El día en el que las futbolistas de este país nos dieron una preciosa lección de superación, de compromiso y de vida, el día también en el que el presidente de la Federación Española de este bendito deporte le demostró al mundo lo sumamente repugnante que se puede llegar a ser cuando uno se cree el rey del mambo y que, como tal, no tiene límites, Betis y Atlético de Madrid nos han brindado un partido más propio de los 36 grados que marcaba el termómetro que de eso que llaman la mejor liga del mundo. Honestamente, creo que ni la incertidumbre que genera esta lonja de la carne en la que se convierten los inicios de temporada, ni lo impropio de tener que jugar al fútbol de élite cuando el país está debajo de la máquina de aire acondicionado, pueden justificar un encuentro tan pobre. Especialmente por el lado colchonero.

El runrún de los minutos previos dejaba alguna duda respecto al sistema con el que el Atlético de Madrid saltaría al campo. Tardamos muy poco en ver que la duda no era tal y que el ya habitual 5-3-2 volvía a ser la fórmula elegida. Lógico, cuando esa ha sido una de las palancas de la reinvención del equipo. El problema es que en esa fórmula no estaba Koke y eso lo cambia todo. Que al equipo de Simeone le faltaba un cinco, o como lo quieran llamar, lo sabíamos mucho antes de que se lesionase el capitán. Ahora mismo, la evidencia es ya aplastante.

Los problemas de Barrios durante la semana hacían que fuese De Paul el que ocupase esa posición de inicio. El experimento no salió bien. En parte porque el argentino no es ese jugador y en parte porque parecía como si los compañeros que lo rodeaban acabasen de salir de un proceso de sedación. Ya en los primeros minutos, Abner lanzó un tiro cruzado desde la izquierda, tras un error de Hermoso que, otra vez, salió a campo abierto con más ímpetu que acierto.

Durante el primer cuarto de hora el equipo rojiblanco fue incapaz de trenzar dos pases. Y no, la frase no es un recurso literario. Asumiendo que la parte creativa iba a ser complicada, De Paul decidió concentrarse en equilibrar el equipo en defensa y eso consiguió parar el empuje inicial de los béticos. El partido se transformó entonces en un aburridísimo intercambio de posesiones espesas e inútiles. Bueno, quizá intercambio no es la mejor definición, dado que prácticamente todas ellas eran protagonizadas por el cuadro sevillano. Apenas recuerdo ocasiones, eso sí. Un disparo de Ayoze que casi alcanza la escuadra y poco más. El problema es que por la parte colchonera ni siquiera había acercamientos. Cada vez que el equipo tenía el balón era un drama. Lento, espeso y bochornosamente impreciso. Griezmann, al igual que la semana pasada, se mostraba en muy baja forma. Lemar, al igual que la semana pasada, se mostraba irrelevante. Llorente aunaba las dos cualidades anteriores y además le sumaba la imprecisión recurrente. Carrasco se regateaba a sí mismo, pareciendo por momentos fuera del partido. Así es muy difícil jugar al fútbol.

El Betis, sin hacer daño, era mejor. Isco y Ayoze tocaban como querían y parecían dominar un partido que tenía la misma intensidad que una película austrohúngara de arte y ensayo. Todo tenía ese ritmo mediopensionista, tan propio de la Liga, que favorecía claramente a un Betis, que además se mostraba más ambicioso. La primera parte terminó con el Atleti en su área y pasando dificultades. Primero con un remate de cabeza de Ruibal tras pase de Isco. Después con un remate del propio Isco que se fue por encima del larguero.

Simeone vio lo mismo que vimos todos y sentó a Llorente en el descanso para poner en el campo a un Barrios, que acabó siendo el mejor jugador rojiblanco del partido. Sin que el juego mejorase de una forma demasiado radical, al menos el Atleti parecía ya un equipo. El canterano buscaba la salida y movía el balón con bastante más criterio que antes, independientemente de que la velocidad fuese ridícula y de que la intensidad de sus compañeros siguiese siendo la de una siesta de Ferragosto.

Mediada ya la segunda parte, demasiado tarde visto lo visto, Lemar, Carrasco y Memphis dejaron el terreno en favor de Lino, Saúl y Morata. A partir de ese momento, aprovechando también la incorporación posterior de Riquelme, vimos los mejores minutos de los madrileños. Los de Pellegrini, quizá algo tocados físicamente, comenzaron a perder el centro del campo y con ello también el balón. El Atleti adelantó la presión y simplemente con eso pudo jugar algo más en el campo de su rival. Mejoraron las sensaciones y el equipo merodeó el área varias veces, aunque se me hace difícil destacar una buena ocasión de gol que sea digna de mención. Un remate de cabeza de Hermoso en el minuto 64, tras una jugada a balón parado, fue seguramente lo más dañino que hizo el conjunto rojiblanco en todo el partido. Para ser justos, tampoco Oblak estuvo mínimamente exigido. El empate a cero final creo que es un fiel reflejo de lo que sucedió en el césped.

No ha empezado particularmente fino el Atlético de Madrid. Aunque esto acaba de comenzar, que sabemos que hay mil circunstancias que reman en contra y que es absurdo sacar conclusiones de una muestra tan pobre, decir otra cosa sería engañarnos. Aun así, creo que lo deportivo no es preocupante. Al menos, no lo es para mí. Me parece más inquietante las posibles entradas y salidas de los próximos días, y poder resolver el problema creado por nuestro ingrato portugués sin demasiados efectos secundarios. Veremos.