1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

  315. Número 315 · Diciembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.675 Conseguido 99% Faltan 01.054€

don dinero

El monstruo de la inflación

La pérdida del poder del dinero arroja a las sociedades a la angustia de la incertidumbre absoluta. Volatiliza cualquier lealtad política e impulsa la búsqueda desesperada de nuevos referentes

Álvaro García Linera (Jacobin) 27/03/2024

<p>Mural de Borja Moreno (Elalfil) de octubre de 2023 en el muro exterior del colegio El Divino Pastor (Málaga). / <strong>Daniel Capilla</strong></p>

Mural de Borja Moreno (Elalfil) de octubre de 2023 en el muro exterior del colegio El Divino Pastor (Málaga). / Daniel Capilla

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Era julio de 1985, y en las legendarias ciudadelas obreras de siglo XX Catavi y Huanuni, lo imposible acababa de suceder. El dictador boliviano Hugo Banzer Suárez, aquel que había mandado a masacrar trabajadores mineros en 1971, que había ordenado perseguir, torturar y asesinar dirigentes sindicales durante un septenio, que dispuso la intervención de los barrios obreros con tanquetas, salía abrumadoramente victorioso en la votación electoral de esos mismos reductos obreros que lo habían combatido hasta la muerte.

No habían pasado ni diez años, y el mundo parecía colocarse de cabeza. En las elecciones generales, la vanguardia proletaria de la Central Obrera Boliviana le había entregado de manera abrumadora su voto al dictador devenido circunstancialmente en demócrata. La sangre de los mártires se había borrado de la memoria, y los obreros, que habían aprobado en sus congresos la Tesis Socialista, ungían en las urnas la victoria del militar fascista.

¿Cómo explicar esa debacle histórica de una clase social que hasta entonces era el epitome de la conciencia revolucionaria del pueblo boliviano? ¿Que había modificado tan radicalmente la mirada del mundo de esos recios obreros? ¿Un extravió de la razón? ¿Una enajenación política? ¿Un monumental engaño? No. Simplemente, la inflación.

Claro, el candidato izquierdista Hernán Siles Suazo, que había ganado las elecciones en junio de 1980 y, después de golpes militares, había ocupado el cargo desde octubre de 1982, terminaba el año de su mandato con 600% de inflación. A la crisis económica heredado de la cleptocracia militar se le había sumado el boicot empresarial y, lejos de buscar una salida de ajuste hacia las clases privilegiadas, sus aliados –especialmente del MIR– optaron por sumarse al saqueo estatal. El resultado inevitable fue el acortamiento del mandato, la casi extinción electoral del frente y la disponibilidad popular a políticas de shock neoliberal que perduraron veinte años.

Inflación I

La inflación de dos o tres dígitos es un desquiciador social. Volatiliza cualquier lealtad social previa. Ante ella, la memoria de las luchas y las comunidades de afecto y acción previamente constituidas se disuelven espantadas frente al colapso de todas las referencias de orden de la realidad que provoca la incontenible escalada diaria de los precios.

La inflación es un agente de la incertidumbre que agrede el horizonte predictivo con el que las personas viven el día a día  

La inflación transmuta convicciones revolucionarias en adhesiones reaccionarias. Desestabiliza gobiernos, castiga candidatos y puede encumbrar a anodinos políticos como grandes salvadores. Y –lo más relevante políticamente– abre en la estructura cognitiva de las personas la desesperada búsqueda de nuevos referentes discursivos y propositivos que le ayuden a recuperar la certidumbre sobre el mundo.

La elevada inflación es un agente de la incertidumbre estructural que agrede el horizonte predictivo con el que las personas concurren al mundo cada día. De sus entrañas emergen las monstruosidades políticas más desgarradoras. Y dejan una huella en la experiencia subjetiva que tarda al menos una generación en borrarse.

Quienes mejor comprenden el efecto social corrosivo de la inflación son los empresarios y los gobernantes conservadores. Por eso, cuando han podido, han utilizado esa herramienta para desprestigiar rápidamente a gobiernos de izquierda, como el de Salvador Allende en 1973 o el de Bolivia en 1984 y 2008. Y ahora, entre 2022 y 2024, en Estados Unidos –la FED a la cabeza–, han estado dispuestos incluso a hipotecar el crecimiento económico y caer en una recesión con tal intentar pararla.

Como lo lamenta el premio Nobel de economía Paul Krugman, la mejora del salario real promedio de los norteamericanos en estos dos años no ha logrado traducirse un repunte de la popularidad del presidente Biden, precisamente por la elevada inflación subyacente que le muestra al ciudadano medio que las cosas hoy valen más que hace tres años. Claramente, en escenarios de elevación de precios, la estabilidad y continuidad de los gobiernos es inversamente proporcional a la tasa de inflación.

Ninguna de las teorías ensayadas sirvió para explicar en su momento por qué aumentó la inflación, ni por qué bajó

Los economistas norteamericanos han utilizado muchos bytes para debatir sobre las causas de la inflación desatada desde 2021. Tempranamente, la FED mostró que la presión empresarial era responsable de más del 50% de la elevación de precios. Frente al espantapájaros conservador de la llamada “espiral de precios y salarios” que echa la culpa de la inflación a las excesivas demandas salariales de los trabajadores, el FMI anunció que no había sustento empírico para tal afirmación. Por su parte, la OCDE  informo gélidamente que los salarios europeos habían caído en promedio un 3,8% entre 2021-2023, mientras que la inflación se disparaba al 8,8 en 2022. Como tuvo que admitir el Bank International Settlements, no existía una fuerza laboral organizada capaz de imponer una espiral alcista de salarios.

Ante ello, rápidamente salieron al ruedo fósiles monetaristas a resucitar la explicación del “exceso de dinero por unidad de producción”, en este caso debido a la “flexibilización cuantitativa” en la que había incurrido el gobierno al distribuir billones de dólares y hacer frente al “gran encierro” de 2020.

En el caso argentino es posible que algo de ello haya sucedido, pero en general, ahora que el dinero paga intereses, esta implicación directa entre masa monetaria y stock producido no está clara. El apego a la famosa Curva de Phillips, que vincula aumento de la inflación con la disminución del desempleo, se derrumba ante las cifras de pleno empleo que ha mostrado Estados Unidos en la gestión de Biden.

Con el tiempo, los datos aparecieron. Mostraron que hubo problemas de oferta más que de demanda, debido a los problemas de abastecimiento de productos básicos en las cadenas de suministros, en las gargantas de las líneas de transporte (canal de Panamá, golfo de Adén), etcétera. Y ello fue aprovechado por empresas con “poder de mercado” para empujar los precios al alza. Ante la fuerza de la evidencia, los laureados economistas de los bancos centrales de las economías más importantes del mundo –comenzando por Isabel Schnabel, del Banco Central Europeo– tuvieron que admitir su ignorancia respecto al tema. Ninguna de las teorías ensayadas sirvió para explicar en su momento por qué aumentó la inflación, ni por qué bajó, ni por qué no hubo recesión.

Lo cierto en todo caso es que, aprovechando los factores multicausales de los procesos inflacionarios, siempre y en todo lugar quien sale ganando es el empresario, por la posición de fuerza que tiene en el mercado como propietario de medios de trabajo y de dinero. Esto hace de la inflación un espacio de antagonismo redistributivo entre el trabajo y el capital, por la obtención de mayores volúmenes de excedente económico que permita, para el primero, compensar el incremento de los precios del consumo básico y, para los segundos, mayores ganancias en medio del desorden de precios.

El dinero solo es un símbolo del intercambio de riquezas

Dinero

¿Por qué este efecto político y culturalmente tan devastador de la inflación? Por el poder social del dinero. Y, en el capitalismo, por ser el dinero el poder social fundamental. Marx, el gran crítico de la sociedad moderna, lo comprendió así. A lo largo de toda su vida le dedicó miles de páginas a desentrañar el poderío del dinero. Fue casi una obsesión. Los marxistas, por lo general, se han detenido en sus reflexiones respecto al efecto enajenador o fetichista que desempeña en las relaciones económicas. Pero han dejado de lado su cualidad de poder social, con la extraordinaria capacidad de transmutarse en cualquier otro poder social existente.

