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deterioro socioecológico

Un modo de vida que amenaza la vida buena

La alimentación, la movilidad y la vivienda representan la mitad del presupuesto de una familia media y son responsables del 85% de los impactos ecológicos, según el indicador de la “huella de consumo”

Santiago Álvarez Cantalapiedra 21/09/2023

<p>Coches atascados en la autovía. <strong>/ Zombi bailongo</strong></p>

Coches atascados en la autovía. / Zombi bailongo

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Tras la crisis ecosocial que padecemos se encuentra nuestro modo de vida, con sus prácticas, estructuras, instituciones, actores y relaciones de poder. Se trata del modo de vida característico de la civilización industrial capitalista, que ha redefinido profundamente las relaciones sociales y de género, así como el régimen de intercambios que establece una sociedad con los ecosistemas. Al conformar la cotidianidad, definiendo las relaciones sociales y los intercambios con la naturaleza, todos los miembros de la sociedad participamos –aunque de forma desigual– de las mismas dinámicas. Sabemos que existe una amplia variedad de niveles y estilos de consumo de los que solo son partícipes los miembros de una determinada clase o grupo social y que esa multiplicidad de estilos de vida vienen marcados por las desigualdades de clase, género, etnia y por las preferencias culturales e identitarias de personas y grupos sociales, pero el concepto de “modo de vida” no debe confundirse con el “estilo de vida” que practica un grupo social particular, pues remite a los patrones de producción, distribución y consumo, así como al imaginario cultural y a las subjetividades fuertemente arraigadas en las prácticas cotidianas de gran parte de la sociedad. En ese sentido, cabe entender el modo de vida como hegemónico, es decir, ampliamente aceptado y arraigado política e institucionalmente y con una influencia abrumadora en las prácticas ordinarias de la gente. Prácticas y comportamientos que se generalizan por el conjunto de la sociedad y que forman parte de nuestro día a día (en la manera de alimentarnos, vestirnos, divertirnos, movernos y habitar un territorio), pero que se materializan de forma desigual y diversa en función de la posición que cada grupo ocupa en la jerarquía social y la capacidad adquisitiva de cada persona. 

Se podría añadir –como hacen Brand y Wissen– que además de hegemónico ese modo de vida es también imperial al existir unos vínculos estrechos entre esas prácticas cotidianas hegemónicas con las estrategias estatales y empresariales, la geopolítica y las reglas económicas internacionales que aseguran un acceso a los recursos, a las capacidades laborales y al espacio y sumideros de todo el planeta. Cuando esto ocurre, el bienestar que proporciona ese modo de vida a algunos se consigue a costa de un reparto desigual de riesgos y cargas sociales y ecológicas sobre el resto. 

El modo de vida de la civilización industrial nos ha conducido a un escenario de extralimitación ecológica y desigualdades

Este modo de vida que se desprende de la civilización industrial se ha expandido por todo el planeta a lo largo del siglo XX, particularmente en el transcurso de su segunda mitad, cuando se intensificaron y extendieron las relaciones capitalistas de la mano de la globalización, acelerando los ritmos de extracción de recursos y de emisión de residuos, dotando a las sociedades humanas de una elevada complejidad y destructividad. Estas circunstancias nos han conducido, ya en el siglo XXI, a un escenario inédito de extralimitación ecológica y desigualdades sociales. Un escenario en el que converge la escasez de recursos estratégicos con la pérdida irreversible de biodiversidad y la desestabilización abrupta del clima, proyectando sobre la humanidad una amenaza existencial. La sociedad española contribuye a esa insostenibilidad global desde su posición más o menos central en el capitalismo mundial. 

Rasgos, tendencias y consecuencias del modo de vida en España

En el I Informe Ecosocial sobre la calidad de vida en España que acabamos de publicar desde el área Ecosocial de la fundación FUHEM ofrecemos un enfoque para analizar ese modo de vida y detectar dónde están algunos de los principales problemas que impiden la consecución de una vida buena en nuestro país. En dicho informe primeramente caracterizamos el modo de vida en la sociedad española y describimos las tendencias que lo atraviesan para, posteriormente, evaluar sus contribuciones e impactos sobre la autonomía y salud de las personas. 

Para caracterizar los principales componentes del modo de vida en España hemos centrado la atención en el consumo mercantil, por ser el eje sobre el que gira nuestra vida en unas sociedades que no en vano denominamos de consumo, atendiendo especialmente a tres ámbitos: la alimentación, la movilidad y la vivienda. Solo estos tres componentes absorben la mayor parte del gasto de los hogares (representan la mitad del presupuesto de una familia media española, elevándose hasta el 67% en el caso del 20% de las familias con menos ingresos) y son responsables del mayor número de los impactos sociales y ecológicos que ese modo de vida ocasiona (el 85% de los impactos ecológicos, según el indicador de la “huella de consumo”), tal como recoge un informe del Ministerio de Consumo. 

Pues bien, los principales componentes de la estructura de consumo de las familias –alimentación, movilidad, vivienda y urbanismo– proporcionan unas satisfacciones problemáticas (cuando no inadecuadas), tanto porque no logran los fines perseguidos (garantizar una alimentación adecuada a toda la población, permitir el acceso de todas las personas a una vivienda digna o a una movilidad segura y sostenible), como porque crean problemas añadidos (una dieta desequilibrada, obesidad, atascos, contaminación lumínica, acústica, pérdida de calidad del aire, etc.) que terminan por afectar a la salud y calidad de vida de las personas. 

