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Decía Azorín que, de todas las alegrías, la absurda es la más alegre. Quizá eso explique lo que sentimos unos cuantos humanos cuando nos acercamos a esto del fútbol. Cada uno desde donde quiera, porque eso es lo menos importante. Detesto esa lonja elitista hacia la que cabalga este precioso deporte, y tampoco puedo soportar el repugnante circo mediático que se ha construido alrededor, pero reconozco que me resulta imposible dejar de ver jugar al Atlético de Madrid de forma voluntaria. Y es difícil explicar una contradicción tan evidente desde la lógica racional, así que será más honesto hacerlo desde lo absurdo. O desde lo emocional, que no sé si es lo mismo. Sí, porque, de una forma extrañamente retorcida, ver al Atleti es algo que asocio con la alegría. Y no sé si seré capaz de explicarlo a través de estás crónicas, pero habrá que intentarlo, al menos. Como dice un proverbio persa, la mitad de la alegría reside precisamente en hablar de ella.
La Liga 2023/24 ha comenzado para el Atlético de Madrid en una fecha inusitada, a una hora que debería rozar la ilegalidad y con un calor propio de esa época del año en la que no suele jugarse al fútbol. Si a eso le sumamos una pretemporada económicamente suculenta (imagino), pero deportivamente atroz, es fácil asumir que las circunstancias no eran las más idóneas para asistir a un gran partido. No lo fue, aunque normalmente nunca lo son al inicio de temporada. Demasiados condicionantes. En estos partidos, es mucho más importante centrarse en sacar puntos y tratar de no perder jugadores.
El equipo de Simeone saltó al campo con las buenas sensaciones que resisten todavía desde la pasada campaña. Con la fe renovada en esa nueva forma de jugar al fútbol que nos ha conquistado a muchos. Balón jugado, presión adelantada, laterales ofensivos, dinamismo en la zona de creación y verticalidad arriba. Esa era la idea. La realidad, desgraciadamente, fue otra. Quizá porque a los cinco minutos se lesionó Koke, uno de los pilares de la nueva religión. Lesión muscular, dicen. Un clásico de las crónicas colchoneras. Pocos segundos antes, Morata había fallado su primera ocasión clara de gol. Otro clásico. ¿Déjà vu? No, realidad. En el último partido de la pasada temporada parecía claro que el equipo necesitaba un delantero centro y un mediocentro. En el primer partido de la temporada actual el equipo sigue necesitando exactamente lo mismo. Son las cosas de este club enigmático, que lleva una década rompiendo registros de ingresos económicos, proyectando empresas faraónicas y manteniendo, año tras año, la leyenda de no tener un duro para tapar las grietas de la plantilla.
Barrios aceptó el marrón de suplir al capitán en la tarea de pivote y, aunque solventó la papeleta con bastante dignidad, el equipo se resintió. Entre esto y que el planteamiento inteligente del Granada fue asentándose según pasaban los minutos, la primera parte fue un espeso trantrán, que apenas dejó jugadas destacables. Solamente al final, en una acción en la que Morata volvía a estar en fuera de juego, el madrileño fue capaz de abrir el marcador. Afortunadamente, el balón le había llegado tras despeje del rival, dejándolo solo y delante del portero. El propio Morata pudo haber ampliado la diferencia antes del descanso, con una buena jugada que fue anulada por fuera de juego, esta vez de otro compañero.
La segunda parte no comenzó de forma muy diferente y la sensación era que el cuadro de Simeone tenía el partido controlado. Mala cosa, cuando eso lleva a la relajación y a momentos de alardes gratuitos. El equipo de Paco López había inquietado entre poco y nada a Oblak hasta ese momento, pero Carrasco decidió salir conduciendo la pelota desde la línea de fondo, con todo el equipo rival en su campo. Y es que una cosa es salir tocando y otra salir conduciendo. Lo segundo, creo que no estaba en el plan. El belga perdió el balón cerca del área, Gonzalo Villar metió un buen pase al área y Samu, un delantero centro con una presencia física de las que dan envidia, no perdonó el empate.
El gol animó los nervios y también al Atleti, que quizá desplegó su mejor fútbol a partir de entonces. Memphis y Correa saltaron al campo y, gracias al segundo, el juego se empapó de alegría. Sí, porque el holandés es uno de esos futbolistas que gusta ver en el césped. No es un nueve puro, pero es un gran futbolista. Lo demostró en algunas jugadas de virguería y con un soberbio disparo desde fuera del área que se incrustó en la escuadra izquierda de Ferreira. El partido se abrió a partir de entonces, y el Atleti pudo haberlo aprovechado en varias jugadas. Especialmente una en la que Memphis desperdició un alocado contraataque. No fue así, y eso hizo que los granadinos llegaran hasta el final del partido con posibilidades. Ya saben, la clásica falta de pegada. Lo bueno es que esto sirvió para ver algunas acciones de Söyüncü, que, a pesar de algún titubeo, dejó buenas sensaciones, y otras de Azpilicueta, que es uno de esos jugadores con tanto oficio y tan competitivos, que dudo que se pierda algún partido estando Simeone en el banquillo. Afortunadamente para los corazones colchoneros, Llorente evitó el sufrimiento final con un gol de coraje, tras una jugada personal de Correa, redondeando así el marcador final.
Esto no ha hecho más que comenzar y comenzar ganando es comenzar bien. Veámoslo así. Esperemos que el final de agosto no traiga sorpresas. Esperemos que nadie tenga que preguntarnos qué es eso del heitingazo. Y soñemos también con que el club, por una vez, se acuerda de su sección deportiva. Ah, y muchas gracias por volver a estar ahí.
Decía Azorín que, de todas las alegrías, la absurda es la más alegre. Quizá eso explique lo que sentimos unos cuantos humanos cuando nos acercamos a esto del fútbol. Cada uno desde donde quiera, porque eso es lo menos importante. Detesto esa lonja elitista hacia la que cabalga este precioso deporte, y tampoco...
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