La visión en el oído
Palabra sin mundo: la tertulia mediática como tecnología de poder
Hoy encontramos, a izquierda y derecha, la misma convicción. La política es comunicación, una disputa de la opinión pública que se traduce en votos
Amador Fernández-Savater / Ernesto García López 7/10/2023
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Uno siente que su yo se autentifica cuando escapa,
cuando se desplaza de lo que es.
(Ramón Andrés)
A veces pensamos para dar cuenta de una sensación. ¿Qué estamos sintiendo, por qué? Esa sensación, aunque no la entendamos, guía nuestra búsqueda. De palabras que la nombren, de razones que la expliquen. La sensación empuja el pensamiento, el pensamiento elabora la sensación.
Lo que en este caso nos puso a pensar y a escribir –es lo mismo– es la sensación de ahogo y de asfixia en una situación muy cotidiana: mientras vemos o escuchamos tertulias mediáticas. Sea cual sea la cadena, el sesgo ideológico o los intervinientes. ¿Por qué?
Ese ahogo, nos parece, proviene de un cierre. Nos asfixiamos en un espacio cerrado. La tertulia mediática es un espacio que cierra, que se cierra sobre sí mismo, que nos encierra. ¿Pero cómo?
Los cuatro cierres
Movidos por esta sensación de ahogo nos ponemos a pensar los cierres que pudieran provocarla. Identificamos al menos cuatro:
– En primer lugar, la tertulia mediática reduce y cierra lo político.
¿Desde dónde piensan generalmente los tertulianos? Desde la disputa entre partidos por el poder político: ¿a qué partido le beneficia esto? ¿A qué político le perjudica? ¿Cómo entender tal o cual intriga de palacio? Ese es el marco de sentido, lo que verdaderamente importa, todo se analiza desde ahí.
Al interpretarlo todo desde el poder, es el poder quien interpreta. Los tertulianos hablan desde la posición de los gobernantes
Al interpretarlo todo desde el poder, es el poder quien interpreta. Los tertulianos hablan desde la posición de los gobernantes: lo que hacen y no hacen, lo que debieran hacer. No leen la política para la sociedad, sino la sociedad para la política. Los problemas o los movimientos sociales importan si y sólo si afectan al plano de la disputa por el poder. Nunca se leen en sí mismos, por lo que plantean o crean, sino siempre en función de ese otro plano.
Las dos claves fundamentales del tablero político en España son la “polarización” y el “consenso”. La disputa entre partidos por un lado y el marco (incuestionable) de lo posible por el otro. Las tertulias se inscriben ahí. Los tertulianos se enfrentan a cara de perro en una lógica de bandos (izquierda y derecha, gobierno y oposición), pero coinciden en lo esencial, en los límites de lo que se puede hacer y decir, de lo autorizado. Compiten y a la vez colaboran.
Dos distinciones importantes se pierden. Por un lado, entre lo político (la pregunta por la vida en común, al alcance de cualquiera) y la política (especializada, profesionalizada, representativa). En la tertulia lo político coincide sin fisuras con la política.
Por otro, entre los gobernantes (quienes tienen poder de decisión) y los gobernados (los despojados de él). Se invita a los gobernados a pensar desde la cabeza de los gobernantes, a ver el mundo como ellos, a asumir sus problemas, a pensar desde un poder que no tienen.
Estas dos con-fusiones provocan la asfixia y el ahogo.
– En segundo lugar, la tertulia mediática acota y cierra el sentido.
Los tertulianos saben. Ayer de esto, hoy de lo otro, mañana de lo de más allá. Pero siempre saben. Hablan convencidos de sí mismos, seguros de lo suyo, como expertos. La duda, la pregunta, el balbuceo, son signos de debilidad.
El tertuliano habla sobre temas. Nada que le afecte personalmente, nada que le toque el cuerpo
Saben de antemano. Aplican su código explicador sobre cualquier cosa que se presente. Nada se les resiste, nunca hay misterio, ninguna opacidad. La obsesión es producir sentido y opinión. Lo urgente es cerrar un significado a lo que sea que ocurre. En la tertulia sólo hay respuestas, ninguna pregunta.
El tertuliano habla sobre temas. Nada que le afecte personalmente, nada que le toque el cuerpo, nada que le conmueva. Sólo temas que desfilan ante sus ojos a diario y contra los que dispara su opinión como si fuera una escopeta de feria. El tertuliano carece de cuerpo. El cuerpo es eso que, al hablar, sorprende. El tertuliano, sin embargo, sólo calcula.
La ignorancia simple es amiga del pensamiento: no saber es lo que nos lleva a pensar. La ignorancia del tertuliano es doble, la de quien cree saber. En la tertulia todos creen saber. Entonces se parlotea, se monologa, las opiniones chocan como bolas de billar, la conversación se vuelve un ring de boxeo donde unos a prioris se enfrentan a otros, unas palabras automáticas colisionan con otras.
– En tercer lugar, la tertulia mediática comprime y cierra el tiempo.
En dos sentidos al menos. Por un lado, en la tertulia mediática se habla de lo que se habla: lo que ocurrió ayer, lo que ocurrirá mañana. Ni antes de ayer, ni pasado mañana. El tiempo social e histórico queda reducido al timeline de la “actualidad política”.
La historia no existe. No hay genealogías, historicidades, tiempos largos. El mundo nace cada día de un repollo. El tertuliano carece de memoria. Pero sólo el sentido de la historia, como decía Guy Debord, permite discriminar lo accesorio de lo importante, la diferencia de la repetición.
En la tertulia mediática, por otro lado, se habla como se habla: con la velocidad del automatismo. No hay nada que pensar, nada que escuchar, nada que sentir. Las voces se atropellan, se superponen, se aplastan. El presentador de turno se queja y corrige a los tertulianos, pero son lágrimas de cocodrilo. Porque la tertulia alienta el zasca, la provocación y el navajeo.
Lo que la tertulia no tolera es el silencio. Que pueda haber un momento de silencio. Donde nadie tiene nada que decir, no se sepa todo y no haya respuesta. Pánico. En el silencio podría haber algo que pensar. Urge volver a llenarlo todo. De automatismos, clichés o zascas.
– Por último, la tertulia mediática achica y cierra el lenguaje.
En la tertulia mediática las palabras circulan sin interrogación, sobreentendidas. Se habla de “democracia” o de “política” como si fuesen cosas sólidas, obvias y compartidas. Al no interrogar su sentido, simplemente se reproducen los sentidos dominantes.
La comunicación exige una claridad, una transparencia, un lenguaje “accesible para todos”. El tertuliano carece de inconsciente. Nada de lapsus o de equívocos, nada de palabras raras o difíciles, nada de enunciados atrevidos o audaces, nada de poesía o de locura. Lo contrario sería “elitista”. Se llama elitista a todo lo que convoca un esfuerzo de pensamiento: a adentrarse en algo desconocido, abierto y personal.
La palabra en la tertulia mediática se arroja pero no se intercambia
La palabra en la tertulia mediática se arroja pero no se intercambia. Nunca se vio a un tertuliano pensando con otro. Cada cual defiende lo suyo, su nicho de mercado, su ventaja competitiva. La palabra debe ser siempre como un proyectil: duro y nítido, agresivo y contundente, autosuficiente.
Esta “transparencia” del lenguaje es una trampa: las palabras trafican sentidos empaquetados, órdenes y consignas, signos de grupo y pertenencia, condenas y excomuniones. Toda palabra que no se interroga, que no pasa por el cuerpo del que habla, que sólo nos pide adhesión y creencia, es magia negra.
Una tecnología de poder
Reducción y cierre de lo político, del sentido, del tiempo y del lenguaje. La tertulia mediática nos ahoga, en definitiva, porque está diseñada contra la posibilidad del pensamiento.
Cuando pensamos, algo se abre. Una búsqueda, un proceso, una exploración. Una pregunta (auténtica, sin respuesta previa) organiza un proceso de pensamiento y en ese proceso algo puede emerger: nos viene una idea. Una mirada diferente, un matiz liberador, otra comprensión de las cosas. Nos brota desde dentro, como un géiser. Salimos distintos a cómo habíamos entrado.
Pensar requiere un tiempo y un espacio no saturados. Un espacio donde podamos movernos, decir la nuestra, alterar las preguntas. Un tiempo donde podamos perdernos para mejor encontrarnos, llegar a algo por nosotros mismos. Nos ahogamos en las tertulias porque no dejan tiempo ni espacio, porque todo está lleno de antemano de respuestas y explicaciones, porque en el fondo nunca pasa nada.
La tertulia mediática, más que un formato o un tipo de programa, es una “tecnología”. Un contexto que define a priori la forma en la que van a aparecer los objetos (en este caso los enunciados). Polarización y consenso, lenguaje plano y unidimensional, velocidad automática, prohibición de la duda, la pregunta, el silencio.
Una tecnología de poder, porque ajusta al individuo a los temas y las opiniones posibles, a los modos de sentir, de ver y de pensar dominantes.
Una tecnología viril, porque la posición del habla es masculina (seguridad, autosuficiencia, victoria) aunque en la tertulia haya cuerpos de mujer.
Una tecnología de mercado, donde cada cual tiene su opinión, sin necesidad de tejerla con otros, siempre en competencia.
Como toda tecnología, la tertulia mediática subjetiva. Nos educa y nos influye. Nos hace y nos deshace. Nos vuelve tertulianos. Entre amigos, con la familia, en pareja. El peligro para el lazo social es altísimo. Las conversaciones se sustituyen por tertulias mediáticas (presenciales).
