al capitalismo y lo que los autores denominan “crítica artística”. Si la crítica social pone en cuestión la desigualdad y la explotación del capitalismo, la crítica artística cuestiona la alienación, la inautenticidad y la unidimensionalidad de la vida social. Su nombre proviene de que su origen no es el movimiento obrero, sino los modos de vida alternativos de artistas y bohemios. Según Boltanski y Chiapello, el capitalismo neoliberal absorbe los cuestionamientos libertarios de este tipo, representados paradigmáticamente en el 68 francés. De esta forma, el nuevo capitalismo es flexible, autónomo, autogestivo, antes que burocrático y disciplinario. Silicon Valley y Uber.

Nancy Fraser desarrolla una perspectiva convergente en su crítica al “neoliberalismo progresista”. El capitalismo neoliberal, sobre todo a partir de su gestión por parte de socialdemócratas o laboristas, sella una alianza entre el mercado y una versión superficial y liberal de las aspiraciones a la emancipación de los años setenta. El rostro más útil para el neoliberalismo no es Pinochet o Thatcher, sino Clinton, Blair y los socialdemócratas europeos: flexibilidad y autonomía, ya sea en la competencia mercantil, ya sea en los derechos civiles y las formas de vida. La combinación de un ataque a los derechos laborales con concesiones superficiales en el plano de la ciudadanía, las cuestiones de género, LGTB y el multiculturalismo.

El rostro más útil para el neoliberalismo no es Pinochet o Thatcher, sino Clinton, Blair y los socialdemócratas europeos

El neoliberalismo, entonces, se ha apropiado, aunque superficialmente, de muchos de nuestros anhelos emancipatorios. Esto conduce a la necesidad de pensar con mayor complejidad que en períodos precedentes el lugar del deseo en la hegemonía social capitalista, como han hecho algunos autores contemporáneos: Fredric Jameson, Mark Fisher, la corriente “aceleracionista”. El capitalismo contemporáneo ofrece multiculturalismo, cambio técnico y futuros imprevistos (recordemos: “la burguesía revoluciona incesantemente […] las relaciones sociales”) mientras la izquierda parece vitalmente austera y desprovista de futuros entusiasmantes. “El deseo por un iPhone –escribe Fisher– se vuelve automáticamente idéntico al deseo de capitalismo a secas”.

La izquierda actual está llena de memoria y de pasado: el Holocausto, el gulag, las dictaduras latinoamericanas. “Un mundo sin utopías –escribe Traverso– mira inevitablemente hacia atrás”. Pero la prioridad en la reivindicación de las víctimas es propia de una figura subjetiva defensiva y melancólica. Recuperar algún tipo de dimensión utópica implica una ruptura con el clima cultural de las últimas décadas. Si la izquierda quiere disputarle el futuro al capitalismo tiene que volver a asociarse con la proyección estimulante de las fuerzas sociales hacia una vida más rica, multifacética e interesante. Retomar el impulso, como escribió Benjamin sobre los surrealistas, “a conquistar para la revolución las energías de la embriaguez”. Debe revivir la confianza prometeica que en algún momento tuvo la clase trabajadora en su capacidad para apropiarse del mundo y romper los límites que impone el capitalismo a la experimentación –política, vital, estética– en la creación de la sociedad y de nosotros mismos.

----------------------------------

Martín Mosquera es licenciado en Filosofía, docente en la Universidad de Buenos Aires y editor principal de Jacobin América Latina.

Este texto fue publicado originalmente en Jacobin América Latina.

A partir del siglo XVIII, con la Revolución Francesa y el ascenso de la burguesía, se produjo un cambio brusco en la forma en que se experimentaba el presente y, sobre todo, el futuro. Hasta entonces, las sociedades proyectaban su vida social en una continuación perpetua o según un patrón de cambio estacional o...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Martín Mosquera

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

3 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Aramis

    La pregunta está mal planteada por cuanto el capitalismo no es causa, sino consecuencia. La pregunta es; ¿Hay alternativa a la desigualdad? En el capitalismo la desigualdad se establece en el eje Propietario–no propietario. En el socialismo la desigualdad se consolida en el eje Representante–representados.

    Hace 2 años 7 meses

  2. itsasotsoa

    Muy bueno el artículo. Llevo tiempo echando de menos algo así, hasta el punto de perder casi la esperanza de empezar a ver la luz al final del túnel. Muy de acuerdo también con el comentario de Marcoafrika. Creo que somos muchos los que estamos en esa línea, pero no sabemos cómo organizarnos, a prueba de digestión por parte de un sistema que tiene muy aprendido el marxismo en su beneficio.

    Hace 2 años 7 meses

  3. Marcoafrika

    Un buen y necesario artículo, quizás excesivamente cargado de referencias histórico-académicas que dificultan la comprensión final del mensaje, sobre todo a quien debería ir destinado, no exactamente a los intelectuales pequeño burgueses (o grandes) sino a los protagonistas de la historia, esas masas aparentemente silenciosas o alienadas sobre la que se descarga el peso de la explotación y la responsabilidad "no sentida" por ellas, de su propia liberación. A veces, muchas, he pensado que la especie humana, siento utilizar el biologismo, posee una especie de gen o una herencia genética relacionada con los otros primates que comparten su árbol genealógico, algo así como un "gen capitalista", los hábitos competitivos aunque, también, cooperativos (afortunadamente), necesarios para su adaptación y supervivencia en la naturaleza y por supuesto para su evolución, el proceso que ha llevado a la rama "homo sapiens" hasta sus conquistas tecnológicas espectaculares y que han permitido la prolongación de su esperanza de vida, por ejemplo, o el llamado bienestar para una gran parte de sus tribus aunque no para todas. La cuestión no es baladí. Por supuesto que la conquista de la utopía socialista o comunista sigue siendo el único camino hacia el que deberíamos o tendríamos irremediablemente que avanzar por decirlo con una imagen matemática, asintóticamente. En definitiva intentar aproximarnos lo más posible al ideal mientras reducimos la testosterona y violencia de nuestra naturaleza, intentamos mecanismos para acabar con todas las guerras fratricidas y ensayamos métodos posibles para un comportamiento de cooperación versus competición, métodos realistas y asequibles que deberían comenzar con la inaguración de una nueva pedagogía. ¿Como?, pues posiblemente dejándonos los cuernos, garras y colmillos en el camino, a fuerza de estudiar, de trabajar para todos, con todos y en una dirección que de forma urgente, más pronto que nunca debe ser colectiva y llena de mecanismos flexibles de control fáciles, discutibles y reversibles o revisables en cada momento de nuestras vidas, algo que ya hacemos pero ocasionalmente y de forma caprichosa, individualmente cuando las cosas se ponen feas. No tenemos mucho tiempo y no debemos malgastarlo en matarnos los unos a los otros a no ser que nuestra perversión ya sea irreparable y entonces quizás el planeta nos lo agradezca aunque nosotros ya no estaremos en él para comprobarlo.

    Hace 2 años 7 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí