Imaginar escenarios
Amor enlatado
Los peligros de las fantasías prefabricadas
Daniela Farías 4/03/2023
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Aunque todavía falta para que el invierno llegue a su fin, esta semana el clima nos ha regalado un cielo claro y luminoso que he decidido aprovechar. Nada mejor que sentir los rayos del sol de invierno en la cara. Sobre todo porque el clima parisino me ha vuelto demasiado pálida.
Hubo una época en que no tomaba el sol, debe de haber durado un año y medio. Tenía quince años y unas ganas enormes de parecerme a alguna heroína gótica. De pronto, me vienen a la memoria imágenes de esa absurda época. Un día, para mi cumpleaños, el chico del que yo estaba perdidamente enamorada me invitó a ver Drácula. La función era en el teatro Huemul, en el centro de Santiago de Chile, donde también se celebraban bodas (la necesidad tiene cara de hereje, sino pregúntenle al mundo de la cultura). El lugar era un antiguo edificio construido entre los años 1914 y 1917, de estilo victoriano y declarado monumento histórico.
Yo quedé fascinada con la actriz que interpretaba a la frágil Mina. Esos decorados del castillo me trasladaron a las lejanas tierras de Transilvania. Seguramente fantaseé con que me casaría ahí algún día con el flacucho que tenía a mi lado. Y yo llevaría el mismo vestido rojo de terciopelo de Winona Ryder en la película de Coppola. Como buena fantasía nada de eso pasó, nos perdimos la pista. Pero no logro recordar por qué.
Imaginación y guiones románticos
En el libro Por qué duele el amor: una explicación sociológica (2012), editado por Katz y traducido por María Victoria Rodil, su autora, Eva Illouz, plantea que existe una relación entre la emoción amorosa y sus fantasías guionadas o prefabricadas por la cultura de masas, y estos esquemas o guiones surten efecto en la naturaleza del deseo romántico. Basta con recordar a Emma Bovary, que vive su aventura amorosa a imagen y semejanza de sus lecturas:
“Entonces recordó a las heroínas de los libros que había leído y la legión lírica de esas mujeres adúlteras empezó a cantar en su memoria con voces de hermanas que la fascinaban. Ella venía a ser como una parte verdadera de aquellas imaginaciones y realizaba el largo sueño de su juventud, contemplándose en ese tipo de enamorada que tanto había deseado”.1
El problema con las fantasías prefabricadas es que incluyen una posterior evaluación de la realidad, que nunca se asemeja al escenario soñado
Esas imaginaciones motivadas por sus lecturas hacían que se anticipara a cómo debía ser el amor y su vida, daban forma a sus emociones. Sus ilusiones eran respecto a sentimientos, pero también a aspiraciones socioeconómicas. Por eso, una vez casada, se decepciona de su vida doméstica, de su marido: un médico del montón y medio aburrido, que tampoco era rico. Emma Bovary se da cuenta de que su realidad no es como la que había soñado, esto la lleva a fantasear y enamorarse de León , primero, y luego de Rodolfo.
En los Jardines del Trocadero pueden verse durante todo el año parejas haciéndose fotos, sosteniendo ramos de rosas y globos gigantes en forma de corazón con la torre Eiffel de fondo. Ahora estoy mirando a una que ha optado por posar en patines. “El corazón tiene razones que la razón ignora”, escribió Pascal. Para estos tortolitos serán los rollers, digo yo. “¡Joli, joli!”, los anima el fotógrafo en cada toma. Pero la verdad es que se los ve incomodísimos sobre ruedas. Se tambalean, intentan afirmarse entre sí, la chica se enreda en su velo blanco y lo que prometía ser un momento romántico acaba con la flamante novia despaturrada en el suelo y el novio abrazado a un poste con las rodillas flexionadas.
El problema con las fantasías prefabricadas es que incluyen una posterior evaluación de la realidad, que nunca se asemeja al escenario soñado y, por eso, luego viene la decepción. Me viene a la cabeza otra novela que también trata el tema fantasía y realidad. Se trata de La abadía de Northanger (1818) de Jane Austen. Recuerdo haberla leído en mi adolescencia, cuando devoraba todo lo que llegaba a mis manos de la escritora británica. Al releerla puedo comprender que, en su momento, no advertí todo el sarcasmo y la crítica que contenía.
