EEUU
Biden, Harris y ‘The Blue Screen of Death’
Tras la retirada del actual presidente, la sensación que predomina entre las filas de la izquierda es de alivio. Hay partido. Pero solo porque los republicanos son, si cabe, más chapuceros que los demócratas
Sebastiaan Faber Oberlin, Ohio , 23/07/2024
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Una chapuza. Un fuck-up. No hay otra forma de describir la actuación del Partido Demócrata norteamericano estos últimos meses. Sí, es indudable que, como nos gritan todos los medios, la situación es “histórica”, “única”, “sin precedentes”. Pero lo único histórico de verdad es la dimensión de la chapuza. “La cobardía y la incompetencia de las élites del PD es criminal,” decía ayer mi compatriota, el politólogo Cas Mudde. “Todo el mundo sabía que la salud de Biden era su vulnerabilidad principal. Lo sabían desde hacía cuatro años, pero han esperado hasta tres meses antes de las elecciones para deshacerse de él”.
Para un país que se considera el más avanzado del mundo, EEUU es extrañamente anticuado. Cada día, millones de personas todavía pagan sus cuentas y sus compras usando un cheque de papel, con los números, apenas legibles, garabateados a mano. La burocracia federal y estatal parece haberse estancado en los años 70, como tampoco han sido puestas al día muchas de las infraestructuras: aeropuertos, metros, puentes, redes de suministro eléctrico. El espíritu emprendedor, que ha dado lugar a empresas multinacionales y las mejores universidades del mundo, se manifiesta en el día a día en forma de improvisaciones chapuceras: soluciones tan parciales, temporales y feas como el pedazo de gasa que cubría la oreja herida de Donald Trump –temporary fixes, realizadas con lo que hubiera a mano y cuatro tiras de esparadrapo–. Se hace lo que se puede. Esto, en muchos sentidos, es lo que representa la candidatura de Kamala Harris.
Para un país que se considera el más avanzado del mundo, EEUU es extrañamente anticuado
¿Qué explica esta falta de previsión? La política norteamericana es perversa en muchos sentidos (¿a quién diablos se le ocurrió asociar el color rojo con la derecha y el azul con la izquierda, y además llamar a esta “liberal”?), pero también es un espacio altamente profesionalizado; por algo es el país que inventó el sondeo político moderno. (La primera encuesta de George Gallup se realizó en octubre de 1935.) Son miles los expertos y consejeros, muy bien pagados, que trabajan entre bastidores. No es casual que las campañas sean tan caras.
La retirada de Biden se debe, sin duda, a la presión de estos expertos que, a la luz de los sondeos, veían imposible la victoria en las presidenciales y contemplaban con horror los daños colaterales en todas las demás carreras electorales. Al fin y al cabo, aquí votamos por muchos puestos a la vez, desde senadores y representantes federales y estatales, a jueces, fiscales y miembros de consejos educativos. Pero los expertos se enfrentan a equipos enteros de otros expertos cuyo futuro profesional está ligado a candidaturas personalistas. La legendaria terquedad de Biden se traducía en la intransigencia de su entorno.
Aun así, también sus allegados más leales deberían haber visto el deterioro físico, mental y demoscópico de su candidato. Hay quien especula que mantener el primer debate entre los presuntos postulantes demócrata y republicano en junio –nunca antes, desde la invención del formato en 1960, se realizó con tanta antelación– se concibió por parte del aparato demócrata como táctica deliberada para convencer a Biden y compañía de la inviabilidad de su candidatura. Si esa fue la idea, acabó funcionando. Así como ocurrió la semana pasada, después de desatar el caos y la parálisis, se ha introducido un fix que, por ahora, ha espantado la pantalla azul de la muerte.
Por ahora. Está por ver si Kamala Harris será capaz de movilizar al electorado progresista (y antitrumpista), defender los logros del presidente Biden (que a pesar de todo son considerables) y, al mismo tiempo, distinguirse de él lo bastante como para perfilar una identidad política propia. Su actuación como vicepresidenta ha sido muy desigual, es verdad, pero también es verdad que es un puesto endiablado. Recordemos la magistral serie Veep de Armando Iannucci, en cuya tercera temporada Julia Louis-Dreyfus, ya como candidata a la presidencia, asume que no puede decir nada “como mujer”: “I can’t identify as a woman!… Men hate that. And women who hate women hate that –which, I believe, is most women”. La vicepresidencia de EEUU es un puesto en que solo los Dick Cheney del mundo han sabido medrar, y Cheney sabía que nunca se presentaría a la presidencia.
Harris ha sido sumamente enérgica en su defensa de los derechos reproductivos
Aunque las vulnerabilidades de Harris no son menores –es una mujer de 59 años de ascendencia caribeña e india–, también tiene bazas indudables: es una mujer de 59 años, de ascendencia etc. Aunque tiende a meterse en berenjenales en discursos no preparados, es una luchadora feroz; no por nada es una exfiscal. Es muy posible que Trump ni siquiera se atreva a debatir con ella. Harris, además, ha sido sumamente enérgica en su defensa de los derechos reproductivos, que en estos últimos años han sido un factor movilizador importante para la izquierda, incluso en estados como el mío, Ohio, que en las presidenciales han tendido a teñirse de rojo (o sea, de derechas). Vale la pena volver a visionar la pregunta que le hizo Harris, entonces senadora por California, a Brett Kavanaugh cuando este se presentaba al Tribunal Supremo. Harris le cuestionó: “¿Se le ocurre alguna ley que le dé al gobierno el poder de tomar decisiones sobre el cuerpo masculino?”, y Kavanaugh tuvo que contestar que no.
Las primeras señales para Harris son positivas. En menos de un día, ha logrado asegurarse un apoyo masivo del aparato demócrata y –esto es igual de importante– de decenas de miles de donantes grandes, medianos y pequeños. Eso sí, la primera prueba verdadera de la calidad de su instinto político –y el de su equipo– llegará cuando anuncie su running mate. Allí volverán a tener un papel crucial, entre bambalinas, las y los expertos demoscópicos.
Sea como sea, a 24 horas de la retirada de Biden, la sensación que predomina entre las filas de la izquierda norteamericana es de alivio. Hay partido. Pero solo porque el Partido Republicano del viejo Trump es, si cabe, más chapucero que el Demócrata.
Una chapuza. Un fuck-up. No hay otra forma de describir la actuación del Partido Demócrata norteamericano estos últimos meses. Sí, es indudable que, como nos gritan todos los medios, la situación es “histórica”, “única”, “sin precedentes”. Pero lo único histórico de verdad es la dimensión de la chapuza....
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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