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Apreciada gente:
Les escribo desde Bruselas. Un dato que podría no venir a cuento, pero tiene su porqué. A estas mismas horas, hace veinte años, veíamos estremecidos los estertores de un buque. Nos había acompañado durante una semana con tal intensidad y habíamos creado con él unos lazos de intimidad que casi hacía obligatorio asistir a su entierro, o por lo menos una visita al velatorio. La proa del Prestige se hundía a las 15:18 del 19 de noviembre, mostrando al mundo su nombre en las amuras, en una mezcla de orgullo y de impotencia, más que de desafío. Finalizaba así un viacrucis de siete días, que había tenido en vilo a toda una sociedad, desde sus gobernantes hasta los miles de afectados, Y empezaba otro que duraría meses, o años.
Los que profesamos –el verbo no es inocente– este oficio de periodistas irrumpimos en gente y situaciones que no elegimos, pero que en ocasiones dejan huella. Lo del Prestige cambió nuestra vida. Como profesionales, porque nos dimos cuenta, más que nunca, de que lo que contábamos era algo más que el relleno hasta que llegasen las predicciones meteorológicas o los resultados de fútbol. Que era necesario aquilatar y precisar las informaciones, porque de ellas dependía algo más que el ego de los que salen siempre en los titulares o que el despertar la atención de los espectadores/lectores. Que lo que averiguásemos, si lo contábamos, influía realmente en el presente y en el futuro inmediato de quienes nos leían o nos escuchaban.
También cambió la vida de quienes seguían los medios, que aprendieron a distinguir entre quienes se sentían responsables ante ellos y ante la realidad y quienes se dedicaban a maquillarla para contentar a quien mandaba. Mudó también la percepción de ser ciudadanos o no, de ejercer la potestad de la protesta y exigir el derecho a ser atendido y defendido (y a ser compensado económicamente en ese momento y no, como siempre, tarde, mal y a rastras, diez años después). Y trastocó asimismo los planes de quienes hasta el momento pensaban –y pensaban bien– que tener el control de la mayoría de los medios suponía tener el control de los hechos y, por lo tanto, en buena medida, de las voluntades.
También cambió la política. No hubo, en la mejor tradición hispana, asunción de responsabilidades de ningún tipo. Todos los implicados en la gestión de la catástrofe “cayeron hacia arriba”, como dicen nuestros primos irlandeses. Pero, aunque ahora proliferen los negacionistas –“aquellas protestas no sirvieron para nada, todo quedó igual”– en los siguientes comicios, municipales, en Galicia las fuerzas de izquierda superaron en votos a la derecha, y así sigue sucediendo en las elecciones locales y generales. Y allí se vio que, aunque tardamos años en saber que el rey estaba desnudo, al presidente del Gobierno se le empezó a transparentar la ropa interior: sí había chapapote, las víctimas del Yakolev estaban mal identificadas (o no lo estaban en absoluto), en Irak no había armas de destrucción masiva y bastó la sospecha –ni siquiera fue necesaria la certeza– de que podían estar ocultando la verdad en el 11M para que toda la corte de Aznar quedase en paños menores electorales.
Explico lo de Bruselas. Hace 20 años, la ciudadanía –cofradías de pescadores, Nunca Máis, ayuntamientos– intentaron sin éxito que el Parlamento Gallego investigase lo que había pasado para que miles de kilómetros de costa hubiesen quedado asfaltados. Se les negó. Tampoco el Congreso cedió ante tamaña osadía. Fue finalmente la instancia más lejana, en todos los aspectos, el Parlamento Europeo, el que consideró por mayoría que no haría daño saber qué había pasado en aquel confín del continente, por qué y cómo evitar que se repitiese algo así. Lo propuso y lo consiguió (la comisión de investigación y las primeras medidas paliativas), apenas un mes después de la catástrofe, el entonces eurodiputado del BNG, Camilo Nogueira.
Esta semana, un Nogueira a punto de cumplir los 86 años volvió a la cámara de Bruselas, acompañado de su sucesora en el escaño, Ana Miranda; de representantes de cofradías; de asociaciones de mariscadoras y de algunos de los que hace 20 años se manifestaron en la plaza de Luxemburgo al grito de “Nunca Máis”. La cosa se llamaba oficialmente “Conferencia 20 años del accidente del Prestige. Análisis de la seguridad marítima en Europa”. Al parecer, según nos informaron allí Jacob Terling y Frederic Hebert, de la Dirección General de Transporte de la Comisión Europea y de la Agencia de Seguridad Marítima Europea, aunque nunca existe el riesgo cero –se agradece la sinceridad– hay una serie de medidas implementadas para evitar que se repita un desastre similar.
Les resumo lo que le conté a los presentes en la sala Antall 6Q2: hace 20 años, la mayoría de los medios, salvo un par de periódicos que iniciaban su travesía al frikismo, realizaron una información fáctica de lo que estaba pasando, desde sus respectivas y respetables líneas editoriales. Hoy no tengo nada claro que fuese así. Con la felación consolidada como género informativo y la mentira como análisis de datos válida, probablemente habría alguno que sostuviese que todo pasaba porque el capitán Mangouras era un activo militante de Syriza. Algún cuñado nos enviaría un whatsapp certificando que esa cosa oscura que inundaba la costa era, en realidad, chocolate 90% cacao (en las nevadas de hace un par de años, ¿no había gente que aseguraba en televisión que la nieve no era nieve?). (Ahora es el momento para felicitarle a usted por apoyar medios como este, que siempre mantendrá con la realidad una fidelidad de agaporni).
Mientras tanto, en Galicia, la efeméride tuvo una discreta cobertura mediática. Ninguna de las instancias oficiales organizó conmemoración alguna, como si toda la costa alicatada y manifestaciones de cientos de miles de personas fuesen el pan de cada día. Ni el actual presidente encargado de la Xunta, que entonces creo que era un modesto secretario municipal y por ello puede esgrimir que tenía coartada, emitió un triste tuit, ni lo que sea correspondiente en Mastodon. Es más, poco antes de la Conferencia, el eurodiputado y presidente del PP europeo, Antonio López-Istúriz, le reprochó a Ana Miranda en un debate televisivo su iniciativa, acusándola de preocuparse por “la prehistoria”. En aquella prehistoria de noviembre de 2002, López-Istúriz era secretario personal en la Presidencia del Gobierno de Aznar. Hay algunos que evolucionan y de que sabrán entender los errores que podamos cometer en mitad del camino. Gracias por seguir ahí. ¡Un abrazo y mucha salud!
Xosé Manuel Pereiro
Apreciada gente:
Les escribo desde Bruselas. Un dato que podría no venir a cuento, pero tiene su porqué. A estas mismas horas, hace veinte años, veíamos estremecidos los estertores de un buque. Nos había acompañado durante una semana con tal intensidad y habíamos creado con él unos lazos de intimidad que...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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