Negro sobre negro XIV
Kustcher, Massimi & Co: bailando con nazis (II)
En la Europa actual, un personaje como Villarejo sería poco creíble. Así que, para construir un malo consistente, hay que echar mano de sicarios o psicópatas. En la Alemania de Hitler, todo eso viene de serie
Xosé Manuel Pereiro 2/04/2023
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Leer novela negra hoy en día es como comer cerezas. Enganchadas por los rabos de la autoría o de la temática, una te lleva a otra. Después de vadear el anchuroso Philip Kerr descubrí que, sobre el III Reich, había auténticos océanos, procelosos como los mares de China. Yo había leído a un trío de autores, recordé la obra de un cuarto y preparando esto acabo de descubrir la existencia de cerca de media docena más. Alemanes, pero también franceses, italianos, británicos, yanquis y españoles. Todos estrictamente noir.
Las explicaciones que le encuentro a esa naziorrea (se habla ya de nazi crime) son varias: una, la obvia, potencia del imaginario simbólico de la época; otra, que todos sabemos cómo acabó aquello –esa pulsión que tiene todo lector de novela negra, lo reconozca o no— y, en tercer lugar, que el mal –el otro ingrediente necesario del género– allí corría a raudales. Porque en Europa no es tan fácil encontrar malvados. Aunque el sistema sea aplastante y estructuralmente corrupto, no todos sus altos representantes –policías, jueces, financieros– lo son. Agentes del orden o servidores de la justicia incompetentes, los que se quiera. Corruptos, a puñados (la némesis de Harry Hole, el personaje del noruego Jo Nesbø, es un comisario activista nazi). Pero en una novela que transcurra en la Europa actual, un personaje como Villarejo sería muy poco creíble. Así que, para construir un malo consistente, hay que echar mano de unos sicarios que se pasen de frenada al proteger los intereses de los poderes fácticos, o de un psicópata que suple con una inteligencia en grado sumo su carencia de motivos reales para andar ocasionando desgracias. En la Alemania nazi, todo eso viene de serie.
El autor de nazi crime que no recordaba, anterior a Kerr, era Pavel Kohout, un checo que fue comunista hasta 1968 y después compañero de Vaclav Havel en la protesta intelectual Carta 77. La hora estelar de los asesinos (Alianza, 2003) acontece en 1945, en los estertores del III Reich (Kohout tenía entonces 17 años). A pesar de que el Ejército Rojo está a las puertas de Praga, la Gestapo sigue haciendo la vida imposible a la policía checa que persigue a un asesino particularmente malvado. Tanto que ahora recuerdo que no llegué a acabar la obra.
Una de las explicaciones que le encuentro a esa naziorrea es la obvia potencia del imaginario simbólico de la época
Volker Kutscher sí es alemán (Renania, 1962). Estudió filología, filosofía e historia germanas, y vivió del periodismo antes de poder hacerlo de la literatura. Escribió otras novelas policíacas antes, pero la que impulsó su carrera fue Der nasse Fisch (El pez mojado, publicado aquí por Ediciones B como Sombras sobre Berlín, en traducción de Susana Andrés Font). La acción transcurre en 1929 en la entonces capital de Prusia, a la que llega Gereon Rath, un comisario de homicidios procedente de Colonia, escapando de la presión mediática derivada de un incidente “laboral”. Está destinado en la brigada de Costumbres, por mucho que sea hijo del jefe de policía de Colonia y venga recomendado a su amigo, el alcalde berlinés Konrad Adenauer. (Los personajes reales abundan, y son transversales a varios autores: tanto Rath como Bernie Günther tuvieron como jefes a Bernhard Weiss, el auténtico modernizador de la policía alemana, y a Ernst Gennat, el investigador del caso del vampiro de Düsseldorf). Pese al ambiente de permisividad del Berlín de la República de Weimar, a Rath no le falta trabajo. Su primera actuación es la desarticulación de un grupo que realiza fotos pornográficas con personas caracterizadas como ilustres protagonistas de la historia alemana, de Bismark al emperador Guillermo.
Pero la persecución de los desajustes entre los gustos personales y las normas legales enseguida dan paso a asuntos más serios. En las calles se enfrentan a tiros las fuerzas de la policía –bajo mandato socialdemócrata– y el Frente Rojo, ante el regocijo de los freikorps, los escuadrones de excombatientes, de extrema derecha, que ansían la revancha de una guerra que consideran que perdieron por la traición de los bolcheviques y que serán las fuerzas de choque nazis. Para que no falte de nada, la ciudad está repartida en zonas de influencia de las ringverein, en teoría clubes de inserción de exreclusos y en realidad poco disimuladas bandas mafiosas. Pero en aquella metrópoli de cuatro millones de habitantes, primaban las ganas de diversión, dosis de peligro incluidas. “El mayor peligro que uno podía correr en la Ku’damm, como se conocía la avenida Kurfürstendamm, consistía en toparse con una pandilla de las SA que lo apalizase por no encontrarlo a uno lo suficientemente ario, pero allí en el este, con un poco de suerte, hasta se podía presenciar un tiroteo entre verdaderos malhechores” (Sombras sobre Berlín).
