maloserá
Remar
Lo importante es que no iba a haber acuerdo, pero resulta que lo hay. Devuelve la fe en el género humano contemplar a la derecha tan angustiada por si había acuerdo o no entre el rojerío
Antón Losada 10/06/2023
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Esto no debería haber ocurrido. En el relato dominante que, desde hace meses, se nos trata de imponer en lo que los cursis llaman mainstream, esa historia de heroicos patriotas cuya revuelta ante el tirano rojo remata con la victoria inexorable del extremo centro para salvar a España y a la libertad de terroristas, filoterroristas, independentistas, comunistas, pederastas, violadores y hombres registrados como mujeres para presentarse a las oposiciones de policía local, la izquierda debería continuar cautiva y dividida en su multiverso de organizaciones, frentes y plataformas. Sumar jamás debería haber podido integrar a Podemos y todo tenía que haberse estropeado a segundos de la medianoche. El ego de Iglesias debía abrasar en un fuego inextinguible al ego de Yolanda Díaz. Los últimos de Filipinas serían unos blandos al lado del heroísmo que iban a desplegar los últimos de una Irene Montero a quien, como antes a otras tantas mujeres de la política española, algún día se le hará justicia.
Hay un fallo en la Matrix. Cada día se irá haciendo más visible. Ha resultado tan imprevisto que lo único que, de momento, se les ocurre para parchearlo consiste en avisarnos de que esto no ha acabado, que la izquierda cainita prepara una segunda masacre cuando haya que poner en papel las listas. Pero sólo sirve como parche temporal. En diez días se acaba. La primera consecuencia del acuerdo entre las izquierdas reside en que Yolanda Díaz se queda sola ante el peligro. Ya no quedan más demonios para matar o para protegerse tras ellos. Irene Montero encarnaba el último. Ahora el demonio es Díaz. La destrucción por tierra, mar y aire de su buena imagen y su liderazgo conforma la actualización definitiva que se está empezando a descargar ya.
El mensaje de los votantes de izquierda el 28M fue claro. A la izquierda del PSOE le dijeron que, si no se ponían de acuerdo, no contasen con sus papeletas. Al PSOE le dijeron que preferían quedarse en casa o dividir conscientemente su voto antes que dárselo a los socialistas. Si alguien cree haber mejorado su posición con los resultados en la mano, se está equivocando de ventanilla y lo pagará el 23J. Negociar y repartir la miseria son cosas muy diferentes, aunque no lo parezca a simple vista. Ni había tiempo ni había margen para negociar gran cosa. Aun así, se lo tomaron. Podían haber escenificado una gran escena de unidad y entrar todos juntos de la mano para evitar la extinción, en lugar de reproducir esta especie de carrusel deportivo de minuto y resultado según se iban incorporando los diferentes partidos, pero lo han preferido así; ya está. Podía haberse hecho mejor, pero se ha hecho así. Eso ya no tiene arreglo por mucho que se discuta. Si los partidos y movimientos implicados quieren seguir discutiendo cómo han llegado a esta situación, adelante. Por lo que a mí respecta, la culpa fue del chachachá. Ponerse ahora a clarificar responsabilidades tiene la misma utilidad que la orquesta del Titanic tocando mientras se hunde el barco; intelectualmente excitante pero perfectamente inútil.
Ahora ya no se trata de sumar. Se trata de remar. Que se haya conseguido es lo que cuenta. Lo importante es que no iba a haber acuerdo, pero resulta que lo hay. Lo urgente pasa ahora por hacerlo creíble. Recuperar la confianza de una base electoral dividida entre cabreados y encantados, indignados y orgullosos, decepcionados e ilusionados, desconfiados y confiados, confundidos y orientados e incluso entusiasmados no se antoja una tarea fácil. Estos meses de ruido y furia no desaparecen únicamente con poner la imagen de la santa en la estampita del voto; igual que no se olvidaron el 28M por la tregua forzada por la campaña. Queda mucho por bogar en la misma dirección.
Aunque no todo son angustias. Existe alguna alegría entre tanto melodrama. Conmueve tanta preocupación por la unidad de la izquierda en un país tan aparentemente polarizado. Devuelve la fe en el género humano contemplar a la derecha tan angustiada por si había acuerdo o no entre el rojerío. Contrasta, además, con la despreocupación que parece acompañar a los contenidos o a los tiempos de los pactos con la ultraderecha de Vox, imprescindibles para que la gran victoria de Feijóo se traduzca en poder institucional real. Una cosa es normalizar a la ultraderecha y otra meterla por la puerta de servicio como a los queridos de antes. Ahora que se ha parado el reloj del contador de acuerdos de la izquierda, toca activar el reloj del contador de acuerdos de la derecha y la extrema derecha.
Esto no debería haber ocurrido. En el relato dominante que, desde hace meses, se nos trata de imponer en lo que los cursis llaman mainstream, esa historia de heroicos patriotas cuya revuelta ante el tirano rojo remata con la victoria inexorable del extremo centro para salvar a España y a la...
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Antón Losada
Profesor Titular de Ciencia política y de la administración en la USC. Doctor europeo en Derecho por la USC. Máster en Gestión pública por la UAB. Escritor y analista político. Padre de Mariña.
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