futuro incierto
Tras el 23J, la izquierda dejará de existir
Reducida a una estrecha capa política y a un pequeño ejército de opinadores, sostenida sobre la doble moneda de los cargos institucionales y la visibilidad mediática, la izquierda parece condenada a implosionar sobre sí misma
Emmanuel Rodríguez 11/06/2023
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Ha habido algo demasiado bochornoso en las negociaciones por la “unidad de la izquierda”. No es una cuestión de prurito, o del clásico dandismo de aquellos que se quieren eternamente separados de tocar la realidad, siempre repleta de vileza y miseria humana. Lo que hay de bochorno no está, de hecho, en las negociaciones de la clase política reducida a su más elemental necesidad: el reparto de cargos. Pues a lo que hemos asistido no es más que a eso: a determinar quién y quién no estará en la lista de salida del 23 de julio. Lo que ha sido realmente bochornoso ha sido nuestra aceptación, cruda y simple, de que esto es la política, de que esto es sencillamente la política de izquierdas.
Se puede recapitular brevemente cómo hemos llegado hasta aquí. En el 15M, la clase política era toda ella sin excepción, una casta parasitaria, corrupta y separada del pueblo, del 99%. Los partidos eran todavía organizaciones burocráticas, que destruían su inteligencia interna y arruinaban las mejores voluntades de sus miembros. En 2015, se nos hizo la promesa de que un partido de jóvenes, impolutos de corrupción, podrían llevar a cabo un programa político para la gente. En ese tránsito, aceptamos que el proyecto ya no era modificar la estructura del Estado, reducir su capacidad represiva y su tendencia inevitable a la corrupción económica y moral, sino sencillamente llegar al gobierno. En 2019, esa promesa pareció cumplirse en asociación con la pata izquierda del bipartidismo, el PSOE. Y empezamos a convertirnos en espectadores de una película de acción de ritmo trepidante, hecha de declaraciones, ataques y contraataques de la “derecha” y leyes con grandes preámbulos, pero con resultados materiales extremadamente modestos.
En todo ese tránsito, hemos vuelto a aceptar la sustancia pasiva de la ciudadanía democrática. Nosotros en política somos lo que votamos. Nada más. Y votamos personalidades, proyecciones fantasmáticas de ideas que no somos capaces de ejercer políticamente en primera persona, esto es, en organizaciones, movimientos y conflictos. En democracia, no obstante, tenemos libertad, al menos para expresarnos en redes. Y eso es lo que hacemos, opinar, indignarnos, volver a opinar… Un círculo eterno de opinión, tan propio de la clase media como inútil a la hora de modificar la sustancia real de cualquier cosa que nos rodee. Puede que jamás haya existido un espacio político tan ingenuo como para actuar sobre la premisa de que ¡la opinión mueve el mundo!
Hemos vuelto a aceptar la sustancia pasiva de la ciudadanía democrática. Nosotros en política somos lo que votamos
Quizás el resultado de Sumar el 23 de julio resulte a muchos satisfactorio. Quizás se obtenga un 14% o incluso un 15 %, algo más que de lo que obtuvo la IU de Anguita en 1995. La pregunta es si respecto a mayo de 2011 y su crítica hemos avanzado algo, o solo hemos retrocedido cambiando actores y modificando nuestra “opinión” subjetiva sobre la cuestión de la política institucional.
Unas pocas cuestiones a modo de tesis:
1. La izquierda del PSOE ha quedado reducida a un grupo no muy grande de notables y otro más amplio de “opinadores” (que se mueve entre la figura del influencer político y el periodista profesional). Sobre estos mimbres, esta izquierda elabora sus posiciones políticas, establece su relación de fuerzas internas y actúa de cara al “resto de la sociedad”. Sobre estas bases, la izquierda ha quedado básicamente reducida a un campo de competencia interna por la visibilidad, que intercambia en forma de prestigio, capital simbólico y posiciones institucionales.
Carecer de “base social” implica que a aquellos a quienes te refieres y te debes, que supuestamente te “justifican”, no les importas
2. La izquierda del PSOE no tiene estructuras formales de decisión. Todo depende del carisma del líder de turno, así como de su capacidad de repartir cargos y visibilidad. Su forma de organización es por eso más parecida a la de los “señores de la guerra”, que a la de un partido democrático que todavía conserva el derecho a expresión de las minorías. En este sentido, poco importa que el señor sea Pablo Iglesias o una señora como Yolanda Díaz, Manuela Carmena o Ada Colau. Lo que importa es su carisma para aumentar el botín político en forma de votos y cargos institucionales. Sobre este campo de batalla cruzado entre múltiples jefes y banderías, que desde hace ya casi una década se empapa regularmente de sangre (y por lo tanto es constitutivo de esta izquierda), no hay posibilidad alguna de que la futura reforma de la izquierda no pase por un nuevo líder (o lideresa) carismático aupada por los medios y por las redes sociales. Ni dirección colegiada, ni organización democrática, ni mucho menos un sistema de contrapoderes sociales que sirvan de contrapeso, son concebibles dentro de este espacio político
3. La izquierda del PSOE como espacio social carece de base real en términos de movimientos, organizaciones e instituciones populares, al menos en aquellos segmentos sociales que dice representar: los trabajadores, los precarios, los migrantes, la “gente”, etc. Carecer de “base social” implica varias cosas, que a aquellos a quienes te refieres y te debes, que supuestamente te “justifican”, no les importas, y muchas veces ni siquiera te votan. Por eso el gran partido obrero en España no es Sumar-Podemos, sino el PSOE, que supo heredar el capital político de la vieja izquierda, y convertir a estos segmentos en voto pasivo y cautivo.
No obstante, hay una consecuencia aún peor. En tanto reducida a la clase política y a un segmento de la opinión pública, la izquierda está separada (material y simbólicamente) de las clases sociales que dice representar. Y esto significa que ni conoce sus “problemas”, ni sabe hablarle con un lenguaje que le resulte inteligible. No hace falta insistir sobre el destino trágico de un espacio político tan autorreferencial.
El futuro de esta izquierda es incierto. Seguramente podrá sostenerse como un espacio residual, lo que es dudoso es que sirva como activador social
De hecho, quizás la única ventaja de Yolanda Díaz sobre el resto de sus oponentes (como lo fue en su momento de Ada Colau a través de la PAH) es que guarda cierta relación orgánica con CC.OO. Aunque Comisiones sea más una suerte de paraministerio de relaciones laborales que un sindicato de base sostenido por sus afiliados, al menos, el cuerpo técnico y profesional de este sindicato ha permitido a Díaz orientarse con más tino que aquellos que solo disponen de su espejo en las redes sociales.
4. El futuro de esta izquierda es incierto. Reducida a una estrecha capa política y a un pequeño ejército de opinadores, sostenida sobre la doble moneda de los cargos institucionales y la visibilidad mediática, parece condenada a implosionar sobre sí misma. Su historia pasará con el tiempo político de la generación que la alumbró (la del 15M). Seguramente podrá sostenerse como un espacio político residual, lo que es extremadamente dudoso es que sirva como activador social de los conflictos por venir. Hemos vuelto a esa situación, tan conocida y en realidad tan típica, de la izquierda bloqueo.
Ha habido algo demasiado bochornoso en las negociaciones por la “unidad de la izquierda”. No es una cuestión de prurito, o del clásico dandismo de aquellos que se quieren eternamente separados de tocar la realidad, siempre repleta de vileza y miseria humana. Lo que hay de bochorno no está, de hecho, en las...
Autor >
Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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