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Es bien sabido que el modo de vida de la sociedad industrial capitalista altera las dinámicas naturales de autorregulación que, en condiciones normales, llevarían a cabo los ecosistemas. El modelo productivo asociado a tal modo de vida socava las reservas materiales de la corteza terrestre y tensa la capacidad productiva de los ecosistemas, satura los sumideros naturales, y ocasiona distintos grados de alteración y degradación ambiental, mediante diversas formas de contaminación. Esta tensión de la capacidad productiva y la alteración de las dinámicas naturales se traduce en un cierto grado de contribución de las distintas expresiones de este modo de vida a las tendencias locales, regionales y globales de insostenibilidad a través del choque con los límites ambientales a las distintas escalas a las que estos se manifiestan.
En el reciente Informe de Calidad de Vida en España, realizado por el área Ecosocial de FUHEM, se abordan algunas de las manifestaciones más relevantes de esta tendencia hacia la insostenibilidad resultado de los patrones del modo de vida actual en el contexto español.
Así, una de las principales consecuencias de nuestro modo de vida sería el grado de transformación del territorio al que nos ha abocado la apuesta económica por el sector de la construcción, las infraestructuras y el turismo. Según datos del Banco de España, en el período 2001-2008 se construían algo más de 750.000 viviendas de media al año en España, dejando un balance de al menos 3,4 millones de viviendas vacías, según el censo de vivienda de 2021. Este fenómeno de artificialización del territorio crecía a un ritmo de más del 3 % anual desde los años 80 hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria en esos años, y ha afectado, sobre todo, al entorno de las grandes áreas metropolitanas, y a las zonas litorales del Mediterráneo y el sur peninsular, produciéndose, en parte, a costa de áreas boscosas y zonas abiertas, pero, sobre todo de espacios agrarios. Espacios agrarios, cuya superficie se ha reducido, en general, pero que se han intensificado, con la industrialización de las prácticas agrarias y la expansión del regadío.
Entre otras consecuencias, esta alteración del entorno ha promovido el aumento de especies catalogadas con algún grado de amenaza en España, que ha pasado de las cerca de 600 a principios de los años 2000 a más de 960 en los últimos años, como un ejemplo de la afección que esto está teniendo sobre la biodiversidad.
El fenómeno de artificialización del territorio está asociado, en gran medida, al incremento de la población que habita áreas urbanas. Este aumento ha traído consigo también la concentración de altos niveles de contaminación del aire muy ligados al transporte motorizado que, aunque han descendido, todavía se mantienen por encima de los niveles recomendables en partículas, óxidos de nitrógeno y ozono troposférico, en ciertas zonas metropolitanas de nuestro país, como Barcelona o Madrid. Además, la contaminación del aire no sólo se debe a su composición química, sino que también hay contaminación acústica, con más de 9,4 millones de personas afectadas por niveles más allá de los recomendados por la OMS, especialmente en áreas urbanas cercanas a los ejes viarios de las ciudades, y contaminación lumínica, presente, sobre todo, en las áreas de Barcelona, Bilbao, Valencia, la bahía de Cádiz y Melilla, así como algunas ciudades monumentales del interior (como Salamanca, Segovia o Zamora).
Las emisiones de algunos gases por parte del transporte, los hogares y la industria también contribuyen al fenómeno del calentamiento global y el subsiguiente cambio climático, cuyas consecuencias estamos sufriendo tanto en estas últimas décadas.
Por una parte encontramos nuestra contribución a las emisiones, especialmente altas en el sector energético y del transporte, que venían creciendo secularmente, pero que presentan un cierto patrón de reducción debido la disminución de la actividad económica durante los años de la crisis de 2008 y la pandemia, así como por el efecto que comienza a tener la transición energética en nuestro país, con la promoción de energías renovables para la generación eléctrica. Si bien los efectos de este último proceso no llegan a alcanzar los niveles deseados debido a que se utiliza una política de gestión de la oferta y no una política clara de gestión de la demanda para mitigar este problema.
