El INFORME DE LA MINORÍA
Aparta de mí ese telescopio
Apetece ponerse del lado de los adversarios de Galileo y negarse a mirar: si no puedes explicármelo, no hace falta que me lo enseñes
Xandru Fernández 24/10/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Hasta donde yo sé, nunca he tenido un alumno terraplanista. Es normal: no hay tanta gente que ponga en duda la esfericidad de la Tierra. Nos parecen muchos más de los que son porque, en el fondo, juzgamos que con solo uno ya serían demasiados. Pero no son tantos. Se esmeran mucho en parecer más, es lógico, como cualquier secta que se sabe minoritaria y fácil de extinguir, pero su presunto éxito se explica menos por su capacidad real de influir en la opinión pública que por los hábitos hiperventilatorios de la progresía digital.
Lo que a mí me inquieta no es el escaso éxito de los terraplanistas sino la facilidad con que podrían obtenerlo: el hecho de que, si los hados les fueran propicios, tardarían muy poco en convencer a una gran mayoría. De momento son demasiado patosos para ser otra cosa que un chiste, pero hay un aspecto en el que parten con ventaja frente a la visión copernicana convencional, y es que no razonan de manera muy diferente a la mayoría de los que hasta ahora se ríen de sus tesis. El terraplanismo es una manera de pensar que encaja en nuestro paisaje tecnológico mucho mejor que el copernicanismo de toda la vida. El terraplanista moderno es un producto de la fotografía espacial.
Suelo preguntárselo a mis alumnos todos los años y la respuesta es siempre la misma: ¿Por qué sabemos que la Tierra no es plana? La respuesta: porque hay fotos. No tienen ninguna duda de que esas fotografías del planeta Tierra tomadas desde el espacio son la prueba definitiva frente a los terraplanistas y que no hay más que discutir. Pero el terraplanismo no se sostiene a pesar de esas pruebas fotográficas, sino gracias a ellas: si uno cree que la Tierra es esférica tan solo porque ha visto unas fotos que lo demuestran, basta con poner en duda la autenticidad de esas fotos para que esa recia convicción se tambalee.
Nada de esto sería posible sin el peso desproporcionado que nuestras sociedades conceden a la visión como instrumento de acceso privilegiado a la verdad. Mis alumnos suelen sorprenderse de que los planetas, salvo Urano y Neptuno, sean visibles desde la Tierra, pero se sorprenden mucho más cuando les explicas la manera de distinguir un planeta de una estrella. Suelen creer que es algo que vemos, un conocimiento que hemos obtenido a partir del desarrollo de un instrumento que amplía nuestra capacidad de ver: el telescopio. Que la astronomía sea anterior al telescopio los desconcierta. Supongo que a mí me desconcertaba también, pues soy hijo de esa misma confianza en los ojos como testigos “más fieles que los oídos”, una confianza moderna, absolutamente moderna, aunque la sentencia sea de Heráclito. Lo que entra por los ojos no se puede comparar con lo que entra por los oídos, esto es, con la palabra, con la reflexión y la discusión racional y razonable. Intuimos que ganar una discusión es ofrecer razones más sólidas que nuestros adversarios, pero a la hora de la verdad lo que da o quita razones es un buen meme o un titular en la pantalla del móvil. Algo que todo el mundo puede ver.
Lo que llamamos Modernidad reorganizó la sensibilidad humana, tenía razón McLuhan: la vista acabó siendo el instrumento de autentificación por excelencia, el argumento ontológico definitivo. Así Galileo, empeñado en que sus adversarios aristotélicos (pero no terraplanistas: en realidad, casi nunca ha habido terraplanistas, y en cualquier caso nunca hubo tantos como ahora) viesen con sus propios ojos la falsedad del aristotelismo: venid y mirad por mi telescopio. Lo que Galileo sugería era terrible, y absolutamente inaceptable para una mentalidad entrenada en el cálculo, independientemente del peso que por entonces se le diera a la fe religiosa: suponía modificar la correlación de fuerzas entre la razón y los sentidos y ponerse de parte de estos. Y, sobre todos ellos, de la vista.
No hay metáfora del conocimiento más poderosa que la de la visión, pero no puede dejar de ser eso, una metáfora: hay mucha sabiduría en el ritual iniciático de vendarle los ojos al aspirante a sabio, como hace Obi Wan con Luke Skywalker en su primer entrenamiento jedi. En nuestra obsesión por demostrarlo todo a todo el mundo, nos estamos olvidando de que la garantía de nuestras convicciones científicas más asentadas ni es ni ha sido nunca la exploración visual, sino el desarrollo teórico. También cuando nos agreden visualmente con un titular impactante, aunque sea falso, o cuando se señala a un periodista como vendido a las cloacas del Estado sin aportar otra prueba que su presencia en una tertulia o un medio de comunicación, o cuando se difunde una infografía resultona pero carente de rigor empírico y matemático. Trucos de ilusionista que unas veces benefician a unos y otras, casi siempre, a los otros, pero que en todos los casos repugnan al pensamiento crítico y a los buenos hábitos de razonamiento. De pronto todo el mundo tiene un telescopio y nos invita, a veces hasta nos obliga, a mirar por él para que veamos lo que después no podrá ser puesto en duda porque, en efecto, lo hemos visto. Apetece ponerse del lado de los adversarios de Galileo y negarse a mirar: si no puedes explicármelo, no hace falta que me lo enseñes. Algo que Galileo, por cierto, también entendió a la perfección. De lo contrario no habría escrito nada.
Hasta donde yo sé, nunca he tenido un alumno terraplanista. Es normal: no hay tanta gente que ponga en duda la esfericidad de la Tierra. Nos parecen muchos más de los que son porque, en el fondo, juzgamos que con solo uno ya serían demasiados. Pero no son tantos. Se esmeran mucho en parecer más, es lógico, como...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí