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Ante la crisis ecosocial, ¿menos cuentas y más cuentos?

Las narrativas por sí solas no cambian la realidad, pero sin ellas no movilizaremos el deseo y la rabia necesarios para inspirarnos, ilusionarnos y poder pasar a la acción

José Luis Fdez. Casadevante Kois 6/02/2023

<p>Ilustración que representa los principios de la economía solidaria.</p>

Ilustración que representa los principios de la economía solidaria.

reaseuskadi.eus

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Vivimos en sociedades que aparentemente se mueven más por las matemáticas que por los mitos, por los libros de contabilidad más que por los de cuentos. La creciente mercantilización de la vida parece estar desembocando en un marcado romanticismo hacia los números. Los gráficos y las estadísticas disfrutan de presunción de veracidad, las cifras aparentan neutralidad y objetividad. ¿Dato mata relato? ¿Las cifras banalizan la importancia de las narrativas?

No necesitamos menos cuentas, pues debemos seguir echando números para comprender, proponer y evaluar con criterio. Aunque en campos como la economía también necesitaríamos otra forma de echarlas. Igual que tras una inundación lo primero que escasea es el agua potable, ante la crisis ecosocial resultan imprescindibles cuentas potables. Añoramos datos que hagan posibles economías ecointegradoras, capaces de incorporar en los sistemas de evaluación de las políticas públicas indicadores más complejos y de aplicar métricas biofísicas que permitan saber cómo se comportan realmente en relación a los factores críticos de la sostenibilidad (huella ecológica, emisiones, consumo de materiales…).

Ante la crisis ecosocial resultan imprescindibles cuentas potables

Aunque estamos convencidos de que el mejor conocimiento científico disponible es imprescindible, no son los diagnósticos más afinados o la información más certera lo que va a balancear a nuestro favor el equilibrio de fuerzas. Rebecca Solnit afirmaba recientemente que “Toda crisis es en parte una crisis narrativa. Esto es tan cierto para el caos climático como para cualquier otra cosa. Estamos acorralados por historias que nos impiden ver, creer o actuar en las posibilidades de cambio; algunas son hábitos mentales y otras propaganda de la industria. A veces, la situación ha cambiado pero las historias no, y la gente sigue las versiones antiguas, como mapas obsoletos, que conducen hasta callejones sin salida”.

Necesitamos más cuentos. Los mitos, las narraciones o las fábulas han sido durante milenios el principal método por el que nos comunicábamos. No es de extrañar que nuestro cerebro se haya modelado mediante el arte de contar historias; algunos etnólogos y comunicadores defienden una influencia determinante de las narraciones en la evolución humana, apelando a que somos un Homo Narrans. Las historias nos permiten cooperar y construir visiones compartidas de la realidad, consolidar o cuestionar creencias, y dotar de sentido a la vida.

Hace unos años, el periodista del New York Times Rob Walker y el escritor Josh Glenn realizaron un experimento que denominaron Estudio de objetos significativos, basándose en la hipótesis de que los relatos pueden convertir objetos insignificantes en objetos con un significado. Para demostrarlo compraron cien artículos de segunda mano en una plataforma de internet. Estos objetos comunes no tenían nada de especial, artefactos que habitan en buhardillas y trasteros de los que no cuesta deshacerse, por los que pagaron de media algo más de un dólar.

Posteriormente, asignaron cada objeto a escritores, periodistas y artistas; estos elaboraron una historia de forma específica para ellos. Entonces, procedieron a subastar los artículos en la misma plataforma donde los habían comprado, agregando las historias a las descripciones y explicando que era una ficción. Al comprar el objeto las personas lo recibían junto con una copia impresa del relato. El resultado es que obtuvieron más de 3.600 dólares, evidenciando cómo las historias impactan sobre la realidad y se convierten en un poderoso mecanismo a través del cual otorgamos un valor subjetivo a los objetos.

La excesiva representación de los escenarios de futuro catastróficos ha terminado por hacerlos previsibles

No hay duda de que tenemos una mayor facilidad para dotar de significado a aquello a lo que nos unimos mediante una historia, que le damos más valor cuando conectamos a la vez de forma racional y emocional. La neurociencia no deja de recordarnos la capacidad de las historias para captar nuestra atención, provocar empatía, fijar información y hacer que un conocimiento se vuelva más memorable. Pensemos en cómo la publicidad ha dejado de referirse a los atributos de los productos que quiere comercializar, para proceder a vendernos relatos, ofrecernos un sentido de pertenencia o una identidad grupal a través de las marcas que nos marcan.

