memoria
La importancia de llamarse Chillida
Las celebraciones hagiográficas del centenario del escultor vasco omiten toda mención a su juventud ‘falangista ultra y radical’
Hedoi Etxarte 10/01/2024
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Este 10 de enero de 2024 se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Chillida. Será, como la prensa de los últimos días de diciembre de 2023 auguró, uno de los personajes de este año que comienza. El primer fin de semana de enero, el Diario Vasco –diario guipuzcoano del grupo Vocento– publicó un suplemento especial de más de 80 páginas (con textos, entre otros, del presidente de Gobierno, del lehendakari y del alcalde de Donostia-San Sebastián); al día siguiente, El País Semanal le dedicó su portada y su reportaje central, y Zazpika –el suplemento dominical del diario abertzale de izquierdas Gara– hizo lo propio. Sin embargo, para perplejidad de algunos, hay dos cuestiones centrales de la vida del escultor donostiarra que, pese a ser públicas, se mantienen ocultas en estas tres hagiografías y en los reportajes que se publican sobre el autor.
En 2023, se celebró el 50º aniversario de la muerte de Pablo Neruda. En los reportajes de la efeméride, junto con el repaso por sus obras literarias y sus posiciones políticas, a casi ningún periodista se le olvidó mencionar dos cuestiones fundamentales del poeta: violó a una mujer y abandonó a su hija.
También en 2023 se conmemoraron los 50 años de la muerte de Pablo Picasso. Como en el caso de Neruda, en todos los reportajes de cierta extensión los periodistas subrayaron que aquel magnífico pintor y persona comprometida contra el nazismo y la barbarie de las guerras imperialistas era también un maltratador de mujeres.
En el nombre del padre
El sábado 6 de enero de 2024, el Diario Vasco, “decano de la prensa guipuzcoana”, incluía un suplemento a color de 84 páginas con el título “Eduardo Chillida 100 años”. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España (PSOE), aportó un texto a la separata donde recordaba una anécdota que nunca puede faltar sobre los inicios del escultor: “El joven Eduardo abandonó sus estudios de Arquitectura en Madrid para fichar por la Real como portero en 1942, el año en que su aita, Pedro Chillida, era nombrado presidente del club txuri urdin. Su carrera como guardameta terminó por una lesión grave: tras cinco operaciones, tuvo que abandonar su carrera como futbolista. Por fortuna para todos, retomó la actividad artística y encontró en la escultura su expresión natural”.
Este relato se repite siempre en la propaganda sobre Chillida. Aunque cabría esperar que un presidente del PSOE supiera cuál debía de ser la ideología de un presidente de un equipo de fútbol de Primera División en la España de 1942, Pedro Sánchez obvia este detalle. Pues, ¿quién era el aita de Eduardo Chillida? ¿Y cómo logró ser presidente de la Real de 1942 a 1945?
El aita, Pedro Chillida Aramburu, era militar desde 1909 y fue uno de los cuatro hombres que organizó el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 en San Sebastián
El aita, Pedro Chillida Aramburu, era militar desde 1909 y fue uno de los cuatro hombres que organizó el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 en San Sebastián. Pertenecía al grupo ultracatólico Derecha Vasca (DVA), que desde la fundación de la Segunda República Española conspiró para que volviera la monarquía. El capitán de infantería Pedro Chillida era uno de los jefes que organizó grupos paramilitares para el golpe.
En cualquier caso, en San Sebastián el golpe fue neutralizado por los anarquistas. El fracaso del intento de golpe fue tan grande que para el mediodía del 18 de julio, el grupo de Chillida, compuesto por militantes de DVA y de Renovación Española, se había disuelto y sus integrantes intentaron volver a su vida cotidiana para no ser identificados como golpistas. Sin embargo, el 20 de julio, los leales a la República hicieron preso a Pedro Chillida. Estuvo en la cárcel de Ondarreta hasta que el 9 de septiembre fue trasladado a Bilbao a bordo del barco-prisión Arantzazu-Mendi. Allí permaneció hasta que el 14 de diciembre fue trasladado a la cárcel de Carmelo en Bilbao. El 19 de junio de 1937 “fue liberado Bilbao por […] las gloriosas tropas” de Franco, y Pedro Chillida se entregó a las autoridades militares de San Sebastián y Burgos. Chillida continuó la guerra hasta el final y más allá.
Mientras Pedro Chillida era presidente de la Real Sociedad, siguió siendo un militar golpista convencido, como bien recoge la Hoja matriz de servicio, el detallado currículum de su itinerario en el ejército que la propia armada de infantería conserva (y se puede consultar en el Archivo Militar de Segovia). Pedro Chillida fue un cazador de rojos hasta que se retiró en 1951, incluso llegó a ser juez militar en juicios sin garantías donde decidió si los acusados debían morir o no. Pese a la sorpresiva impermeabilidad de internet con respecto a esta información, las monumentales obras de Vicente Talón (Memoria de la guerra de Euskadi 1936, Plaza&Janés, 1988), Manuel Chiapuso (Los anarquistas y la guerra en Euskadi, Txertoa, 2009) o Germán Ruiz Llano (Militares y Guerra Civil en el País Vasco. Leales, sublevados y geográficos, Ediciones Beta, 2019) detallan el itinerario de aquel presidente de equipo de fútbol que, como todos los de aquella época en España, era ferviente partidario de Franco.
En el nombre del hijo
Nadie decide quiénes son sus padres y, por tanto, nadie debe ser juzgado, desde luego, por lo que sus padres hicieron. Ni es un mérito ni lo contrario. También es cierto que, en cada ocasión que Eduardo Chillida menciona a su padre en Conversaciones (edición de la hija del escultor, La Fábrica, 2021), por ejemplo, nunca marca distancias respecto a sus quehaceres militares y sí un gran agradecimiento por el apoyo que recibió de él.
Todas las recapitulaciones de la vida del escultor suelen recoger distintos momentos que muestran “su compromiso ético y estético” así como su “compromiso ciudadano” (Borja Hermoso, El País Semanal). Tratan así de mostrar un compromiso político que jalona el dibujo del logotipo de las gestoras pro amnistía en 1977, el mismo año en que escribe al rey Juan Carlos I una carta en la que se lee:
“Los presos políticos vascos que aún quedan en la cárcel son considerados por una gran mayoría de nuestro pueblo como hombres que han luchado contra una opresión intolerable ejercida por el Estado […] Creo que sería de gran importancia que V. M. pudiera ver con ojos de vasco el problema de la amnistía total”.
En 1996, Chillida se dirige a ETA para pedir la liberación del empresario José María Aldaya, secuestrado durante casi un año
Casi veinte años después, en 1996, Chillida se dirige a ETA, como recuerda el lehendakari Iñigo Urkullu, para pedir la liberación del empresario José María Aldaya, secuestrado durante casi un año: “Demostrarnos que sois capaces de hacer una buena acción. Soltar a Aldaia y colaborar para buscar la paz para todos”. Al año siguiente, hizo lo propio ante el secuestro y la amenaza de muerte de Miguel Ángel Blanco: “Vuestra actitud está dañando a este pueblo y a cualquier hombre bien nacido. Soltar a Miguel Ángel y que entre todos seamos capaces de arreglar en paz y diálogo los problemas”.
Sin embargo, hay una anécdota que atraviesa la vida de Eduardo Chillida y que Xavier Valls (pintor y padre del ex primer ministro de Francia Manuel Valls) recogió en sus memorias (La meva capsa de Pandora, escritas junto a Julià de Jòdar, Quaderns Crema, 2003), pero jamás aparece en el itinerario político que los medios dibujan sobre el escultor. Esta anécdota siniestra la difundió en 2011 Mikel Iturria en su blog Pedradas (traduzco del catalán, pp. 59-61):
“El 26 de junio de 1949, se celebraba en la Cité Universitaire el tradicional Garden Party de fin de curso. Como cada año, los pabellones de los distintos Estados izaban la bandera propia. Recuerdo aquel domingo por la mañana, unos cuantos compañeros tumbados encima del césped del parque viendo ondear, por primera vez desde hacía años, la ‘enseña nacional’ en el pabellón español. Oriol Palà enfureció con razón, pero nosotros le aconsejamos que no hablara tan alto porque, a unos metros de distancia, estaban Eduardo Chillida y Pablo Palazuelo, que hacían rancho aparte y habían dicho, poco antes, que Franco no había liquidado a todos los ‘rojos separatistas’. Por la tarde comenzaron las fiestas en los pabellones, y en el de España la directora Maravall hizo servir horchata hecha con un saco de chufas traídas expresamente de Valencia. De repente se oyó un gran estruendo, seguido de unos gritos provenientes de