Inicialmente, el dinero, esos “indignos colgandijos de papel” que debido a la fuerza vinculante del Estado adquieren una denominación, no debe su medida de valor al poder del Estado sino a las leyes “inmanentes” de la circulación mercantil de la riqueza social, que son las que determinan el valor de ese dinero. No es el Estado el que puede definir el monto de convertibilidad de los dineros que emite arbitrariamente, pues el dinero solo es un símbolo del intercambio de riquezas. Lo que puede hacer es centralizar y regular su función de intercambiabilidad.

El dinero es un dios: el dios de las mercancías, es decir el dios de todas las actividades humanas

Pero el dinero, en cualquiera de sus formas –papel, moneda, oro, títulos, etcétera–, tiene un poder extraordinario, casi bíblico: el de poder convertirse en el satisfactor de cualquier necesidad social. Ya sea comida, bienes inmuebles, artefactos, herramientas, distracciones, placeres, lealtades, invenciones, creatividades, descansos, previsiones, apoyos o estabilidad, el dinero puede comprarlos. Apenas despunta una necesidad humana, la que sea, el dinero puede convertirse en ella y satisfacerla. El único límite temporal a esta cualidad de intercambiabilidad, es decir, de compra, es el monto: un hecho meramente cuantitativo.

El dinero es, pues, el “compendio de toda la riqueza social” existente y por existir. En su austera existencia física, el dinero es la encarnación de toda riqueza social posible, de todo trabajo abstracto, general, contenido en todas las riquezas materiales del mundo. Es un dios: el dios de las mercancías, es decir el dios de todas las actividades humanas, de todos los productos humanos y de toda la naturaleza metabolizada por el trabajo humano susceptible de ser intercambiado.

Con el tiempo, a medida que el capitalismo se irradia y se tupe globalmente, nada escapa al influjo del poder comprador del dinero: ningún bien material, ninguna necesidad subjetiva, ninguna actividad política, cultural, mental o recreativa. Ese “colgandijo” llamado dinero “contiene oculta toda la riqueza material” de la sociedad. Y las personas serán coparticipes de esa capacidad de acceso universal dependiendo del monto de dinero que puedan poseer. El dinero es, por ello, junto con la capacidad cognitiva, un infinito social, en la medida en que su capacidad de intercambiabilidad no tiene límites mientras exista el capitalismo.

Ser el “representante general de la riqueza” hace del dinero un “poder social” capaz de convertirse en todo. Ni los “huesos de los santos” pueden resistirse a su influjo venal. Ciertamente, el dinero no tiene poder por sí mismo. Es solo un símbolo, un reflejo de las relaciones entre las mercancías, de su cualidad de intercambiabilidad social. Y, a su vez, esta capacidad de intercambiabilidad es reflejo de ciertas relaciones humanas, del trabajo de las personas y del modo de cederlas o adquirirlas a partir del trabajo abstracto contenido en cada objeto de necesidad. Pero en los hechos, estas mediaciones se borran. Y lo que queda es el “poderoso don dinero” que pareciera tener vida propia y por cuya propiedad las personas trituran sus vidas y son capaces de matar o de morir.

Si la capacidad de prever el futuro ahorrando se evapora, la única certidumbre de vida de muchas personas se desploma

En el capitalismo, la capacidad de producir bienes y de intercambiarlos, un poder eminentemente social, de todas las personas, deviene en un poder de una cosa: el dinero. En el dinero, el mundo moderno está contenido, la sociedad está comprimida, todo trabajo humano está depositado. El esfuerzo, los deseos, los sacrificios, las actividades y los sueños de cada persona están almacenados allí. Tener dinero es, por tanto, tener un pedazo –sea grande o pequeño– del mundo, de la sociedad, de las actividades, de los esfuerzos, de las esperanzas de todos los demás. El dinero es el “poder social bajo la forma de una cosa” que puede ser acaparado de manera privada en el bolsillo.

Inflación II

Por todo ello, cuando este “poder de influencia sobre la actividad de los otros”, es decir el dinero, se deprecia, el mundo de las personas comienza a desquiciarse. Claro, si los ahorros de toda la vida atesorados a lo largo de años, en medio de trabajos insufribles y privaciones constantes, día que pasa ya no equivalen a 10 quintales de azúcar o al precio de un automóvil, como hace 1 mes, sino a 5 quintales de azúcar o a medio automóvil, entonces la mitad de los infinitos esfuerzos que hicieron las personas para acumular un poco de poder monetario se diluyen sin justificación alguna.

La inflación mutila la previsión del destino familiar, carcome los vínculos vecinales o sindicales

Si la capacidad de prever el futuro de los hijos ahorrando para comprar una casa o pagar los estudios superiores se evapora misteriosamente, la única certidumbre de vida a la que muchas personas se aferraron durante décadas –ahorrar– se desploma inútil ante el aumento de los precios de las cosas y el recorte de su capacidad de compra. Si la previsión de ingresos mensuales permite a una madre garantizar la alimentación, los servicios y el pago de deudas, y de manera abrupta se ve obligada a recortar la mitad de los alimentos de sus hijos porque el dinero que recibe ahora equivale a la mitad de los productos que podía adquirir antes, el pavor a un futuro que se hunde se apodera de sus pensamientos.

El dinero que posee la mayoría de las personas ha sido fruto de su trabajo. Con él garantiza un mal vivir; en algunos casos, planes familiares de inversión o de estudio. Con el dinero regula sus vínculos con sus allegados, con los vecinos. El dinero es el vínculo social por excelencia. Diariamente lubrica las múltiples actividades de todas las personas. Sostiene su cotidianidad y su horizonte predictivo imaginado.

Pero la inflación destruye todo eso. La inflación mutila la previsión del destino familiar, carcome los vínculos vecinales o sindicales. La inflación dinamita su capacidad de prever mínimamente el porvenir. Con el tiempo, de persistir y aumentar su tasa, lleva al colapso de los vínculos sociales y hunde a la gente en la desesperación y la anomia. La pérdida del poco o mediano “poder social” del dinero es la experiencia en cámara lenta del colapso de las certidumbres sociales y del orden del mundo conocido. No por nada Keynes le asignaba al dinero la función de eslabón entre el presente y el futuro.  

Las inflaciones destruyen los atisbos de horizontes predictivos individuales y colectivos, arrojando a las sociedades a la angustia de la incertidumbre absoluta. A diferencia de los agravios colectivos o las amenazas de riesgo de vida, la inflación afecta la estabilidad individual; por ello, la respuesta inicial es también individual: desafección, desesperanza, miedo, búsqueda angustiada de refugio personal. Las respuestas iniciales al fenómeno inflacionario son siempre individualistas, no asociadas.

Al diluirse el orden más o menos previsible del mundo y al carcomerse todos los vínculos personales mediados por el dinero, las personas sufren un colapso cognitivo, una pérdida de las narrativas que daban hasta entonces sentido al curso de la sociedad y su destino. Inicialmente, habrá una predisposición a salvatajes individuales, como individual es la experiencia del trastorno de su porvenir.

Pero también mostrarán una disponibilidad a salidas abruptas, de shock, que le permitan regresar lo más pronto posible a recuperar la certidumbre frente al porvenir, sin importar el costo para ello. Las inflaciones elevadas, junto con las guerras, los cataclismos naturales, las pandemias y las revoluciones, son de los pocos acontecimientos que conmocionan desde sus cimientos a la totalidad de las sociedades afectadas y se presentan como hechos políticos totales. Pero es el único acontecimiento social total que inicialmente provoca respuestas individuales.