Esta novela escrita en clave de ficción gótica es una parodia del género. La cándida protagonista, Catherin Morland, es una jovencita de clase media aficionada a las novelas góticas, que quiere vivir la vida como en los libros que lee. Tras pasar una temporada con una pareja amiga de la familia, en Bath, Inglaterra, es invitada por los Tilney, a quienes ha conocido en un baile, a pasar unos días en la abadía de Northanger, donde espera encontrarse con un escenario misterioso como los que aparecen en sus novelas. A partir de allí, da rienda suelta a sus fantasías, que la llevan a cometer diversas meteduras de pata. La más grave de ellas, y que casi le hará perder al “amor de su vida”, es creer que la madre de los Tilney ha sido asesinada por su marido, el General Tilney.
“¿Acaso ella misma no se había preparado una sensacional entrada en Northanger? Mucho antes de salir de Bath se había dejado dominar por su afición a lo romántico, a lo inverosímil. En una palabra, todo lo ocurrido podía atribuirse a la influencia que en su espíritu habían ejercido ciertas lecturas románticas, de las que tanto gustaba”.2
Finalmente, el general Tilney no es un asesino, pero sí un hombre muy cruel que maltrataba a su difunta esposa. Y si bien no es un criminal, se opone a la boda de su hijo, el joven Henry Tilney, con Catherin por la sencilla razón de que ella es pobre.
Austen hace una crítica de los estrictos códigos de la época georgiana y la desigualdad social que la caracteriza, donde la lectura del género gótico-folletinesco no hace más que cegar a sus lectores sobre las verdaderas injusticias y miserias de los villanos que conviven entre ellos.
Otra obra relacionada con el tema de la ensoñación y el poder de la novela es Angel de Elizabeth Taylor, publicada en Inglaterra en 1957 y en España, en 1986, por Anagrama. Lo diferente de esta novela respecto a Madame Bovary y La abadía de Northanger es que su protagonista no es una lectora del género romántico-folletinesco sino una escritora de este. Elizabeth Taylor se inspiró en Marie Corelli, una excéntrica escritora inglesa nacida en 1885 y contemporánea de Oscar Wilde, quien tuvo una carrera muy exitosa, pero quedó obsoleta rápidamente.
La novela, ambientada en Inglaterra de principios del siglo XIX, relata la historia de la arrogante Angel Deverell, una adolescente de clase media baja, que vive junto a su madre en el segundo piso de un colmado. Mientras su madre trabaja en la tienda, Angel, convencida de sus dones literarios, comienza a escribir novelas gótico-románticas inspiradas en sus propias fantasías, alimentadas por las historias que cuenta su tía Lottie, sirvienta en la lujosa residencia de Paradise House, donde la joven sueña con vivir algún día.
Tras algunos rechazos, una editorial londinense, que ha visto el potencial comercial de su manuscrito más que una verdadera calidad literaria, decide publicarla. Se hace rica y se muda a vivir con su madre a la casa de sus sueños. Altanera y segura de que sus escritos son una obra de arte comienza a vivir la vida como sus propias heroínas. La crítica se burla de sus excentricidades y de sus textos grandilocuentes y falsos, pero el público está fascinado con ella. Sin embargo, a medida que avanza la novela vemos cómo va quedando presa de sus propias ilusiones que, finalmente, provocarán su caída.
Las historias de amores eternos y sin sentido que la novelista escribe son exitosas porque a través de ellas sus lectores escapan de la realidad
Podría decirse que el tema que instala Elizabeth Taylor es la historia de una mala escritora que se hace rica. Pero tras esto hay mucho más. Su protagonista, Angel, despierta sentimientos contradictorios. Por un lado, es admirable su voluntad de romper con todas las trabas sociales que se le imponen, al ser mujer y pobre, para seguir con su carrera artística, y la importancia que le da a su trabajo, con el cual logra la independencia económica. Pero, por otro, resulta insoportable su egocentrismo, su indolencia frente a la guerra y su ceguera ante la realidad.
Como escribe Diane de Margerie en el prólogo de la edición francesa de la novela, Angel “tiene todos los trucos que exasperan a los críticos literarios pero que liberan las fantasías de los lectores, a quienes también les repugna la cotidianidad”.
Las historias azucaradas, de amores eternos y sin sentido que la novelista escribe son exitosas porque a través de ellas sus lectores escapan de la realidad. Una realidad en la que, como Taylor nos muestra, existe una gran brecha entre la clase trabajadora y la aristocracia. Una de las preguntas que abre Taylor en esta magnífica novela es acerca de los peligros de una literatura que promueve fantasías individualistas, tontorronas y que adormecen. Sobre la superficialidad y las modas pasajeras.
Te doy una canción de amor
En aquella época en la que yo no tomaba el sol, estaba de moda el heroin chic. Con mis amigos hacíamos nuestros mejores esfuerzos por parecer derrotados por la vida, aunque rebosábamos de salud y con suerte teníamos plata para beber una cerveza. Ayunos y polvos blancos para la piel y así alcanzar el acabado londinense eran nuestras mejores armas. Estéticamente no cabía mostrarnos como los sudacas que éramos. Lo latino no estaba nada de moda entre la juventud. Las uñas largas, el bling bling eran vistos como una vulgaridad. En cambio, ahora, pueden encontrarse artículos como el que apareció hace unos años en Vogue, titulado “La fórmula para vestir moda latina (acertadamente)”. ¿Acertadamente?
Mientras sigo intentando recordar por qué mi primer amor y yo nos dejamos de hablar, una música me interrumpe: “Ella se cura con rumba / Y el amor pa’ la tumba / To’ lo’ hombre' le zumban”. A metros de distancia, sentadas en el pasto, un grupo de mujeres jóvenes empinan un espumante y bailan Tusa de Karol G y Nicki Minaj. Nunca deja de sorprenderme escuchar español en Francia, el boom de la música latina ha hecho que suene hasta en los minimarket.
La canción me hace pensar en cuán distinto ha sido afrontar las cuestiones del corazón para las mujeres de mi generación y las anteriores, que crecimos bombardeadas de amor romántico: películas, libros y muchas canciones. En los noventa, en la radio sonaba Laura Pausini, que sufría por un tipo que no le contestaba el teléfono, y el dolor que esto le provocaba casi la dignificaba. En la canción que oyen mis vecinas del parque, ante el mismo problemita de la llamada en el buzón de voz, Nicki Minaj decide irse de fiesta. Hoy las letras de las cantantes de trap y reguetón van más de enorgullecerse por haber superado al ex. De salir con las amigas y olvidar al tonto de turno.
Qué duda cabe de que el amor romántico, ampliamente cuestionado por el feminismo, es veneno puro
Una de las joyitas que leí hace un tiempo sobre el discurso romántico en la música fue Ojos brujos: fábulas de amor en la cultura de masas (Ediciones Godot, 2013), de Martín Kohan. En el ensayo, el autor argentino escribe que el bolero y el tango son las fábulas de amor que la cultura de masas narra —junto con los folletines, las telenovelas, las comedias románticas, la música romántica— para configurar nuestro imaginario sobre el universo amoroso. Plantea que la cultura de masas dispondría de un diccionario y una gramática de la sentimentalidad.
En este diccionario entra, por supuesto, el despecho. Que sigue más o menos las siguientes líneas: ante el posible regreso del enamorado, para quien ama (voz cantante), ya es tarde y debe hacerle pagar por el daño ocasionado, como una especie de ley del Talión amoroso. Algo parecido vemos en las canciones sobre despecho que últimamente están triunfando: Rosalía, Mary Cyrus, Nicky Minaj, Shakira o Karol G.
Sin embargo, lo que más me inquietó, es lo que comenta en el capítulo “La voy a matar”, donde analiza este “cariñoso” leitmotiv que aparece varias veces en el tango, referido al propósito de matar la mujer que le ha sido infiel al enamorado. Qué duda cabe de que el amor romántico, ampliamente cuestionado por el feminismo, es veneno puro: legitima las relaciones de violencia, perpetúa los roles de género hegemónicos y la sumisión femenina.
Pero, por otro lado, el discurso que instalan actualmente el trap, el reguetón y los ritmos latinos hecho por mujeres que suenan en las radios nos dice que para vivir la experiencia del amor y desamor dignamente, se debe tener un cuerpo escultural, en la playa y con objetos de lujo. Si es en un yate, tanto mejor. En este sentido no me parece muy distinto a los caprichos y delirios de riqueza de Angel o Emma Bovary. Aunque entiendo la reivindicación económica ante los varones que plantean.
A mí esas canciones también me animan, las chicas que están a mi lado ahora escuchan el tema de una trapera que conduce un coche nuevo y los hombres se asustan cuando la ven llegar. Me dan ganas de empoderarme haciendo twerk mirando la torre Eiffel (mejor no, si bajo tanto con las caderas capaz que no me levanto más). De pronto caigo en la cuenta de que ni sé conducir y nunca he ganado más que ninguna pareja, menos desde que migré a Europa. Soñar es gratis.
Las relaciones amorosas se conciben también como bienes de consumo
Las encrucijadas se presentan en todas las épocas. Si a principios del siglo XIX la angustia amorosa provenía de la obediencia que se le debía a los padres respecto al matrimonio, y elegir con quien casarse era un acto de emancipación para las mujeres, actualmente, la tensión y la ansiedad se produce por los dos relatos que se nos ofrecen a través de la cultura de masas. Uno, más conservador, heredado de épocas pasadas, nos dice “o encuentras el amor o morirás sola”. El otro promueve la individualidad, la competencia, el consumo, que si Rolex que si Chanel, sumado a la libertad de elegir dentro de un abanico de posibilidades, como muestran, por ejemplo, las aplicaciones de citas. De esta manera, las relaciones amorosas se conciben también como bienes de consumo.
Tal como algunos autores, que en su época se fueron en picada contra el género romántico-folletinesco, hay que estar atentas y desconfiar de los tentáculos de la cultura de masas, para no dejar pasar otras propuestas que se mueven fuera de los mecanismos de la industria cultural y que nos pueden hacer ver las cosas desde otro lugar. Imaginar escenarios que no sean los de Disney ni tampoco uno en que la emancipación sólo sea posible con un Ferrari.
Dicho esto, doy por finalizado mi baño de sol y mi jornada de ocio. Cae la tarde y mientras cruzo el Pont d’Iénae voy escuchando Every Day Is Like Sunday de Morrissey ¡Bingo! La música me ha hecho recordar lo sucedido con mi primer amor. Llevábamos unos meses saliendo, cuando un domingo, por teléfono, me dice que debíamos dejarlo porque yo no era la misma, se había acabado la magia, la burbuja se había reventado, el hechizo se había roto, la ilusión perdi… En eso mi mamá levanta el otro aparato y me dice que corte porque está esperando una llamada importante. “Cambio y fuera”, le dije en broma a mi Romeo. Pero él no se rio. Lo siguiente que oí fue el beeeep de su teléfono, lo más parecido al del monitor cardiaco cuando un corazón deja de latir.
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Notas:
1. Gustave Flaubert, Madame Bovary, trad. De Mauro Armiño, Penguin Clásicos, Barcelona, 2015, p. 299.
2. Jane Austen, La abadía de Northanger, trad. de Isabel de Palencia, Penguin Clásicos, Barcelona, 2018, p. 134.
Aunque todavía falta para que el invierno llegue a su fin, esta semana el clima nos ha regalado un cielo claro y luminoso que he decidido aprovechar. Nada mejor que sentir los rayos del sol de invierno en la cara. Sobre todo porque el clima parisino me ha vuelto demasiado pálida.
Hubo una época en que...
Autora >
Daniela Farías
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