Por otra parte, se encontrarían los efectos del calentamiento global que ya estamos sufriendo en nuestro país que, sin embargo, se vienen incrementando de manera evidente. Así, en un área donde el calentamiento es mayor que el de otras zonas del planeta (20% más que la media global en el Mediterráneo), se ha producido ya un aumento de las temperaturas medias cercano al 1ºC, concentrando los años más calurosos de toda la serie en lo que llevamos de siglo XXI, más que triplicando los episodios de olas de calor y ampliando su extensión territorial, así como su duración. Y, aunque se haya conseguido reducir el número de incendios, los que ocurren son más devastadores, calcinando el doble de superficie que hace 30 años. Además, se está produciendo una alteración del patrón de precipitaciones, aumentando el número de años de sequía durante las últimas décadas e incrementando, a su vez, el número de fenómenos meteorológicos extremos asociados a tormentas explosivas (vientos, inundaciones, rayos, aludes, etc.). Asimismo, el calentamiento global ha hecho que de los 52 glaciares que había a mediados del siglo XIX en los Pirineos, en el año 2020 sólo queden 19, habiendo perdido unos seis metros de espesor y reducido su extensión en una quinta parte desde 2011. El calentamiento y el deshielo están produciendo también un aumento del nivel del mar, que en el caso del Mediterráneo se está traduciendo en un incremento de 16 cm desde que existen registros, la mitad en los últimos 30 años.
La intensificación agraria es una de las principales causas de otra de las manifestaciones de la insostenibilidad de nuestro modo de vida que nos deberían preocupar, dadas las restricciones que va a imponer ese escenario de alteración climática: la sobreexplotación y contaminación del agua. Así, en la última revisión de 2020, el 26% de las masas de agua subterráneas y el 39% de las superficiales presentaban rasgos de sobreexplotación, y el 36% de las aguas subterráneas y el 15% de las superficiales, niveles altos de contaminación. Los usos consuntivos del agua en España están liderados por el sector agrario, por lo que el aumento del regadío en un 12% en las dos últimas décadas, el insuficiente tratamiento de las aguas residuales y problemas de contaminación difusa ligados, especialmente, a la actividad de la ganadería intensiva, estarían, en gran medida, detrás de estas cifras, con aumentos de los gastos asociados de más de 2.500 millones de euros invertidos en alcantarillado y depuración en 2018 en todo el país.
Aparte de sufrir cambios entre usos, el suelo, como interfaz entre la geosfera y la biosfera, también sufre un cierto grado de sobreexplotación, de tal modo que el 29 % de la superficie de nuestro país sufre procesos de erosión, y un 37% está sometida a riesgos de desertificación (transformación artificial del suelo en una zona árida o desértica) medio-alto o muy alto. Asimismo, las actividades humanas también contaminan los suelos, especialmente las actividades agropecuarias, industriales y mineras, así como por los procesos de generación y tratamiento de residuos. Con respecto a los sectores económicos no hay mucha información, si bien, mientras se actualiza el mapa de suelos contaminados, se tiene información más detallada sobre la incidencia agraria, ya que el 83% de los suelos agrícolas europeos estaban contaminados por algún plaguicida y el 58% por mezclas de sustancias plaguicidas. Con respecto a los residuos, la magnitud del problema se entiende partiendo de los incrementos observados en la generación, unido al hecho de que en 2019 todavía el 78% de los residuos recogidos eran mezclados, cerca de la mitad de los residuos iban a parar a un vertedero y que en 2018 se incineraba alrededor del 12% de los residuos. Además, en los últimos años se ha reconocido la existencia de suelos contaminados con sustancias radiactivas, que tendrán que ser monitoreados y tratados convenientemente.
Todo esto proporciona un panorama poco halagüeño para la sostenibilidad derivada de nuestro modo de vida, así como un cuadro de múltiples formas en las que éste socava nuestra propia calidad de vida en términos de salud y autonomía.
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Pedro L. Lomas es doctor en Ecología, miembro del área Ecosocial de FUHEM y uno de los autores del Informe sobre Calidad de Vida en España.
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Pedro L. Lomas
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