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El suicidio es ya la principal causa de muerte no natural entre los jóvenes. Una de cada cuatro personas tendrá problemas de salud mental a lo largo de su vida, que será la principal causa de discapacidad en el mundo en el 2030, según la Organización Mundial de la Salud. El 42% de los españoles tiene dificultades para dormir. Los datos abruman, pero a veces ni hacen falta. Todos tenemos un amigo o amiga, un familiar, alguien cercano que no sale del agujero, que se medica contra la ansiedad, para poder dormir, para superar una ruptura, o para seguir siendo funcional en el trabajo. Esta es una sociedad que enferma.
España es, junto a Portugal, el país de la Unión Europea donde más ansiolíticos y sedantes se consumen, en parte todavía como consecuencia de las secuelas de la crisis del 2008 y también de los terrores, los confinamientos y las soledades de la pandemia. Esa situación, además, impacta contra un sistema sanitario público en el que la salud mental está completamente arrinconada, infrafinanciada, enfocada desde una perspectiva únicamente hospitalaria y no comunitaria y social. Recientemente, a una amiga le dieron cita con el psiquiatra cinco meses más tarde de haberle recetado antidepresivos. Bromeó con el médico: “Menos mal que no tengo tendencias suicidas”. Menos mal. A falta de recursos de atención más completos, cada vez es más fácil salir de la consulta medicados.
No hay recursos para atender los problemas de salud mental, aunque no todo se soluciona con atención médica. Si en el trabajo te presionan constantemente bajo amenaza de despido; o es uno de esos trabajos sin sentido; o donde la explotación y la humillación lo hacen difícilmente soportable sin sufrimiento; si sientes que no puedes parar de producir para sobrevivir como autónomo o tienes problemas para pagar el alquiler, la luz, o para dar a tus hijos cosas básicas que necesitan, las pastillas pueden hacerte productivo e insensible al dolor, pero la causa subyace. En un reportaje sobre jóvenes precarios, la periodista preguntaba a una chica por qué encontrándose tan mal no iba al psicólogo. Ella respondió que no lo podía pagar, pero aunque pudiese, “qué le diría, que mi problema es que soy pobre”. Es casi risible, cuando los médicos te recomiendan que bajes el estrés, lo mismo te podrían recomendar un año sabático en la playa.
A veces, los malestares son más difusos. Algo no funciona y no sabemos muy bien por qué esta tristeza. Los días son iguales, cuesta acabarlos y quizás nos sentimos solas. El modelo social construido a partir de la familia nuclear –cada vez más pequeñas– y la pareja, deja a muchas personas fuera. No es tan fácil reconstruir tu red afectiva después de una separación, por ejemplo, sobre todo para los hombres. Para las mujeres de mediana edad, cumplir ciertos años y no tener pareja les deja una cierta sensación de fracaso. Meetic y Tinder, las plataformas de ligue de las que se dice que solo hay gente buscando un revolcón, están llenas de soledades clamando ser llenadas con el modelo de relación disponible: la pareja más o menos tradicional. Inventar amistades sólidas que te permitan sentirte acompañada en este mundo fragmentario no es tan fácil en las exiguas horas libres que quedan después del trabajo, el transporte –si se vive en ciudades grandes–, las obligaciones cotidianas, el trabajo doméstico para poder seguir vivas…
Nuestra organización social, el capitalismo, si es que queremos hablar con palabras grandes, no lo pone fácil para ser feliz (y eso que vivimos en la parte privilegiada del mundo). Estos meses se lee menos prensa, nos dicen los datos. Es probable que haya pavor por aumentar los malestares existentes con noticias que apuntan a lo que parece la descomposición de todo: inflación, crisis climática, crisis económica ya en ciernes e, incluso, amenaza nuclear. Esta última borrada de nuestro cotidiano. Nadie habla de eso en los bares. ¿Quién podría mirar cara a cara la destrucción inminente de todo lo que conocemos?
Para los que escribimos, esto supone un reto inmenso. Describir este mundo en descomposición, hacerlo comprensible y apuntar a las causas de los sufrimientos que provoca para poder imaginar otro. Descubrir soluciones, señalar que las cosas son de esta manera, pero que podrían no serlo. “Mostrar lo que sucede detrás de los sucesos”, dijo Brecht, “mostrar el mundo de manera que se pueda dominar”. Y acompañar las luchas que hagan posible esa transformación. Rescatar, pues, la esperanza, darle forma, y reafirmarnos en que la única salida es darle curso junto a otros.
Si hoy estamos mal, para estar mejor es imprescindible luchar por derrotar las condiciones que nos hacen daño. Son históricas, son concretas, por mucho que sean difusas o estén tituladas con tipografías que llenan toda la página. Luchar, con otros, es una manera de mantener la cordura en estos tiempos convulsos. Es una forma, la mejor, de derrotar a la soledad.
Ojalá estés bien, querido lector, querida lectora, o lo suficientemente bien para no rendirte. Gracias por ayudarnos.
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El suicidio es ya la principal causa de muerte no natural entre los jóvenes. Una de cada cuatro personas tendrá problemas de salud mental a lo largo de su vida, que será la principal causa de discapacidad en el mundo en el 2030, según la Organización Mundial de la Salud. El 42% de los...
Autora >
Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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