AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER / FILÓSOFO Y PERIODISTA
“La modernidad está atravesada por el deseo de hacer borrón y cuenta nueva, su religión es la guerra”
Gilles Nouille 1/11/2022
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La editorial Arena Libros acaba de publicar en castellano un libro con textos y entrevistas del “primer” André Glucksmann, que desarrolló una crítica conjunta de los regímenes del Este y el Oeste en libros ya célebres como El discurso de la guerra (1967), La cocinera y el devorador de hombres (1974) y Los maestros pensadores (1977).
Nos ponemos al habla con Amador Fernández-Savater, editor del libro y autor de un largo prólogo, para conocer cuál es la actualidad que puedan tener esos análisis de Glucksmann, las razones de su interés hoy. Una primera respuesta: la guerra, que está de vuelta en Europa, nunca se fue. Es el principio mismo de la lógica occidental de la modernización y el progreso.
¿Qué es lo que le atrajo de los textos de André Glucksmann que ha compilado en este libro La religión de la guerra?
Lo que me atrajo fundamentalmente es la idea de una especificidad propiamente moderna de la guerra.
La antigüedad conoce la masacre, pero no el genocidio. Desde los Estatutos contra los “cristianos nuevos” de la Monarquía hispánica hasta la Alemania nazi, la modernidad está atravesada por la obsesión de la limpieza de sangre. Y la goma de borrar lo diferente más eficaz que se conoce es la violencia y el terror, la guerra total.
El joven Glucksmann señala en estos textos el parentesco inquietante entre razón moderna y guerra total. Para edificar el mundo tal y como debe ser, primero hay que hacer tabula rasa de todo lo que no encaja. La razón y la guerra modernas comparten el mismo fantasma del “contexto cero”: el mundo podrá someterse definitivamente al cálculo, ser definitivamente racional, si vencemos las resistencias de la materia y de lo sensible.
No hemos salido de este fantasma de la “destrucción creadora”. Hace muy poco, Pedro Sánchez retomaba la expresión del “gran salto hacia adelante” del presidente Mao para explicarnos que la crisis del coronavirus era una oportunidad excelente para introducir reformas radicales en los modos de vida (la “transición digital”, por ejemplo). La obsesión modernizadora de los gobiernos actuales requiere el fin de los mundos que escapan a la utopía del mercado perfecto.
La guerra total es la “potencia de desarraigo” capaz de arrancar de cuajo las formas de vida que obstaculizan la matematización de la vida vía mercados y algoritmos. La religión de la guerra no se reduce a Putin ni mucho menos…
Habla del “joven Glucksmann” y el libro se subtitula “textos e intervenciones libertarias (1974-1980)”. ¿Cuál es la razón de esos matices? ¿De qué Glucksmann hablamos?
Es una cuestión complicada y nuestro mundo no está para muchos matices. Hay una voluntad de juzgarlo y etiquetarlo todo; las redes sociales son el nuevo tribunal de salud pública y su influencia es nefasta.
En el prólogo del libro ofrezco dos consejos para acercarnos a este Glucksmann: en primer lugar, leer cada momento de un autor en sí mismo y por sí mismo, no como si su verdad estuviese en lo que dijo después. En un autor puede haber derivas y cortes, el pensamiento no evoluciona o progresa linealmente hacia un “final de la historia” que contendría el resultado definitivo. El Glucksmann de estos años 74-80 no se explica por el Glucksmann posterior, que devino un feroz atlantista, son dos derivas de pensamiento radicalmente heterogéneas.
Las redes sociales son el nuevo tribunal de salud pública y su influencia es nefasta
En segundo lugar, más difícil todavía, separar los libros de Glucksmann de su personaje mediático de “nuevo filósofo”. La “Nueva Filosofía” fue la creación de una marca colectiva por parte de Bernard-Henry Lévy, siempre con olfato de mercado. Las marcas suben las audiencias, como sabe hoy cualquier youtuber, pero Bernard-Henry Lévy fue quizá el primero en aplicarlo al terreno de la filosofía. Glucksmann nunca se sintió del todo cómodo ahí, como puede leerse en este mismo libro, pero participó en la operación mediático-comercial. Tanto peor para sus libros. Porque las audiencias pueden crecer, el problema es que no leen. Sólo consumen personajes y titulares. Y el autor son sus libros.