Ante nuestra compulsiva afición por los relatos, las industrias culturales nos ofrecen un monocultivo de distopía, cuyas historias sobre sociedades aterradoras han dejado de servir para alertarnos de los riesgos, conmovernos y activarnos políticamente. La sobrerrepresentación de los escenarios de futuro catastróficos ha terminado por hacerlos previsibles y reconciliarnos con este presente inhabitable.

A la proliferación de pesadillas solo podemos oponer sueños con toma de tierra. Sueños compartidos que no sean meras fantasías, sino que combinen el realismo ecológico en los diagnósticos con la imaginación y la creatividad colectiva a la hora de esbozar futuros esperanzadores. Asumir de forma realista la gravedad, la urgencia y la discontinuidad histórica que plantean nuestra realidad climática, los límites biofísicos y el deterioro provocado en los ecosistemas sobre los que se sostiene la vida. Y es que, como decía la escritora Maria Popova, el pensamiento crítico sin esperanza es cinismo, pero la esperanza sin pensamiento crítico es ingenuidad.

Una carta y un cuento desde la economía solidaria

La economía solidaria es un movimiento que aspira a democratizar la economía mediante la construcción de alternativas frente a un modelo depredador social y ambientalmente. Compuesto por cerca de mil entidades en el Estado español que funcionan dentro de la economía convencional, pero desconectadas de sus lógicas, valores y prácticas. Proyectos viables empresarialmente que invierten las prioridades de la economía convencional: satisfacción de necesidades frente a ánimo de lucro, territorialización y vinculación con el entorno frente a la amenaza de deslocalización, cooperación frente a competencia, rentabilidad social frente a tasa de ganancia, apuesta por el empleo y por los grupos sociales más vulnerables, atención a los cuidados dentro y fuera de nuestros equipos, compromisos ecológicos fuertes…

Hace unas semanas se hacía pública en Idearia la Carta de Principios de la Economía Solidaria, donde se presentan los rasgos que orientan su acción y sus relaciones con otros agentes, así como el proyecto económico, social y político que impulsan. Por lo general estas noticias no tienen mucho impacto comunicativo, siendo como las cartas de amor, que resultan empalagosas y cómicas a todas las personas que las leen, menos a las personas directamente implicadas. Y sin embargo, es importante poner en valor esta carta pues supone la tercera reactualización en cerca de treinta años de historia. En esta ocasión, para fortalecer una mirada más feminista y ecologista en el seno de la economía alternativa.

Idearia es el espacio anual de encuentro y reflexión conjunta de la economía solidaria. En ese marco organizamos un taller de escenarios de futuro con gente del movimiento agroecológico que procedía de distintos territorios y trabajaban en distintos eslabones de la cadena alimentaria (producción, distribución y consumo). Allí realizamos conjuntamente un ejercicio de creatividad colectiva donde especulamos sobre un futuro esperanzador desde la alimentación: ¿Cómo serían nuestros barrios y pueblos si hubiésemos logrado realizar una transición agroecológica? ¿Qué forma tendría un sistema alimentario ajustado a los límites ecológicos con criterios de justicia social y democracia?

En los movimientos sociales necesitamos dotarnos de tiempo, espacios y metodologías para soñar juntos

Partiendo de esta premisa las personas participantes nos situamos en un futuro IV Congreso Biorregional Ibérico, que se celebraría en el año 2042, para reflexionar sobre los avances y dificultades que nos encontrábamos para la transformación del sistema alimentario, asumiendo que muchas de nuestras reivindicaciones actuales se hubiesen logrado. Los resultados elaborados por los distintos grupos de trabajo produjeron el cuento ilustrado Ajardinar el abismo. En él se narran las aventuras de una pareja de historiadoras que acuden a Levante, buscando a un esquivo colectivo activista que jugó un papel muy significativo durante los años más convulsos del cambio. La persecución de un fantasma en medio de pueblos rehabitados y revitalizados mediante cooperativas agrarias, museos del éxodo urbano, ciudades renaturalizadas, procesos de reasilvestramiento, centros logísticos alternativos, experiencias de agricultura en la ciudad, supermercados cooperativos, comedores colectivos autogestionados, fiestas populares, coleccionistas de monedas locales, conflictos generacionales…

Una historia que nos regalamos y que compartimos con todo el mundo como una simpática fórmula para iniciar conversaciones, abrir discusiones, seducir a gente y estimular que se repliquen este tipo de iniciativas. Ahora que se habla tanto de entornos creativos en la empresa, probablemente necesitemos lo mismo en los movimientos sociales: dotarnos de tiempo, espacios y metodologías para soñar juntos.

