Inscripción sumeria en piedra. / Wikimedia Commons
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Hace más de 5.000 años se inventó la primera palabra escrita. Es posible que fuera una palabra torpe, un experimento, un ensayo. Fue en Uruk, una ciudad Sumeria. Esa invención fue precedida por el calor de una gran explosión tecnológica, sin parangón hasta los siglos XIX y XX. En toda la región se produjo una expansión repentina de las comunidades agrícolas, mejoras técnicas en la agricultura y el pastoreo, en el transporte con ruedas, en los veleros, en la metalúrgica, en la arquitectura y en la alfarería torneada y cocida. Cuando se creó la primera palabra por escrito, sobre una tablilla de barro, se produjo algo también incalculable. Otra revolución que no me atrevería a llamar técnica, pues sucedió en la cabeza de los humanos de entonces. Fue la desaparición de la memoria. Sí, claro, la memoria no desapareció, siguió existiendo. Pero fue más liviana. La memoria pasó a ser, simplemente, todo aquello que se puede recordar sin esfuerzo. No suele ser más de dos o tres generaciones. La otra memoria, una memoria descomunal, que abarcaba no solo muchas generaciones, sino todas las generaciones, una memoria que recordaba desde el momento de la fundación del mundo, dejó de estar en manos de la memoria de personas formadas para recordar, en exclusiva, todo nuestro pasado –en algunas zonas de África, sin escritura, aún existen esas personas–, y pasó a estar en las tablillas, en la escritura. En esas tablillas se condensó toda la historia conocida, que hasta entonces había permanecido en la memoria. Y con ello sucedieron cosas imprevistas. Como que el mismísimo Dios tomara la palabra y nos hablara. Eso es lo que hizo el dios Ninurta, la gran divinidad sumeria de la agricultura, que escribió, de su puño y letra, un manual de agricultura. También sucedió la literatura. Todo aquello escrito era, a todas luces, más denso y bello que lo recordado, por lo que se organizó las palabras de lo recordado en otro orden, sencillamente por el placer que ello daba. En el Gilgamesh, el gran poema épico sumerio, Enkidu descubre el deseo, que ya no se llama deseo sino “codicia amorosa”, lo que no solo es mejor, sino más cierto.
La memoria pasó a ser, simplemente, todo aquello que se puede recordar sin esfuerzo
Hoy, varios miles de años después de la escritura sumeria, se ha inventado la inteligencia artificial. No fue en ningún sitio concreto, sino en todas partes. La invención fue precedida por una explosión tecnológica sin parangón, en los siglos XIX y XX. Cuando se creó la inteligencia artificial, se produjo algo incalculable. Otro revolución, tal vez meramente tecnológica, a pesar de suceder en nuestra cabeza. La desaparición de la memoria. Sí, claro, la memoria no desapareció, siguió existiendo. Pero fue más liviana, mucho, demasiado para ser denominada memoria. La memoria anterior no merecía existir, pues podía inventarse con suma facilidad y en cualquier momento. Y, con ello, sucedieron cosas imprevistas. Nuestra historia, que hasta entonces había permanecido en la palabra escrita, desapareció, pasó a reformularse en otro formato, inapelable. Dios volvió a aprovechar el desbarajuste para volvernos a escribir textos. No eran manuales de agricultura. Eran mensajes salvajes. Alocuciones como codicia amorosa pasaron a ser incomprensibles, pues nadie sabía lo que era codicia, o lo que era amorosa, y se tenía miedo de que todo ello no fuera correcto.
El último párrafo parece de un pesimismo inaudito. No lo es. Es, simplemente, un indicio de que, varios miles de años después de la escritura sumeria, volvemos a ser, absolutamente, completamente, sumerios. Volvemos a experimentar el vértigo de aquella época en esta otra época. De alguna manera, ese vértigo que ahora sientes en la boca de tu estómago, es, por todo ello, un lujo preciado y único. Algo que solo existe cada varios miles de años, cuando se inventa o cuando se acaba con la escritura.
Hace más de 5.000 años se inventó la primera palabra escrita. Es posible que fuera una palabra torpe, un experimento, un ensayo. Fue en Uruk, una ciudad Sumeria. Esa invención fue precedida por el calor de una gran explosión tecnológica, sin parangón hasta los siglos XIX y XX. En toda la región se produjo una...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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