PAPELES DE LA PORFIADORA CALAMIDAD (VIII)
¿Un descuento de verano?
Preparación para la lectura: otro papel abarrocado de la porfiadora Calamidad
Natalia Carrero 11/08/2023
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En un cuento requetecitado de Clarice Lispector una lectora rica tortura a una lectora pobre. La primera es dueña del libro que la otra anhela, novedad de autor celebérrimo, volumen gordo para quedarse a vivir en él. Cuando la pobre se lo pide en préstamo recibe el primer revés urdido por una personalidad con especial talento para la crueldad. ¿El dinero retuerce? La madre de la rica intercede, interviene, interfiere en los actos inhumanos de su hija, ¿de dónde habrá salido?, se lleva las manos a la cabeza, que haga el favor de prestar ahora mismo la novela en cuestión a la compañera de clase inferior, ávida de saborear las letras buenas de la gente peripuesta. Al cabo de no pocas impiedades la rica lleva el ejemplar a la casa tomada por olores a caldo de gallina recién sacrificada en la cocina comedor salón. ¿Pudiera ser que esté inventándome cosas, cruzando datos de relatos? De pronto me parece que el padre es dueño de una librería. Advertencia calamitosa desde ya: mi memoria falible seguramente se equivoca, pero a estas alturas debo seguir. Cuando por fin la pobre tiene la novela en sus manos y se acomoda con su soledad deseada en una hamaca, no se apresura a abrirla. Se prepara para la lectura dilatando la dicha, alegría casi intransferible.
Me he sentado a esgrimir otro de mis papeles para observar esa clase de preparativos que a veces representamos, de manera más o menos consciente, antes de zambullirnos en lecturas que creemos de antemano que nos importan o nos interesan tanto que pueden provocar temblores y otras vibraciones. Podrían dibujarse planos con los movimientos particulares que realizamos antes de abrir las tapas del libro físico o electrónico; líneas inquietas y titubeantes resultantes de pasos, merodeos, saltos, apresuramientos, cuando no extravíos más sosegados, interrumpidas en la concentración del acto de leer.
De repente ya es verano otra vez. Nos salpican aunque no queramos las urgencias o inercias por pasarlo la mar de bien, o la piscina, el río, la poza. Mis propuestas de lectura para este agosto. Mis listas. Mi biblioteca portátil. Mis recomendaciones. Sugerencias. Proliferan tantas menciones y promociones concretas de títulos destacados por aquí y por las redes, fotos bodegones de libros con etiquetas y comentarios, que esta servidora prefiere abordar lo que leerá durante sus dos semanas de asueto desde otras zonas que vincularía con esa clandestinidad practicada por la chica del cuento de Lispector. Calamidad prefiere reservarse no solo el momento de abrir el libro sino también el título y autoría. Los anota con letras blancas para que no se mencionen, prepara con este celo el viaje viento en popa a toda vela rumbo a la lectura que le aguarda.Podrían dibujarse planos con los movimientos particulares que realizamos antes de abrir las tapas del libro físico o electrónico
Calamidad se plantea si antes de decidir el título que cargaremos en la maleta, o descargaremos en el dispositivo electrónico, convendría recordar para qué leemos, de dónde procede tanta pasión por la inmersión lectora estival. Navega diez minutos y pesca contenidos para el siguiente párrafo que, aunque no lo parezca, retoca hasta el hartazgo.
Leer para convencernos y convencer a las demás personas de lo interesantes que somos
Leer para lucir libro nuevo desde el primer día de ocio predeterminado en la casa rural, el camping, el apartamento prestado o reservado el año pasado, en la plaza del pueblo o bajo un olmo. Leer para admirar el diseño de cubierta, seguir en redes a la editorial, a la autora y de paso a alguna cuenta más. Leer para pasear por librerías, hacerse selfies, conversar con libreras que no estén asfixiadas por las devoluciones, novedades, depósitos, encargos. Leer para convencernos y convencer a las demás personas de lo interesantes que somos. Leer para no hacer la compra, no fregotear, no poner lavadoras, todo eso que desempeñan quienes no sienten tanta pasión lectora. Leer para que nos encante y recomendemos con autoridad lectoral, ay, ahora pienso en el rumbo electoral, ese título que hace una semana o anoche mismo decidimos comprar con un clic por impulso algorítmico. La pantalla hizo pop, una ventana se abrió para ofrecer un cinco por ciento rojo de descuento si comprábamos ahora. Y el paquete fue entregado a tiempo por el chico empapado en sudor cuya jornada comenzó en un almacén de Getafe a las cinco y media de la madrugada.
Lejos del trajín, estrenamos el novelón con el café mientras el cielo se va quitando las nubosidades. Vaya, no es tal como imaginábamos. Desde las primeras páginas nos invaden las sospechas. ¿Y si contiene demasiado feminismo, o demasiada disforia, o guerra, o migración, o beligerancia a secas; demasiados temas que estaban presentes antes de que se propagaran los incendios en los telediarios que chisporrotean en sordina, demasiados asuntos cuyos tratamientos no nos terminan de convencer para la ficción? Claro, porque lo que leemos para entretenernos, despistarnos o relajarnos solo puede ser ficción, nada que ver con la realidad, menos aún con la de un día tan canicular que ya pide un baño, son las doce y media, luego el aperitivo.
Lo que leemos para entretenernos, despistarnos o relajarnos solo puede ser ficción, nada que ver con la realidad
Y así seguimos y seguiremos comprando y consumiendo, para luego dejar ¿nuestra? valoración de clientas aplicadas, máximo veinte palabras, de una a cinco estrellas, tanto si hemos alcanzado el sentido del final de la trama como si hemos renunciado. Qué fresca el agua aturquesada, nademos hasta la boya. Si hasta somos capaces de cancelar nuestras impropias opiniones de factura demasiado humana y falible; últimamente admiramos, endiosamos, la cháchara exenta de conciencia de la inteligencia artificial. Cuando le preguntamos por el entorno de belleza impagable en el que nos geolocalizamos nos informa en cuestión de milésimas de segundos. Hace seis horas cientos de personas desaparecieron, fallecieron, naufragó otro barco cargado de migrantes en busca desesperada de una vida ¿mejor? ¿más digna?, qué vida.
En un cuento requetecitado de Clarice Lispector una lectora rica tortura a una lectora pobre. La primera es dueña del libro que la otra anhela, novedad de autor celebérrimo, volumen gordo para quedarse a vivir en él. Cuando la pobre se lo pide en préstamo recibe el primer revés urdido por una...
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Natalia Carrero
es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.
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