No hay que subestimar la capacidad de aguante a castigos sociales que tiene la población con tal que ello redima el horror de la inflación

En la Bolivia de 1985, la gente aceptó despidos laborales masivos, una devaluación gigantesca de la moneda, la contracción brutal de la inversión pública, la pérdida de derechos laborales y el incremento acelerado de la pobreza, siempre y cuando la inflación se detenga. Y la inflación se detuvo. Lo hizo arrojando a la población al subconsumo y aumentando la pobreza extrema. Pero el dinero volvió a ser dinero con valor anclado. La gente perdió en el “ajuste” una parte sustancial de su capacidad de compra porque no tenía dinero. Pero sabía que, si en algún momento lograba tener un poco, su capacidad de compra o de ahorro sería previsible. El mundo, no importaba si miserable y precario, volvía a ser mundo, porque el dinero volvía a ser dinero, es decir, “mercancía imperecedera”.

Las políticas de shock neoliberales no son las únicas maneras de frenar la elevada inflación. Las sociedades pueden también sedimentar experiencias colectivas para enfrentar sus problemas personales y mostrar disposición a salidas por el lado del “ajuste” a la gran propiedad y las grandes fortunas, como mecanismos para proteger a los que menos ingresos tienen y dinamizar el aparato productivo. Algo así sucedió en Bolivia entre 2008 y 2010, cuando la inflación se triplicó.

Pero esto requiere una reverberación de voluntades colectivas populares al lado de una voluntad política determinada a enfrentarse a los poderes de la gran propiedad para devolver una parte del “poder social” del dinero a la mayoría de las clases menesterosas. Como insiste Marx, el Estado no puede crear riqueza emitiendo más dinero o aumentando la denominación del mismo. A la vuelta de la esquina, la desposesión de los que menos tienen será mayor. Pero sí se puede usar el “poder organizado de la sociedad”, el Estado, para producir nueva riqueza, para distribuirla a los que carecen de ella, para expropiar a los que tienen mucho, etc.

Pensando en la inflación argentina, en política no hay que subestimar la capacidad de aguante a castigos sociales que tiene la población con tal que ello redima el horror de la inflación. Y peor si las voces políticas alternas que pueden alumbrar otros cursos de acción posible solo atinan a mantener las condiciones de las viejas angustias a las cuales la gente quiere escapar a cualquier costo.

Pero tampoco ha de menospreciarse la frontera del hartazgo colectivo a los sacrificios. Más aún cuando el provenir conservador y monetarista que se ofrece es un fósil económico que carece de un futuro mundial factible. Y entre medio de uno y el otro, siempre habrá espacio para realidades aún más degradadas a las existentes.

---------- 

Esta pieza fue publicada originalmente en Jacobin.

Era julio de 1985, y en las legendarias ciudadelas obreras de siglo XX Catavi y Huanuni, lo imposible acababa de suceder. El dictador boliviano Hugo Banzer Suárez, aquel que había mandado a masacrar trabajadores mineros en 1971, que había ordenado perseguir, torturar y asesinar dirigentes sindicales durante un...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Álvaro García Linera (Jacobin)

Exvicepresidente de Bolivia (2006-2019) e integrante del consejo asesor de Jacobin América Latina.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. José Lázaro

    Es un placer leer artículos como éste. Gracias, Alvaro, por la traducción y gracias, CTXT, por la colaboración con Jacobin. Mi comentario al respecto de la inflacción es que compramos dos marcos completamente "culturales" (impuestos). El primero es que aceptamos cobrar en "papel dinero" y no en "valor". Si yo trabajara por un tazón de arroz al día y una cama donde dormir, el problema de la inflacción sería del patrón. El segundo es que aceptamos que el banco, además del asunto del 10x1, no nos pague ni siquiera los intereses que generan nuestro 1. Si lo hiciera, tampoco nos importaría mucho la inflacción. Ahora bien, para ser justos, habría quizás que separar la inflación derivada de los ajustes en la curva oferta-demanda, de la de los abusos de posiciones de mercado dominantes. En cualquier caso, yo sugeriría proteger de la inflacción el SMI y los salarios más bajos por decreto y convenio respectivamente. Y los ahorros hasta p.ej. 60,000 Eur. El debate sería bien diferente. El de la inflacción y el de la.deuda!!

    Hace 8 meses 13 días

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí