El salón eléctrico
Hipócrates hace huelga
Los sanitarios pueblan la gran pantalla desde los albores del cine hasta el día de hoy. Aparecen retratados como ángeles o demonios
Pilar Ruiz 22/12/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En el año 430 a.n.e., durante la guerra del Peloponeso, una epidemia devastó la ciudad griega de Atenas y afectó a gran parte del Mediterráneo oriental. Se cree que la plaga o peste de Atenas y sus tres oleadas fueron causadas por un tipo de tifus que acabó con casi 100.000 personas, entre ellas el mismísimo Pericles. Allí estaba Hipócrates, el médico legendario, intentado curar a los atenienses. De este señor griego heredamos en los países occidentales el famoso juramento hipocrático. Compromiso de origen sagrado modernizado a lo largo de los siglos, sintetiza la ética que debe seguir la profesión médica: no tener más propósito que el de llevar el bien y la salud a los enfermos.
La peste de Atenas (Michael Sweerts, 1654).
La sanidad pública es una de las últimas trincheras del Estado no del bienestar, que nunca ha existido, sino de la democracia real. ¿España se rompe? Que se lo digan a las comunidades autónomas con menos inversión –NO gasto– en sanidad. La más notoria, Madrid, región más rica del país en su divino centralismo. Los grandes gestores firmantes de protocolos de la muerte en residencias son los mismos que llevan a cabo desde hace años un plan sistemático para arrebatar a la ciudadanía el derecho más sagrado que cabe en una verdadera democracia: el del acceso a la sanidad con dignidad y con igualdad, sin tener que empeñar tu casa o arruinarte para pagar la factura del hospital. Esos mismos la emprenden ahora contra los hipócrates huelguistas y lanzan a sus voceros y medios, engordados en la granja de la propaganda y del dinero público –esa malversación de la que usted me habla– contra los sanitarios. Eran angélicos en la pandemia pero han mutado, como los virus, en diablos peligrosos y colorados. Chocante cuando hablamos de un sector laboral perteneciente a una clase social poco dada a tomar palacios de invierno. Hasta ahora.
Y el cine, qué tendrá que ver con todo esto, pensarán. Bueno, para plaga, lo que se dice plaga, la infinidad de series de televisión ambientadas en hospitales y centros de salud, demostración de lo mucho que gusta al público eso de catar los entresijos hipocráticos en versión culebrón. Pero no solo, porque los sanitarios pueblan la gran pantalla desde los albores del cine hasta el día de hoy, ya sea como protagonistas o como personajes secundarios que dan apoyo –y amor– al héroe herido, como las incontables enfermeras del cine. Mención especial a Juliette Binoche, precursora de la necesaria ley de eutanasia en El paciente inglés (Minghella, 1996) y un homenaje al doctor Montes, perseguido con saña por los mencionados en el párrafo anterior.
A veces las enfermeras se escapan de su rol secundario para convertirse en protagonistas, como en la reciente El prodigio (Lelio, 2022); película de puesta en escena dreyeriana con la arrebatadora Florence Pugh en cada encuadre. Una sanitaria veterana de la guerra de Crimea llega a la Irlanda de la Gran Hambruna (1845-1849) para poner orden, ciencia y conciencia ante un supuesto milagro, el fanatismo católico y los abusos contra niñas. Esta mujer es de la estirpe de los sanitarios que ejercen de ángel batallador, justiciero y salvador.
Y en The good nurse, uno de los muchos true crime de este año, mal traducido como El ángel de la muerte (Lindholm, 2022) hay otra de esas enfermeras salvíficas que sufre una cardiopatía muy grave pero no puede dejar de trabajar porque es madre soltera con dos niñas y NO TIENE SEGURO MÉDICO, así en mayúsculas, que estamos en los USA y el verdadero ángel de la muerte no es sino un capitalismo tercermundista que arroja a la mayoría a la miseria o a la tumba. A la protagonista le cobran 1.000 dólares por una consulta. Es el futuro que nos ofrecen ciertas opciones políticas, vayan echando cuentas. Jessica Chastain, la buena enfermera, lo hace todo frente al enfermero antihipocrático, el sobrevalorado Eddie Redmayne quien pertenece a las esferas celestiales, pero de la upper class: estudió en Eton con William Windsor alias príncipe de Gales y seguro que tiene seguro.
Los sanitarios, médicas y enfermeras aparecen retratados como mediadores entre la vida y la muerte, para bien o para mal, ángeles o demonios sin matices –como un exabrupto de presidenta madrileña–. Pueden ser serafines, como el simpático Doctor en Alaska (CBS, 1990-1995), el inolvidable médico abortista de Michael Caine en Las normas de la casa de la sidra (Halström, 1999) o los cirujanos eternamente bellos de Anatomía de Grey (ABC, 2005-2022). Algunos de estos ángeles incluso tocan la divinidad, como George Clooney en Urgencias (NBC, 1994-2009).
¿Qué me pasa, doctor?
De índole también angélica hay médicos con la cara de Toshiro Mifune en Barbarroja (Kurosawa, 1965) y hasta con pistola, como Gary Cooper en El árbol del ahorcado (Daves, 1959). Pueden protagonizar best sellers como El médico (2013, Stölzl) del tostón de mismo nombre –hasta tiene musical, con eso les digo todo–. Aunque para desespero de líderes de ultraderecha, cuenta que en el siglo XI las enseñanzas de Hipócrates solo se encuentran ya en la lejana Persia y además custodiadas por un musulmán: el histórico científico, filósofo, astrónomo y precursor de la medicina moderna, Avicena. Gracias a sus islámicas enseñanzas, el protagonista logra sofocar una epidemia de peste –otra vez la misma amenaza– perseguido por la superstición de los antivacunas, entonces peligrosos fanáticos religiosos y/o políticos. Vamos, como ahora.
Ibn Sina aka Avicena.
Pero volvamos al cristianismo, no sea que se moleste alguien. En el top de santos médicos que padecen injusticias por culpa de su celo profesional –y las malvadas farmacéuticas– está, sin duda, el cardiólogo de El fugitivo (Davis, 1993) donde Harrison Ford se convierte en Jean Valjean perseguido por Javert-Tommy Lee Jones. Estar en contacto directo con el sufrimiento humano también convierte en víctima sacrificial al oncólogo de Tiempo de silencio (1986) y, sobre todo, a la mujer con la que se va a casar. La película de Aranda adapta una de las grandes novelas españolas del siglo XX; su autor, Luis Martín-Santos, era médico psiquiatra además de socialista en la clandestinidad. ¿Es la tiranía una patología? Por cierto que la psiquiatría como especialidad médica merece capítulo aparte, pero adelantamos que ocupa el lugar más siniestro del reparto de papeles en la ficción audiovisual. Para muestra, el jefe de todos ellos: Hannibal Lecter.
Doctor Anti Clooney.
Del lado diabólico, campan los sanitarios de Almodóvar –una de sus temáticas fetiche– como el enfermero violador de Hable con ella (2002) o el cirujano plástico locatis de La piel que habito (2011). La dualidad sanitaria en su apartado más perturbador también subyuga a David Cronenberg en Inseparables (1998), donde el error médico encarna el verdadero terror, metamorfoseado en dos ginecólogos gemelos y un solo Jeremy Irons. El thriller es un territorio fértil para las temáticas de medicina al límite de lo verosímil, desde Coma (Crichton, 1978) a Línea Mortal (Schumacher, 1990) pasando por el Mengele de Los niños del Brasil (Schaffner, 1978). No abundan las comedias locas y/o sátira antibélica como MASH (Altman, 1970) y su serie secuela.
Pero para thriller o, directamente, terror real, pueden ver los avatares de la sanidad pública europea contados con el rigor del naturalismo francés en Hipócrates (Lilti, 2014). Olvídense del doctor House y sus perennes victorias; aquí tenemos a los MIR desmayándose tras 57 horas de guardia, errores médicos, rabia, miedo, dolor y ensañamiento. Sobre todo ello sobrevuela la desesperación ante los estragos causados por aquellos nefastos recortes de los servicios públicos durante la crisis financiera de la década pasada, barros que trajeron estos lodos, pandemia y propaganda neoliberal mediante. Finalmente, los médicos explotados y precarizados de Hipócrates van a la huelga, que los franceses saben mucho de ellas. Para algunos políticos e incluso ciudadanos de a pie, estos gabachos revolucionarios se ciscan en Hipócrates. Pero no porque cometan errores o porque algunos de ellos crean que su religión está por encima de la salud ajena; sean capaces de anteponer la vida de un feto a la de la madre; se nieguen a practicar abortos o practiquen el encarnizamiento alargando artificialmente la vida de quien sufre. No. Lo que se critica es que protesten para mejorar sus condiciones laborales, que son, además, nuestras condiciones como pacientes. Protestan porque están “politizados”. Dicen. Curiosa acusación cuando esta viene de políticos y políticas profesionales de la cosa ídem. (Cuidado que el uso despectivo puede llegar a más helenismos, por ejemplo, “democratizado”).
Recuerden, cada vez que paguen sus impuestos, a todos los amigos, conocidos y familiares a quienes los sanitarios públicos han salvado la vida. A quienes han sido curados y aliviados de sus dolores en una terrible noche de Urgencias y a todos los recién nacidos a quienes han ayudado a traer al mundo. Recuerden cómo cuidaron a sus abuelos o padres enfermos cuando ya no había nada que curar y solo quedaba esperar el final. Todas, todos seremos ancianos o contraeremos enfermedades antes o después y a cualquier edad; seremos dependientes; nos meterán en un quirófano y allí, débiles y desnudos, sufriremos el pánico de enfrentarnos al dolor y a la muerte. Con suerte, esa noche estaremos en un hospital público, con profesionales y equipamiento pagado por todos y para todos. Y con más suerte aún, un sanitario, una sanitaria nos cogerá de la mano para que no estemos solos. Recuérdenlo cuando voten.
En el año 430 a.n.e., durante la guerra del Peloponeso, una epidemia devastó la ciudad griega de Atenas y afectó a gran parte del Mediterráneo oriental. Se...
Autora >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí