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OBITUARIO

Hugo Blanco: el héroe que era piedra y paloma

Figura mítica del siglo XX y XXI, fue un revolucionario del ecosocialismo en América Latina como solo podemos imaginar. Al irse, deja un legado de coraje y consecuencia que ya trascendió y merece nunca olvidar

David Roca Basadre 29/06/2023

<p>Hugo Blanco, durante su visita al distrito peruano de Paramonga, en 2014. / <strong>D. R. B.</strong></p>

Hugo Blanco, durante su visita al distrito peruano de Paramonga, en 2014. / D. R. B.

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Si aún estuviera luchando por lo mismo que antes –la justicia social y la tierra– dejaría la lucha a los jóvenes. Pero creo que hoy está en juego la sobrevivencia de mi especie, de la humanidad, y ello me obliga a seguir luchando hasta que termine mi vida”.

Hugo Blanco Galdós, 

entonces ya con 80 años

Figura mítica del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, Hugo Blanco fue un revolucionario en América Latina como solo podemos imaginar: Durruti andino, organizador nato, con logros importantes como organizador campesino, su paso por la política formal fue casi como una anécdota más, nunca ocupó un puesto en la dirección de nada, y sin embargo su influencia fue enorme y su presencia genera debates tras su muerte. De trotskista que no lo parecía, pues rompía todos los cuadros, a ecosocialista más indio y puramente arrobado con la naturaleza, al irse deja un legado de coraje y consecuencia que ya trascendió y que merece que nunca olvidemos. Aquí, una breve reseña de su trayectoria.

Tenía ya 89 años el domingo 25 de junio de 2023, cuando dejó de latir su corazón agitado por la solidaridad con el sufrimiento y la lucha de los más despreciados, de los nadies indígenas, aquel mundo que había decidido cargar a cuestas cuando, como dijo Eduardo Galeano, decidió nacer por segunda vez:

“En el Cusco, en 1934, Hugo Blanco nació por primera vez. Llegó a un país, Perú, partido en dos. Él nació en el medio. Era blanco, pero se crió en un pueblo, Huanoquite, donde hablaban quechua sus compañeros de juegos y andanzas, y fue a la escuela en el Cusco, donde los indios no podían caminar por las veredas, reservadas a la gente decente.

Hugo nació por segunda vez cuando tenía diez años de edad. En la escuela recibió noticias de su pueblo, y se enteró de que don Bartolomé Paz había marcado a un peón indio con hierro candente. Este dueño de tierras y gentes había marcado a fuego sus iniciales, BP, en el culo del peón, llamado Francisco Zamata, porque no había cuidado bien las vacas de su propiedad.

Pocas figuras tan colmadas de épica y de coraje y de convicciones firmes como Hugo Blanco

No era tan anormal el hecho, pero esa marca marcó a Hugo para siempre. Y con el paso de los años, se fue haciendo indio este hombre que no era, y organizó los sindicatos campesinos y pagó con palos y torturas y cárcel y acoso y exilio su desgracia elegida. En una de sus catorce huelgas de hambre, cuando ya no aguantaba más, el gobierno, conmovido, le envió de regalo un ataúd”.

Pocas figuras tan colmadas de épica y de coraje y de convicciones firmes como Hugo Blanco. Estudiaba para ingeniero agrónomo y trabajaba como obrero en la Argentina, cuando el golpe militar que derrocó a Perón en 1955 lo decidió a abandonar ese país y los estudios, y regresar al Perú. Tras un breve activismo en Lima, entre el que destaca su participación activa en las nutridas manifestaciones contra la visita del vicepresidente Nixon, volvió a su tierra, al Cusco, pero no a la comodidad de su vida familiar, sino a trabajar como peón de hacienda en el Valle de la Convención.

El campesinado logra la reforma agraria

Las tierras entonces eran propiedad de grandes hacendados dueños también de la vida de los indios. El hacendado, también conocido como gamonal, convocaba a campesinos indígenas para que trabajaran sus tierras, a cambio de cederles parcelas para su propia cosecha y uso. A estos se les llamaba arrendire. Los abusos eran innumerables y constantes, la justicia era la del hacendado, la policía y los jueces se le sometían. Cuenta el mismo Hugo Blanco:

“Los hacendados violaban a las mujeres e hijas de los campesinos cuando les daba la gana. El hacendado Márquez de San Lorenzo hacía arrojar al río a los hijos que tenía en las campesinas. En algunas haciendas había calabozos. El hacendado maltrataba físicamente a los campesinos. Alfredo Romainville hizo colgar desnudo, de brazos y piernas, a un campesino para azotarlo. En otra ocasión hizo poner a un campesino de cuatro pies, le hizo cargar 6 arrobas de café y a zurreagazos le hizo caminar alrededor de una explanada (“matucancha”), así, de cuatro pies.

(…) En general los hacendados no aceptaban campesinos que supieran leer y escribir. Cuando Romainville se enteró de que un campesino había contratado una maestra para que enseñara a sus hijos y los de su vecino, abofeteó al campesino y llevó a la maestra como su cocinera. Dalmiro Casafranca hizo asesinar impunemente al dirigente Erasmo Zúñiga.

Ni varios tomos serían suficientes para enumerar los abusos de los hacendados”.

Pero los arrendires empezaron a mostrar su disgusto, y las huelgas comenzaron. Hugo Blanco fue designado como organizador de la autodefensa y las movilizaciones se multiplicaron. El gobierno decidió reprimir y los campesinos decidieron resistir armados. En esos momentos de tensión, supieron que un hacendado de nombre Pillco había disparado a un niño, y fueron a quejarse a la comisaría. Allí se produjo el incidente en el que un policía extrae un arma, pero Blanco le gana y dispara, hiriéndolo gravemente. Luego llamaron a personal de salud, antes de retirarse, pero el policía murió.

En la hacienda Chaupimayo, en 1962, se inició la gran movilización de todas las haciendas de La Convención

En la hacienda Chaupimayo, en 1962, se inició la gran movilización de todas las haciendas de La Convención, que dio inicio a lo que fue una larga huelga general, al grito de “¡Tierra o muerte! ¡Venceremos!”, que en la práctica significaba una reforma agraria que no decía su nombre y que se extendió por toda la región. Hubo enfrentamientos, y la inexperiencia de algunos campesinos originó dos policías fallecidos más. Hugo Blanco decidió autoinculparse de esas dos muertes. La movilización se fortaleció y finalmente aquello significó la primera reforma agraria en el Perú, profunda e inapelable. Preámbulo de la que, en todo el país, seguiría luego a partir de 1968.

Hugo Blanco es detenido tras la movilización iniciada en Chaupimayo.

Un cautivo rebelde

Pero Hugo Blanco y varios de sus compañeros fueron presos. Blanco acusado por la muerte de los tres policías. Un largo juicio en la ciudad de Tacna, lo iba a condenar a muerte. La movilización internacional, donde firmaban Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y lo defendió Amnistía Internacional, evitó aquella condena que devino en cárcel. Pero el juicio sirvió para que Blanco denunciara la complicidad de la policía y de los jueces con los hacendados. Pero hablar de “la policía” es abstracto, debían cambiar a sus guardianes a cada rato porque, como él mismo decía, eran gente del pueblo, sus hermanos, e inevitablemente terminaban simpatizando con él en la prisión.

Una anécdota pinta al hombre. Enterado por su abogado de que uno de los jueces abogaba por la pena de muerte para él, cuando pudo hablar, dijo: “¡Los únicos criminales que hay en esta sala son quienes están sentados como tribunal! Además de criminales son cobardes porque no van ellos a combatirnos, mandan a cholitos como nosotros para que nos matemos entre pobres”. Y agregó: “Si los cambios sociales que ha habido en La Convención merecen la pena de muerte, estoy de acuerdo con ella. ¡Pero que sea éste el que me fusile! (Señalando al juez que pedía su muerte) ¡Que no manche con mi sangre las manos de los guardias civiles ni republicanos porque ellos son hijos del pueblo y por lo tanto mis hermanos!”.

El juicio sirvió para que Blanco denunciara la complicidad de la policía y de los jueces con los hacendados

Arguedas

Su prisión fue en una isla llamada El Frontón, que entonces era una prisión de alta seguridad. Fue en ese lapso que sostuvo una relación epistolar con José María Arguedas, figura mayor de la literatura y antropólogo, que, igualmente, había nacido misti (blanco) y devenido indio por una historia propia tan entremezclada con sus relatos. Esa correspondencia breve pero admirable marcó la amistad de estos dos hombres poco antes del suicidio de Arguedas, que le decía allí: “¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos ‘pulguientos’ indios de hacienda, de los pisoteados el más pisoteado hombre de nuestro pueblo, de los asnos y los perros, el más azotado, el escupido con el más sucio escupitajo? Convirtiendo a ésos en el más valeroso de los valientes, ¿no los fortaleciste, no acercaste su alma? Alzándoles el alma, el alma de piedra y de paloma que tenían, que estaba aguardando en lo más puro de la semilla del corazón de esos hombres, ¿no tomaste el Cusco como me dices en tu carta, y desde la misma puerta de la Catedral, clamando y apostrofando en quechua, no espantaste a los gamonales, no hiciste que se escondieran en sus huecos como si fueran pericotes muy enfermos en las tripas? Hiciste correr a esos hijos y protegidos del antiguo Cristo, del Cristo de plomo. Hermano, querido hermano, como yo, de rostro algo blanco, del más intenso corazón indio, lágrima, canto, baile, odio”.

No hay líderes

Cuando en 1968 un grupo de militares nacionalistas al mando del general Velasco Alvarado dio un golpe militar, decidieron amnistiar a varios militantes de izquierda presos. Buscaron a Hugo Blanco y le propusieron liberarlo, pero diciéndole que debía trabajar para el gobierno en la reforma agraria. Hugo Blanco dijo que no. Pensaba que una reforma agraria debía hacerse desde abajo, con la iniciativa y participación de los campesinos, y el gobierno la planteaba burocráticamente. Como otros aceptaron la oferta y no lo iban a dejar solo a él preso, lo liberaron. Aunque luego lo deportaron.

Esta convicción en la iniciativa de las bases lo llevó a rechazar toda su vida la idea de liderazgo. Incluso en la revuelta de La Convención, era uno más que aceptaba los encargos de los comuneros. Estaba convencido de que los líderes terminan siempre traicionando las gestas colectivas. Esta convicción que vivió intensamente, lo acompañó toda la vida e hizo que surgiera una profunda empatía con el movimiento zapatista de Chiapas, en México, donde lo tienen como uno de los suyos. Y esa era una característica de su vida cotidiana. Quien esto escribe recuerda conversaciones con él, ya viejo y vivido, y situaciones en las que participaba con comunidades o eventos, en las que su actitud era siempre la del que aprende algo nuevo, el oído y la vista siempre admirado de lo que los otros transmitían.

Exilios y candidatura

Partió a México, luego fue a Argentina, donde lo sorprendió otro golpe militar. De allí a Chile, en pleno triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular. Fue activo militante, como no podía ser diferente, de los cordones obreros, y allí estuvo cuando hubo el golpe militar de Augusto Pinochet. Perseguido por aquella dictadura, lo salvó la intervención del embajador sueco que le consiguió un disfraz y lo ayudó a salir. Salvó la vida, supo luego, pues había orden de matarlo. Inició entonces su exilio europeo en Suecia.

Hasta 1977, en que grandes movilizaciones populares hacían tambalear al gobierno militar del general Morales Bermúdez, que retrocedía en muchas de las reformas sociales del general Velasco, al que había depuesto, y aplicaba políticas económicas muy duras para las mayorías. Como consecuencia, se convocó a elecciones para una asamblea constituyente, y Hugo Blanco se registró como candidato de un Frente Obrero, Campesino, Estudiantil y Popular. El ambiente estaba muy caldeado.

El gobierno dio espacios a los candidatos en la televisión. Y Hugo Blanco usó el suyo para decir esto: “Bueno, compañeros, acabamos de sufrir un paquetazo (económico) terrible ¿Qué hacer contra eso? ¿Votar por mí? No, que voten por mí o que no voten por mí da igual, lo que tenemos todos nosotros que hacer es estar todos como un puño los días 27 y 28 que ha llamado la Confederación General de Trabajadores del Perú a un paro. ¡Todos con el paro!”.

Así, mientras era candidato, el gobierno militar lo deportó de nuevo, junto a otros dirigentes de izquierdas. Esta vez a la Argentina de Videla. Morales Bermúdez había entregado a peronistas refugiados en el Perú a esa dictadura, que luego fueron asesinados por la misma. Y a cambio les entregaba a dirigentes molestos para que Videla se encargara. La suerte de que se divulgara una fotografía en una base militar argentina, tomada por un periodista, delató su presencia, y les salvó la vida. Debieron dejarlos salir.

Mientras, las elecciones en el Perú tenían un sorprendente resultado. El sistema de votación peruano permite primero votar por el partido de elección, y luego marcar en esa lista al candidato de la preferencia del elector, lo que al final reordena la lista electoral presentada. La izquierda por primera vez obtuvo una importante representación, y Hugo Blanco fue el candidato más votado de la izquierda con más de 400 mil votos personales, lo que lo impuso como figura política nacional. El luchador campesino, que había sorteado la muerte tantas veces, había logrado lo impensable.

Mientras era candidato, el gobierno militar lo deportó de nuevo, junto a otros dirigentes de izquierdas

Tras la asamblea constituyente, fue elegido diputado en 1980. Tiempos en que comenzaron las acciones de Sendero Luminoso. Marcó claras diferencias con ese grupo extremadamente violento y dogmático, pero no dejó de señalar la represión indiscriminada de las fuerzas armadas que conllevaba violaciones a los derechos humanos gravísimas. Por señalar al general Clemente Noel, militar a cargo de esas acciones, como genocida, fue suspendido de su función de diputado: no se quiso retractar. Sin trabajo por varios meses, campesino al fin, se dedicó a vender café como comerciante ambulante: en la calle. Su innegable popularidad de entonces le hizo un comerciante muy exitoso.

Vuelta a la base

Tras terminar su gestión como diputado, volvió a la base. Fue elegido secretario de organización de la entonces poderosa Confederación Campesina del Perú (CCP), y en esa responsabilidad, acompañando a campesinos de Ucayali en el oriente amazónico, con ellos sufrió la represión del gobierno de Alan García que asesinó a balazos a decenas de campesinos en una concentración pacífica. Hugo Blanco fue llevado nuevamente preso, maltratado y golpeado, pero no pudieron matarlo porque su reconocimiento lo salvó: de todo el mundo llegaron demandas para que lo liberen. Su corazón dolido empezaba también a dar un vuelco hacia mayores convicciones.

El triunfo en política lo repetiría luego en 1990, cuando fue senador por dos años hasta que Alberto Fujimori dio el autogolpe que inauguraría aquella dictadura. Y como Sendero Luminoso también lo tenía en su lista, esta vez decidió el exilio por su cuenta. Marchó a Suecia, donde había sembrado familia. Desde allí seguía los acontecimientos en el país y activaba como podía.

El Perú tuvo la suerte de tener un enorme y poderoso movimiento social, nacido de la confluencia de la tradición comunitaria campesina aún vigente, y circunstancialmente, de la prédica con altavoces del gobierno militar reformista del general Juan Velasco Alvarado, mucho más radical en el discurso que en la acción. Ese potencial fue destruido por otra confluencia nefasta: el asesinato de muchos dirigentes populares por parte de Sendero Luminoso que desarticulaba todo lo que se le oponía, el populismo de Alan García, presidente entre 1985 y 1990, que provocó la peor crisis social y económica de la historia, y el neoliberalismo de Alberto Fujimori que explícitamente destruyó todo asociacionismo, desde sindicatos hasta cooperativas, e impuso la más devastadora ideología individualista.

La lucha por el planeta

Hugo Blanco supo por entonces que su lucha indígena iba más allá de la tierra inmediata, más allá de la justicia social. Yendo y viniendo de Suecia, donde tenía hijos, o México, donde tenía una hija, en una charla en la Universidad de San Marcos, dijo esta frase que repetiría siempre: “Antes yo luchaba solo por la justicia social, ahora lucho también por la salvación de mi especie”. Con esa lógica, su empatía con el movimiento zapatista, en Chiapas, fue inmediata. En cada estancia en México, viajaba como un alumno más a las escuelas zapatistas. Luego propagaba lo que aprendía.

Escribió: “Nunca antes fue tan fuertemente agredida la Madre Naturaleza. Fundamentalmente las minas y los yacimientos de petróleo y gas están envenenando nuestras aguas, matando nuestros suelos, las aves, los peces, todo aquello que es fundamental e imprescindible para nuestras vidas, no nos queda otro camino que la rebelión, nos están matando. Podemos ser quechuas, mayas, mapuches, sioux, mohawk, lo mismo da. Otro aspecto cultural nuestro que también es más agredido que nunca: la solidaridad, el espíritu comunitario, que no se restringe a los seres humanos. (…) La ideología neoliberal ha llevado a extremos el individualismo, el egoísmo. No exageramos, quienes disfrutan del sistema, los dueños de las grandes compañías multinacionales, saben que están matando el mundo, pero, para ellos, más importante que eso es ganar la mayor cantidad de dinero posible en el menor tiempo posible, el mundo que se muera. Esa exaltación del individualismo arremete profundamente nuestra cultura”.

En cada estancia en México, viajaba como un alumno más a las escuelas zapatistas

Y agregaba: “El movimiento indígena es incluyente, fraterno, amplio. Recuérdese que la primera reunión mundial contra el neoliberalismo, por la humanidad, se dio en el barro de Chiapas, convocado por los indígenas de esa zona de México. No somos sólo los indígenas de América quienes tenemos esa visión, los indígenas del mundo están muy ligados a la naturaleza, envenenar las aguas y el suelo es matarnos, por eso somos quienes más sentimos la agresión del neoliberalismo al medio ambiente. Afortunadamente sectores cada vez mayores de la población del mundo no indígena, se dan cuenta de que el deterioro de la naturaleza matará a toda la especie humana incluyendo los nietos de Bush, no sólo a los indígenas. Espero que también cada vez más sectores no indígenas comprendan el valor de la solidaridad, el otro pilar de nuestra cultura, el colectivismo”.

Un referente para todas las luchas

En un activismo que la llegada de los años mantuvo inalterable, en lo particular lo recuerdo con afecto por un hecho pequeño, cuando me acompañó a la provincia de Barranca, al distrito de Paramonga a cuatro horas de Lima, a dar ánimo a la gente y testimoniar sobre la muerte lenta de los pobladores por el bagacillo de la caña, esparcido por una fábrica de azúcar que es propiedad de los dueños de un medio de televisión que, en el Perú, hoy mismo difunde bulos y exageraciones sobre gente sana y democrática, y sirve de apoyo a la extrema derecha. Así como el envenenamiento del mar por una fábrica de soda cáustica. Nunca jamás las autoridades dijeron, ni dicen nada, de tamaña desgracia. Estaba conmovido.

A muchos nos queda en la memoria ese andar cansino de sus últimos años, la barba blanca, la ligera sordera de su vejez que llevaba con humor. Este hombre luchador, valiente, enérgico, jamás perdió la capacidad de indignarse. Aquellos a los que siempre combatió distribuyen todo tipo de mentiras, han creado fábulas para destruir la leyenda. Pero Hugo Blanco permanece de pie, y las luchas futuras lo verán como estandarte y referente para esa victoria necesaria por justicia ambiental y justicia social.

Si aún estuviera luchando por lo mismo que antes –la justicia social y la tierra– dejaría la lucha a los jóvenes. Pero creo que hoy está en juego la sobrevivencia de mi especie, de la humanidad, y ello me obliga a seguir luchando hasta que termine mi vida”.

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Autor >

David Roca Basadre

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