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A doble ciego, libro de Víctor Sombra publicado por Random House el pasado mes de marzo, es una novela negra. Una novela negra sin disparos ni peleas, sin refriegas ni apuñalamientos. Una trama de espionaje que se sumerge en las interioridades del big data y, a través de este, en las singularidades y encrucijadas de la industria del medicamento. La historia gira alrededor de lo que su autor denomina con lucidez crowdkilling: esa criminalidad sistémica en la que todos participamos, que se mimetiza en nuestro día a día y que es tan indetectable como un tenue ruido de fondo.
Sin desdeñar las pistas facilitadas en los paratextos, mi comentario va a empezar siguiendo la estela formal de la novela. Su estructura es una sucesión de diarios y escritos de los propios personajes, la misma estrategia del Drácula de Bram Stoker. El texto, redactado por los protagonistas de la novela que leemos, adquiere la naturaleza de una suerte de cinta de Moebius, en donde la escritura de la ficción pasa a formar parte (sustancial) de esa misma ficción. La novela que tenemos en nuestras manos es un pedazo vivo de la trama de la novela.
En este sentido, Nora Wang (personaje de dos novelas anteriores del autor, Canje y La quimera del hombre tanque) cumple el mismo papel que Bram Stoker asignaba a Mina Harker en su famosa novela: la de recopiladora de todo lo que los protagonistas habían escrito hasta la mitad del libro. A partir de ese momento, en Drácula, tanto los personajes de la historia como los lectores teníamos exactamente la misma información, las palabras escritas de esos mismos personajes. En A doble ciego, Victor Sombra refina el mecanismo. Nora Wang (con esto no destripo nada –nada importante– de la historia) realiza la compilación de los textos que forman la novela justo al final de la misma.
La novela que tenemos en nuestras manos es un pedazo vivo de la trama de la novela
Irónicamente, el final se convierte en el principio de la novela: la recopilación y ordenamiento de todos sus textos. Wang termina siendo la editora literaria sui generis de A doble ciego, un resultado –literal y metafóricamente– mucho más circular y redondo –en este aspecto concreto– que el de la predecesora de Stoker .
Victor Sombra usa este recurso de la novela escrita por los personajes de forma consciente, con un punto juguetón e irónico. Prueba de ello son las ocasionales reflexiones de los narradores sobre el carácter de sus escrituras respectivas. Este ingrediente metanarrativo de la novela me llevó inmediatamente a pensar en la posmodernidad, un concepto impreciso, ambivalente y ambiguo que comparte muchas de las características de nuestra época histórica, a la que, no por casualidad, da uno de sus nombres.
Personalmente, tolero mejor lo posmoderno en la literatura que en otros ámbitos. En mi biografía, el palabro en cuestión apareció en la universidad, allá por finales de siglo, cuando me formaba para ser antropólogo. Me producía crispación y urticaria ver a esos etnógrafos que, en lugar de hacer su trabajo, se dedican a mirarse el ombligo y apuñalarse narcisísticamente, a imagen y semejanza de los cuadernos privados de Bronislaw Malinowski, en los que se retrataba a sí mismo como un cretino, racista, misógino, machista y, seguramente, un violador.
Me producía crispación ver a esos etnógrafos que se dedican a mirarse el ombligo a imagen y semejanza de los cuadernos privados de Malinowski
También me saturaba cierta izquierda –la que fue uno de los pilares del 15M y que en aquella época daba sus primeros pasos en mi campus– que quedó obnubilada por el llamado “giro lingüístico” (otro de las denominaciones del engendro posmoderno). Siempre me pareció que ese giro se debía simplemente a no tener poder, y a la impotencia de no poder influir sobre la realidad. En esto, el mecanismo narrativo de A doble ciego, tan metaliterario y centrado en las palabras, resulta inequívoco acerca de la prevalencia de los hechos, las conductas y los productos (que curan o matan sin ambigüedad, sin ninguna posibilidad de interpretación).
Encuentro en A doble ciego un subtexto que tiene consonancia con este amago de reflexión: cómo hacer frente a un poder (o poderes) que nos hiere y nos mata, y que incluso consigue que lo ignoremos (muy acertado ese juego intencional entre las acepciones de la palabra ignorar: ‘no saber’ y ‘no hacer caso’). Y cómo ese poder nos deja a todos como sonámbulos, más interesados en reflexionar sobre cómo comunicarnos, en vez de sobre cómo actuar.
En otras palabras: qué es lo que se ve (qué se ilumina) y qué es lo que se prefiere dejar a oscuras, y cómo nos plegamos a los dictados de la luz, o mejor dicho, de determinados focos de luz.
Leyendo A doble ciego recordé ese chiste malo de aquel señor que vuelve de noche caminando del trabajo a su casa y encuentra a un borracho a gatas debajo de la única farola con luz de la calle. El señor le pregunta qué hace, y el borracho le dice que está buscando una moneda de dos euros que se le ha caído y que necesita para coger el metro. El señor duda entre ayudarle e irse, pero al final decide buscarla con él. Le pregunta:
–¿Dónde se le cayó la moneda exactamente?
–Allí, al lado de esos arbustos.
–Entonces, ¿por qué la busca aquí debajo de la farola?
–Porque aquí hay más luz.
Hay un aspecto epistemológico muy patente (en primer plano, de hecho) en la novela, algo que me fascina y me lleva, a través de Bourdieu (otro de esos autores con los que dábamos vueltas en los 90 los aprendices de antropólogos) a uno de sus maestros, el filósofo de la ciencia francés de principio del siglo XX, Gaston Bachelard.
