Irantzu Varela / comunicadora feminista
“Mi libro es reparación, ofrenda y venganza”
June Fernández 13/06/2024
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Irantzu Varela (Portugalete, 1974) ha sensibilizado sobre violencias machistas y el derecho a la autodefensa en múltiples formatos: el blog Faktoria Lila (que recopiló en el fanzine Ya no soy esa), el documental Él nunca me pegó, los vídeos de El Tornillo, los artículos en Pikara Magazine, los monólogos de humor Villana y Señoricidio… Ahora vuelve a hacerlo en su novela autobiográfica, aunque subraya que es lo primero que crea sin una intención pedagógica.
La estructura de abecedario de Lo que quede (editorial Continta Me Tienes) descubre una historia, la de cómo rompió con su exmarido maltratador. La entrelaza con muchas otras historias que muestran tanto lo insoportable de las violencias machistas normalizadas como la alegría y la tranquilidad que ha construido junto con las mujeres de su vida.
Has llamado “autopornografía” a tu libro. ¿Qué es lo que más pudor te da?
Va de mi tema favorito, que soy yo. Solo soy pudorosa con el amor. Me preocupa que la gente que me quiere sufra al leerlo. Pero la intención del libro es mostrar que, aunque me pasó todo esto, estoy feliz, contenta y tranquila, dentro de lo feliz, contenta y tranquila que puede estar una señora en un sistema como este. He tratado de convertir los dolores en algo que quede, que llegue a la gente. Algunos relatos los escribí cuando todavía dolían, y los he dejado tal cual, pero no podría haber escrito el libro con las heridas abiertas.
¿Cómo has conseguido que ya no duelan?
Distingo entre heridas y cicatrices. El tiempo en sí mismo no me parece que cure nada, pero lo he aprovechado con mucho feminismo, charlas, debates, amigas, terapia… La clave es quitarte la culpa y entender el contexto que explica por qué te quedaste. Escribo ahora que tengo la certeza de que no me volvería a pasar.
El feminismo te da clarividencia, y lo más doloroso de mirar es tu vida: tus relaciones sentimentales, familiares, sexuales…
Mi madre me dijo una vez que el feminismo aboca a la desdicha, y me puso como ejemplo los suicidios de Sylvia Plath y Virginia Woolf. ¿Qué le contestarías?
Hay una frase de Zuzu Angel, una diseñadora cuyo hijo desaparecieron en la dictadura brasileña: “Qué bien se vive fingiendo que no pasa nada”. Para muchas mujeres, fingir que no ven lo que les está pasando es una estrategia individual de supervivencia. No se suicidan porque están muertas en vida. Suelo decir que cuando una mujer desobedece a un hombre, recuerda a las demás que están obedeciendo. El feminismo te da clarividencia, y lo más doloroso de mirar es tu vida: tus relaciones sentimentales, familiares, sexuales… Eso genera un enfado muy grande, pero creo que estamos aprendiendo a gestionar la rabia muy bien. Yo analizo mis dolores para no liarme a tiros o matarme yo.
Cuando leí la escena surrealista de tu exmarido acusándote de no saber cuidar por no haber regado un cactus, me dije: “A mí también me ha pasado”. Qué importante es colectivizar esas experiencias, ¿verdad?
Afortunadamente, la manera en la que hablamos de nuestras experiencias de violencia ha dado un giro brutal en los últimos ocho años. Antes lo hacíamos con vergüenza, en espacios de intimidad. Yo escribía sobre ello cuando estaba un poco borracha o muy hasta el coño. Ahora hemos aprendido a contarlo de una manera reflexiva, a compartirlo en vez de vomitarlo. Cuando lo contamos entre nosotras, nos reímos para no ahogarnos. Y sí, todos parecen el mismo, porque la violencia sistémica tiene mecanismos propios. Muchas violencias están tan naturalizadas que se normalizan, como el novio que te dice delante de gente: “¿Otro trozo de pastel te vas a comer?” o “Cállate, que no tienes ni puta idea”. Si los fascistas latinoamericanos iban a la Escuela de las Américas, la masculinidad hegemónica es, directamente, una escuela de maltratadores.
La masculinidad hegemónica es, directamente, una escuela de maltratadores
¿Cómo se desactiva el estigma de la mujer maltratada?
A mí me ha dado vergüenza admitir que me pasó cuando ya era adulta, feminista, con formación y capacidad de análisis. Ya no me da vergüenza, porque sé que es sistémico. Me ayudaron a entenderlo un psicólogo y una psicóloga especialistas en torturas que me dijeron que las protagonistas de mi documental hablábamos como las víctimas de tortura. En Euskal Herria la gente cuenta sus testimonios de tortura, porque hemos construido una sociedad que las deslegitima. En la medida en que la violencia machista pierde impunidad y legitimación, a las víctimas nos da menos vergüenza contarlo. Ha sido un trabajo personal pero también colectivo. La gente ya no te manda callar, y muchas contestan “a mí también me ha pasado”. Si a ti no te ha pasado, me alegro mucho. Será que haces una revisión acrítica de tu pasado, o que has tenido una suerte excepcional.
Relatas vivencias de acoso antes de la pubertad. ¿Cómo ves ahora a las niñas?
Ahora hay muchísima conciencia y trabajo por parte de personas adultas que han comprendido los abusos que vivieron y se han organizado para que no haya violencia sexual contra las infancias. Pero me parece que como sociedad no estamos dando suficiente importancia al dato de que una de cada tres niñas y uno de siete niños ha vivido violencia sexual antes de los 13 años en la Unión Europea. El 80% de los agresores son hombres de su familia, de su espacio íntimo. ¿Cómo podemos soportarlo?
Ana Requena explicaba con su libro Intensas que a las mujeres nos socializan en la culpa y a los hombres en la rabia. Tú reivindicas la rabia.
Es la emoción más revolucionaria, porque la tristeza o la culpa te hunden, pero la rabia te obliga a reaccionar. Este libro es una reacción, una reparación y una ofrenda, porque es algo que quiero compartir. Y también es una venganza. Ahora me siento capaz de vengarme, porque se me notan las cicatrices, pero tengo la capacidad para disfrutar, querer, gozar. Soy capaz de entender cuál es la agenda política común que nos afecta a todas.
Hay señoros muy reconocibles en el libro, como los tertulianos. ¿Has tenido dudas o miedo sobre señalarlos?
Yo quería poner notas a pie de página con los nombres y apellidos de estas personas, pero afortunadamente tengo una abogada que me disuade de ganarme una demanda. Solo cuento los relatos que puedo sostener delante de quien sea. Uno que hizo algo muy puntual en su día me llamó para hablarlo conmigo. Me alegré de que no se reconociera en ese comportamiento y me lo dijera. Si alguien lee el libro, se reconoce, piensa “¡cómo fui tan imbécil!” y le sirve, pues estupendo. Los machirulos que salen me dan igual. Que me denuncien o algo (risotada).
Cuentas en el libro que tuviste dos maridos: uno bueno y uno malo. ¿Por qué eliges no hablar del bueno?
¿Tú crees que al mundo le hacen falta más relatos de tíos majos? Francamente, que los escriba otra. ¿Te imaginas a una feminista gitana escribiendo un libro sobre payas majas?
Los hombres de tu familia sí que salen bien parados.
Tengo hombres estupendos alrededor y lo saben, de hecho están en los agradecimientos. Mi padre ha hecho el trabajo de entender qué coño dicen su hija, su mujer, su cuñada, nuestras amigas… y se esfuerza por no hacer oídos sordos. Ha cambiado muchísimo en cuarenta años, como otros padres de amigas. También hay quien no ha cambiado, o va a peor. Tratar de no ser un explotador no te hace bueno; te hace mínimamente decente y digno.
Un policía te dice que la mitad de sus compañeros te odia y la mitad te follaría. Tengo la teoría de que las feministas más odiadas sois aquellas que más les ponen.
En ese momento yo era más joven, más flaca, se podría decir que estaba buena… Sí, probablemente les ponía esa villana. Ahora me he salido mucho de lo deseable para un hombre cis hetero, y me siguen odiando.
¿Ya no te acosan sexualmente?
Es que he tomado decisiones laborales y vitales por las que mis interacciones con señoros se han reducido muchísimo. Hipersexualizarnos es una manera de desactivarnos políticamente; he visto cómo les ha funcionado con otras periodistas. Y si no les pareces follable, te desprecian y te eliminan de la categoría mujer. Me han llegado a decir que no soy violable, imagínate. Pero es mentira: no nos violan por que estemos buenas, sino para ejercer el poder. La prueba son las noticias de violadores de animales o de bebés.
¿Crees que desde el Me too sienten algo más de miedo a acosarnos?
Sí, pero no creo que el Me too fuera el punto de inflexión, sino un contexto político de conciencia feminista mucho más amplio. Nosotras nos sentimos más capaces de señalar actitudes, y muchos han reflexionado. Otros están estupefactos, como Bertín Osborne, Hombres G o Andrés Calamaro, que dicen que vivimos en una dictadura porque se acostumbraron a poder hacer lo que les daba la gana con impunidad: desde los comentarios sexistas sobre nuestros cuerpos, a tocarnos sin permiso y violarnos.
Más allá de la justicia patriarcal, ¿qué otras vías te convencen para denunciar violencias machistas y cuáles te preocupan?
Me parece que hay que organizar una autodefensa colectiva, no punitivista y justa. Eso es difícil, estamos aprendiendo entre todas. Tenemos que pensar no solo en la reacción, sino en qué entendemos por espacios seguros. La Rote Zora hablaba no ya de autodefensa, sino de contraviolencia. No es nuevo, ellas no mataron a nadie pero hicieron destrozos y sabotajes, y las sufragistas pusieron bombas. Me gusta la idea de formar bandas de mujeres, pero tenemos que intentar no reproducir las respuestas patriarcales, cuidar a las personas que denuncian, evitar linchamientos…
En los noventa, nos tocaban el culo y nos acojonábamos, pero ahora el que toca un culo se come una bronca, si no un puñetazo
¿Pero cómo se hace una contraviolencia que no sea punitivista y que sea justa?
No lo sé, por lo menos mediante la retórica. ¡Les asusta que vayamos encapuchadas con antorchas en una manifestación nocturna! Para empezar, todas las mujeres, personas no binarias y LGTBi deberíamos aprender autodefensa feminista, para que dejen de contar con nuestro miedo, empezar a responder y que lo cuenten entre ellos. Yo que sigo saliendo de noche, veo que eso ha cambiado: en los noventa, nos tocaban el culo y nos acojonábamos, pero ahora el que toca un culo se come una bronca, si no un puñetazo. La serie I may destroy you es muy pedagógica. En la escena final suena la canción Firestarter, de The Prodigy. Me interpela, porque las feministas que habitamos la noche (y las bolleras más), tenemos la sensación de ser unas liantas, por tener que defendernos. Sueño con el día en el que podamos perrear en un bar hetero y no pase nada.
¿Qué contestas a la idea de que un feminismo beligerante provoca una mayor reacción machista, empezando por los jóvenes?
Remito a Assata Shakur: “Nadie en la Historia ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”. Dicen que nos estamos pasando. ¿Dónde están las feministas que les han agredido? ¿Dónde está su miedo? Hay una reacción de quienes saben que quieren vivir por encima de nuestros derechos, como hicieron sus padres o sus abuelos, y les descoloca que sus hermanas y compañeras de clase hayan dicho “se acabó”. Para que yo sea libre sexualmente, tú tienes que dejar de vivir como en un supermercado en el que tocas lo que te da la gana. El Ku Klux Klan surgió cuando se abolió la esclavitud, porque antes podían explotar sin capucha.
Te presentas en el libro como parte de un linaje de mujeres fuertes y rebeldes.
Sí. Mi bisabuela echó a su marido de casa en 1923, con 25 años, dos hijos y una hija porque se estaba jugando a las cartas la máquina de coser, que era su fuente de ingresos. De ahí vengo yo, de mujeres que sobreviven al maltrato, salen de él y son felices. De amas de casa sin estudios pero con una curiosidad infinita. De sardineras que caminaban de Zierbena a Santurtzi o incluso hasta Bilbao para vender lo que pescaban sus maridos. He crecido rodeada de mujeres salseras, divertidas, que han sobrevivido a mucha mierda patriarcal, manteniendo su capacidad para el placer y el disfrute.
En esas páginas está muy presente la conciencia de clase. ¿Cómo la conservas ahora que tu vida es muy distinta a la del Calero?
Para mí es imposible no tener conciencia de clase. Mi padre era obrero de una fábrica y mi madre ama de casa. Creo que podemos querer vivir mejor, pero sin explotar a nadie. He entendido que había que aprovechar todas las oportunidades en la vida, porque a la gente como yo no le llueven. En la universidad descubrí que no todo el mundo vivía como nosotras; que hay gente con dos baños y casa de veraneo. Esa gente tiene la responsabilidad de entender cuánto hay de clase en lo fácil que lo han podido tener en la vida, y de usar ese privilegio para el bien común.
Reivindicas el lesbianismo como opción política. ¿Te parece una solución real para la mayoría de mujeres?
Hablo de mi experiencia vital subjetiva. Salirme de la órbita del deseo masculino heterosexual es lo mejor que me ha pasado en la vida. Creo que son muchas más las mujeres que podrían permitir a su deseo devenir que las que nos asumimos como lesbianas. ¿Es la solución a todo? No. Además, creo que el lesbianismo político corresponde a una generación concreta. Ahora veo mucha chavalería bisexual, a la que la monosexualidad le parece una horterada.
Creo que el lesbianismo político corresponde a una generación concreta. Ahora veo mucha chavalería bisexual
¿No crees que el lesbianismo político puede alimentar la bifobia?
De nuevo, cuento mi historia, la de una mujer que intentó fuertemente ser heterosexual, hasta el punto de tener dos maridos. Me atrajeron las mujeres desde pequeña. Mis amigas y yo decíamos que todas las personas éramos bisexuales. En el momento que tiré para adelante con ese deseo y me permití tener una relación con una mujer, sentí una tranquilidad, una liberación… No se puede imponer etiquetas a nadie; las identidades políticas tienen que ser elegidas. La bisexualidad ha dado un espacio seguro, tranquilo y libre a muchas, como a mí me lo da el lesbianismo. Si grito “Bollera da bide bakarra” no es para señalar a quienes siguen otro camino, sino para reivindicar una identidad castigada, invisibilizada, ridiculizada, negada. Me parece una responsabilidad significarme públicamente como lesbiana, dada mi visibilidad.
La lesbofobia se niega hasta el punto de que ni la policía ni la justicia reconocieron un delito de odio cuando tu vecino te pegó mientras te gritaba “invertida”.
Las de Aldarte me acompañaron en el proceso de denuncia y ya sabían que no iba a entrar como delito de odio, porque no habían entrado ni palizas más graves al grito de maricón. Pasa con el racismo también. A la sociedad le perturba mirarse en el espejo y reconocer lo naturalizadas que tiene las violencias contra las disidencias. Tampoco tenía esperanza, porque no era la agresión perfecta de lesbianas atacadas por un grupo nazi por la calle. Pero yo sé perfectamente lo que pasó y él también.
También se están archivando tus denuncias por los mensajes de odio que recibes por redes sociales. ¿Nos tenemos que resignar?
Bueno, yo creo que hay mayor conciencia y que la ley del solo sí es sí es un avance. También veo que cuando les pasa a mujeres visibles que no son feministas, se activan cosas. Cuando una persona en Facebook deseó una violación múltiple a Inés Arrimadas, al día siguiente la habían echado un trabajo. En mi caso, no han admitido a trámite ni que me manden vídeos de niñas practicando felaciones, que es un delito en sí mismo. Habría que hacer el experimento de ver qué pasa si se dirigen los mensajes que yo recibo a una política del PNV, por ejemplo.
En el odio que recibes por las redes, destaca la gordofobia. En la contraportada del libro te nombras como activista gorda.
A raíz de participar en el libro (H)amor gordo, fui consciente del poco espacio político que damos a esa opresión. En mi caso, había pasado la frontera del “tengo miedo a engordar” a “la gente me ve como una gorda”. Ahora me nombro gorda, y a la gente le incomoda. Mi gordura es llevadera; paso por gordibuena, entro en las sillas, no tengo problemas de movilidad… Pero aún estando politizada, cambiaría mi cuerpo. Recomiendo el libro Hambre, de Roxanne Gay, que es negra, bollera y muy gorda.
¿Y qué me dices de la edad? En un capítulo homenajeas a Madonna.
Acaba de dar el mayor concierto de la historia de la humanidad con 65 años: dos millones de personas en la playa de Copacabana cantando Like a prayer. Nos está diciendo: “Os vais a joder, pero voy a ser una vieja que va a hacer lo que le dé la gana”.
Dejas claro, desde el principio al final del libro, que las amigas son las que nos salvan.
Afortunadamente, gracias al feminismo, a la lucha LGTBi y queer, estamos poniendo en valor la familia elegida o, como dice Violeta Assiego, la familia lógica (la otra es la biológica). Nombro a mis amigas bolleras, a las que no tengo que explicarles las cosas porque viven las mismas violencias que yo. Pero también a las amigas de toda la vida, las de fuera de la burbuja feminista queer. Son tierra para mí, porque Irantzu Varela les interesa lo justo; les importa Irantzu. Si solo tuviera amigas que hablan de nuestros libros y conferencias, me convertiría en una snob.
Irantzu Varela (Portugalete, 1974) ha sensibilizado sobre violencias machistas y el derecho a la autodefensa en múltiples formatos: el blog Faktoria Lila (que recopiló en el fanzine Ya no soy esa), el documental Él nunca me pegó, los vídeos de El Tornillo, los artículos en Pikara...
Autora >
June Fernández
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