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Querida comunidad contextataria:
Apenas han transcurrido 34 días desde que las jugadoras de la selección española ganaron el Mundial.
El titular es un clickbait. Nunca me ha gustado el fútbol. Eso no ha cambiado en los últimos 34 días ni creo que vaya a cambiar jamás. Me repele de manera instintiva desde la niñez. Poco importa ya si esa repulsión es el reflejo de un desinterés real, o tal vez una conducta aprendida y socialmente moldeada tras tantas décadas conviviendo y tratando de sobrevivir, muy a mi pesar, al patriarcado.
Unas horas antes de la final estuve bromeando y haciendo chascarrillos. Recuerdo decir algo así como que, si bien les deseaba lo mejor, no sabía cómo lo iba a hacer para poder soportar la turra mediática si aquellas mujeres ganaban el último partido.
No me culpo por no haber podido predecir lo que vino después, pero qué equivocada estaba. Qué emocionante fue todo lo que ha sucedido desde entonces.
El caso Rubiales, a nadie se le escapa, no va sobre fútbol ni sobre títulos, dos asuntos que solo me arrancan bostezos, ni tampoco sobre la enésima meada fuera del tiesto de un señor poderoso, un tema que por lo general también me asquea. El caso Rubiales va, y esto es lo novedoso, sobre las mujeres. Sobre todas nosotras. Por primera vez en mi vida me he sentido directamente interpelada cuando en los medios se hablaba durante horas acerca de un deporte que hasta la fecha no me había generado el menor interés. He sentido la excitación de las jugadoras cuando peleaban por lo que es suyo y he hecho mía la indignación ante las evidentes trampas y el juego sucísimo del equipo rival, que, es evidente, no son las otras futbolistas contra las que se enfrentan en cada partido, sino una Federación machista y facinerosa cimentada sobre muchos años de misoginia tolerada por toda la sociedad.
El feminismo lleva décadas –o más bien siglos– tratando de avanzar a trompicones. Cada pequeña reclamación, por razonable que sea, es cuestionada y ridiculizada hasta la náusea, cada escueto centímetro de terreno conquistado suscita reacciones fuertemente airadas. Hace apenas una década, en 2013, escuché directamente de la boca del organizador de un evento de divulgación científica chistes repugnantes porque una de las ponentes preguntó si se contemplaban medidas antiacoso o si se había elaborado algún protocolo específico en caso de que se produjeran situaciones desagradables. Supongo que ese mismo organizador estará en 2023 pontificando con alegría sobre el feminismo y la importancia de la mujer en la ciencia, e incluso se habrá indignado profundamente contra Rubiales como si fuera una más de nosotras.
No lo digo con amargura. Tanto me da si ese hombre y otros tantos como él han rectificado en su actitud de manera sincera tras haber hecho examen de conciencia, o si simplemente han aprendido cuál es el discurso que se espera de ellos en público y qué actitudes han pasado a ser consideradas intolerables. En ambos casos estamos consiguiendo avances. Generación tras generación, vamos educando a los hombres para que aprendan a respetarnos como iguales. Viéndolo así escrito, tampoco creo que sea demasiado pedir.
Muchos días me siento pesimista. La primera vez que vi el beso no consentido me asqueó en lo más hondo por todo lo que aquello simbolizaba, aquel abuso de un hombre poderoso e intocable contra una mujer que acababa de alcanzar la mayor gloria deportiva. Pero no esperaba lo que ocurrió después. Di por hecho con rabia y tristeza que aquello se archivaría en el cajón de los abusos, esa mochila con la que inevitablemente todas las mujeres cargamos, aunque la de algunas pesa mucho más que la de otras. Cuánto me alegro de haberme equivocado. Ha sido una agradable sorpresa descubrir de pronto que vivo en una sociedad lo bastante madura como para haber entendido, al fin, por qué esas conductas son inadmisibles. Hace diez años, la agresión de Rubiales se habría quedado en una simpática anécdota que como mucho ocuparía una breve foto en una esquina de la página 45 de la prensa especializada. Hace cinco años habrían obligado a Jenni Hermoso a hacerse una foto sonriente al día siguiente con su agresor. Hace quizá dos años podrían haberla hecho callar bajo la amenaza de cargarse de un plumazo su carrera deportiva. Pero en 2023 las cosas han cambiado. Es esperanzador pensar en que el futuro que nos aguarda no tiene por qué ser tan malo.
El cambio de mentalidad colectivo contra el machismo es obra de muchos pequeños empujones, de cientos de miles de brazos remando en la misma dirección. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad decisiva en ese sentido. Mientras que al día siguiente de la agresión en televisiones como La Sexta la presentadora María Martínez todavía intentaba hablar del beso de manera jocosa, en CTXT ya estábamos publicando nuestro primer editorial para pedir la dimisión de Rubiales. Y no sería el último.
CTXT no habría podido hablar con libertad e independencia para denunciar la misoginia en el entorno del fútbol de no ser por sus suscriptores. Nosotras no lo olvidamos, y confío en que ustedes tampoco. Así que gracias, una semana más, por estar siempre ahí. Esperamos que nos sigan acompañando y nos ayuden a cambiar el mundo durante mucho tiempo.
Un abrazo,
Adriana.
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Apenas han transcurrido 34 días desde que las jugadoras de la selección española ganaron el Mundial.
El titular es un clickbait. Nunca me ha gustado el fútbol. Eso no ha cambiado en los últimos 34 días ni creo que vaya a cambiar jamás. Me repele de...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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