Decía Bachelard que el primer paso de un descubrimiento científico o de un conocimiento era encontrar una metáfora, una imagen, un modelo sobre el que trabajar y tirar del hilo. Ya después, en una segunda fase, la imagen se podaría y corregiría con ayuda de los experimentos (una forma de expresar el método hipotético deductivo de toda la vida).
Su mejor ejemplo era la imagen primigenia del átomo como un sistema solar en miniatura. La química y la física la usaron como una matriz de trabajo que, al final de un proceso de años de experimentación y reformulación (de demolición controlada), condujo a los modelos actuales del átomo, que tienen que ver más con las nubes que con un sistema planetario.
Bachelard nos hacía ver que toda luz proyectada sobre un objeto arroja siempre una sombra (y deja parte de dicho objeto en penumbra)
Sin embargo, la mejor metáfora de Bachelard es la que compara el conocimiento con la luz. Por supuesto que eso en sí mismo no es muy original, el propio Platón y los ilustrados (el iluminismo) ya habían jugado con esa imagen (nunca mejor dicho). La novedad viene cuando Bachelard nos hacía ver que toda luz proyectada sobre un objeto (ya sea físico o de estudio) arroja siempre una sombra (y deja parte de dicho objeto en penumbra). Un punto de vista revela, pero oscurece a la vez otras cosas que se podrían conocer si se adoptara otro distinto.
Creo que esa paradoja del conocimiento se expresa muy bien en la novela. De alguna forma, conocer algo es romperlo, como el niño que destroza su juguete para ver sus tripas.
Los personajes ven y descubren cosas, pero por su mismo proceder se ponen en condiciones de no poder conocer otras, o –mucho más importante– de no saber usar las que descubren, como el niño que se queda sin poder jugar con ese juguete del que ahora conoce su mecanismo interior. Además, en una vuelta de tuerca, el mero hecho de preocuparse y emplear tiempo en adquirir un conocimiento impide a los protagonistas darse cuenta de hasta qué punto son títeres de otros y de qué manera se van a usar (o no) los saberes adquiridos.
Y cómo el capitalismo lo distorsiona todo. Cómo, si es funcional a su supervivencia, se iluminará el panorama para que la gente solo se fije y hable de las conspiraciones de las estelas químicas (los famosos chemtrails), de las de Soros o las de los Illuminati; o de la pizzería donde los políticos demócratas americanos violaban a niños, dejando otras cosas realmente importantes en la penumbra. La gente se terminará negando a mirar arriba (como en la película) si hay poderosos intereses a los que ponga en peligro que alcemos la cabeza.
De vuelta en la novela, Sombra (el nombre es el destino, parece ser) usa los objetos concretos para iluminar a los personajes y a la trama, para verlos con sus claroscuros: el casco rojo de Dusa, que protege y que oculta, o el cabello de Ben, que habla de su personaje casi tanto como sus palabras y sus actos. Esas cosas funcionan como mediadoras, como la hostia consagrada de la que habla el personaje de Dixon, añadiendo más urdimbre a la textura de la novela. Es como si hicieran de ella un ropaje con peso, con caída. Añaden espacio entre sí mismas y entre todo lo que evocan y denotan.
Algo que no es un objeto, sino un concepto, cumple una función parecida: el “a doble ciego” del título. Con él, el autor construye un puesto de vigía, una cofa del palo mayor desde la que dar más amplitud a su mirada y a la nuestra. Me parece uno de los grandes aciertos del libro. Iluminar al capitalismo desde la óptica del doble ciego, hacer que muestre cosas bajo ese foco que no revelaría bajo la ya estereotipada y gastada metáfora de la mano invisible.
Iluminar al capitalismo desde la óptica del doble ciego, hacer que muestre cosas bajo ese foco que no revelaría bajo la ya estereotipada y gastada metáfora de la mano invisible
En el capitalismo, los agentes que lo activan ignoran en gran medida sus objetivos y consecuencias. Recíprocamente, los que lo padecemos pasivamente lo hacemos con una gran dosis de inconsciencia, a veces activa, consumiendo productos y servicios producidos en condiciones que cercenan la vida de otros que bien pudiéramos ser nosotros. El doble ciego, en este sentido de foco de luz inesperado, tiene mucho que ver con el énfasis epistemológico y el reverso oscuro del conocimiento que antes mencionaba. Que despierta la sospecha hacia los hechos, pero aún más frente a las palabras y los discursos.
En conclusión: una novela que, mediante sus recursos, metáforas y objetos, busca revertir la primacía que en nuestro tiempo histórico –la ya mencionada posmodernidad– se otorga a los discursos y a las palabras, a esas mismas palabras que no puede evitar usar (ya que, después de todo, es una novela).
Y enlazando de nuevo con Drácula: creo que, además de la estructura, la propia trama argumental de la novela de Bram Stoker da claves esclarecedoras para acercarse a la novela de Víctor Sombra. En ella, al igual que en Drácula, los personajes buscan poner luz a un entramado que, como el del vampiro transilvano, solo puede sobrevivir sepultado bajo criptas opacas –las oficinas de los grandes conglomerados económicos y financieros–, actuando en la sombra y respaldado por la ceguera (intencional o no) de los agentes que lo defienden.
Enciendan la luz: lean A doble ciego.
A doble ciego, libro de Víctor Sombra publicado por Random House el pasado mes de marzo, es una novela negra. Una novela negra sin disparos ni peleas, sin refriegas ni apuñalamientos. Una trama de espionaje que se sumerge en las interioridades del big data y, a través de este, en las...
Autor >
Carlos Valladares
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