la habitación del primer piso de un estudiante que se llamaba Peres y que no había cerrado con llave. Jaume Sunyer, Lamote, Perich y yo mismo corrimos escaleras arriba y encontramos en el suelo a Jordi Anguera, a quien Palazuelo daba patadas, mientras sangraba porque un diente le había perforado el labio inferior. Menos mal que los doctores Lamote y Perich, altos y fuertes, impidieron que Chillida diera un empujón a Oriol Palà para defenestrarlo cuando ya tenía un pie en el alféizar para llegar a la bandera española y quitarla de su palo. Una vez en tierra, Chillida continuaba dándole patadas a Oriol por todo el cuerpo; acudieron más compañeros cuando los dos siniestros ‘cruzados de Cristo Rey’ se esfumaron dentro del piso de los Maravall, que les dieron cobijo. Más muerto que vivo, Jordi Anguera pasó la noche en mi cama y yo dormí en el suelo, con la puerta bien cerrada. Oriol Palà, a quien la cara se le fue hinchando tanto que le desaparecieron los ojos, pasó la noche en la habitación –probablemente él mismo no recuerde dónde– de Sunyer o de August Puig. El incidente llamó mucho la atención en el interior de la Cité Universitaire y muchos estudiantes de diferentes colegios se relevaban para impedir que Chillida y Palazuelo se escabulleran. […].
“No supimos nada durante mucho tiempo de los dos agresores pero, cada vez que uno de ellos exponía en la Galerie Maeght, yo acudía poco después y, al firmar el libro de visitas, como es costumbre en París, ponía bajo mi nombre: ‘Aún me acuerdo del Garden Party de 1949’ [en castellano en el original]. No servía de nada, pero me satisfacía no haber perdido, como tantos otros, la memoria”.
Más adelante, Xavier Valls cuenta la continuación de la historia casi treinta años después, en 1977:
“A principios de marzo fuimos un día a Madrid, con Pierrette y Théo, para asistir a la cena que ofrecían los Mignoni para celebrar los diez años de la Galería Theo. Después de cenar, todos iban de mesa en mesa y Jaime del Valle-Inclán y yo nos sentamos en la del pintor Pepe Caballero y el crítico José María Moreno Galván. Mientras tomábamos una copa con ellos, se acercaron Eduardo Chillida y su mujer. Pepe Caballero quiso hacer las presentaciones y Jaime le dijo que sabía quiénes eran por Valls. Yo añadí que siempre recordaba los hechos del pabellón de España en la Cité Universitaire de París durante la Garden Party de 1949. La mujer de Chillida quiso marchar con la excusa de que estábamos ‘bebidos’, pero él dijo que no le importaba que yo explicara lo que había sucedido. Ella continuó diciendo que yo estaba ‘borracho’, pero él no se movió, y Jaime insistió en que se lo contara todo a Moreno Galván y a Pepe Caballero, mientras él se alejaba de la mesa. Expliqué con todo lujo de detalles la brutal agresión y Eduardo Chillida la escuchó, quieto. En medio del silencio que se formó, el escultor me contestó que lo sentía mucho, pero que había actuado bajo la influencia del ambiente familiar porque su padre era militar. Dando un golpe en la mesa le dije que, a nuestros veintiséis años de entonces, era bastante cínico echar la ‘culpa a papá’, y que, si todos los hijos de militares hubieran sido como él, habrían quedado bien pocos españoles. Mientras él no dejaba de escucharme, su mujer le tiraba del brazo para llevárselo hasta que me dijo que me callara de una vez, diciendo ‘que era de Estella’. Yo le repliqué que, justamente, Estella era la ciudad más carca y facha que conocía, y así marcharon, con el rabo entre las piernas de nuestra mesa. Jaime, que nos observaba de lejos, volvió a sentarse a mi lado, y yo, que hacía tantos años que lo llevaba en mi buche, me quedé bien tranquilo y satisfecho –mucha gente y amigos residentes en el Colegio de España conocían la actitud que habían tenido Chillida y Palazuelo, pero todos la callaban” (pp. 186-188).
Y del espíritu santo
El centenario del nacimiento de Eduardo Chillida podría dar para un sinfín de investigaciones y debates interesantes en torno a las políticas culturales. En el caso español, al vínculo entre la acumulación económica que para ciertas élites supuso el golpe de 1936 y su relación con ciertos artistas e iniciativas culturales. En el ámbito vasco, no sólo habría que estudiar el caso de Chillida, desde luego.