Cada uno de los libros protagonizados por Gereon Rath y su socia –y después pareja– Charlotte Ritter, una excelente criminalista que tiene que conformarse con ser secretaria de detectives a consecuencia de los prejuicios de la época, está datado en un año. Kutscher había pensado pararse en el séptimo, porque fue ese año –1936– cuando Himmler se hizo cargo de la Policía, y le parecía poco probable la coexistencia con Rath. “Además, esto tiene que acabar en algún momento”, argumentó en 2019 el autor en Tagesspiegel. “No quiero llegar algún día al volumen 27 como Donna Leon”.
La saga Rath ha servido de base para una serie de televisión, Babylon Berlín
Ahora, sin embargo, se plantea llegar a 1938, pero se resiste a hacer coincidir la acción con la guerra. “La guerra es demasiado perversa y una situación demasiado excepcional. Eso está demasiado lejos de la vida normal”. Hasta el momento ha escrito siete (hasta 1935), de los que en España se han publicado cuatro: Sombras sobre Berlín, Muerte en Berlín, Un gangster en Berlín y El expediente Vaterland. En ninguno de los títulos originales (de los traducidos o por traducir) se menciona la palabra “Berlín”, lo que refuerza que lo alemán, nazi o no, tiene tirón comercial. La saga Rath ha servido de base para una serie de televisión, Babylon Berlín, que va por su cuarta temporada (más o menos una por novela).
Kutscher reconoce que encontró la inspiración para sus novelas al ver M, el vampiro de Düsseldorf (Fritz Lang, 1931). “Ya está todo allí, las ringverein, un comisario que se parece al verdadero Ernst Gennat” [el verdadero Gennat investigó el caso real que retrató Lang]. Fabiano Massimi es italiano (Módena, 1977), pero en lugar de sentirse atraído por la dictadura patria, reconoce su fascinación por la ajena. Decidió inspirarse en hechos reales, como dicen en las películas, y tuvo que realizar un exhaustivo trabajo de documentación. En El ángel de Múnich (Alfaguara 2020, traducción de Francisco Javier González Rovira) relata un suceso que trae de cabeza a los historiadores –por lo menos a algunos–: la muerte de Angelika Geli Raubal, sobrina de Hitler, encontrada el 18 de septiembre de 1931 en la casa en la que ambos residían en el número 16 de la Prinzregentenplatz de la capital bávara, en su habitación cerrada por dentro, con un disparo en el pecho procedente de la pistola de su tío. “Estoy profundamente consternado. Creo que no he sufrido tanto en toda mi vida. Contestar a sus preguntas es un esfuerzo enorme, créame. Dudo que nadie me haya visto nunca en este estado”, le confiesa Hitler al inspector que lo interroga. “Se lo ruego, defiéndanos a mí y a mi sobrina. Algún día millones de alemanes se lo agradecerán”, le pide en otro momento.
La investigación, a cargo de los inspectores Sauer y Forster, tanto en la novela como en la realidad, fue abierta y cerrada aquel mismo día (sábado), reabierta el lunes por la mañana y cerrada de nuevo por la tarde. En esos lapsos, pudieron averiguar que las habitaciones de tío y sobrina estaban comunicadas y que Geli era la compañera de juegos sexuales, voluntarios o no, del tío Adolf, que varios biógrafos consideran adicto al ondinismo o urofilia (a la lluvia dorada, vamos). “La muerte de Geli Raubal es un hecho histórico. Las circunstancias en que se mueven las pesquisas de Sauer y Forster están verificadas. Lugares, tiempos, personajes implicados e hipótesis formuladas se han extraído de la crónica, no de la imaginación, igual que las declaraciones de los testigos, los artículos de periódico y todos los documentos aportados, excepto una carta y las notas de Himmler”, asegura Massimi en una nota final. En ella, también cita las fuentes que confirman que Hitler aseguró varias veces que Geli era “la única mujer con la que podría haberme casado” y que su fallecimiento tuvo al futuro dictador a un paso del suicidio o al menos del abandono de la política.
Saeur y Forster eran los apellidos de los investigadores del caso, según los archivos de la policía de Múnich, que no mencionan los nombres de pila. A Saeur, Massimi le adjudica el muy ario patronímico Siegfried, y la apariencia física no menos germánica de Reinhard Heydrich (posiblemente el peor bicho de la élite nazi), con el que acaba manteniendo un duelo. A Siegfried Saeur (las iniciales también tienen su aquel), Fabiano Massimi le ha proyectado siete libros. El segundo, Los demonios del Reich, se publicó al año siguiente y también afronta otro hecho histórico con sus veladuras. El incendio del Reichstag, que se atribuyó oficialmente y por la vía rápida al comunista holandés Marinus van der Lubbe. La historia no tiene clara la autoría, pero sí los resultados. Creo que Massimi le echa la culpa a los nazis, pero confieso que todavía no lo he leído.
Ben Pastor tiene nada menos que 13 libros de su protagonista Martin Bora, siete editados en castellano
Tampoco a muchos de los otros autores que me he encontrado, como Ben Pastor, pseudónimo de la italiana residente en EUA y en el idioma inglés, Maria Verbena Volpi. Pastor tiene nada menos que 13 libros de su protagonista Martin Bora, siete editados en castellano por Alianza en traducción de Pilar de Vicente Servio. Bora es un oficial investigador más o menos inspirado en Claus von Stauffenberg, autor del atentado fallido contra Hitler, que inicia su carrera en el bando franquista de la Guerra Civil y recorre todos los escenarios de la II Guerra Mundial investigando casos como… el asesinato de Lorca. El galés Chris Lloyd no tiene una dictadura propia de la que echar mano como escenario literario, pero su protagonista de un par de libros es francés, Eddie Giral. Eso sí, un policía francés en la Francia ocupada.
Creo que me rehabilito si les recomiendo a Anne Stern con conocimiento de causa. Stern sí es berlinesa, y su protagonista en un par de libros editados por Maeva es Hulda Gold, una comadrona que ejerce en los barrios pobres de la ciudad. Un oficio entonces –años 20– sin ningún reconocimiento social, pero que nos permite conocer la miseria en un grado tal que Dickens parece un escritor posmoderno. “Sí, un varón sano. El cuarto, por cierto. No tendrá respiro. El marido trabaja por turnos de tornero y ahora tiene seis bocas que alimentar. Bert asintió. El día a día de la gente modesta en las viviendas de alquiler de Schöneberg era duro y lóbrego. Se estremeció al pensar en que también él provenía de esa miseria, de ese tufo a ropa húmeda y váteres exteriores, a cuerpos sin lavar y a miedo antiguo”.
A pesar del contacto cotidiano con la miseria, Hulda es optimista: “Pasó traqueteando el tren elevado de la línea A sobre el trazado de hierro pintado de rojo y gris, y desapareció en la casa de la Bülowstraße 70. Para hacer posible que el tren pudiera circular en línea recta rumbo al centro, se había abierto un boquete en la fachada. El monstruo de los raíles se introducía como una serpiente de metal a través del edificio, casi con garbo en medio de tal abominación. ‘Que se perfore una vivienda porque se cruza en el camino del progreso solo puede ocurrir en Berlín’, pensó sonriendo Hulda”.
En Luces y sombras en Berlín (en el título original, Fräulein Gold. Schatten und Licht, tampoco aparece “Berlín” por ninguna parte, aunque sí “sombra” y “luz”. La traducción es de Susana Andrés Font), Hulda Gold investiga el asesinato de una antigua enfermera, devenida en prostituta después de los horres presenciados en un hospital para heridos en la Gran Guerra: “Un joven, casi un niño, que como consecuencia de la experiencia en la guerra se quedó sin voz. El médico que lo trataba le metió una bola en la laringe, de modo que el joven creía que se iba a asfixiar. Muerto de miedo, ese pobre ser digno de compasión boqueaba en busca de aire, y al final empezó a gritar como un animal agonizante, lo que el doctor valoró como un éxito. Se declaró que el paciente estaba curado porque había recuperado la voz y fue destinado al frente. Cayó en una nueva operación por el Imperio en una ciudad belga cuyo nombre he olvidado”.
Berlín, 1945 (RBA, traducción de Macarena González) sí se titula así, y va de unos asesinatos en serie en la ciudad dividida en cuatro sectores por los vencedores. El autor, el periodista Pierre Frei, tenía 15 años en la época que narra, y eso le permite describir con todo detalle el ambiente de miseria y derrota en la que fue la capital del crimen de guerra. Con ella se cierra el ciclo que arranca recién constituida la República de Weimar en 1918, el primer intento de democracia en Alemania, según Anna Stern. “Sin embargo, aquella joven, fresca y tierna democracia pronto desembocó en una dictadura. Pero ¿somos hoy, cien años después, más sensatos?”, se pregunta. Una cuestión que sobrevuela en gran medida la obra de todos los autores citados. Ninguno se aventura a responderla, pero posiblemente el más sincero es Massimi: “Como estoy cansado de ver un mundo injusto, la novela negra me permite hacer justicia: nadie puede cambiar lo que escribo”. Quizá ese sea el cuarto o quinto motivo de la única explicación del auge del nazi crime: podemos conjurar el peligro en los libros.
Leer novela negra hoy en día es como comer cerezas. Enganchadas por los rabos de la autoría o de la temática, una te lleva a otra. Después de vadear el anchuroso Philip Kerr...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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