MALOSERÁ
El cobarde español
La historia nos dice que el votante de izquierda se resiente más que el de derecha en un escenario de destrucción masiva de la reputación de la política. Pero a lo mejor eso también ha cambiado; doctores tiene la iglesia
Antón Losada 22/03/2024
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El juego del cobarde o chicken game sostiene una dura pugna con el dilema del prisionero por ver cuál de los dos es el más popular de la teoría de juegos, que ha resultado ser una de las aportaciones más influyentes de la ciencia política. La comunicación entre los jugadores y la confianza en la racionalidad de los demás determinan el resultado en ambos juegos. La mayor diferencia entre ellos reside en el orden de las preferencias respecto a los resultados posibles del juego.
En el dilema del prisionero, donde a dos detenidos se les ofrece la posibilidad de evitar la cárcel si delatan al otro, que uno de los jugadores delate y el otro no lo haga supone el peor resultado posible para el delatado; lo que mantiene siempre activos los incentivos para traicionar antes de ser traicionado y convierte la cooperación en un equilibrio inestable. En cambio, en el juego del cobarde, basado en la famosa escena de la carrera de coches hasta el precipicio de la película Rebelde sin causa, el peor resultado posible pasa a ser que ninguno de los dos jugadores frene antes de despeñarse, dado que racionalmente siempre parece mejor opción –por mucho que duela– perder la carrera a morir por ganarla.
La competencia política resulta con frecuencia en todas las democracias un rosario de dilemas del prisionero de manual. El temor a que los competidores obtengan mayores beneficios a costa de los jugadores cooperativos condiciona la estrategia de la mayoría de los actores políticos y aumenta los costes de alcanzar acuerdos. La peculiaridad de España hasta hace poco residía en que los costes del acuerdo se habían disparado de manera exponencial hasta volverlo altamente improbable y en la inutilidad de la comunicación como medio para gestionar la desconfianza mutua.
Pero desde la victoria sin gobierno de Núñez Feijóo y la derrota con gobierno de Pedro Sánchez en el 23J parece claro que hemos cambiado de juego. Ya no se trata de cooperar o no cooperar para renovar el CGPJ, o pactar un nuevo modelo de financiación, o acordar unos presupuestos. Ahora se trata de frenar o no frenar para evitar un choque catastrófico de consecuencias imprevisibles para el sistema institucional español. La política ya no va de votar a favor o en contra. Se trata de meter en la cárcel al contrario, parapetarse en las instituciones como si fueran posiciones estratégicas del partido y ganar por cualquier medio necesario.
La responsabilidad del Partido Popular en este cambio de juego resulta palmaria y principal. La respuesta al trauma de quedarse a las puertas del gobierno en julio ha sido un tratamiento de choque: atiborrarse con todo cuanto tuvieran a mano para lanzar a la cabeza del contrario con el objetivo de forzar una repetición electoral. La novedad reciente reside en que, al parecer, los socialistas han decidido jugar a lo mismo para mantener viva la legislatura.
Golpe por golpe, ojo por ojo, afrenta por afrenta y pareja por pareja parece ser la respuesta de Pedro Sánchez a la estrategia de bombardeo indiscriminado de Núñez Feijóo. Ni un impacto sin réplica, ni una acusación sin compensación, ni un insulto sin ofensa, ni una calumnia sin sospecha que la iguale. Ambos parecen firmemente convencidos de que la racionalidad del otro le obligará a frenar o girar el volante para evitar el desastre y que cuanto más a fondo se pise el acelerador más se apurará al otro para que frene. Un convencimiento que no puede nacer ni de la comunicación que no existe entre ambos, ni de la confianza en un sistema donde lo que se ha institucionalizado es la desconfianza. Únicamente puede provenir de la fe en la suerte, o de un pésimo cálculo de la racionalidad de la propia estrategia y el resultado preferido.
La historia nos dice que el votante de izquierda se resiente más que el elector de derecha en un escenario de destrucción masiva de la reputación de la política y la igualación a la baja de todos los políticos como seres corruptos, viciosos y codiciosos. Pero a lo mejor eso también ha cambiado; doctores tiene la iglesia. Hay algo que todos los jugadores deberían tener presente y no olvidar la próxima vez que salgan a vaciar los cargadores delante de todo el mundo: lo que no quema uno, lo quema el otro.
El juego del cobarde o chicken game sostiene una dura pugna con el dilema del prisionero por ver cuál de los dos es el más popular de la teoría de juegos, que ha resultado ser una de las aportaciones más influyentes de la ciencia política. La comunicación entre los jugadores y la confianza en la...
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Antón Losada
Profesor Titular de Ciencia política y de la administración en la USC. Doctor europeo en Derecho por la USC. Máster en Gestión pública por la UAB. Escritor y analista político. Padre de Mariña.
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