Tanto Chillida como su esposa Pilar Belzunce, verdadera gestora de su patrimonio, siempre tuvieron un gran don de posicionarse a favor del poder
Tanto Chillida como su esposa Pilar Belzunce, verdadera gestora de su patrimonio, siempre tuvieron un gran don de posicionarse a favor del poder, ya fuera el poder nacionalcatólico en los años cincuenta, el franquista en los sesenta, o el del PSOE y la monarquía española a partir de los ochenta. Mantuvieron excelentes relaciones con el PNV y el Gobierno vasco. También supieron ganarse el favor de la socialdemocracia alemana (no hay lugar con poder económico o político en la Alemania Federal que no tenga su gran o pequeño Chillida: de Berlín a Bonn, pasando por Münster, Múnich y Düsseldorf).
Pese a la voluntad de silenciamiento de la prensa, en 2006 el escultor, pintor y director de cine Nestor Basterretxea (una suerte de tercero en discordia entre Chillida y Oteiza) respondía de este modo a Irune Berro en una extensa entrevista al diario Berria:
“Algún día alguien escribirá El otro Chillida. Era capaz de hacer cualquier cosa para aparecer por encima de los demás. Hizo todo lo posible para quitarnos del medio. Era un fascista. Su padre fue uno de los hombres de Mola en Gipuzkoa. La gente no conoció al verdadero Chillida, no sabe quién fue, o puede que sí, pero no tenemos memoria histórica. Es una pena, porque sin memoria no somos nada. Sin memoria, los antiguos fascistas son los actuales demócratas”.
Seis años después, en el mismo diario, a la periodista Irune Lasa le espetó lo siguiente:
“Me parece un abuso lo de Chillida-Leku. Es el negocio familiar de una familia. Como si yo cobrara porque la gente entrara aquí. Y cuando las cosas se ponen mal, van a pedir dinero al Gobierno vasco. El padre de Chillida era uno de los hombres de confianza de Mola. Ese muchacho fascista de golpe se convierte en abertzale, como si fuera una tortilla. Y además, para su fortuna, los mendrugos del Gobierno vasco le creen. Aparece en manifestaciones… la gente me pregunta que por qué no voy a manifestaciones. ¡No necesito ir a manifestaciones para decir que soy abertzale!”.
No es Berria el único diario en el que se recogen afirmaciones de este tipo. En abril de 2014, Juan Pedro Quiñonero firmaba una pieza en el ABC sobre Manuel Valls que decía lo siguiente:
“Valls-padre había vivido una temporada en el Colegio de España de París, en la Ciudad Universitaria. Valls-hijo escuchó en incontables ocasiones las historias de su progenitor en aquel lugar, donde imperaba un ‘guerracivilismo’ ideológico atroz. Es célebre la historia del escultor Eduardo Chillida, en su juventud falangista ultra y radical, que dio una paliza a un joven catalán, amigo de Valls-padre y del futuro esposo de Pierrette Gargallo, la hija y heredera de Pablo Gargallo, uno de los grandes escultores españoles del siglo XX. Cuando Valls-padre comenzó a instalarse en la capital francesa, sus amigos y tertulianos (en el Café Mabillon, entre otros) eran un buen reflejo de aquel ‘guerracivilismo’ traumático”.
La pregunta es: ¿por qué se omite esa paliza con motivación política de Eduardo Chillida? ¿Por qué se oculta cómo logró Pedro Chillida ser presidente de la Real y su hijo el portero del equipo? ¿Qué poder intimidatorio tienen los gestores de su patrimonio artístico? ¿Por qué hay una obsesión, en los gestores de la fortuna que genera el escultor, en mostrar a un Chillida vinculado a los derechos humanos y el diálogo entre diferentes y, sin embargo, siempre se omite “su juventud falangista ultra y radical”?
Sigamos, como recomiendan los historiadores del arte, el rastro del dinero: en rotondas, museos y jardines de instituciones pudientes, desde Jerusalén hasta Gernika. Una pregunta por cada amasijo de acero.
Este 10 de enero de 2024 se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Chillida. Será, como la prensa de los últimos días de diciembre de 2023 auguró, uno de los personajes de este año que comienza. El primer fin de semana de enero, el Diario Vasco –diario guipuzcoano del grupo Vocento– publicó un...
Autor >
Hedoi Etxarte
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