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STEVEN GREENHOUSE / PERIODISTA

“Biden es el presidente más prosindical de la historia de Estados Unidos”

Sebastiaan Faber Ohio (EEUU) , 9/03/2024

<p>Steven Greenhouse. / <strong>Michael Lionstar</strong></p>

Steven Greenhouse. / Michael Lionstar

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“Los militantes de este sindicato están deseando elegir a un líder que esté dispuesto a luchar”, sentenció Shawn Fain en un debate en línea con Ray Curry, el entonces presidente del poderoso sindicato de los Trabajadores del Automóvil (United Auto Workers o UAW). “Es hora de que demos un toque de atención a la patronal: nuestros militantes merecen un trato más justo y haremos lo que haga falta para conseguirlo”.

Fain, un electricista de 55 años afincado en Detroit, había quedado como el único rival de Curry en la ronda final de las primeras elecciones directas para la presidencia en la historia del sindicato, que fue fundado en 1935 y tiene casi un millón de miembros. El debate se celebró el 12 de enero de 2023; concluido el recuento, a finales de marzo, Fain fue declarado ganador, por un 0,4 por ciento. 

El cara a cara, que tuvo intercambios muy duros, fue moderado por Steven Greenhouse, un periodista veterano del New York Times. “¿Qué impresión le dejó Fain?” le pregunté cuando hablé con él a finales de febrero. “Bueno”, me contestó, “me pareció que decía lo que había que decir. Tenía toda la razón al criticar a la cúpula sindical por haber hecho demasiadas concesiones a las empresas. Pero también recuerdo sentir cierto escepticismo. Una cosa es formular las cosas bien; otra diferente es convertirlas en acción”.

Poco más de un año después, cabe decir que Fain ha despejado estas dudas. Es más, ha superado todas las expectativas. En lo que lleva de presidente, ha conseguido una serie de aplastantes victorias sobre los tres mayores fabricantes de coches (los llamados Big Three) mediante una movilización masiva –tan atrevida como calculada– de la única arma real que tienen los obreros: la huelga. Al mismo tiempo, Fain ha implementado un nivel inaudito de transparencia y democracia internas, adoptando, además, un discurso que combina las referencias bíblicas con una radicalidad que en Estados Unidos resulta poco menos que blasfema. “No creo que los milmillonarios deban existir”, dijo, por ejemplo, en una entrevista televisiva en octubre. “Ninguna persona necesita tanto dinero. Creo que es inhumano”. Desde entonces, el mensaje se ha convertido en un meme y Fain lo repite cada vez que puede. “Unos 26.000 millonarios poseen la misma riqueza que la mitad de la humanidad”, señaló en la Universidad de Harvard hace unas semanas. “Esa opulencia se acumula a expensas de millones de otras personas. Por eso carecemos de una sanidad y unos salarios decentes”.

El renovado vigor del movimiento sindical que encarna Fain está teniendo un impacto que trasciende las relaciones laborales. En las elecciones presidenciales de noviembre –que nadie duda estarán muy disputadas–, los sindicatos pueden tener un papel clave para impedir que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca. Y la UAW de Fain no es el único sindicato que se está poniendo las pilas. El mundo sindical norteamericano entero –desde guionistas y maestros hasta camareros y repartidores– está regresando a niveles de actividad, influencia y prestigio que no ha tenido desde los años sesenta. 

Steven Greenhouse (Long Island, Nueva York, 1951) trabajó más de 30 años en el New York Times cubriendo el mundo del trabajo, hasta que en 2014 se acogió a un ERE. Cinco años después, publicó un libro que narra la historia de las luchas sindicales en Estados Unidos, Beaten Down, Worked Up: The Past, Present, and Future of American Labor (Castigados, indignados: el pasado, presente y futuro del movimiento obrero en EE.UU.) Hoy, sigue reportando sobre la actualidad sindical en medios como The GuardianThe American Prospect In These Times.

Solo un diez por ciento de las y los trabajadores estadounidenses están sindicalizados

¿Qué es lo primero que debería saber un público español sobre los sindicatos norteamericanos?

Que el movimiento obrero norteamericano quizá sea el más débil de todo el mundo industrializado. Solo un diez por ciento de las y los trabajadores estadounidenses están sindicalizados. En el sector privado, esa tasa baja a un seis por ciento. El panorama aquí, por tanto, es incomparable con el de muchos países europeos, donde estas cifras ascienden a un 70 o hasta un 90 por ciento. A pesar de esa debilidad numérica, sin embargo, los sindicatos históricamente han logrado atraer bastante atención y ejercer una influencia mayor de lo que podría pensarse en base a su tamaño. Y más cuando contaba con líderes carismáticos como John L. Lewis, el gran Walter Reuther o incluso Jimmy Hoffa, el presidente de los Teamsters, que tuvo muchos defectos, pero era un gran orador. Ese liderazgo carismático le ha faltado al movimiento en décadas más recientes.

Hasta hace poco.

Exactamente. Hoy tenemos a Sarah Nelson, la carismática y brillante presidente del sindicato de las azafatas (AFA-CWA); D. Taylor, que lidera el sindicato de los trabajadores del sector hotelero y textil, UNITE HERE; Mary Kay Henry, que transformó el de los trabajadores del servicio, SEIU; o Fran Drescher, que dirige el sindicato de los actores del cine y de la televisión.

Y acaba de incorporarse a ese elenco de líderes visionarios Shawn Fain.

Es importante que surgiera de un sector disidente de la UAW. Como candidato, prometió ser más militante, más duro con los Big Three. Y ha cumplido. Mucha gente pensó que no iba a poder. Pero fue impresionante la forma en que organizó las huelgas y se comunicó con la militancia, los medios y el público. Hasta logró que Biden, un presidente en funciones, se uniera a un piquete, algo nunca visto en la historia de este país. Y consiguió para sus militantes subidas salariales de un 25 por ciento, a lo largo de cuatro años; mejoras sustanciales en las pensiones; y garantías de ajustes por la inflación. El sindicato llevaba 25 años sin lograr nada parecido.

Y la UAW no es un sindicato cualquiera.

No es el más grande del país, pero desde que se fundara en la década de los treinta ha sido uno de los más poderosos e icónicos. En los años de la posguerra, bajo el liderazgo de Walter Reuther, sus negociaciones resultaron en subidas salariales y otros beneficios que no tardaron en expandirse por todo el sector industrial. Ayudaron nada menos que a formar la clase media norteamericana. Todo aquello empezó a decaer con la entrada en el mercado americano de los coches alemanes y japoneses, en los años setenta, cuando una UAW debilitada se vio obligada a hacer grandes concesiones a la patronal. Hoy, la sensación es que estamos viendo el regreso de la legendaria UAW de antes. No es casual que Fain saliera retratado en la portada de Business Week, la revista más importante del mundo empresarial. La patronal se ha dado por enterada. Sabe que tendrá que lidiar con él.

Es evidente que el progreso no es posible sin individuos carismáticos o visionarios. Pero estos no surgen de la nada. ¿Qué circunstancias han hecho posible que haya surgido una figura así?

Permíteme otro excurso histórico. Hace un siglo, en los años veinte, los sindicatos estaban débiles, pero salieron muy reforzados de la Gran Depresión, las políticas de Franklin Roosevelt y la Segunda Guerra Mundial. Después, en los años cincuenta y sesenta, se empezaron a burocratizar y a ensimismar. Para los ochenta, se encontraban a la defensiva, obligados a hacer grandes concesiones. Y en la crisis de 2008, cuando las empresas automovilísticas estaban al borde de la bancarrota, la UAW hizo más concesiones todavía, que acabaron enfadando y desanimando a sus militantes. 

Y después en la misma UAW hubo un escándalo de corrupción.

Fue la gota que colmó el vaso. En 2019, se descubrió que la cúpula sindical malversó millones de dólares. Desde luego, la corrupción no es nada nuevo en el mundo sindical de este país. Pero la UAW siempre se había visto como un sindicato limpio. Cuando varios expresidentes acabaron condenados a penas de cárcel, en 2022, el Departamento de Justicia acordó con el sindicato que se pasara a un sistema de elecciones directas para elegir a sus líderes. Sin ese cambio, Fain nunca habría llegado a la presidencia. De hecho, estaba más bien marginado por su actitud crítica. 

No hay un país industrial más antisindical que Estados Unidos

Al mismo tiempo, también el clima nacional ha ido cambiando.