La conversación es un arte y no una tecnología. Es un ejercicio de atención colectiva: sin guión, protocolo, ni algoritmo que organice. Requiere dejar espacio para que cada quien intervenga o guarde silencio. Acompañar la palabra del otro con la escucha, un gesto de aliento o la repregunta.
La conversación se teje y se sostiene entre todos. Las palabras derivan, se trenzan y destrenzan; nos autorizamos a delirar, bromear, poetizar. Se discute en el elemento del afecto compartido. Salimos de nosotros mismos. Conversación, con-vertere: tornarse uno hacia el otro.
Una sociedad de tertulianos, donde las conversaciones cotidianas se conviertan en tertulias mediáticas, es una auténtica pesadilla. La peor distopía. Un mundo de monólogos que sólo quieren escucharse a sí mismos y aplastar la voz ajena. Un mundo de personas repitiendo clichés y tomándose en serio a sí mismas. Un mundo de Pantomima Full.
Todas las tertulias son de derechas
Hoy encontramos, a izquierda y derecha, la misma convicción: la política es comunicación. Una disputa de la opinión pública (que se traduce en votos y en poder). No es de extrañar entonces que la izquierda, al montar sus medios de comunicación, lo primero que haga es organizar tertulias. Es sin duda la tecnología más eficaz. Pero, ¿eficaz para qué?
El tertuliano de izquierdas es casi indistinguible del de derechas: seguro de sí mismo y su saber
La ideología de la tertulia mediática es la tertulia misma: sus efectos están inscritos en su forma, en su configuración, en su diseño. Efectos de reducción y cierre de lo político, del sentido, del tiempo y del lenguaje. La tertulia no es neutral como un cuchillo. No se puede poner al servicio de otras finalidades o contenidos. Ella misma es su propia finalidad y su propio contenido.
El tertuliano de izquierdas es casi indistinguible del de derechas: seguro de sí mismo y su saber, se carga constantemente de razón; ni escucha ni coopera en el pensamiento, incapaz de razonar en común. Lo suyo es el monólogo, una palabra sin mundo.
Dice lo que las cosas son, no lo que podrían ser. Lo que hay que pensar, no lo que podría pensarse. Habla el lenguaje de los hechos, no el de lo posible. Afirma lo dado, no la potencialidad.
Excluida queda así la idea, encarnada en los últimos años por el 15M y la ola feminista, de que politizarse puede pasar, no por tener tales o cuales opiniones, sino por salir de uno mismo y encontrarse con el otro, por gestos vitales que nos implican y comprometen, por poner el cuerpo en lo que se dice y se hace, por aprender a pensar en común.
¿De veras creemos que puede producirse transformación social alguna –pensemos en la emergencia climática, por ejemplo– simplemente a partir de un cambio de opinión? ¿Sin cuerpos en movimiento, sin conflicto, sin creación de nuevas formas de vida? “Estoy en contra del cambio climático”, ¿y? La opinión deja las cosas como estaban, mientras que el pensamiento transforma. No sirve a la acción, sino que es acción en sí mismo.
El filósofo Gilles Deleuze decía: “La izquierda es eso que necesita que la gente piense”. Lo demás es derecha. Todas las tertulias son de derechas. Hay que crear y sostener espacios de pensamiento.
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Amador Fernández-Savater dirigirá la 2º edición del taller “Estética, psicoanálisis y revolución: el pensamiento utópico de Herbert Marcuse” los días 26, 27 y 28 de octubre. Puedes apuntarte aquí.
- Más información: “Erótica, estética, revolución: las utopías concretas de Herbert Marcuse”.
Ernesto García López es antropólogo y escritor. Ha publicado recientemente Hospital del aire (Candaya, 2022). Ha colaborado con diferentes medios de comunicación y revistas literarias. Destacan sus investigaciones sobre la construcción social del activismo en Madrid durante el ciclo 15M. Se pueden seguir sus actividades en http://ernestogarcialopez.blogspot.com/
Uno siente que su yo se autentifica cuando escapa,
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(Ramón Andrés)
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Amador Fernández-Savater
Es investigador independiente, activista, editor, 'filósofo pirata'. Ha publicado recientemente 'Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política' (Ned ediciones, 2020) y 'La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia política' (Akal, 2021). Su último libro es ‘Capitalismo libidinal; antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar’ Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en www.filosofiapirata.net.
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Ernesto García López
Es antropólogo y escritor. Ha publicado recientemente Hospital del aire (Candaya, 2022). Ha colaborado con diferentes medios de comunicación y revistas literarias. Destacan sus investigaciones sobre la construcción social del activismo en Madrid durante el ciclo 15M. Se pueden seguir sus actividades en http://ernestogarcialopez.blogspot.com/
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