PARTIDO DEMÓCRATA
Tim Walz y la rareza
La conquista semántica de la ‘normalidad’ es una victoria crucial para los demócratas, en un clima político dominado por las tácticas populistas
Sebastiaan Faber Oberlin (Ohio) , 7/08/2024
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El gobernador de Minnesota, Tim Walz, se ganó el puesto de running mate de Kamala Harris en gran parte por su exitosa redefinición del marco discursivo de esta abreviada y alocada carrera por la Casa Blanca: en una memorable entrevista televisiva en MSNBC, el 23 de julio, tildó a Donald Trump y JD Vance de “gente rara” o “friki” (weird). Más tarde, en un mitin de campaña en St. Cloud, en su propio estado de Minnesota, Walz señaló que es peligroso imputarles demasiado poder a los fascistas, bullies que son, porque en el fondo es gente muy insegura. Como personas decididamente raras “dan un poco de repelús” (“we’re a little bit creeped out”), pero no infunden miedo (“but we’re not afraid”).
La idea no tardó en hacerse hegemónica, y durante dos semanas, el adjetivo weird surgió en todas y cada una de las entrevistas que daban las y los representantes del Partido Demócrata. Trump y Vance, por su parte, se vieron en la imposible tesitura de negar su rareza, sin llegar más allá de un triste, y raro, “y tú más”.
El 6 de agosto, cuando Harris anunció que Walz sería su compañero de carrera, uno de los mayores atractivos del gobernador seguía siendo –además de los claros valores políticos y sociales que han informado su carrera política– su presunta normalidad. Nacido en Nebraska en 1963, padre heterosexual de dos hijos, veterano de la Guardia Nacional, exprofesor de secundaria y entrenador de fútbol ganador de campeonatos. Walz es un arquetipo salido de una película de Hollywood, inmediatamente reconocible como buena persona. “Es el tipo desconocido que, cuando te topas con él en la ferretería, te explica durante media hora qué tipo de tornillos vas a necesitar”, bromeó un tuitero, agregando que Vance, en cambio, “es el plasta que pone a parir a la cajera de la cafetería porque esta se niega a rellenarle gratis el vaso de limonada”. Ya hemos entrado de lleno en la política de las vibes, concepto aplicable tanto al estado de ánimo de una campaña como al afecto de un candidato.
La conquista semántica de la normalidad es una victoria crucial para los demócratas, en un clima político dominado por las tácticas populistas. En este contexto, como sabemos, ganan quienes logren definir el sentido común y consigan que el electorado lo identifique con ellos. En ese campo, los demócratas llevaban las de perder. Como sabemos, en las guerras culturales de los últimos años los republicanos se han empeñado en tildar de raros (perversos, peligrosos, criminales, antiamericanos, resentidos) no solo a todas las poblaciones marginadas (desde la comunidad LGBTQI hasta los musulmanes y los inmigrantes) sino a las y los docentes en las escuelas públicas y universidades, incluida la comunidad científica. Esta es, en gran parte, la base del éxito de figuras como Ron DeSantis, el gobernador de Florida. Es más, los republicanos lograron movilizar las armas de la izquierda contra esta, al exigir, por ejemplo, que las clases de Historia no expusieran a las y los alumnos a ideas –o hechos– “incómodos” o “divisorios” sobre la esclavitud o el racismo estructural de este país. De la misma manera, los republicanos insistían en que no era “normal” exponer a niñas y niños a ideas sobre la sexualidad o la fluidez de la identidad de género.
Gracias en gran parte a Walz, esa batalla por la normalidad parece haber dado un vuelco. Pero la táctica no está exenta de peligro, precisamente en cuanto demoniza la rareza. Como persona rara que soy –inmigrante, profesor universitario, futbolero y, peor, holandés–, y amigo de gente aún más rara, debo confesar que me produce cierta preocupación que el Partido Demócrata lo apueste todo a lo normal. En estas últimas dos semanas, cuanto más proliferaba el concepto lanzado por Walz, más se parecía a un intento de parte del Partido Demócrata por marginar la diferencia como tal.
“Me deprime” la táctica, apuntó el escritor y futurólogo Bryan Alexander, “porque amo esa parte de la cultura americana que tolera o incluso celebra la rareza” –desde la invención de religiones nuevas y la fundación de comunidades utópicas a los barrios étnicos–. Para Alexander, la imposición de la normalidad, en cambio, cabe asociarla con otras tradiciones igualmente poderosas en la historia de este país: el puritanismo y la persecución política, religiosa y cultural.
En las semanas que vienen, será importante que Walz, Harris y sus equipos se empeñen en profundizar en la idea de la “normalidad” que pretenden representar con el fin de abandonarla y sustituirla con otros conceptos más abarcadores. La verdad es que el propio Walz, en sus entrevistas y su larga carrera política, ya se ha ido moviendo en esa dirección, invocando el respeto ante la diferencia inmigrante (está orgulloso de que Minnesota albergue a una gran comunidad de refugiados somalíes), la protección de las minorías (en los años noventa, fue consejero de la “alianza hetero-gay” de su escuela secundaria), la solidaridad (entre vecinos o entre obreros) y la dignidad humana (plasmada en la disponibilidad de buenos servicios públicos, desde vivienda y transporte hasta educación y sanidad, incluidos los derechos reproductivos). Cuando defendía el programa estatal que garantizaba desayunos y almuerzos gratis a todos alumnos de la escuela pública –ley cuya firma ceremonial dio pie a un vídeo viral–, explicaba que limitar el servicio a alumnos de familias en riesgo de pobreza no solo creaba trabas burocráticas, sino que acababa por estigmatizar a esos alumnos –fenómeno que él mismo había presenciado durante sus 20 años como profesor–.
El gobernador de Minnesota, Tim Walz, se ganó el puesto de running mate de Kamala Harris en gran parte por su exitosa redefinición del marco discursivo de esta abreviada y alocada carrera por la Casa Blanca: en una memorable entrevista televisiva en MSNBC, el 23 de julio, tildó a Donald Trump y JD Vance...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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