En efecto, en estos últimos años hemos visto mucho más activismo obrero, impulsado por varios factores: la rampante desigualdad económica; la inflación; los abusos que sufrieron millones de obreros durante la pandemia, cuando los llamados “trabajadores esenciales” fueron obligados a arriesgar sus vidas y muchos acabaron muriéndose… Además, muchos jóvenes hoy tienen una actitud diferente hacia el trabajo que las generaciones anteriores. Las dos campañas presidenciales de Bernie Sanders tuvieron un gran impacto. La UAW y otros sindicatos también han ido incorporando a trabajadores del sector universitario, que son relativamente progresistas, si no radicales, y que están ansiosos por democratizar y agilizar la estructura de la organización.

Si los años ochenta iniciaron un ciclo vicioso para el movimiento sindical, parece que hoy estamos entrando en un ciclo virtuoso. Quiero decir que los éxitos de la UAW y otros sindicatos ya están inspirando a otros grupos de trabajadores a seguir su ejemplo. 

La UAW, de hecho, es muy ambiciosa. Fíjate que, en las últimas décadas, las empresas automovilísticas –incluidas las extranjeras como BMW, Mercedes Benz, Volkswagen, Honda y Toyota– han construido muchas fábricas en el sur del país, que es más conservador y tiene políticas laborales bastante más regresivas. Fain ya ha dicho que su próximo objetivo es sindicalizar esas fábricas. 

Todo un reto.

Claro, porque para sindicalizar una fábrica en este país no solo hace falta que más del 50 por ciento de una plantilla vote a favor. Además, una decisión de la Corte Suprema prohibió la presencia de organizadores en las fábricas –ni siquiera para dejar propaganda en los parabrisas–. Al mismo tiempo, los gerentes pueden someter a sus obreros a una cantidad ilimitada de propaganda antisindical. Es una situación totalmente injusta que recuerda a las elecciones en el antiguo bloque comunista. En fin, como comprenderás, si la UAW logra establecerse en alguna de esas fábricas del sur, se verá como otra gran victoria.

A las empresas les sale mucho más barato violar la ley que tolerar a los sindicatos

Cuando hablé con la sindicalista Karen Nussbaum, me dijo que una fatal debilidad del movimiento obrero estadounidense es que la federación apenas pinta nada. Cada sindicato vela casi exclusivamente por sus propios intereses y va a su aire.

Así es. La federación principal es la AFL-CIO (American Federation of Labor, Congress of Industrial Organizations), que representa a nueve o diez millones de militantes. Ahora bien, Estados Unidos cuenta con 160 millones de trabajadores. Estamos hablando de una parte mínima. El sindicato más grande del país es un sindicato de maestros, la National Education Association (NEA), de tres millones de miembros. Pero la NEA no está en la AFL-CIO. Ni tampoco lo está el segundo más grande, la SEIU, de los trabajadores de servicios. Por tanto, hay muy poca coordinación y la federación cuenta con pocos recursos. Esto solo podría cambiar si los sindicatos más poderosos decidieran juntar fuerzas y apoyar a la federación.

En su libro, explica que hay otros grandes obstáculos, algunos legales. 

En los años ochenta, cuando yo trabajaba como corresponsal económico del New York Times en París, me sorprendió ver que las patronales europeas valoraban a los sindicatos como participantes legítimos en el diálogo social. Esto en Estados Unidos nunca ha sido el caso. Muchas empresas los ven casi como cucarachas: molestias que hay que erradicar. No hay un país industrial más antisindical que Estados Unidos. 

¿Cuáles son los problemas de la ley vigente?

Aunque todos los obreros del país tienen derecho a la sindicalización, la ley no dicta multa alguna para las empresas que violan ese derecho. Te doy un ejemplo. En los últimos años, los trabajadores de unas 400 sucursales de Starbucks han decidido sindicalizarse. Cuando la empresa, acto seguido, procedió a cerrar algunas de esas mismas sucursales, despidiendo a los trabajadores, el Consejo Nacional de Relaciones Laborales (NLRB, por sus siglas en inglés) sentenció que esos despidos eran ilegales. Pero no podía multar a Starbucks. En casos así, a lo sumo, la empresa puede verse obligada a pagarles parte del sueldo a los trabajadores despedidos. Eso es todo. Por tanto, a las empresas les sale mucho más barato violar la ley que tolerar a los sindicatos. Todos los intentos por cambiar la ley –y ha habido muchos: cuando Lyndon Johnson, Jimmy Carter, Bill Clinton, Barack Obama y ahora de nuevo con Biden– se han topado con la amenaza del filibusterismmo de los republicanos en el Senado. No importa lo que los sondeos indiquen sobre la opinión pública sobre los sindicatos, que hoy está en el nivel más alto de los últimos cincuenta años. A fin de cuentas, los republicanos a lo que obedecen es a los deseos de la patronal. 

Los trabajadores de Starbucks están considerando llamar a un boicot nacional o incluso internacional

En un artículo reciente, usted describe cómo algunas de estas grandes empresas cuyos empleados votaron a favor de la sindicalización bloquean las negociaciones durante años, dejando a los trabajadores sin nuevos contratos.

Es el caso de Starbucks. Es otra debilidad de la ley: no hay forma de obligar a las empresas a negociar de buena fe. Entonces, los sindicatos tienen que recurrir a otras estrategias, como los boicots. De hecho, los trabajadores de Starbucks están considerando llamar a un boicot nacional o incluso internacional. Aquí en Estados Unidos, los estudiantes de unas 25 universidades están llamando a expulsar a Starbucks de sus campus. 

[Un día después de nuestra conversación, Starbucks y el sindicato anunciaron que la empresa está dispuesta a conversar sobre un marco de diálogo para avanzar en la negociación. Aunque muchos sindicalistas ven este cambio de postura como un punto de inflexión importante, Greenhouse confesó que es escéptico.] 

Hablemos de las elecciones presidenciales que se avecinan. Durante muchos años, el Partido Demócrata dio por descontado el voto sindical. En las elecciones de 2016, donde Trump ganó, no solo se sintió la pérdida de poder de los sindicatos, sino que muchos militantes abandonaron a los demócratas. ¿Qué papel jugarán los sindicatos en noviembre?

Quiero dejar algo claro: Trump no es ningún amigo de los sindicatos. Todo lo contrario. Es verdad que en los últimos veinte años, ha habido votantes blancos de la clase obrera que se han pasado al Partido Republicano, en gran parte gracias a las guerras culturales, que es un campo que conoce muy bien a Trump. Si en años recientes las cúpulas sindicales han sido más cuidadosas a la hora de tomar partido ha sido por miedo a enajenar al 40 o 45 por ciento de su militancia que votaba a los republicanos, pero también porque se duelen de que los demócratas tomaran su apoyo por descontado. 

¿Cuál es la actitud de líderes nuevos como Shawn Fain?

Fain ha sido muy inteligente. Dijo que no apoyaría a nadie hasta que viera alguna prueba de solidaridad concreta. Y logró que Biden se uniera al piquete, mientras que Trump dio un discurso en una fábrica no sindicalizada, ante personas que fingían ser militantes sindicales. 

Algunos dicen que Biden es el presidente más prosindicato de la historia de este país. 

Estoy de acuerdo. Es verdad que Roosevelt avanzó en la causa obrera; pero en cierto modo lo tenía fácil porque controlaba a dos terceras partes de ambas cámaras del Congreso. Biden no tiene ese control. Pero su entusiasmo por la causa sindical me parece más genuino. Recordemos que invirtió miles de millones de dólares en proyectos de infraestructura que crearon muchos puestos de trabajo sindicalizados.

¿Los sindicatos sabrán devolverle esos favores?

Ya lo creo. Harán todo lo posible por educar a sus militantes y movilizar el voto obrero. Se hacen cargo de lo que una victoria de Trump tiene de amenaza para su causa. Todo el mundo sabe que Trump pide favores sin devolverlos y que solo le preocupan sus propios intereses. Y a pesar de la debilidad del movimiento sindical en muchas zonas del país, sigue teniendo bastante fuerza en varios de los estados que serán clave en noviembre, incluidos Wisconsin, Michigan, Pensilvania y Nevada.

“Los militantes de este sindicato están deseando elegir a un líder que esté dispuesto a luchar”, sentenció Shawn Fain en un debate en línea con Ray Curry, el entonces presidente del poderoso...

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Autor >

Sebastiaan Faber

Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'

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