La pregunta inmediata que surge es si merece la pena organizar la vida como lo hacemos para tan magros resultados, sobre todo teniendo en cuenta la enorme cantidad de tiempo que exige ese modo de vida (660 millones de horas semanales en empleo asalariado, sin contar por tanto el trabajo doméstico y de cuidados, mayoritariamente realizado por las mujeres) y la cantidad tan ingente de energía y materiales que requiere (cerca de mil millones de toneladas, una parte considerable de ellas importadas del exterior, lo que supone trasladar importantes cargas ambientales al resto del mundo).

Unas tendencias preocupantes

Además, asociado a este modo de vida se desprenden algunas tendencias que hemos agrupado en torno a tres grandes bloques: los desequilibrios territoriales, la insostenibilidad ecológica y las amenazas a la cohesión social por la persistencia de la pobreza, la precariedad y la desigualdad. 

La realidad de España está marcada por una fuerte polarización territorial que da lugar a un desequilibrio poblacional, económico y laboral entre áreas densamente pobladas y otras en fuerte riesgo de despoblación. Esta circunstancia da lugar a una geografía socioeconómica a dos velocidades con importantes repercusiones en oportunidades laborales y en la prestación de servicios básicos de calidad. Esta dinámica no solo tiene consecuencias sociales y económicas, también graves implicaciones ecológicas, con unas regiones especializadas en la extracción de recursos y el vertido de residuos, y otras que han centrado su labor en la acumulación y el consumo. 

Otra tendencia tiene que ver con la afectación de los ecosistemas, que, junto a la polarización territorial y otras cuestiones relativas al informe se desarrollará en columnas sucesivas. 

Por último, una tercera tendencia tiene que ver con las amenazas a la cohesión social que se desprenden de la combinación de la pobreza con la precariedad y la desigualdad (trece millones de personas viven en riesgo de pobreza o exclusión social y seguimos teniendo a una buena parte de la población precarizada, de manera que siendo trabajadora sigue siendo pobre). Reflejan divergencias profundas en la suerte y condiciones de vida de la gente y alimentan un grave malestar y una intensa desconfianza hacia las élites y las instituciones, acentuando el descontento social y la crispación política.

La realidad está marcada por una fuerte polarización territorial que da lugar a un desequilibrio poblacional, económico y laboral 

La evaluación del modo de vida en España

En este informe hemos evaluado el modo de vida en España teniendo en cuenta las implicaciones de sus principales componentes y dinámicas. Para hacer dicha evaluación, además de esas implicaciones, hemos necesitado clarificar lo que significa una vida buena. Desde el punto de vista de las personas, una vida buena es una vida sana y autónoma. La posibilidad de obtener esos logros dependerá de si se garantiza: 1) un acceso adecuado y suficiente a los bienes socialmente necesarios; 2) unas relaciones ‒sociales e interpersonales‒ significativas y gratificantes; 3) una organización autónoma de los tiempos de las personas y 4) unos entornos ‒sociales y naturales‒ seguros y saludables. En consecuencia, la pregunta que planea en todo momento sobre el informe es la siguiente: ¿Cómo afectan el modo de vida imperante a los objetivos de salud y autonomía que persiguen las personas y a los aspectos que consideramos básicos ‒acceso suficiente y universal a los recursos, relaciones significativas y tiempo para la autonomía personal en un entorno social y natural seguro‒ para conseguir aquellos logros? La siguiente infografía ilustra el recorrido que hemos seguido en esa valoración.

Las primeras conclusiones a las que llegamos es que el modo de vida analizado a través de sus rasgos y tendencias está provocando un deterioro social y ecológico que, además de erosionar las bases sociales y naturales sobre las que descansa, ocasiona graves consecuencias sobre la salud física, emocional y mental de las personas. Vivimos arrastrados por dinámicas sociales que no nos hacen más libres y saludables. El modo de vida imperante nos proporciona unas vivencias de las que no están en absoluto ausentes el aislamiento y la soledad, el cansancio crónico, el estrés, la ansiedad o la depresión, fuertemente vinculados al individualismo competitivo, a la privatización de la vida o a la permanente comparación social. 

Rachel Carson, la gran divulgadora ambiental estadounidense que despertó la conciencia ambiental en su país, señalaba en su libro Primavera silenciosa, cuya publicación acaba de cumplir sesenta años, que:

“Nos encontramos ahora en una encrucijada. Pero al revés de los caminos del poema de Robert Frost, ambos caminos no son igualmente bellos. El que nos ha traído hasta aquí es una autopista de primer orden, por la que hemos progresado a una gran velocidad, pero que nos ha llevado hasta el desastre. La opción más sensata ahora es abandonar el confortable tránsito hacia la catástrofe y tomar otro camino: el de ese sendero, mucho menos cómodo y más lento, pero que nos conduce al futuro”.

Hemos recorrido una autopista llena de peajes y hemos pagado un alto precio por un bienestar que apenas disfruta una pequeña parte de la humanidad. Las amenazas ya no provienen de fuera, sino que habitan en nuestro modo de vida y nos acompañan en nuestras rutinas y comportamientos diarios, cada vez que nos alimentamos, vestimos, nos movemos y nos asentamos en el territorio. Es hora de emprender ese sendero que nos señaló Carson hace sesenta años y que apuntaba hacia un cambio en el modo de vida para restaurar dos graves fracturas –social y metabólica– que impiden la convivencia y la sostenibilidad en este hermoso planeta. 

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Santiago Álvarez Cantalapiedra es director del Área Ecosocial de FUHEM.

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Santiago Álvarez Cantalapiedra

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