El salón eléctrico
Las ilusiones perdidas
Nuestra desilusión democrática siempre será mayor que la de nuestros vecinos: al menos ellos hicieron unas cuantas revoluciones e inventaron la república moderna y la guillotina. Por si fuera poco, los franceses aman a sus novelistas y cineastas
Pilar Ruiz 31/10/2022
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“Hay dos historias: la historia oficial con mentiras y luego la historia secreta, donde se encuentran las causas reales de los hechos”.
Honoré de Balzac (1799-1850)
Cansados. Hartos. Pospandémicos y aturullados por incertidumbres históricas, decepcionados, engañados por el cada vez más desprestigiado poder mediático, asustados por el contrapoder de jueces antisistema, aterrados por culpa de la crisis climática, de la guerra cercana, de los aullidos del neofascismo cañí, trumpista, de ricino italiano o pomporrutas imperiales. Desilusionados.
No extraña que cada vez haya menos lectores de prensa escrita, incluso de estas no páginas –como el no cumpleaños de Alicia– que llevamos haciendo desde un lejanísimo 2015. Así que si están ustedes leyendo estas líneas, les damos las gracias por ello. Incluso si no les gusta lo leído y deciden hacer una mala crítica en Tripadvisor, también muchas gracias. De todas formas y más que nada por mantener la salud, sería conveniente poner un poco de orden. Todo, hasta el caos, en su justa medida. Porque puede que estos tiempos inciertos y acelerados no sean tan extraordinarios ni nuestras vivencias tan excepcionales como pretendemos. ¿Y si todo esto ya hubiera pasado antes? ¿Y si estuviéramos atrapados en una misma rueda hasta la saciedad histórica?
En los tiempos del TikTok y el autotune, el director, guionista y productor francés Xavier Giannoli saca de la catacumba polvorienta de la literatura a una de esas antiguallas convertidas en estatua de bronce que adornan los parques, para que nos suelte unas cuantas verdades de ayer, hoy y siempre. Honoré de Balzac, un tipo muerto hace 172 años, debería estar callado. Pues no: es lo que tienen los clásicos.
Las ilusiones perdidas, publicada entre 1836 y 1843, cuenta los avatares de un ambicioso que quiere triunfar en París a toda costa en una Francia en la que han fracasado tanto la República revolucionaria como los sueños imperiales de Napoleón. Tras la derrota ya solo queda un único ganador: el trepa. Este es el verdadero héroe del capitalismo moderno –no se crean a los nostálgicos de Adam Smith– y los novelistas franceses lo sabían. Por alguna razón, a estos tipos tan geniales les pareció pertinente dejarlo por escrito para aviso de generaciones venideras. Stendhal y su Julien Sorel de Rojo y negro (1830); Flaubert con el Fréderic Moreau de La educación sentimental (1869); Maupassant en el Georges Duroy de Bel Ami (1885) y este Lucien de Rubempré o Chardon de Las ilusiones perdidas. Un tipo repetido: el provinciano arribista que hace lo que sea para poder triunfar en la sociedad del momento: mentir, estafar, corromper y corromperse con la inmoralidad como única bandera. El autor conocía de primera mano al personaje. Con un padre de origen campesino –Balssa a secas, porque el “de” Balzac es invención– modelo de trepa y cambiachaquetas que se hizo un capitalito con el negocio más evidente y a la vez más oscuro: el de los suministros de guerra, primero con las revolucionarias y luego con las napoleónicas. Papá Balzac se hubiera frotado las manos con el 25% de aumento en gasto militar de los presupuestos OTAN. “Detrás de cada gran fortuna se encuentra un gran crimen”, dijo el amigo Honoré, sin miedo a que le despellejaran los fans de Amancio Ortega.
Las ilusiones perdidas (2021) es una espléndida –en todos los aspectos– adaptación al cine de una gran novela. Xavier Giannoli crea un retrato de una sociedad convulsa donde el bulo y el fraude son moneda de curso legal. Una época donde las personas no son más que objetos de consumo en un mercado diseñado para uso exclusivo de farsantes, avariciosos y sociópatas. Donde el poder, el éxito, el fracaso, el talento y la mediocridad se compran y venden al mejor postor. En el centro de todo siempre está una prensa vendida a la corrupción, la mala fe, el cinismo y la manipulación. Balzac, el enterrador de ilusiones, nos da una lección magistral sobre cómo funciona la rueda de poder y los medios de comunicación en las sociedades modernas: aplastando la verdad, la justicia, el mérito y, uno por uno, a los individuos.
Por supuesto, Giannoli no es el primero al que Balzac coge de la oreja y obliga a llevarlo al cine: La muchacha de los ojos de oro (Albicocco, 1961), El coronel Chabert (Angelo, 1994), La piel de zapa (Berliner, Tvmovie de 2010), La prima Bette (McAnuff, 1998) que a pesar del repartazo –Jessica Lange, Bo Hoskins, Elisabeth Shue y Hugh Laurie– no logra acercarse ni de lejos a la dimensión humana de la comedia ídem; será porque no son franceses. Porque, en el cine galo, el viejo Honoré está presente incluso cuando no está: Antoine Doinel le pone un altar y la vela casi quema la casa de su madre en Los 400 golpes (Truffaut, 1959); el libro de Las ilusiones perdidas es un regalo en Los primos (Chabrol, 1959) y por él Eric Rohmer se convierte en librero en Out 1, noli me tangere (Rivette, 1971).
Precisamente Jacques Rivette –el más fanático entre fanáticos, dijo Truffaut– probó suerte en el universo balzaquiano dos veces: en La duquesa de Langeais (2007) y La bella mentirosa (1991), esta última sobre la obsesión por el arte y la belleza ya presentes en La obra maestra desconocida (1831), el relato original que fascinaba a Picasso y que ilustró con 13 aguafuertes en 1931.
En España, la sombra del francés es alargada y las ochenta y cinco novelas que sintetizan la historia social de Francia entre 1815 y 1830 de su Comedia Humana respiran en Los episodios nacionales de Galdós y El ruedo ibérico de Valle Inclán, quien opinaba que un buen escritor no debe escribir para la prensa porque “avillana el estilo”. Hay que recordar que el gallego quedó manco de una paliza que le dio el periodista Manuel Bueno, un personaje balzaquiano: muñidor de éxitos y fracasos teatrales, trabajó para la dictadura de Primo de Rivera sobornando a colegas parisinos para que blanquearan el régimen, luego se hizo fascista y murió asesinado por milicianos en el 36. En cambio Galdós también fue periodista, corresponsal y cronista parlamentario en muchas y variadas cabeceras. Cuando, por anticlerical y rojeras, sufrió la campaña brutal de la prensa españolaza que impidió que le dieran el Nobel, sabía de qué iba la vaina.
A pesar de todo, nuestra Comedia Humana tiene algunas enormes adaptaciones como La Regenta de Clarín (Méndez Leite, 1995) o Fortunata y Jacinta de Galdós (Camus, 1980), historia de la televisión o de cuando TVE no tenía realities de cocineros y por allí campaban glorias nacionales –estas sí– como Mary Carrillo y Amparo Rivelles, Manuel Alexandre y Fernando Fernán Gómez. En la actualidad, algunos ejecutivos televisivos ponen estas series pretéritas como ejemplo de lo que no hay que hacer a los guionistas y directores que quieran tener éxito en su carrera. Una tele pública de calidad y servicio a la ciudadanía: otra desilusión que sumar a las demás.
Pero, con Balzac en la mano, de todas las ilusiones perdidas recientes, la más literaria es la de la prensa juancarlista al ver caído su mito fundacional. Lágrimas de cocodrilo sueltan los más férreos defensores del régimen del 78 en Salvar al Rey (Acosta, 2022) mientras reconocen sin sonrojo cómo adularon, callaron y ocultaron años de corrupción y escándalo en provecho propio y ajeno. Ahora quieren compartir sus miserias y acusan a toda España de aceptar esta propaganda porque nos convenía. También los niños y niñas que volvíamos del cole el 23F y a los que nos hacían dibujar aquello de ¿Qué es un rey para ti? somos consentidores de reyes indignos –valga el pleonasmo– mientras nos venden de nuevo un gato como liebre.
Nuestra desilusión democrática siempre será mayor que la de nuestros vecinos del piso de arriba: al menos ellos hicieron unas cuantas revoluciones e inventaron la república moderna y la guillotina, mucho menos cruenta que el garrote vil, al decir de los entendidos. Por si fuera poco, los franceses aman a sus novelistas y cineastas: en eso sí que se nota la mano invisible de Robespierre.
“Hay dos historias: la historia oficial con mentiras y luego la historia secreta, donde se encuentran las causas reales de los hechos”.
Honoré de Balzac (1799-1850)
Cansados. Hartos. Pospandémicos y aturullados por incertidumbres históricas,...
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Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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