CRÓNICA
Supersticiones, temporalidades y pactos verdes en Bruselas
Durante una semana, hemos respirado un modo de vida que drena a las parlamentarias, a las funcionarias y al planeta. Transformar el sistema requiere repensar nuestra relación con el tiempo, la naturaleza y entre nosotras
Ester Galende Sánchez / Laila Vivas / Julia Neidig 14/06/2023
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Son las nueve de la noche, hace frío y está lloviendo a mares. Es 26 de marzo, el día más corto del año, nuestros relojes han cambiado a horario de verano y acabamos de llegar a Bruselas, el centro político-institucional de la Unión Europea. Nosotras: investigadoras, jóvenes, mujeres, europeas, dedicadas, curiosas. Un proyecto nos ha conducido hasta aquí para tratar de esclarecer los intrincados impactos del movimiento climático juvenil en las políticas europeas. Para ello, durante la semana entrevistaremos a numerosos responsables políticos, tecnócratas y jóvenes activistas sobre la juventud, nuestras voces políticas y las generaciones futuras (y presentes).
Esther y Julia viajan desde Bilbao, Laila desde Barcelona. Decidimos experimentar la idea de la libre movilidad de fronteras (al menos para aquellas privilegiadas con pasaporte europeo), alentadas por el espíritu que se proclama más puramente europeo: el pase Interrail. Elegimos el tren porque pensamos que es el medio más adecuado en el contexto de crisis socioecológica en el que estamos inmersas. Aunque este imaginario de viaje, tal vez romántico, no está exento de dificultades dentro de un sistema que no está preparado para sacrificar la rapidez y la eficiencia. A nuestras espaldas pesan doce horas de viaje lento en tren con una infraestructura ferroviaria insuficiente, en nuestro caso materializada en múltiples y fatigosas conexiones, no exentas de imprevistos. En Francia, la sociedad civil reclama justicia social y una huelga bloquea las vías y retrasa nuestra llegada. Un encuentro, entre muchos, con las contradicciones entre la realidad y las supuestas aspiraciones europeas.
Pensamos que el tren es el medio más adecuado en el contexto de crisis socioecológica en el que estamos inmersas
La semana transcurre a un ritmo extraño. Nos despertamos y, casi sin quererlo, nos acomodamos al ritmo de la ciudad. La cantidad absurda de negocios de comida para llevar a nuestro alrededor evidencia un tiempo que escasea. No hay tiendas de barrio que permitan nutrirse de forma saludable (y asequible). Aquí todo es (Carrefour) express, y se manifiesta una brecha entre lo productivo y lo reproductivo en la cual domina lo primero: hay que trabajar para producir, mientras el hogar y las necesidades básicas quedan relegadas a un segundo plano. Los transeúntes al teléfono se mueven en procesiones autómatas de corbata y tacones. La office life. ¿Es esto vida?
En nuestra agenda diaria figuran cuatro o cinco entrevistas cada día, además de eventos políticos a los que asistimos como observadoras. Los temas que tratamos en las entrevistas están centrados en políticas climáticas y medioambientales, la justicia social, el futuro de nuestro planeta, nuestro futuro como humanidad, los movimientos sociales, Fridays for future, la transición ecológica… es difícil no involucrarse emocionalmente.
El Pacto Verde, precisamente, ocupa gran parte de nuestras conversaciones. Ese documento marco de la Unión Europea para afrontar la crisis climática que promete una Europa más sana, justa y verde. Sin embargo, su fondo sigue siendo el crecimiento económico, aunque esta vez acompañado de adjetivos como inteligente, o regenerativo. Y que no falte la eficiencia, la seguridad energética y la prometida sostenibilidad industrial. Hidrógeno, vehículo eléctrico, competitividad. Estados Unidos. Hidrógeno, vehículo eléctrico, competitividad. China. Mantras que se propagan en muchos de los discursos de nuestros interlocutores.
Entrevemos la ausencia de una consideración de los impactos en otros territorios, especialmente en el sur global: ¿Es neocolonial el modo de vida europeo?
Preguntamos por sistemas alternativos, por otros modos de vivir, y por las aristas de la idea de progreso occidental. Las reacciones son muy diversas, aunque sin duda parece que el concepto de cambio sistémico de los movimientos climáticos juveniles es diferente al que tienen aquí. La justicia social es un concepto en disputa y el significado más enunciado en estas entrevistas deja entrever la ausencia de una consideración de los impactos en otros territorios, especialmente en el sur global: ¿Es neocolonial el modo de vida europeo?
Tratar de cubrir todos estos temas en profundidad durante una entrevista es un verdadero desafío. Más aún cuando nuestras entrevistadas tienen una agenda verdaderamente apretada, sobre todo las eurodiputadas, una agenda controlada por personas a su servicio, un control temporal externalizado. “Sólo tenéis 25, 30, 40 minutos”, nos avisan sus asistentes. Asentimos, intercambiamos miradas cómplices, y adaptamos nuestras preguntas de investigación a las circunstancias. Toc toc. “La sesión del Parlamento empieza en diez minutos”, avisa la asistente desde la puerta. “Una pena tener que cortar aquí, estábamos manteniendo una conversación filosófica muy interesante”, agradece un entrevistado y se disculpa mientras se aleja corriendo.
Los controles de seguridad son abrumadores y se hacen eternos. Nos piden nuestra documentación: Europa no quiere gente sin papeles
En este transitar voraginoso entre los edificios de la Comisión y el Parlamento, reflexionamos más allá del contenido de las entrevistas. La mayoría de los edificios son acristalados, modernos, lisos, asépticos, sin personalidad. Los controles de seguridad son abrumadores y se hacen eternos, sobre todo cuando tenemos que pasarlos varias veces al día. En la misma puerta, nos piden nuestra documentación: Europa no quiere gente sin papeles. Luego nos escolta un integrante de la institución, a menudo asistentes o personal de seguridad. Algunos son habladores y cercanos, con otros se producen silencios incómodos en los ascensores. Pese a ello, en algún momento se rompen estos silencios, como cuando uno de ellos balbucea tímidamente: “No somos supersticiosos”. Era un chiste, porque el edificio principal de la Comisión tiene trece plantas. Un intento de calidez sobre un escenario metálico decorado por un anuncio de la Unión Europea que lee: unidad, seguridad y energías renovables. No son supersticiosos, aunque atravesamos por lo menos tres puertas antibala.
En la Comisión, el funcionariado suele mantenerse formal, contenido, y otorgando respuestas medidas y prefiguradas. El muro de la representación institucional dificulta la expresión honesta de sus opiniones, emociones, pasiones, deseos, o miedos. Parece como si tuvieran que despojarse de su propia personalidad, solo para encajar en la narrativa oficial y, por supuesto, hacer juego con el edificio aséptico. Que nada salga de lo establecido.
El Parlamento es otro mundo. La mayoría de los diputados confirman el estereotipo del político de televisión que figura en nuestros imaginarios mediáticos. La estética de los espacios, las personas, y las interacciones está muy pensada. El ritmo en el edificio del Parlamento también es frenético. Esta semana hay sesión parlamentaria y observamos a la gente correr de un lado para otro; mejor dicho, apresurarse, que correr no es lo suficientemente elegante.
A medida que avanzan los días, se acentúa en nosotras el rol de la observación reflexiva. Nuestros sentidos etnográficos están a pleno rendimiento. Un papel que se convierte en una emocionante aventura para desentrañar las cotidianidades de la política europea, nos sentimos como adolescentes bajo las primeras licencias para salir de fiesta. En muchas ocasiones, sentimos el deseo de retar los puntos de vista de las personas entrevistadas, pero son pocos momentos en los que nos damos permiso para adentrarnos en las grietas de la formalidad. Laila reparte pegatinas activistas contra la conferencia del gas que está teniendo lugar en Viena. Esther siente el impulso de despertar a su parte más periodista. Julia se cuestiona en voz alta el no contradecir la normalidad institucional. Nos decimos a nosotras mismas que no estamos aquí para retar, sino para entender, aunque, sinceramente, nuestra presencia y manera de hacer durante estos días también ha retado muchas cosas. ¿Es posible traspasar los confines del aprendizaje sin retar puntos de vista, incluyendo los propios?
Durante una conversación informal con una alta representante política, le preguntamos por las dinámicas que llevamos observando estos días. También aprovechamos la ocasión para preguntar sobre su vida personal. ¿Qué dinámicas? ¿Qué vida personal? Reacciona sorprendida, brindándonos una sonrisa nerviosa y cansada. Tras su respuesta, se escurre rápidamente para atrapar un tren de vuelta a su ciudad. Un tiempo controlado, eficiente. Un tempus fugit. Una eficiencia que dicta los ritmos de vida de nuestros representantes en el sistema democrático. ¿Cómo pueden tomar decisiones a largo plazo si van por la vida sin tiempo para reflexionar, aprender, escuchar, imaginar? ¿Cómo pueden entender las preocupaciones de la ciudadanía de a pie si se escurre su vida personal?
Estos días en Bruselas hemos respirado un modo de vida que drena y exhausta a las políticas, a las funcionarias y al planeta. La Unión Europea es una apuesta política que entendemos compleja y llena de matices. Sus representantes nos transmiten su creencia en los valores de libertad, democracia e igualdad. Una aspiración honorable... Sin embargo, se siguen invisibilizando las consecuencias de un modelo de vida occidental y de un crecimiento económico sin límites. También una práctica política vertical y lejana, una necesidad de reafirmación constante, una identidad azul… Qué universo.
La principal demanda de la juventud es un cambio sistémico y una transformación de nuestra sociedad
Durante el día no hay tiempo para pensar, pero por la noche todo cae, y necesitamos expresar todo lo que sentimos. Reflexionamos, y mantenemos largas conversaciones durante nuestras múltiples sobremesas después de cenar. La principal demanda de la juventud es un cambio sistémico y una transformación de nuestra sociedad. Nos damos cuenta de lo difícil que esto resulta cuando la mayoría de los principios de nuestro sistema actual –eficiencia, productividad y crecimiento– están tan integrados en la manera de hacer, pensar y trabajar de sus propias instituciones europeas.
El jueves por la noche, recibimos un correo que nos comunica que nuestros trenes de vuelta a casa han sido cancelados debido a las huelgas. Una vez más, la lucha por la justicia social es visible e impregna todo, como en Francia esta última semana de marzo. En nuestro caso, afecta a la elección de viajar en medios de transporte sostenibles y colectivos, un bien público. Buscamos alternativas por tierra, pero al final nos resignamos y hacemos uso de nuestros privilegios para reservar un billete de avión de vuelta a casa. El viernes, en menos de dos horas, estamos de vuelta y aterrizadas en nuestras rutinas. Demasiado poco tiempo para procesar todos nuestros encuentros, conversaciones y observaciones.
Entonces, ¿qué pasa con la juventud, su (nuestra) voz, la generación futura? ¿De qué forma influyen (influimos) en lo que se decide en Bruselas? Las respuestas aún no las tenemos claras, pero seguiremos intentando entenderlas. Después de hablar con numerosos responsables políticos, tecnócratas y jóvenes activistas sobre los retos de la transformación, llegamos a la conclusión quizás obvia de que el camino a recorrer en los próximos años va a ser un proceso complejo, que requiere mantener una mirada atenta y reflexiva, así como una profunda dedicación emocional y temporal.
Necesitamos unas dinámicas del tiempo que se alejen del cortoplacismo, de los ritmos frenéticos y de lo exprés. La crisis climática es urgente pero sus soluciones requieren perspectivas holísticas y democráticas a largo plazo que nos permitan asegurar el bienestar de todas las generaciones. Necesitamos desmontar algunas supersticiones para permitir pactos verdes justos, coherentes y plurales.
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Laila Vivas, Julia Neidig y Ester Galende Sánchez son activistas e investigadoras en el Basque Centre for Climate Change (BC3).
Son las nueve de la noche, hace frío y está lloviendo a mares. Es 26 de marzo, el día más corto del año, nuestros relojes han cambiado a horario de verano y acabamos de llegar a Bruselas, el centro político-institucional de la Unión Europea. Nosotras: investigadoras, jóvenes, mujeres, europeas, dedicadas,...
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