Volvamos entonces a los contenidos de este Glucksmann. Europa no conoce desde hace tiempo las “guerras de religión”, ¿qué es entonces esa religión de la guerra que se describe y denuncia en el libro?
La idea del joven Glucksmann es la siguiente: vivimos bajo el signo del Apocalipsis como otros viven o vivieron bajo el signo de la cruz o de la media luna. El Apocalipsis es la guerra total.
Esto ha conocido durante el siglo XX al menos dos versiones: primero, el entusiasmo por la guerra como medio de purificación, compartido tanto por teóricos, militares, políticos o economistas. El gran historiador español del arte, Ángel González García, exploró cómo esta exaltación de las virtudes creadoras de la guerra atraviesa las vanguardias artísticas: “Verdún, academia del cubismo” decía Fernand Léger. Es el mito movilizador de la guerra, la guerra como gran borrón y cuenta nueva.
Segundo, la angustia como miedo difuso a la amenaza de muerte total que promete el apocalipsis nuclear. La idea de Glucksmann es que esa amenaza fue el resorte de la “paz” durante la Guerra Fría, una paz siempre bajo la amenaza nuclear que aconseja la resignación al estado de cosas, al reparto del mundo por los súper-grandes. Es la filosofía de la disuasión analizada brillantemente por Glucksmann en su primer libro, El discurso de la guerra (1967).
Hoy se vuelve imperioso pensar de nuevo las trampas que esconde la lógica de la disuasión: “o nosotros o el caos”. La paz disuasiva es la paz de los cementerios... nucleares
Hoy, cuando se vuelve a reactivar con fuerza la amenaza nuclear, se vuelve imperioso pensar de nuevo las trampas que esconde la lógica de la disuasión: “o nosotros o el caos”. La paz disuasiva es la paz de los cementerios... nucleares.
Entusiasmo por la guerra o bien angustia, ¿la alternativa podría ser la consigna de Lenin: “Transformar la guerra imperialista entre los pueblos en una guerra civil de las clases oprimidas contra sus opresores”?
El problema es que las revoluciones del siglo XX han razonado también según la lógica de la guerra, cayendo así en la “maldición de la simetría” que denuncia Glucksmann en el libro.
Pensemos por ejemplo en la Unión Soviética. La política de modernización desde arriba, caiga quien caiga, originó el desplazamiento de las poblaciones, la expropiación de miles de pequeños propietarios y campesinos, la explotación de la mano de obra prisionera en los campos. Un proceso de “violencia originaria” similar al que describe Marx en Inglaterra.
La crítica que realiza Glucksmann del Gulag soviético no es la vulneración de los derechos humanos o la falta de la democracia occidental, como puede comprobar cualquiera que lea el libro, sino precisamente la occidentalización forzada de Rusia a través de la violencia y el terror.
El Gulag no es entonces ninguna monstruosidad a denunciar, sino un “punto de vista” sobre la realidad soviética. Al igual que el trabajo infantil era para Marx un punto de vista sobre el capitalismo europeo.
La alternativa no puede ser “guerra o revolución” si la revolución reproduce la lógica apocalíptica de la modernidad. Hay que repensar radicalmente pues la revolución.
¿Se sigue hoy pensando apocalípticamente el cambio social?
Hay muchos restos, muchos dejes, muchos tics. El apocalipsis es el fantasma de los discursos transhumanistas, aceleracionistas o colapsistas. La gran catástrofe como “punto cero” a partir del cual todo podrá empezar de nuevo. La movilización por la urgencia –todo o nada, ahora o nunca– a partir del miedo y la amenaza. La pasión de absoluto.
¿Por dónde pasaría entonces la alternativa emancipadora a esta religión de la guerra?
La fuerza de los débiles –de quienes no quieren el poder, de quienes no tienen ni adoran la fuerza– consiste en la capacidad de deserción. Sócrates es el primer desertor, dice Glucksmann, en unas páginas muy hermosas de Los maestros pensadores. ¿Por qué?
Hoy cuando todos los saberes quieren movilizar, cuando todos luchan por imponer su relato, sean de la izquierda clásica o de la izquierda autónoma, decir “sólo sé que no se nada” es desertar.
Por todos sitios se ofrecen discursos seguros, sin fallas, presuntamente científicos, inapelables, incapaces por ello de abrir ningún diálogo. Lo que buscan es poder y control. Dominar y acallar.
Por todos sitios se ofrecen discursos seguros, sin fallas, presuntamente científicos, inapelables, incapaces por ello de abrir ningún diálogo. Lo que buscan es poder y control
Sócrates es asesinado cada día. Los tertulianos no tienen preguntas, los políticos no aceptan preguntas, los militantes no formulan preguntas. Todos buscan el poder de orientar, de conducir, de convencer.
El poder fascina, sobre todo en esta época de gran desorientación e impotencia política. Fascinan los discursos que dicen saberlo todo, las organizaciones que dicen poderlo todo, las identidades duras.
La fuerza de los débiles consiste en una posición de no saber: interrumpir el discurso del poder mediante la pregunta o el humor, abrir los corazones y los espíritus a una escucha y una voz propias, asumir una vacilación en el discurso, una vulnerabilidad.
Pero, ¿qué eficacia puede tener eso?
Lo que domina por todas partes es la idea tradicional de eficacia: la capacidad (viril) de forzar los efectos.
Este libro nos ayudar a repensar la noción de eficacia, a partir de algunos ejemplos prácticos concretos. ¿No fue eficaz la resistencia contracultural que acabó deslegitimando –y contribuyendo a detener– la guerra en Vietnam? ¿No fue eficaz la disidencia en los países del Este que logró debilitar la mayor máquina policíaca del siglo XX?
Podemos pensar en “otra” eficacia, que en el libro se teoriza como “eficacia simbólica”. Esa eficacia no pasa por forzar los efectos, sino por redefinir las situaciones a partir de una intervención en el plano de los afectos. Por desbloquear los cuerpos a partir de palabras, gestos e imágenes con potencia de conmoción.
Es una eficacia parecida a la de la “cura” en psicoanálisis, que vuelve más fluido el deseo a través de un cierto tipo de palabra y escucha amorosa.
Creo que esa es la razón que necesitamos hoy más. No la razón abstracta, instrumental y dominadora, sino una razón a flor de piel, capaz de tocar y resensibilizar los cuerpos, una razón poética.
Por último, aunque quedé fuera del libro en el que ha trabajado, ¿cómo podemos entender la “deriva” posterior –por usar tus palabras– de André Glucksmann? ¿Cómo entender al “viejo” Glucksmann?
No sé qué le pasó personalmente, pero el cambio fue vertiginoso. En 1984, publica un libro llamado La fuerza del vértigo, cuyo primer capítulo ¡está escrito desde la perspectiva de un misil! Un misil que protege la paz disuasiva de la Guerra Fría y nos explica sus razones. Es decir, la “bestia negra” de sus primeros libros, el chantaje de la disuasión, ¡se convierte en la propia filosofía de Glucksmann!
La “bestia negra” de sus primeros libros, el chantaje de la disuasión, ¡se convierte en la propia filosofía de Glucksmann!
A ella se entregó el resto de su vida, me temo, desarrollando libro tras libro un planteamiento sobre el “mal menor” como único antídoto posible a la catástrofe. El mal menor se identificaba con las potencias occidentales, sobre todo Estados Unidos.
Glucksmann devino así “maestro pensador”, es decir, un pensador adorador de la fuerza, adorador del misil. Sin establecer nunca ninguna discusión pública con el “joven” Glucksmann, crítico de la disuasión.
Guy Hocquenghem, en un panfleto brillante titulado Carta a los que han pasado del cuello mao al Club Rotary (1986), le llamó “renegado”. ¿Qué es un renegado? No sólo alguien que cambia de ideas, sino que participa activamente de la restauración de las ideas contestadas por él mismo en el pasado.
Glucksmann se volvió ciertamente un renegado, como dice Hocquenguem, pero esa ya es otra historia…
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Gilles Nouille es doctorando en la Universidad de París 8, realiza actualmente una tesis sobre el pensamiento de André Glucksmann sobre la guerra.
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