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Ayer, justo antes de disfrutar de unos días de vacaciones, me detuve ante el reel de una de las pensadoras más lúcidas, según mi punto de vista, de la actualidad: la filósofa e investigadora en la Universitat de Barcelona Clara Serra. El reel era un resumen de la última tribuna que Serra ha publicado en El País, la cual tiene por nombre ‘La insoportable oscuridad del sexo’. Tras su cuidadosa lectura y tras compartir la tribuna y el reel con las personas que forman parte de mi vida, han sido numerosas las acaloradas conversaciones que hemos mantenido y el oscilamiento de nuestro pensamiento gracias a lo que Serra nos cuenta.
Recomiendo muchísimo la lectura de la tribuna de opinión o la escucha atenta del reel en la cuenta de Instagram de Serra, porque estoy de acuerdo en muchos de sus planteamientos, habiendo uno que me gustaría celebrar y otro que quiero problematizar.
Lo primero que deseo pararme a mirar es que resulta urgente visibilizar las enormes dudas, complejos, vergüenzas, falta de información y un largo etcétera que muchas de nosotras sentimos cuando nos preguntamos sobre nuestros deseos y prácticas sexuales. Coincido con Serra en que es importantísimo asumir que muchas de nosotras no tenemos claro ni qué deseamos ni qué prácticas sexuales nos gustan o nos interesa explorar. Esta es una realidad que va en contra de la idea que la sociedad parece lanzarnos de que lo tenemos todo claro. Pues no. Y para poder tener un poco más de información sobre qué deseamos, qué no deseamos y qué prácticas nos gustan o no, sería interesante hacer algo: explorar.
Defiendo la importancia de consentir la exploración, abrazar la aventura como paso previo ineludible a consentir cualquier práctica sexual
Serra y yo coincidimos en que el consentimiento y las prácticas sexuales han de ser exploradas, para darnos la oportunidad de conocer mejor qué nos gusta o disgusta y poder consentir mejor. Esta dinámica exploratoria entre lo cierto y lo incierto nos sitúa en un lugar liminal, en ese espacio que Paul B. Preciado propone en Yo soy el monstruo que os habla (2018) como una zona de duda, de oscuridad, de investigación: un lugar del que huye no solo la modernidad sino la maquinaria neoliberal. Permitámonos indagar, reflexionar, aventurarnos, ser seres vivos explorando nuestra sexualidad, dando rienda suelta a la curiosidad despiadada que, según Donna Haraway (Seguir con el problema, 2019), muchas de nosotras llevamos dentro, siendo conscientes de no saber muy bien lo que deseamos y, por lo tanto, lo que podemos consentir o no.
Consentirte explorar sobre tu sexualidad resulta entonces fundamental, asumiendo que en el camino pasarán todo tipo de cosas. Si nos damos la posibilidad de explorar, quizás las gang bangs, las orgías, el BDSM, contratar trabajo sexual por parte de las que somos asignadas mujeres o la asexualidad sean formatos y prácticas en las que nos reconozcamos a nosotras y a nuestros goces tal y como contaron Christopher Ryan y Cacilda Jethá en En el principio era el sexo (Paidós, 2012) o Tristan Taormino y Constance Penley en Porno feminista. Las políticas de producir placer (UHF, 2016).
Por lo tanto, adelantar, mantener, prolongar la cuestión de la exploración desde el debate sobre el consentimiento hasta las prácticas sexuales femeninas es urgente y necesario, sabiendo siempre que nos pasarán cosas agradables y desagradables en el camino y que esta exploración, con sus riesgos y sus aciertos, vale la pena. Esta es la única manera que tenemos de aprender y de decidir sobre nuestra sexualidad. Lo peor sería, a mi modo de ver, tener miedo a explorar y solo atrevernos a practicar lo que conocemos o creemos conocer. Quedarnos en casa muertas de miedo, tal y como nos hace ver Virginie Despentes en Teoría King Kong (2006). Por lo tanto, defiendo la importancia de consentir la exploración, abrazar la aventura (ese constructo tan masculino) como paso previo ineludible a consentir cualquier práctica sexual, porque dicha exploración puede darnos el conocimiento necesario para elegir mejor.
Es interesante que las exploraciones en este lugar de duda, liminal, monstruoso, sean contadas, verbalizadas, compartidas
En segundo lugar, problematizaré la afirmación de Serra (acompañada de otras autoras) acerca de que decir sobre nuestra sexualidad, hablar de ella, es un presupuesto neoliberal, para añadir mi punto de vista: es neoliberal contar sobre nuestra sexualidad como una cuestión clara, cerrada y tajante, completa, terminada. Ahí seguimos dentro de la jaula de la sexualidad hetero/patriarco/colonial, cuando aceptamos que sabemos a ciencia cierta lo que deseamos. Defiendo que para desbaratar la jaula es importante contar sobre ella, de manera que además de empezar a entendernos como monstruos, como seres vivos que no tenemos claro nuestro deseo, también nos atrevamos a contar ese proceso de exploración.
Es interesante que nuestras exploraciones en este lugar de duda, liminal, monstruoso, sean contadas, verbalizadas, compartidas, dichas, escritas, a veces en público y a veces en privado, puesto que contar es el procedimiento que nos permite el necesario ejercicio de reflexión crítica y, por lo tanto, nos aleja de lo neoliberal; la cuestión no es tanto verbalizar tajantemente, sino verbalizar con dudas, pero verbalizar al fin y al cabo. Tal y como lo hace Serra, que verbaliza sus incertidumbres con respecto al consentimiento, invito a las lectoras, (como me he invitado a mí misma) a repensar lo que dice Jorge Alemán (Breviario político de psicoanálisis, 2023), citado por Serra: “El empuje del neoliberalismo es que todo se haga visible, que todo sea comunicable, que todo pueda ser medido, calculable y evaluable”. Comunicar para capitalizar es neoliberal sin lugar a dudas, pero existen no solo otros motivos para comunicar (por ejemplo, autoinvitarte o invitar a explorar, ampliar tu consciencia sexual, conocerte mejor…), sino otras maneras de hacerlo que pasan por contarlo diferente y contarlo de forma comunitaria.
Cuando escribo contarlo diferente aludo a la diversidad narrativa, que podemos abordar, como nos propone Donna Haraway, a través de procedimientos de “ciencia ficción y fantasía, fabulación especulativa, feminismo especulativo y figuras de cuerdas”. Me pregunto cómo podemos contar de otra manera y cómo encontrar otras formas de contar que reinventen las descripciones académicas y el enrevesado discurso de una ciencia con la que no nos sentimos cómodas, contar desde la metáfora de la bolsa en vez del falo, tal como expone Haraway en su devenir-con o Ursula K. Le Guin en su texto The carrier bag theory (1988).
Asimismo, me parece importante contar haciéndonos responsables del devenir-con otros seres. El narcisismo que Serra cita se rompe con la cuestión del pensamiento colectivo, del pensar con otras, tal y como estoy haciendo con la propia Serra a través de su tribuna. Ese narcisismo, clave del pensamiento moderno y del neoliberal, ese pensamiento falocéntrico del hombre blanco europeo heterosexual que se institucionaliza como universal, se resquebraja en estas “prácticas colaborativas divergentes” (Seguir con el problema, 2019) que transformamos en una bolsa monstruosa urdida entre todas. Esta idea de lo colectivo también me parece necesario proyectarla en la exploración, cuidarnos entre todas para atrevernos a arriesgar juntas, tal y como ya se está haciendo desde Poliamor Madrid, ARA-En Valencia (Asociación para las Relaciones Afectivas Éticas No-normativas Valencia) o el Laboratorio de Amores Diversos impulsado por el CCCC (Centro Cultural del Carmen de Cultura Contemporánea) también en Valencia, entre otras.
Es lícito pensar que no sabemos lo que deseamos y no convertir los resultados en dicho objeto
Si, como escribe Clara Serra con tanta lucidez, “… el sexo nos expone a la vulnerabilidad que implica necesitar al otro para descubrir algo de nosotros mismos”, me parece urgente ahondar en esa vulnerabilidad, bucear en ese abismo del que sabemos tan poco y abrir los posibles a prácticas sexuales que pueden llevarnos a los placeres, aun cuando quizás al principio nos parezca lo contrario y necesitemos de un consentimiento en pruebas para explorarlo. Prácticas ante las que el etiquetado normativo nos predispone en contra y ante las que nos demos la oportunidad de poner el cuerpo y decidir si queremos seguir o si queremos parar o si queremos seguir y parar, seguir y parar, parar y seguir.
Para ello, también podemos reflexionar sobre el presupuesto filosófico que subraya Serra cuando duda de “que podemos saber lo que deseamos, que podemos ponerlo en palabras, que podemos convertirlo en objeto de un contrato”. Es lícito pensar que no sabemos lo que deseamos y por supuesto no convertir los resultados (si es que los hubiera) en dicho objeto. Y también es importante comunicar, hablar, escribir, leer, escuchar; en definitiva, contar. Contar como lo han hecho todos los autores que Serra cita (Rosi Braidotti, Jorge Alemán, Michel Foucault y Katherine Angel) en su devenir-con los que cito yo (Paul B. Preciado, Donna Haraway, Virginie Despentes y Ursula K. Le Guin). Porque contar es volver consciente y puede ser un acto político.
Si todas estas personas/seres/monstruos no hubiesen explorado ni hubiesen contado desde lugares/bolsas/liminales, ni Serra ni yo podríamos estar contando ahora, ni podrían las lectoras seguir contando a su vez.
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María Acaso es escritora y productora cultural. El próximo mes de mayo publica su primer trabajo de lo que ha denominado como polificción académica, que tiene por nombre Y a lo mejor contarlo (Paidós, 2023).
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Con este artículo abrimos una sección sobre nuevos modelos afectivo-sexuales coordinada por María Acaso, Eva Fernández y Juan Carlos Pérez Cortés.
Ayer, justo antes de disfrutar de unos días de vacaciones, me detuve ante el reel de una de las pensadoras más lúcidas, según mi punto de vista, de la actualidad: la filósofa e investigadora en la Universitat de Barcelona Clara Serra.
Autora >
María Acaso
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