Decía Oscar Wilde que el único deber que tenemos en esta vida es el de mantener cierta elegancia, así que, tras semanas de bulos e insultos contra la dictadura socialista de Pedro Sánchez, Javier Milei viajó a España para seguir insultando con libertad y ser condecorado por ello. Derroche de elegancia solo a la altura de doña Isabel Natividad Díaz Ayuso, anfitriona de un encuentro que desde ya podríamos calificar de histórico. Porque histórico es que, mientras países como Alemania le cerraban la puerta al presidente argentino por sus ataques contra un Estado miembro de la Unión, la mandataria madrileña lo recibiese de gala y medalla en mano. Si alguien no entiende alemán que lo intente en catalán. Imaginen una grave crisis diplomática entre una España gobernada por la derecha y un país extranjero. Imaginen al presidente de la Generalitat de Catalunya sacándose de la manga una medalla internacional para condecorar, precisamente, al presidente extranjero en pleno conflicto con España. Imaginen ahora la reacción de los medios de comunicación y, cuando comparen, podrán despejar la equis y saber que Ayuso, además de elegante, es generosa como pocas a la hora de utilizar el riego intensivo de dinero público para fines personales. Que no se entere el de la motosierra.

Y el de la motosierra, desde luego, no se enteró. De absolutamente nada, a juzgar por el momento mágico que nos dejó su visita. Recibido a las puertas de la sede de la Comunidad de Madrid y tras un intercambio de acaramelados elogios entre el presidente argentino y quien jugaba a ser presidenta de España, llegó el esperadísimo discurso de Milei. Un discurso al que, visto lo visto, no tuvieron acceso previo en el ministerio de Asuntos Exteriores de la Comunidad de Madrid, que diseñó un escenario que simulaba ser el de una cumbre internacional. De haber tenido acceso al discurso, alguien del equipo de la presidenta madrileña le habría explicado al mandatario argentino que no era, tal vez, la mejor de todas las ideas posibles hacer un chascarrillo sobre políticos corruptos que benefician a hermanos y parejas. Si Milei, enemigo acérrimo de quienes no han conocido un trabajo fuera de la política, no ha descubierto aún el currículum de su amigo Santiago Abascal, era de esperar que desconociera la existencia de Alberto y Tomás, novio y hermano de la presidentísima. Así que, como el que canta Sánchez dictador en el Luna Park, Milei se puso a cantar en plena sede de la Comunidad de Madrid sobre corrupción. Cuando, tras el chascarrillo de familiares forrándose, el argentino levantó la mirada esperando un aplauso o las risas cómplices entre quienes hasta ese momento habían sido un público entregado, se encontró a varias decenas de personas mirándose los zapatos y a Miguel Ángel Rodríguez dándole otro trago al vaso de tubo. El argentino se encogió de hombros y siguió hablando como si allí no hubiese pasado nada mientras, en la sede del fondo de capital riesgo en inversión armamentística, varios compañeros tuvieron que placar a Pablo Casado, que celebraba el momento con disparos al aire.

Milei fue capaz de reconducir su speech arremetiendo contra la justicia social, es decir, contra los pobres

Tras el gol en propia puerta, Milei fue capaz de reconducir su speech arremetiendo contra la justicia social, es decir, contra los pobres, y logró así recuperar la complicidad de los pálidos y maqueados asistentes. Los impuestos son un robo, dijo el argentino y, desde casa, el técnico sanitario Alberto González meneó las llaves del Maserati asintiendo. Javier Milei sacó los puños contra el maldito buenismo socialista, ese que nos impone tener que contribuir económicamente a mantener abierto el ambulatorio de la esquina. El equipo de gobierno de la Comunidad de Madrid, que el próximo lunes negará en la Asamblea recortes en lo público, estalló de orgullo. Así se habla. Viva la libertad, carajo. Tras la ceremonia de condecoración, Milei se dirigió al Instituto Juan de Mariana, think tank subvencionado con dinero público que se dedica a la producción de literatura ultraliberal. Ya saben, no necesitamos para nada a papá Estado. Es en institutos como este, presidido por un tipo cuyos negocios se dispararon un 60% mientras trabajaba en el sector público de la mano de Ayuso, donde se generan estudios que se publican en medios financiados por el dinero público que maneja Ayuso, asegurando que el aumento exponencial de la pobreza en la Argentina de Milei es, en realidad, un claro signo de repunte económico. En la sede del prestigioso Instituto, el presidente argentino tuvo la oportunidad compartir cena con personalidades del mundo del ultraliberalismo, como el Santiago Abascal de los 25 años en política, o saludar a reputados profesionales de la comunicación como Vito Quiles.

Hay quien dice que tanto esperpento se acabará derrumbando por su propio peso. Que a Ayuso le pasará factura tarde o temprano la foto con el Milei que está recortando en medicamentos contra el cáncer o que a Milei le perjudicará ser condecorado por quien abandonó a 7.291 personas por no tener seguro privado. Hay quien dice que un día el presidente argentino se cagará con más rotundidad de la cuenta en los políticos que llevan toda la vida chupando del bote y que Abascal, dolido, viajará de nuevo junto al hijo de dirigentes nazis a Israel a llorar sus penas con el Netanyahu de los 35.000 asesinatos. Que Le Pen dejará de ser recibida con honores por el fascismo español el día que gobierne Francia y cumpla su promesa de cerrarle el grifo al campo andaluz. No lo creo. A las ultraderechas mundiales que se citan para condecorarse entre ellas les une un vínculo mucho más potente que las vergonzosas incoherencias que arrastran por los suelos. Un vínculo íntimo y vital que probablemente tenga que ver con infancias marcadas por el día en que un adulto les prohibió arrancarle las patitas a aquella hormiga y observar su divertido movimiento. Ese día, sin importar que aquello sucediese en Madrid, Buenos Aires o Tel Aviv, los hoy líderes de la Internacional-Psicopática entendieron la batalla que enfrentaban. Comprendieron lo que supone sufrir la imposición, la censura, la dictadura del pensamiento buenista del que escapan gritando libertad. Tienen aún muchas medallas por entregarse. Pero me temo que no servirán para cerrar esa herida.