Muchos pequeños relatos para un gran cambio de narrativa

Contar puede reducirse a enumerar cantidades o referirse al arte de relatar historias. Las nuevas narrativas ecosociales demandan menos números y más palabras ancladas en experiencias transformadoras. Relatos que rastrean y proyectan hacia el futuro las tendencias emancipadoras del presente, como forma de reivindicarlas y hacerlas más seductoras. Murray Bookchin solía afirmar que lo que distinguía a los grandes utopistas no era su falta de realismo, sino su sensualidad, su pasión por lo concreto, su adoración del deseo y del placer. Escritas en una prosa seductora, sus utopías fueron con frecuencia ejemplos de una ciencia social cualitativa.

Entre las personas aficionadas al género, bromeamos con la baja calidad literaria de una parte muy significativa de los textos utópicos. Y es que en muchos casos fueron redactados por activistas o reformadores sociales cuyo manejo de la pluma no era el de un candidato a premio Nobel. Los relatos tenían el propósito prioritario de orientar la acción colectiva y hacer deseables otros mundos, volviéndolos verosímiles para miles de personas que, más allá de las propuestas teóricas, se involucraban en movimientos y comunidades intencionales comprometidas en hacer realidad estas alternativas. Siempre ha sido difícil jugar y narrar el partido de forma simultánea, lograr que el fondo no eclipsara la forma.

Ecotopía de Ernest Callenbach, donde se describe el proceso de transformación personal de un periodista que visita California tras su independencia de EE.UU. para poner en marcha la transición hacia una sociedad ecosocialista, ilustraría a la perfección esta idea. Una novela escrita en 1975 por un editor de ciencia ficción que, cansado de la ausencia de una mirada ecologista en el género, se vió impulsado a rellenar ese vacío. La obra fue rechazada por una veintena de editoriales por la falta de sexo y violencia, hasta que fue autoeditada por su autor. De forma inesperada se convirtió en un éxito de ventas underground, capaz de vender más de medio millón de libros en unos años y traducirse a distintos idiomas. Hoy es una referencia incuestionable del género y ha envejecido relativamente bien.

Las nuevas narrativas ecosociales demandan menos números y más palabras ancladas en experiencias transformadoras

Muchas personas, que tienen claros los diagnósticos y que se encuentran implicadas en colectivos y proyectos transformadores, demandan la importancia de estos procesos compartidos de reflexión y creatividad. No se trata de meros entretenimientos sin consecuencias, sino de crear historias inspiradas y trenzadas desde los activismos. Procesos que permiten comprender y compartir las potencialidades que encierran nuestras experiencias, refuerzan la motivación y mejoran la autoestima colectiva de quienes participan, facilitan que establezcamos complicidades cognitivas con otras luchas y son una de las fórmulas que está siguiendo el incipiente encuentro entre el mundo del arte y la cultura con la ecología.

Ajardinar el abismo se suma a una creciente constelación de iniciativas que están esforzándose por abordar estas cuestiones desde los espacios activistas. Los ciclos de conferencias y talleres sobre Ecotopías realizados desde hace años por La Casa Encendida en Madrid; Borradores del futuro que viene elaborando fábulas en el País Vasco, donde confluyen narradoras y experiencias sociales; el número monográfico de la Revista Soberanía Alimentaria elaborado desde un hipotético 2060, donde se agrupan diversas reflexiones sobre las transformaciones del sistema alimentario en el campo y la ciudad; el trabajo de escenarios de futuro y el encuentro Futurs imposibles que está impulsando la Xarxa d’Economia Solidària de Catalunya…

Muchos de estos relatos e ilustraciones pueden dejar mucho que desear en términos literarios, pero funcionan como las plantas pioneras que permiten colonizar un nuevo territorio. Su desarrollo regenera los suelos y facilita las condiciones ambientales para el establecimiento de otras especies que van dotando de complejidad a ecosistemas incipientes. Sin ellos el impulso utópico no llegará a las comunidades de creadores o las industrias culturales. Las novelas, películas, canciones o instalaciones que asuman la tarea de socializar, hacer creíbles y deseables otros futuros, están por crearse. Y estos modestos procesos suponen un estímulo para que asuman el liderazgo imprescindible que les corresponde.

Todas las personas tenemos una parte de responsabilidad en cómo miramos el mundo y en cómo contamos la posibilidad de transformarlo. Las historias nos hacen más fuertes o profundizan nuestra impotencia. Resulta iluso creer que las narrativas por sí solas cambian la realidad, pero sin ellas no movilizaremos el deseo y la rabia necesarios para ilusionarnos y pasar a la acción.

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Autor >

José Luis Fdez. Casadevante Kois

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