NOTAS DE LECTURA (XVIII)
Verosímil o inverosímil
El intento de crear mayor verosimilitud desemboca a menudo en una mayor artificiosidad
Gonzalo Torné 27/04/2023
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Grados de exigencia. A veces parece como si la exigencia de verosimilitud no fuese igual para todas las dimensiones de un libro. Así se muestra extraordinariamente exigente con los diálogos (que al mínimo desvío de una austera convención en seguida se consideran excesivos) y del todo permisivo con el inverosímil acuerdo de que al abrir un libro escuchemos la voz de un narrador que nos habla (o que se habla). ¿De dónde viene esa voz? ¿Por qué nos habla? ¿A quién le habla? ¿De dónde saca el tiempo? ¿Alguien tiene tanta saliva? ¿No estará pensando en lugar de hablar? ¿De verdad alguien piensa como un narrador expone su novela?
Una solución aparatosa. Los intentos convencionales de solventar el problema de la verosimilitud del narrador hacen bueno el refrán: “A veces es peor el remedio que la enfermedad”. El manuscrito encontrado (por no hablar de la caja llena de papeles del abuelo del que ir sacando fotos, recortes y páginas de diario) no solo es aparatoso, sino que nos distancia de la narración. El intento de parecer más verosímil desemboca a menudo en una mayor artificiosidad.
El recurso a la realidad. La verosimilitud no siempre debe buscarse por contraste con el “mundo real”. Nadie que conocemos habla como Antonio y Cleopatra y, sin embargo, nuestras voces en un día apagado desentonarían de escucharse en Antonio y Cleopatra. Dicho de otro modo: la obra es capaz de crear (no todas las obras y no siempre lo consigue) sus propias condiciones de verosimilitud. Algo que conocen perfectamente los aficionados al género fantástico. Creo que era Umberto Eco quien decía que un libro no deja de ser verosímil porque aparezcan dragones, sino cuando los dragones incumplen las reglas del comportamiento previstas para ellos por el propio libro.
El reconocimiento. En ocasiones parece como si lo que llamamos verosimilitud fuese sencillamente el reconocimiento de una convención. Así se explicaría, por ejemplo, que reconozcamos una narración como histórica cuando el personaje suelta dos pedestres “menester” y “presto”, aunque su psicología sea la de un hombre del presente o la de un español de opereta. Lo mismo sucede con la representación del vaquero en las películas del Oeste (una de las idealizaciones más chuscas y exitosas de la historia de la ficción) o con la representación del judío en la literatura del siglo XIX, una “convención verosímil”, del todo irrespetuosa con la complejidad de la realidad de la que no se escapan ni Dickens ni Balzac. De manera parecida reconoceríamos como verosímiles diálogos que respondiesen a cierto ideal de austeridad expresiva y economía de palabras, aunque lo cierto es que la mayoría de personas al hablar nos enredamos, nos repetimos y nos dan repuntes poéticos. Pero aquí la realidad paga su tributo al verosímil convencional.
Grados de exigencia. A veces parece como si la exigencia de verosimilitud no fuese igual para todas las dimensiones de un libro. Así se muestra extraordinariamente exigente con los diálogos (que al mínimo desvío de una austera convención en seguida se consideran excesivos) y del todo permisivo...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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