18-F
Un debate para mosqueteros
El resultado refleja la estructura de la esfera pública gallega y su sistema mediático. No habrá más encuentros, pero este tendrá al menos un claro perdedor
Raimundo Viejo Viñas 6/02/2024
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El resumen del debate electoral del 5 de febrero en TVG podría tirar del clásico de Dumas: “Todos para uno y uno para todos”. Al candidato Rueda-Richelieu se le opuso una implacable Pontón-D’Artagnan, acompañada por sus tres mosqueteros: Besteiro, Lois y Faraldo. El resultado, con todo lo positivo que haya podido ser para las izquierdas, tendrá siempre el regusto agridulce de la estructura de la esfera pública gallega y su sistema mediático. No habrá más debates, pero este tendrá al menos un claro perdedor.
El que hace el debate, hace la trampa
En estos tiempos en que la atención no abunda, los electorados son menos fieles y las campañas aumentan su impacto, los debates en medios y redes se han vuelto el momento por excelencia de la disputa democrática. Así se demostró ayer una vez más en la carrera hacia la Xunta conducente al #18F.
Pero los debates de nuestros días comienzan mucho antes de celebrarse, en el momento de su propia definición. Y en este sentido, Rueda se salió con la suya; gracias en parte, todo sea dicho, a la connivencia de las propias izquierdas, que se acogieron a la propuesta conservadora de establecer un debate sin las dos derechas marginales: la caciquil de Democracia Ourensana y la ultra de Vox.
No hay que ser Kant para saber que la distinción entre “fuerzas representativas” y “fuerzas significativas” –al decir de los moderadores y la Junta Electoral– tiene poco o nada de imperativo categórico. En otras palabras: si dos partidos extraparlamentarios con un mismo origen en la cuarta fuerza política de ámbito estatal pueden participar en el debate por ser “significativos”, ¿en base a qué se le niega el acceso a la tercera fuerza?
Ojalá la ausencia de Vox respondiese a un eficaz cordón antifascista. Pero sabemos que no es así
Ojalá la ausencia de Vox respondiese a un eficaz cordón antifascista. Pero sabemos que no es así. Su exclusión tiene más que ver sin duda con el clientelismo imperante en la sociedad gallega y la maquinaria que sostiene al PP. Este, sin embargo, tampoco admite competidores; menos aún si se pueden emparentar con la estirpe local de los Franqueira y Baltar. Las izquierdas perdieron así la oportunidad de señalar las ausencias en sus intervenciones de apertura.
Al final, Rueda estableció el debate en los términos que le eran más convenientes. Y en política quien manda, si no se deja hacer, refleja la realidad del país, esto es, un sistema de partido hegemónico a medio camino entre la CSU bávara y el PRI mexicano. Un sistema blindado por la ley electoral de Fraga Iribarne; barrera que explica la asimetría de presencias en el eje izquierda-derecha: ni un voto con voz en la derecha, cuanta más oferta y lío a la izquierda, mejor. Para dar la puntilla ya solo faltó el Espazo Común Galeguista, del exlíder socialista Pachi Vázquez, o, ya puestos, el PACMA.
Estrategia de un debate para mosqueteros
Aunque definir el formato es una cuestión clave, no lo es todo. Y para muestra, el mal trago por el que tuvo que pasar, a sabiendas, el candidato más triste, anodino y gris que se haya presentado en unas elecciones gallegas; y hablamos del sucesor de Feijóo. El caso Rueda responde a una vieja cuestión que preocupaba en los regímenes hereditarios y generó grandes tratados sobre el principado: ¿y si el heredero nos sale mal?
En una lógica política de concurrencia ausente es fácil que los sucesores hayan medrado en las intrigas palaciegas y respondan más a la realidad del partido que a la de un país que se reproduce de manera grotesca. Al ser imposible un mapa escala 1:1 como el del cuento de Borges Del rigor en la ciencia, se vuelve inevitable que las áreas de influencia circundantes, ajenas a la representación, se cuelen y distorsionen el discurso, desplazándolo fuera de la centralidad.
