Dice von der Layen –y Lambán piensa a través de ella– que Israel reacciona de manera justa a un ataque terrorista. ¿Reacciona? En el conductismo, la diferencia entre una reacción y una respuesta se sitúa en el grado de consciencia o de tiempo de maduración mental. La reacción es inconsciente, la respuesta necesita un tiempo de reflexión para que sea una respuesta intencionada. En todo terrorismo hay un principio conductista. Aseguran en Hamás que si la comunidad internacional solo se preocupa de Palestina cuando muere algún israelí, habrá que reclamar atención de vez en cuando. ¿Significa esto banalizar o justificar el terrorismo? Ni de coña. Eso para los del quetevotetxapote. Buscar razones no tiene nada que ver con encontrar excusas ni eximentes. Nada justifica la violencia. Nada justifica la muerte de una sola persona. Nada. 

Hamás es un grupo terrorista, asesinos que actúan desde el conductismo. Hamás intenta equilibrar, lo cual es una gran desgracia, el terrorismo de Estado que el gobierno israelí inflige sobre Palestina cada día desde hace muchos años, ante el silencio de la comunidad internacional. Hamás y el Estado israelí son terroristas.

Con diferencias, ya que, aunque haya quien intenta obviarlo, Hamás no representa a Palestina –hasta Biden acaba de darse cuenta de esto– y Netanyahu sí representa a Israel. De momento. Y actúa con la connivencia del propio Biden, de von der Layen, de Macron o de Sunak, entre otros. Estos dos últimos han prohibido manifestaciones propalestinas o la exhibición de banderas del territorio ocupado. 

Hamás reacciona de manera inconsciente a las décadas de exterminio. Pero Israel no reacciona, Israel responde con una intención clara y una estrategia meditada: la ocupación total de Gaza, aunque ello conlleve el genocidio del pueblo palestino que allí malvive. Después vendrá Cisjordania. Hablamos de un nuevo holocausto en directo y con espectadores silentes. Hamás le ha dado la excusa necesaria a la ultraderecha sionista. Es lo que tiene la ultraderecha. Pongamos nuestras barbas a remojar. 

¿Cómo ponerle final a cincuenta años de acoso a la población palestina, de asesinatos de mujeres y niños desarmados, de bombardeos sistemáticos de edificios civiles, de un genocidio premeditado,  de crímenes que deberían ser juzgados por la Corte internacional y de los que Occidente es cómplice?

Spoiler. En un capítulo de Black Mirror, “Men against fire”, un programado soldado caza enemigos a los que ve como humanos infectados y a los que su ejército denomina cucarachas. Un día sufre un cortocircuito en su chip cerebral y vive con horror y hasta la locura el daño causado. Ese mismo odio, esa misma programación mental del soldado de Black mirror es la que padece y asume como  real el ejército, los políticos y parte de la población israelí ante el pueblo palestino. Odio en su mayor grado. Un odio que afecta a generaciones y que tiene varias ondas expansivas: nuestro silencio y las reacciones terroristas. 

Aunque se alcance la paz, necesitaremos siglos para superar el terrible fracaso moral y humanitario al que estamos asistiendo. Todo esto, cuando aún no nos hemos recuperado de los campos de concentración nazi.