En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Anoche acabé comiendo mejillones en una casa del occidente asturiano, cerca del mar, con una ingeniera técnica de minas, una bióloga, un electricista, un informático y una poeta. Parece un chiste. Pero a los mejillones no les hizo gracia. El caso es que el informático, la ingeniera y el electricista se enzarzaron en una discusión sobre las instalaciones eléctricas trifásicas. El informático, osado, llevaba la contraria al electricista y a la ingeniera. Y no se bajaba del burro trifásico. La bióloga, la poeta y yo aprovechábamos el conflicto para dar buena cuenta de los mejillones, que llevaban una salsa estupenda que había preparado la bióloga, supongo que aprovechando sus conocimientos sobre el misterio de la vida. Pero la curiosidad, ¡ah, la curiosidad!, que es el motor de todas mis desdichas y mis alegrías, me hizo preguntarle a la ingeniera que qué cosa era una instalación trifásica. Ella me miró muy seria y, mostrándome las palmas de sus manos, unió las puntas de sus dos dedos índices y de sus pulgares. Yo pensaba que me iba a gritar nosotras parimos, nosotras decidimos, pero no, me explicó algo que estaba más allá de mis capacidades cognitivas, sobre que el centro de ese triángulo era el punto de equilibrio de no sé qué y que si en uno de los lados había más vatios o algo así, ese centro se descompensaba, e ilustraba ese desequilibrio desplazando un pulgar sobre el otro, alejándose de la armonía del isósceles hacia un marasmo escaleno.
No entendí nada, la electricidad para mí es un misterio, como tantos otros avances de la humanidad de los que disfruto sin ser capaz de comprenderlos. No sé cómo funciona una bomba, una bombona o una bombilla. Sé que estas están desapareciendo ante el avance de otras fórmulas, como la iluminación led, aunque no es consuelo, porque los led tampoco los entiendo.
Pero pensé en el triángulo, en la figura que unas manos con pulgares oponibles dibujaron momentáneamente en el espacio. Y fui capaz de no ver dedos, de no ver manos, de ver solamente un trazo ideal, una figura definida por tres ángulos idénticos. ¿O por tres lados?
Ya no pude concentrarme en nada más. ¿Qué define a un triángulo? ¿Que tiene tres lados o que sus lados forman tres ángulos? Bueno, pues si se llama triángulo digo yo que por algo será. Pero a lo mejor hemos elegido una forma de mirar la realidad que nos hace enfocarnos en los lados y no en los ángulos, esto es, en los fenómenos aisladamente y no en las relaciones que entre ellos se establecen. ¿Qué define a un rectángulo? ¿Que tiene cuatro lados o que entre esos cuatro lados los ángulos que se forman son de noventa grados? Hay muchos polígonos de cuatro lados cuyos ángulos no son rectos. Así que cualquier cosa de cuatro lados no es automáticamente un rectángulo. Pero creo que nos han entrenado para fijarnos en cuántos lados tiene y no en si sus ángulos son o no rectos. Así un rombo es un “rectángulo raro”, cuando no tiene ningún ángulo recto, pero a quién le importa eso.
Me desperté a la mañana siguiente acordándome del ingeniosísimo sistema de numeración que introdujeron los fenicios: el uno, un ángulo; el dos, dos ángulos. Y así hasta el nueve, nueve ángulos (no sé si ese sistema de numeración era en origen decimal o sexagesimal y si hubo en algún momento de la antigüedad símbolos que representaban diez y once ángulos, pero sería fantástico poder saberlo).
Luego ves los números romanos: uno, un palitroque; dos, dos palitroques… y así, y no puedes evitar pensar que ambos sistemas representan dos formas sustancialmente diferentes de mirar el mundo.
Protágoras se puso muy pesado con lo de que “el ser humano es la medida de todas las cosas (las que son en tanto que son y las que no son en tanto que no son)”. Ἄνθροπος μέτρον. A lo mejor intentaba desesperadamente regresar a la mirada al mundo que priorizaba la relación entre los fenómenos, los ángulos entre los lados, frente a los hechos en tanto que tales analizados de manera aislada. Pero si hubiera sido así, y lo hubiéramos entendido, el dicho hubiera llegado hasta nuestros días traducido como “el ser humano establece la relación entre todas las cosas”, o “desentraña” o “comprende”.
Si estas tonterías que estoy diciendo contuvieran alguna traza de verdad, yo creo que podríamos decir que se impuso la visión de los palitroques frente a la de los ángulos. Y puede que sea por eso que cuando a alguien todavía se le ocurre intentar descifrar qué hay detrás de los discursos, los pactos con la extrema derecha, los bombardeos y los envíos de armas a población civil, de los sobreseimientos de las causas dependiendo de quién sea la persona encausada, sobre ese alguien recaen todas las sospechas: ¡céntrese usted en el lado y deje de medir el ángulo!
Anoche acabé comiendo mejillones en una casa del occidente asturiano, cerca del mar, con una ingeniera técnica de minas, una bióloga, un electricista, un informático y una poeta. Parece un chiste. Pero a los mejillones no les hizo gracia. El caso es que el informático, la ingeniera y el electricista se enzarzaron...
Autora >
Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí