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Es preciso señalar que lo humano, todo aquello que nos diferencia de otra especie, existe, si bien es absolutamente humilde y discreto, difícil de localizar, incluso. A tal punto que grandes originalidades humanas, en las que nos reconocemos como especie, se forjaron en una región de la inteligencia tan discreta que, como suele ser habitual, la compartimos con otros animales. Se trata del sueño. Los animales, como nosotros, sueñan. Un perro sueña que corre o que cae, momento en el que se asusta y abre los ojos sin comprender. Es en ese momento cuando sus ojos son casi humanos. Os hablaré de eso. Del sueño. De dos objetos absolutamente humanos que nacieron, que fueron inventados, creados, en el sueño, mucho antes de que fuéramos humanos, y que, a pesar de ello, nos confirman como humanos.
El sueño fue el lugar en el que experimentamos que los muertos existían, y que se podía hablar con ellos. Esta experiencia sobrecogedora de hablar con alguien cuyos labios ya no existen tuvo que ser importante, trascendental, como lo es ahora, cada vez que sucede. Ese milagro de abrazar a tu padre, a tu mujer inexistente, tuvo que ser, por fuerza, la génesis, miles de años después de empezar a ser soñada, de la religión, esa idea inédita, solo experimentada y palpada en el sueño, de que existe vida cuando ya no la hay. La segunda originalidad humana, nacida en el sueño, es la literatura. Nació, empezó a apuntarse, miles de años antes de la invención de la escritura, del alfabeto, de la tablilla o de la tinta. Y lo hizo a través de la invención –la escritura o la lectura, iba a decir–, en el sueño, de historias que, como sucede hoy, la pasada noche, desconocíamos hasta el momento en el que son soñadas y reveladas. Dictadas. Son, otra vez, historias turbadoras en ocasiones. Mensajes sorprendentes y perplejos y luminosos que, saliendo de nuestra cabeza, nunca antes fueron pensados, ni tan siquiera imaginados. Y son, otra vez, sueños, una experiencia que no es exclusivamente humana.
Es posible que ser humano sea, como le sucede a todas las especies, irremediable e irrefrenable. Empezó a suceder en nuestros sueños, cuando éramos otras especies. Nuestros sueños nos dieron pistas sobre cosas que crearíamos, que viviríamos en su plenitud, cuando camináramos erguidos y perdiéramos el vello. Cosas sorprendentes que, de pronto, dejarían de sorprendernos, y que serían algo común, cotidiano. Como la religión o la literatura. Es posible, por tanto, que los sueños, esos pozos sin fondo ni límite, nos informen de cosas absolutamente humanas, que aún no se han producido en nuestra especie, pero que confirmarán nuestra experiencia de humanos en el futuro. No sé. Caminar y, de pronto, volar. No poder diferenciar un beso soñado de uno real. Comunicar a alguien que le sueñas cada noche. Cada noche.
Es preciso señalar que lo humano, todo aquello que nos diferencia de otra especie, existe, si bien es absolutamente humilde y discreto, difícil de localizar, incluso. A tal punto que grandes originalidades humanas, en las que nos reconocemos como especie, se forjaron en una región de la inteligencia...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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