CARTA A LA COMUNIDAD
Las fuentes y las ballenas
En buena parte del periodismo mundial y en casi todo el hispano, no existe eso de verificar la información para comprobar su veracidad. Históricamente, se ha salvado ese pequeño obstáculo con soltura olímpica
Xosé Manuel Pereiro 26/02/2023

Periodistas recogiendo declaraciones en una rueda de prensa del grupo ultraderechista Hazte Oír.
PixabayEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Querida gente de bien:
Yo presencié una experiencia similar a la que contaba Adriana T. en su carta de la pasada semana. El problema de deshacerse de una ballena. No fue en Oregón en 1970, sino en la costa de Lugo y en agosto de 1995. Un cetáceo, de 16 metros de largo y 14 toneladas (a ojo) de peso, apareció flotando frente al puerto de Viveiro. Ya se sabe que las administraciones españolas no son tan expeditivas como las norteamericanas y, aunque la Armada se ofreció a cañonear el cuerpo, un comité formado por el capitán marítimo, el responsable de Protección Civil y el comandante de puesto de la Guardia Civil, presidido por el alcalde, como en Tiburón (1975), decidió afrontar el problema. La primera propuesta fue trasladarlo hacia la zona de la costa donde estaba el basurero municipal y allí quemarlo con 50 litros de gasolina que habían preparado al efecto. No funcionó. Optaron entonces por el método que usaban habitualmente para deshacerse de los cetáceos que de vez en cuando aparecían varados: despiezarlos con una excavadora y hacer con los restos algo que pareciese un accidente. Pero la playa que estaba a mano pertenecía a otro término municipal, O Vicedo. Los vecinos se concentraron día y noche para evitar el desembarco y el alcalde, por mucho que fuese correligionario del de Viveiro, presentó una denuncia en comisaría (me gustaría conocer los términos). Así pasaron cinco días, con el muerto atufando la ría, hasta que una lancha de salvamento arrastró el cadáver del cetáceo mar adentro, con un agujero en el estómago para que se hundiese, como efectivamente pasó. (A todo esto, espero que la lectura no les haya amargado el desayuno).
La aparición de ballenas delante de las narices es un fenómeno más habitual de lo que parece
La aparición de ballenas, no necesariamente reales, delante de las narices, es un fenómeno más habitual de lo que parece. En cierta forma, nos ha pasado tanto a nosotros, CTXT, como a la Administración Biden. No son ballenas físicas (por lo menos la nuestra). Ni siquiera podemos asegurar que estén muertas. En el caso de la Casa Blanca, hubiesen hecho o no en el Báltico lo que han hecho, o no, hasta ahora tenían la costa despejada. Cuando lo único que recibían era felicitaciones de europarlamentarios frikis del Este por la hazaña que habían realizado o dejado de realizar en las profundidades, se podían permitir silbar y mirar hacia otro lado, sin sufrir más presión que el asesino aquel a quien Gila le susurraba “aquí alguien ha matado a alguien”. Como se evidenció en Oregón en noviembre de 1970, les había bastado con hacer “¡chas!” y que el problema desapareciese en un volado (nunca mejor dicho). Sin embargo, ha aparecido la ballena y no han podido evitar que haya salpicaduras. De momento, informaciones en medios para ellos no relevantes, y protestas de políticos ídem, pero no se sabe todavía lo que puede caer.
La ballena de CTXT ha surgido de la simple republicación de una información de un veterano periodista que a los jefes –y a bastantes soldados– les pareció interesante. Era de esperar que los movimientos de dos señores norteamericanos de edad provecta –el que la hizo y el que la contó– provocaran un terremoto mundial con epicentro en el Báltico, pero no que, en uno de esos improbables efectos mariposa, el lepidóptero CTXT batiese levemente sus alas en Madrid y provocase un seísmo y un rechinar de dientes en algunos ámbitos profesionales. Un medio pequeño está resignado a que los grandes le arrebaten los temas que ha sacado, pero nunca a que se los engorden, aunque sea a base de críticas. Les presento a nuestro cetáceo. Como está vivo y coleando, a nosotros no nos molesta.
Les hablo de ballenas porque no les puedo hablar de la guerra. Hace tiempo que he renunciado a intentar informarme del curso real de la tragedia. Bastante me llega con horrorizarme. Pese a ser periodista, prefiero no tocar temas que ignoro. Lo que me interesa, y mucho, es el debate profesional sobre las fuentes. Las periodísticas. Ánxel Fole, un viejo –¡otro!– escritor y periodista, contaba el caso de una fuente, de las de agua, en las montañas orientales de Galicia, en O Incio, en la que vivía una trucha. Nadie la pescaba, ni la molestaba, porque la gente sabía que la existencia de aquel pez garantizaba que el agua era limpia y potable. En nuestras fuentes, las periodísticas, a falta de truchas, tenemos que confiar en otros parámetros: la verosimilitud, la trazabilidad, la experiencia, la fiabilidad… y, en base a esos análisis, garantizarles que el agua que les damos se puede beber. La teoría es esa. De la práctica les hablaré después de un par de digresiones.
