
Las cámaras captaron el momento exacto de la explosión en 1970 en Florence, Oregón (EE.UU.).
KATU News / YouTubeEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Queridísima comunidad contextataria:
La anécdota es tan disparatada que durante décadas fue tomada por mera leyenda urbana, hasta que se constató con documentación audiovisual que era real. No querría extenderme en exceso en su relato, pues es de sobra conocida:
Hace ya más de 52 años, el 9 de noviembre de 1970, un cachalote de ocho toneladas de peso y catorce metros de longitud murió y quedó varado –o quedó varado y murió– en las costas de Florence, un encantador pueblecito situado en Oregón, EE.UU. Con gran solicitud, el departamento administrativo correspondiente se puso de inmediato a buscar una solución ante el desagradable problema de salud pública que se avecinaba cuando el gigantesco cetáceo empezara a descomponerse.
Tras consultar con los que saben, esto es, con oficiales de la Armada de los Estados Unidos, decidieron que lo ideal sería eliminar el cadáver del pobre animal de la misma manera en que se desharían de una gran roca, es decir, usando dinamita. George Thornton, el desdichado ingeniero a cargo de la delicadísima operación, tuvo que encararse con una pregunta de muy difícil respuesta: no estaba seguro de qué cantidad de explosivos sería necesaria para ejecutar con la suficiente finura su cometido, y, para mayor caos, su supervisor había escogido esos días para irse de caza. El bueno de Thornton, empeñado en causar la mejor impresión posible a su jefe ausente –cómo no empatizar con esa noble motivación–, decidió, como se suele decir, no pillarse los dedos, así que terminó por colocar una carga de casi media tonelada de dinamita (450 kilogramos, según las fuentes anónimas consultadas) bajo el cuerpo del malogrado cachalote.
Para sorpresa de todos los regocijados lugareños que acudieron la mañana del 12 de noviembre a contemplar en vivo la voladura del cetáceo, la devastadora explosión abrió un gran cráter en la playa y diseminó trozos de hedionda grasa podrida de ballena por todo el pueblo, aplastando incluso algunos automóviles y generando una mezcla de asco, estupor y caos entre toda la concurrencia.
¡Nadie podría haber previsto tal desenlace!
Bueno, al parecer se encontraba por allí esos días un militar experimentado en el manejo de explosivos que advirtió de que la media tonelada de dinamita era excesiva y, tras efectuar algunos cálculos, aconsejó emplear una cantidad mucho menor, pero todas sus recomendaciones fueron desoídas. Quizá le consideraron un cenizo y un aguafiestas que quería privarles del grato espectáculo que suponía la voladura de la ballena, o quizá simplemente pesó más la supuesta autoridad del esforzado ingeniero que la de un simple militar veterano.
Es llamativo en cualquier caso que nadie más tratara de imponer un poco de cordura en aquella operación y se preguntase algo como: “¿Alguien sabe qué demonios estamos haciendo y qué consecuencias va a tener?”
El excelente ingeniero Thornton, fallecido en 2013 tras una vida larga y próspera, recibió un ascenso unos meses después del incidente y ocupó un buen puesto hasta su jubilación. Cuando fue contactado por periodistas en la década de los noventa, tras un renovado interés mediático en la historia, no tuvo problemas en calificar la voladura del cachalote como “un éxito” y aseguró que eran los medios de comunicación los que estaban contando mal la operación (a pesar de que está grabado el momento en el que se ve cómo un grueso y, imaginamos, pestilente trozo de ballena aplasta un coche aparcado junto a la playa). No obstante, la política actual del Departamento de Parques Estatales de Oregón es enterrar los cadáveres de ballenas allí donde queden varadas. No deja de ser un modo de admitir solapadamente que emplear casi quinientos kilos de explosivos contra un cadáver colosal a medio corromper no es, quizá, la opción más inteligente.
¿Por qué me empeño en rescatar esta historieta de más de medio siglo de antigüedad ocurrida en un remoto pueblecito de las costas del Pacífico?
Creo que todos podemos sentirnos identificados de algún modo con los protagonistas de la historia. Con el ingeniero que quiere deslumbrar a su jefe y librar a los habitantes del pueblo de un problema urgente –¿quién no se ha tirado a la piscina en el trabajo alguna vez, con nefastas consecuencias?–; pero también con la voz de la experiencia encarnada en el hombrecillo que trata de sugerir, sin éxito, que los explosivos deben manejarse con algo más de precaución.
Esta semana he cumplido un año trabajando en la redacción de CTXT y no he podido evitar reflexionar sobre ello. A menudo pienso que este medio se parece más al militar desoído y tomado por un cenizo que al prepotente ingeniero, recompensado por la administración tras su sorprendente chapuza. Pero mantengo la esperanza de que, aunque sea tarde y mal, el mundo que nos rodea terminará entendiendo y reconociendo solapadamente que las lógicas neoliberales, imperialistas y misóginas a las que estamos habituadas no son la manera más eficaz de encarar los problemas del ser humano y lograr la felicidad de todas.
Mientras tanto, queridas suscriptoras y suscriptores, gracias infinitas por apoyarnos cada día y recordarnos que no estamos solos. Un abrazo,
Adriana T.
Queridísima comunidad contextataria:
La anécdota es tan disparatada que durante décadas fue tomada por mera leyenda urbana, hasta que se constató con documentación audiovisual que era real. No querría extenderme en exceso en su relato, pues es de sobra conocida:
Hace ya más de 52 años, el 9 de...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí