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Respecto de La Iliada, esa obra con una falsa apariencia de fragmento incompleto, La Odisea es una suerte de conclusión. Concluye, y dota de sentido, al menos a tres historias que, en La Iliada, quedan sumamente abiertas. Se trata, en primer lugar, del destino de Aquiles. Aquel héroe que quería ser inmortal, en La Odisea ya lo es. Es decir, ha muerto. Y, desde el país de la muerte, su espíritu explica que cambiaría su inmortalidad, su fama adquirida y constante por los siglos de los siglos, tan solo para volver a ser el padre de su hijo. La segunda historia concluida es, claro, la de Odiseo. Odiseo es, gracias a La Odisea, el personaje de La Iliada sobre el que sabemos más. Sabemos que, al final de La Odisea, recupera todo su patrimonio, así como su relación con su esposa, Penélope. La tercera conclusión es más extraña y aún más ambigua, y atañe al que es, sin duda, el personaje más enigmático de La Iliada: Helena, de la que, en el Canto IV de La Odisea, sabemos, por fin, cuál fue su sino.
En el Canto IV de La Odisea, Telémaco, hijo de Odiseo, y su amigo, el hijo de Néstor, llegan hasta el palacio de Menelao, el esposo de Helena, buscando noticias sobre Odiseo. Están hablando los tres cuando, de pronto, “de una perfumada cámara de elevado techo, vino Helena”. Se nos explica que no viene sola, sino que viene con parte de su riqueza: su esclava Adrasta trae para ella una silla “muy repujada”, la esclava Alcipe “una alfombra de fina lana” para sus pies, y Filo, otra esclava, trae “un canastillo de plata, que le regalara Alcandra”, esposa de Pólibo, un matrimonio que acogió a Menelao y a Helena en Egipto, en un momento dificultoso del también dilatado viaje de vuelta de esta pareja desde Troya. El narrador considera aquí necesario detenerse a explicar que el aludido Pólibo regaló también a Menelao dos bañeras de plata, dos trípodes de oro y treinta talentos de oro. Alcandra, la esposa de Pólibo, regaló a Helena, además del canastillo de plata, del que ahora se informa que tenía los bordes de oro, una rueca, también de oro, que Filo instala en ese momento al lado de Helena. Helena, una vez sentada, reconoce a Telémaco por su parecido con su padre. También observa la tristeza de su rostro, por lo que, antes de servir a los reunidos el vino, lo mezcla con una droga –se trata de otro caro regalo egipcio– “que borraba las penas y las amarguras, y suscitaba el olvido de los pesares”. Después de que todos hayan bebido, Helena toma la palabra: “Voy a contaros un suceso oportuno”.
Explica que, en Troya, reconoció a Odiseo, vestido de pordiosero. No delató al espía, que acabó huyendo de la ciudad y matando, en ese trance, a todo aquel que se interponía a su paso. “Mientras otras troyanas elevaban su agudos sollozos”, dice, “entonces mi corazón se alegraba, ya que mi ánimo sentía deseos de regresar de nuevo a mi hogar, y me arrepentía de mi locura, la que me había inspirado Afrodita cuando me arrastró hasta allí desde mi querida patria”, dejando en ella, enumera, a su hija, “a mis aposentos” –esto es, a sus propiedades– y “a mi esposo, que no es inferior a nadie”. Menelao, el hombre que no es inferior a nadie –es decir, que es igual a muchos, que es mediocre–, toma aquí la palabra y prosigue, aparentemente, loando a Odiseo. Explica que, cuando el caballo de Troya ya estaba tras los muros de la ciudad, Helena llegó hasta él, acompañada de Deífobo –hermano de Paris y nuevo esposo de Helena, tras la muerte de su amante–. Helena, rememora Menelao, “rodeó por tres veces, tanteándola, la hueca emboscada”. Y aquí, Menelao habla de otra Helena distinta a la presente, encendida como la antorcha que dio origen a su nombre, repleta de sí, joven y bella, fiel a la rebeldía, a su nueva ciudad y a su nuevo destino, una mujer incalculada, que ya había saltado varias veces la hoguera, desde que abandonó a su primer esposo. Se trata de una mujer a la que nunca conoció y a la que ahora rememora haber visto a través de las grietas de un caballo de madera: “Llamaste por sus nombres a los mejores de los dánaos, simulando la voz de las mujeres de cada uno de los argivos”. Algunos hubieran salido de su escondite en ese preciso instante, estropeando la operación, si bien salvando a Troya. No lo hicieron porque, explica Menelao, Odiseo les contuvo.
La velada finaliza. Helena, como el ama de casa eficaz que ya es, ordena que monten camas para los invitados, que manda ubicar en el pórtico. Alejado de ese pórtico, Menelao “dormía al fondo de su mansión de alto techo, y a su lado se acostó Helena, de largo peplo, divina entre las mujeres”. No volvemos a saber nada de ella nunca jamás.
Lo que concluye La Odisea respecto de La Iliada no es mucho, pero son tal vez las verdades universales más lejanas, explicadas desde el siglo XIV aC, y escritas desde el siglo VIII aC. Sabemos, en fin, que Aquiles, tras morir, cedería el alto tesoro que quiso y adquirió, tan solo a cambio de un poco de cotidianidad. Es decir, de vida, incluso de la más humilde. Sabemos que los logros de Odiseo, tras diez años de guerra y tras otros diez años de diáspora, son tan extraordinarios como pobres: consigue recuperar, apenas, todo aquello que ya tenía. Pero, sin duda, la conclusión más turbadora es sobre Helena. Gracias a La Odisea sabemos que, para poder hablar acerca de lo vivido por esa mujer tras abandonar Troya, veinte años atrás, era preciso de una droga “que borraba las penas y las amarguras, y suscitaba el olvido de los pesares”. Homero explica, a través de Helena, lo que ocurre en veinte años. Ocurren veinte años. El paso, ridículo, inexorable, inimaginable, del tiempo.
Respecto de La Iliada, esa obra con una falsa apariencia de fragmento incompleto, La Odisea es una suerte de conclusión. Concluye, y dota de sentido, al menos a tres historias que, en La Iliada, quedan sumamente abiertas. Se trata, en primer lugar, del destino de Aquiles. Aquel héroe...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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