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El Homo naledi, apenas descrito en 2024, no deja de deparar sorpresas. Se cree que vivió hace entre 250.000 y 300.000 años, por lo que pudo haber sido contemporáneo nuestro. Su cuerpo, no obstante, mantenía aspectos sumamente arcaicos, mezclados con aspectos sumamente parecidos a nosotros. Carecía de nariz, o de una nariz importante, como los chimpancés, pero sus dientes eran humanos. Sus colmillos, por ejemplo, eran absolutamente similares a los nuestros. No eran válidos para ser enseñados de manera amenazadora en un conflicto, como hacen los chimpancés, sino que eran más útiles para ser exhibidos en una sonrisa, esa otra forma de solucionar conflictos, absolutamente humana. Sus brazos, por donde transcurría su pulso, eran un poco más largos que los nuestros, si bien su cuerpo era esbelto y especializado en la resistencia, como el del sapiens. La diferencia más notoria era, en todo caso, su cerebro. Era minúsculo. Es más, era llamativamente minúsculo: similar al de un chimpancé, similar, a su vez, al volumen de una lata de refresco. Por eso sorprende –aún más– lo que ese homo nos ha dejado. En la cueva Rising Star, en Sudáfrica, se ha descubierto un grupo de tumbas de naledis. Son las tumbas más antiguas encontradas, que superan, en más de 150.000 años, a las primeras tumbas anteriormente conocidas. De sapiens. Se trata de sepulturas de varios individuos enterrados en postura fetal. Uno de esos cadáveres –un niño– fue enterrado, además, con algo que parece una herramienta de piedra, y que se dispuso asido a su mano. ¿Para qué necesita un muerto una herramienta en su mano? Se supone que para usarla. En otra vida. Lo que confiere a esa gruta el carácter de ser, tal vez, el primer testimonio de la convicción de que hay vida tras la muerte, de una religión o, al menos, de algún tipo de creencia, incluso de posibles ritos funerarios, muy elaborados, que la distribución de la cueva Rising Star parecen demostrar, ilustrar y explicar. La cueva, de disposición invariable desde hace miles de años, explica en sus recodos y tramos cómo debían de haber sido esos ritos. Varios naledis –era imposible, como se verá a continuación, que fuera uno solo– entraban en la cueva transportando ya el cadáver de, se supone, su pariente o compañero de grupo. Lo empujaban a través del angosto pasadizo que hoy se denomina Superman Crawl, hasta una sala denominada Dragon’s Back. Ahí se encendía un fuego y, en su calor, se cocinaba algo –se han encontrado restos de antílopes quemados–, lo que indica que el grupo tomaba un ágape. Posteriormente el grupo transportaba el cuerpo por una subida hasta el inicio de un pozo, también importante, de unos 12 metros de profundidad, denominado hoy The Chute. En ese pozo estrechísimo, el grupo transportaría el cadáver de forma dificultosa, hiriéndolo e hiriéndose en una segura erosión contra las paredes de roca, hasta llegar a la Cámara Dinaledi, en la que se realizaba el enterramiento, excavando un agujero no demasiado profundo, en el que era depositado el cuerpo. En esa sala, además de los restos de hasta no menos de 15 individuos –es el depósito de restos de una sola especie prehumana más grande del mundo–, se ha encontrado otro milagro improbable: un grabado naledi –similar en su forma y técnica a otros encontrados en África, Asia, y Europa correspondientes al Homo neardental y al Homo sapiens–, consistente en una figura geométrica, una suerte de rombos o de cuadrados que para el neardental, el sapiens y el naledi eran una abstracción con un significado importante, tal vez, incluso, trascendente y turbador, digno de ubicarse en una necrópolis.
Todo ello, si realmente es así y así coincide, informa de una ceremonia de despedida para un fallecido, en la que un grupo acude a un sitio específico a despedir al ausente, en algún momento comen, muestran un comportamiento diferente al habitual, ven símbolos que solo existen en ese punto, hablan o meditan sobre el ser desaparecido y, finalmente, abandonan ese lugar específico y, a la luz del sol o de la luna, el grupo se disgrega, con la sensación de haber realizado una despedida extraña, si bien y en todo caso, definitiva. Se trata, por tanto, de una ceremonia contemporánea, muy similar a las actuales en esos casos. Pero –y he aquí su gran diferencia y originalidad– ideada por un cerebro del tamaño de una naranja. Lo que nos lleva a interrogarnos por la inteligencia. ¿Qué es?
Empieza a quedar claro que, contrariamente a lo supuesto, no es algo que tenga que ver con el tamaño del cerebro. El tamaño del cerebro, al menos, no es importante para establecer meditaciones longevas –que duran, intactas, más de 300.000 años, al menos– sobre lo que son las herramientas, el arte, la vida, la muerte. Ahora mismo, en este preciso instante, si dejas de leer estas líneas y piensas en tu necesidad de herramientas, de arte, de vida –esa experiencia sin explicación, contrastada y dotada de sentido únicamente con la experiencia de la muerte–, todo aquello que pienses, y sus colores, no irá mucho más lejos del punto a donde fue a parar un naledi. Lo que indica que, de alguna manera, la inteligencia es algo que, únicamente, transportamos. Nos fue legada, por lo que, todo apunta a ello, no es nuestra. No es, ni tan solo, nuestra originalidad como especie. Fue la invención lejana de un animal anterior al naledi, poseedor de otro cerebro minúsculo. Tal vez, en el momento de su nacimiento azaroso, esa inteligencia, que carecía de palabra, no era más que una maldición, que nadie pudo formular y que dio paso al único animal que puso nombre a los animales y que, en breve, sabría el gran secreto negado al resto de animales: la muerte, esto es, la vida.
El Homo naledi, apenas descrito en 2024, no deja de deparar sorpresas. Se cree que vivió hace entre 250.000 y 300.000 años, por lo que pudo haber sido contemporáneo nuestro. Su cuerpo, no obstante, mantenía aspectos sumamente arcaicos, mezclados con aspectos sumamente parecidos a nosotros. Carecía de...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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