A CONTRAFLECHA
445.000 motivos contra el celibato
Si la Iglesia quiere dejar de ser un pozo productor de trastornos psicológicos, debe incorporar una visión positiva de la sexualidad
Paco Cano 12/11/2023
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Casi medio millón de víctimas. Niños y niñas abusados durante décadas en España por miembros del clero, ya fueran religiosos o ministros laicos. Así lo recoge el informe del Defensor del Pueblo. Tras leer la demoledora, triste y muy valiente respuesta de Alejandro Palomas en El País, no hay mucho más que aportar a lo que imagino como indelebles traumas causados por estos abusadores. A sus conmovedoras palabras, y a las de todas las víctimas que, por fin, se atreven a hablar me remito en cuanto al dolor provocado a tantos y tantas menores.
Sí me gustaría señalar algunas cuestiones que, erróneamente, pueden derivarse del informe. Por un lado, que no se confunda pedofilia y pederastia. La pedofilia sería la atracción sexual por los menores –que suele estar diagnosticada como enfermedad– y la pederastia es la práctica sexual con menores, aunque no exista la tendencia, lo cual se considera un delito. La pederastia, la acción, se da habitualmente mediante el abuso y la agresión. Queda probado que no todos los delincuentes pederastas acogidos en la Iglesia padecen el trastorno mental de la pedofilia, sino que en la mayoría de los casos es una deriva de una represión sexual obligada que, en gran parte, se aliviaría con una mayor condescendencia por parte de la jerarquía eclesial en cuanto a los códigos de conducta y normas de comportamiento impuestos a sus miembros, permitiendo toda aquella relación que incorpore el consentimiento. Una vez más, el consentimiento.
El celibato no es práctica de virtud, sino génesis de inmadurez emocional, de perversión sexual y de culpabilidad enfermiza
El catedrático y teólogo Juan José Tamayo lleva décadas señalando el celibato como una de las causas de tantos casos de pederastia por parte de miembros de la Iglesia católica y pidiendo que se erradique el voto de castidad, que no es asumido con conciencia ni libremente, sino que es una imposición irracional. La castidad, la abstinencia y el celibato no son prácticas de virtud, sino génesis de inmadurez emocional, de perversión sexual y de culpabilidad enfermiza. Si la Iglesia quiere dejar de ser un pozo productor de trastornos psicológicos, debe incorporar una visión positiva de la sexualidad.
Por otro lado, habría que evitar asociar, una vez más, la pedofilia y la pederastia a la homosexualidad. Las estadísticas dejan claro que en la heterosexualidad se dan muchos más casos de ambas y existen estudios e informes que señalan que, más que con la sexualidad, la pederastia tiene que ver con la represión y con el abuso de poder, el cual no alcanza solo a menores. También creyentes, acólitas y monjas se han visto sometidas por la jerarquía de figuras asociadas a la autoridad. El abuso a mujeres, ordenadas o no, es un asunto que algún día también saldrá a la luz.
Seguro que todos conocemos, en nuestras ciudades y pueblos, a curas, párrocos o sacerdotes que mantienen algún tipo de relación con un paisano, miembro de la grey católica o no. Alguna historia nos ha llegado de Hermanos Mayores, vestidores de vírgenes, cofrades o “maridos de” que o bien mantienen una relación estable con el padre espiritual de una hermandad o bien han sido pillados en la sacristía con el párroco del barrio. Nada nuevo y, si hay consentimiento, nada a condenar.
No deja de ser este último párrafo absolutamente anecdótico y allá cada cual, pero evidencia la insana e hipócrita relación de la Iglesia Católica con la homosexualidad y con el cuerpo en general, empeñándose en ponerle directrices y reglas de contención a aquello que solo debe regirse por la naturaleza. Lo normal, lo hecho norma, no puede enfrentarse a lo natural sino incorporarlo e incluso tomarlo como base, aunque suene iusnaturalista. La sexualidad es propia al ser humano y su represión solo provoca perversión y trastornos, ya que ante una dolorosa llamada de la naturaleza reprimida hay quien recurre al abuso de poder, al uso del más débil. Y esto vale para heterosexuales y homosexuales –no para personas asexuales, que también existen y alguna conozco–.
Se suele argumentar, de manera jocosa, que uno de los hechos que la Iglesia no perdona a las personas homosexuales es la posibilidad de vivir su sexualidad fuera del seno eclesial, como era costumbre. Y como si necesitara corroborarlo me encuentro con este párrafo en la novela Salvo mi corazón, todo está bien de Héctor Abad Faciolince: “Nací en un tiempo y en una familia en los que la homosexualidad se consideraba una perversión o como mínimo un desorden grave y un pecado inconfesable. Al escoger la vida sacerdotal y la castidad que entre los católicos se nos exige a los ordenados, la vocación representaba una manera de salvarse, de no practicar las inclinaciones desviadas, de no hundirse en el pantano de lo dañado y pecaminoso, envolviéndose en cambio en la gracia divina de la abstinencia sexual. Yo entré con el deseo firme de ser casto y bueno, con el propósito de suprimir para siempre los deseos torcidos que desde la más temprana adolescencia descubrí en mí con horror. Como mis deseos se inclinaban hacia lo más prohibido, otros varones, lo mejor para mí era renunciar por completo al deseo, sepultarlo debajo de la sotana como si esta fuera una coraza de acero infranqueable, una toga de asbesto que me aislara del fuego del deseo y del infierno”.
En uno de los primeros capítulos de la serie El Joven Papa de Sorrentino, escribo de memoria, Jude Law, recién elegido Sumo Pontífice, misterioso y ultraconservador, le transmite al secretario del Vaticano su idea de expulsar del clero a todos los homosexuales que acoge. El secretario, a quien solo le preocupa que gane su equipo, la SSC Napoli, le dice algo así como: “Santidad, nos vamos a quedar solo un tercio de los que estamos”.
El papa Francisco ha manifestado, en varias ocasiones, que hay que ser comprensivos con las personas homosexuales, ya que la homosexualidad no es un delito, aunque sí sea un pecado. No nos engañemos: Francisco no aporta nada nuevo con estas declaraciones ambiguas. Ya en 1975, bajo papado de Pablo VI, la Congregación para la Doctrina de la Fe, que en aquella época era presidida por el propio papa, publicaba una declaración sobre ética sexual y hacía notar el deber de respetar la condición o tendencia homosexual, pero no así los actos homosexuales, los cuales eran considerados “desordenados”. Los homosexuales, en aquella época y aún hoy, son considerados no aptos para entrar en el cielo. Eso que se pierden allá arriba. Por la cuenta que les trae, señoros de la Iglesia, es tiempo de renovarse si no quieren quedar orillados.
Tras las casi 800 páginas del informe, es el momento de exigirle a la Iglesia Católica que dé tres grandes pasos, aplicando la moral cristiana. Por un lado, reparar, en la medida de lo posible, los graves daños causados a los cientos de miles de víctimas. En segundo lugar, y esto es sustancial para evitar que surjan más casos, la Iglesia debe reformarse, transformarse. Mientras siga exigiendo represión y una vida sexual insana seguirá siendo un potencial foco generador de perversiones y una posible fábrica de enfermos. Como tercer paso, la Iglesia Católica debe asumir la legalidad respetando los derechos humanos y constitucionales de mujeres y gays y sus consiguientes libertades.
Por su parte, el Estado, si bien es verdad que no tiene por qué implicarse en la transformación de una institución como la Iglesia Católica, tiene la obligación, como representante de lo público, de no subvencionar o financiar instituciones que no respeten el derecho internacional, ni mantener con ellas acuerdos cuya constitucionalidad es puesta en entredicho por muchas voces autorizadas. Para el Estado, es el momento de virar su condición de aconfesional hacia el laicismo y velar por que la Iglesia, sin derivar responsabilidades, repare el daño causado, cumpla con la legalidad y respete derechos y libertades.
Casi medio millón de víctimas. Niños y niñas abusados durante décadas en España por miembros del clero, ya fueran religiosos o ministros laicos. Así lo recoge el informe del Defensor del Pueblo. Tras leer la demoledora, triste y muy valiente
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Paco Cano
Mis ciudades: Cádiz, Madrid, NY, Washington DC y, ahora, Barcelona. Mis territorios: las políticas culturales, la articulación ciudadana, los cuidados y el común.
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