Así sucedió con el cruce de acusaciones sobre política lingüística con que Rueda quiso disputar a Pontón la centralidad de país y se acabó viendo desplazado por el convidado de piedra en estas elecciones: Vox. A diferencia de Euskadi y Catalunya, gracias al poco reconocido Ramón Piñeiro, en Galiza la cuestión nacional ha permanecido siempre en un terreno inmanente: ni a favor ni en contra, pero “sempre en Galiza” (Castelao dixit). Y en ese espacio político, Rueda siempre arrastrará sus fotos de su participación en la surrealista manifestación en defensa del castellano de Galicia bilingüe.
Ventaja paradójica ahí pues para D’Artagnan-Pontón. Ventaja ante Rueda y ante el resto de candidaturas. Todas para Pontón y Pontón para todas. Sin dejarse expulsar de la centralidad al país ficcional de los monstruos conservadores (ETA, independencia, autodeterminación, monolingüísmo, etc.), la candidata del Bloque desplegó intervenciones firmes, de vocación presidencial. La experiencia sin duda era un tanto: mirada fija a cámara, tono comedido y límites pertinentes cuando Rueda se excedía (por ejemplo, al recurrir a ETA).
La táctica de Pontón ayer en el debate mostró gran coherencia con el conjunto de la campaña. Sin dejar de agradecer la lealtad al votante de siempre, el diseño de campaña del BNG ha sido configurado como una excelente “extensión de marco” (la frame extension consiste en modificar el propio discurso lo justo y necesario para que sectores adyacentes a una comunidad de discurso puedan incorporarse a ella sin tener que realizar un esfuerzo adicional de adaptación).
Desde los aspectos visuales, como llevar el rojo al rosa Barbie para suavizar la iconografía izquierdista de la estrella roja, hasta los aspectos textuales, como señalar que “hemos venido a mejorar la vida de la gente” y tanto más, el discurso del BNG ha logrado incorporar lo mejor de la “nueva política” a sus estructuras. Competir también es copiar y asimilar. Nada es tan novedoso, pues, como pudiera parecer y basta con ver los plagios de Rufián a Errejón en la pasada legislatura o las apropiaciones, anteriores incluso, de Otegi a partir del discurso del primer Podemos.
Tres mosqueteros y un cinco por ciento
Privadas del aura del ganador, las tres izquierdas de referente estatal que acompañaron a D’Artagnan tuvieron intervenciones desiguales, aunque por ventura no disonantes entre sí. José Ramón Gómez Besteiro, candidato “representativo” del PSdeG, es un político de larga trayectoria; una biografía del régimen del 78 que fue haciendo carrera paso a paso hasta llegar a Madrid y desde allí, ahora, intenta el salto a una candidatura para presidente autonómico.
El perfil de Besteiro resuena bien con el contexto de los últimos años de la restauración sanchista (vale decir el XL Congreso del PSOE o “de la reunificación”). Políticos de perfil amable para una ciudadanía saturada del egocentrismo de los Iglesias, Rivera o Abascal y agradecida a Sánchez y Díaz por el cambio de tono general. Besteiro habría podido ser un candidato a lo Salvador Illa, si Galiza fuese Catalunya; el hombre tranquilo al que confiar una gestión moderada y sensata luego de los locos años diez.
Queriendo imitar a Illa, Besteiro se acabó pareciendo más a Gabilondo en Madrid
Ayer, sin embargo, queriendo imitar a Illa, Besteiro se acabó pareciendo más a Gabilondo en Madrid. Su discurso fue tan neutral que diluyó incluso el perfil gestor. Claro que no venía avalado por conducir el Ministerio de Sanidad durante la pandemia ni otros méritos de gestión destacables. Al final, su mayor ventaja acaso fue la de mostrarse como un potencial buen vicepresidente de Ana Pontón.
Al debate llegó también el episodio gallego del culebrón Podemos, the final season. Las dos candidatas, peones de las pugnas entre Díaz e Iglesias, apenas tuvieron tiempo para curtirse en precampaña. Ambas aterrizaron tarde y mal en la contienda electoral; arrastradas por movimientos tácticos más pensados en clave de las intrigas palaciegas de la Carrera de San Jerónimo que de las exigencias de asaltar los cielos en la Rua do Hórreo.
En Galiza no habrá un nacionalismo independentista y contar con influencia en Madrid sin duda es un punto; pero estas cosas también cuentan. Y si no que se lo pregunten al anterior candidato, Antón Gómez-Reino, quien, en una sola convocatoria electoral, condujo la anterior candidatura unitaria del mismo espacio político, Galicia en Común, de liderar la oposición a extraparlamentario. La importancia de ser influyente en Madrid, pero radicarse en Galiza sin poderes superiores la entendió bien Fraga en su “devenir don Manuel”. Poco de esto se ha visto.
La candidata “significativa” de Sumar para la esta ocasión fue Marta Lois; la malograda portavoz parlamentaria de Sumar en su estreno como marca de ámbito estatal. Lois pertenece a un ciclo superado y a un vector agotado: el municipalismo alternativo de 2015, que apenas resistió hasta 2019 en Barcelona y Cádiz. Aunque ayer en el debate llegó a evocar sin mucho relumbre su gestión en el ayuntamiento compostelano, lo cierto es que su trayectoria reciente se ha visto cubierta por la sombra de Yolanda Díaz, que en su día la recuperó de la oposición municipal para presidir Sumar.
En esta campaña y ayer en el debate, sin embargo, su candidatura no consiguió quitarse de encima el aire de improvisación permanente que sigue marcando el derrumbe del “espacio del cambio”. Su inseguridad en las intervenciones traslucía un cierto síndrome del impostor, contrapunto de la confianza en sí misma que mostraba Pontón. No deja de ser comprensible si tu aura indica que has sido sacrificada como peón en la lógica destructiva con que la trituradora de la nueva política reemplaza unos perfiles por otros.
La sorpresa inatendida vino de la tercera mosquetera: la candidata, también “significativa”, de Podemos, Isabel Faraldo. Cuando se esperaba de ella que fuese el ruido imprescindible para distorsionar el discurso de Lois y afear la campaña a Sumar, la sindicalista de Labañou supo hacerse valer como novedad encarnando un perfil nacional-popular. Consciente de disponer del margen más estrecho, supo invocar los contenciosos de empresas como Alcoa o RTVG. A pesar de la inexperiencia, se supo desenvolver con brío.
La paradoja de su buena intervención es que, encuestas en mano, no podrá tener otra utilidad política que la de dificultar aún más el retorno al parlamentarismo del espacio que hoy disputa a Sumar. Si por algún motivo el resultado de Sumar y Podemos alcanza a superar el 5% y Rueda repite, el descargo de acusaciones mutuas va a tener entretenidos a medios y adversarios hasta la precampaña de las europeas.
El éxito de ayer bien puede apagarse con la misma eficacia que se ha extinguido la crisis de los pélets
Debate ganado, campaña interminable
Concluido el debate y Rueda derrotado sin paliativos volvemos al principio: quien hace el debate, hace la trampa. En concreto, la trampa de una campaña que si se votase en cuatro días podría verse afectada por el mal desempeño de Rueda. Sin embargo, a casi dos semanas vista, el éxito de ayer bien puede apagarse con la misma eficacia que se ha extinguido la crisis de los pélets. Y es que los debates también son sus agenciamientos posteriores y, ahí, el PP ha configurado la agenda justo como le convenía, cubriendo el expediente democrático primero para minimizar su impacto posterior.
Ante el partido-régimen de la Xunta de Galicia, habrá que ver ahora cuál es el alcance de la labor propagandística del pluralismo democrático y sus maquinarias. En 2005, la catástrofe del Prestige generó una campaña paralela (“Hai que bota-los”, con b de “botar”, echar) que puso fin a la trayectoria del último ministro franquista en activo. PSdeG y BNG lograron entonces traducir en un resultado electoral la voluntad colectiva que se había activado en las calles.
Cualquier comparación histórica con lo sucedido hace ya más de veinte años solo evocaría hoy la farsa de una tragedia. Pero no por ello la clave de una eventual derrota del Partido Popular deja de pasar por la movilización civil. En los últimos fines de semana hemos visto manifestaciones con motivo de los pélets o de la sanidad pública. Sin conexiones como estas, la campaña se va a hacer muy larga a las izquierdas. Hora es de que el debate salga de los platós y ocupe las calles.
El resumen del debate electoral del 5 de febrero en TVG podría tirar del clásico de Dumas: “Todos para uno y uno para todos”. Al candidato Rueda-Richelieu se le opuso una implacable Pontón-D’Artagnan, acompañada por sus tres mosqueteros: Besteiro, Lois y Faraldo. El resultado, con todo lo positivo que haya podido...
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Raimundo Viejo Viñas
Es un activista, profesor universitario y editor.
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