La primera digresión es que el debate está bien, pero es cierto que se podría haber producido antes, cuando las autoridades pertinentes decretaron que la buena información era solo la del bando bueno, e impusieron estrellas amarillas infamantes de “medio/periodista asociado a Rusia” tanto a reales difusores de propaganda rusa como a especialistas en esa parte del mundo. Se dan circunstancias, cada vez menos curiosas, como la del canal de TV independiente ruso Dozhd (“Lluvia”) que, por serlo –independiente, no ruso–, tenía que emitir desde Letonia. El pasado noviembre le retiraron la licencia... por prorruso. O cuando detuvieron a Pablo González, un periodista –que, eso sí, tuvo la mala idea de nacer en Rusia de padre ruso– que lleva un año en una cárcel polaca sin más acusaciones formales que las vertidas en una nota de prensa.
El debate se podría haber producido cuando se decretó que la buena información era solo la de un bando
La segunda es saber por qué, cuando las fuentes son tan claras y prístinas como unas declaraciones públicas del presidente de los EUA y de varios altos cargos anunciando que se van a cargar una infraestructura civil, por muy estratégica que sea, ningún medio muestre el más mínimo interés por saber si hubo consecuencias efectivas. Ni antes ni después de que las hubiese. Imaginemos por un momento que un autócrata con el gatillo fácil como Putin hubiese amenazado públicamente con cargarse el Eurotúnel, el Bernabéu o cualquier otra obra civil imprescindible para la civilización occidental tal y como la entendemos. ¡Es que Putin es muy capaz! ¡Está loco y es un dictador!, dirán. Completamente de acuerdo. Por eso habría que estar alerta. Los medios y no solo los medios. Pero lo que sí ha volado es el gasoducto.
El necesario debate de las fuentes redoblará su interés cuando acabe la guerra y sus secuelas, si es que vemos tal cosa. Sin embargo, en la práctica, en buena parte del periodismo mundial y en casi todo el hispano, eso de las fuentes –verificarlas, o contrastar varias para comprobar si lo que nos dice una es cierto o no– no existe. Históricamente, se ha salvado ese pequeño obstáculo con soltura olímpica. Se ha contado lo que alguien, normalmente una institución o una autoridad –las llamadas fuentes oficiales–, ha dicho, sin entrar a cuestionarlo. La versión policial o el informe fiscal, relatos de parte, pasan a ser noticia disfrazados de hechos probados. La comprobación de lo esgrimido por alguien no es labor del informador, que se limita a su papel de magnetófono semoviente a la espera de que alguien contrario a la fuente declarante aporte su opinión, normalmente igual de poco fundada. (El caso más chusco de cosificación fue cuando los periodistas mutaron en atrezzo, al acudir presencialmente a las sesiones de plasma de Rajoy en vez de seguirlas tranquilamente desde las redacciones).
No hace falta infiltrarse en una redacción para comprobar lo que digo. Un diario digital o un magazine matinal, si es que son capaces de diferenciarlos, pueden asegurar una cosa y la contraria en la misma mañana o en ediciones consecutivas, sin que medie en el proceso atisbo alguno de mea culpa. Bueno, siendo estrictos, nadie ha rectificado nunca nada, salvo alguna confusión de cargos. Un medio se encarga de amplificar y vender como verdades incuestionables las invenciones de otro, en la más absoluta seguridad de que habrá una justa correspondencia cuando sea el amplificador el inspirado por las musas. En la parte inferior de las ediciones digitales de la mayoría de los medios serios pueden incluso comprobar la estima en la que tienen a las informaciones que dan. Cuando dejan de merecer las partes nobles, las noticias se ven abocadas a mezclarse, allá abajo, con las mismas medidas, tipografía y tipología, con contenidos que proclaman que tal o cual colectivo –médicos, inversores en bolsa, notarios…– están aterrados por la aparición de un método innovador, o que se puede conseguir el tipo de Cristiano Ronaldo con solo unas pastillas de hierbas. Sinceramente, entre intentar racionalizar la última ocurrencia de Feijóo y lograr aprender alemán en un par de semanas gracias a una aplicación desarrollada en el MIT no hay color. Engaño por engaño, siempre el más ameno.
Yendo al más alto nivel de la profesión, en el haber del periodismo español hay que reconocer que son escasos los casos de corrupción que no ha desvelado la prensa y que han salido a la luz porque funcionan los mecanismos de control de una sociedad democrática (jueces, policía, servicios de inspección de la administración). En el debe del sector, el hecho de que más que periodismo de investigación hay filtraciones interesadas y reporterismo de venganza. Miren –y acabo–, la realidad es que lo del periodismo no es más que tener un palito. Algunos tienen una estaca para deslomar a quien convenga, otros cayados para pastorear gentes y voluntades, y hay quienes usan el palo para meterlo en las ruedas. En esta casa utilizamos la varita que ustedes han tenido a bien confiarnos para intentar remover las aguas estancadas. Aunque salgan ballenas o algún que otro merluzo.
Querida gente de bien:
Yo presencié una experiencia similar a la que contaba Adriana T. en su carta de la pasada semana. El problema de
Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí