TRIBUNA
¿Vuelve Weimar?
Cuarenta años después, la constitución material del neoliberalismo sitúa a Alemania (y Europa) en el horizonte de una autocracia ecofascista
Raimundo Viejo Viñas 7/09/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La ola reaccionaria que recorre Europa pasó el fin de semana por Alemania dejando tras de sí un dato más para la crisis global de la democracia: por primera vez desde la II Guerra Mundial, la ultraderecha logra ser la lista más votada en un territorio alemán. Como era de esperar, saltaron todas las alarmas y alarmismos: la capitalización populista del descontento, la división este/oeste, la inmigración y los refugiados de Ucrania, etc. Sin duda, son todos ellos factores válidos e influyentes para explicar un resultado que apunta a la contundencia con que se impone la reacción en Europa.
Sin embargo, por correr tras la actualidad, a menudo los análisis desatienden el peso del tiempo y sus efectos estructurales. El dato fácil del momento apunta que en Turingia, donde ganó la ultraderechista Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD), fue donde los nazis consiguieron representación por primera vez. Este dato en sí no dice gran cosa: podría haberse dado en Sajonia, donde faltó bien poco para que se produjese; o antes incluso en otros territorios. Aun así, el impacto comunicativo es indudable: evoca la sombra del nazismo, genera miedo a las potenciales víctimas señaladas por los ultras y preocupación de perder poder a las élites gobernantes; pero, sobre todo, aporta al elector reaccionario el efímero goce de castigar electoralmente a las élites. De poco vale, con todo, enmarcar desde ahí la cuestión.
Enfoquémoslo de otro modo; bajo un punto de vista más genealógico que atienda a las continuidades y discontinuidades que se han operado y sedimentado durante años en la política alemana. Desde esta perspectiva, la oportunidad perdida con la II Unificación de Alemania para redefinir la identidad nacional no solo ha lastrado la República de Berlín (1990-hoy); además, ha socavado las bases constitucionales subyacentes de la República de Bonn (1949-1989), auténtico muro de contención contra un resurgir nazi. La ola reaccionaria global –de Trump en adelante– ha sido el contexto que faltaba a la activación de la ultraderecha germánica. A un año vista de las elecciones federales, la coalición semáforo de Scholz ya ha sido derrotada. A lo sumo podrá aspirar a una “prórroga del miedo a la ultraderecha”, tal y como sucedió en las generales españolas de 2023. Queda por ver, claro, si el canciller alemán es capaz de emular al presidente español.
De la división a la II Unificación de Alemania
Volvamos la vista atrás. Año 1949. Un lustro después de finalizada la II Guerra Mundial, el territorio de la República de Weimar era despedazado y se constituía en dos repúblicas tras una serie de anexiones por terceros Estados. Es importante tener presente que, en rigor, Alemania nunca se REunificó. A lo largo de cuarenta años de división, solo tuvo lugar la reincorporación puntual del Sarre (1957). Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, el territorio de la República Democrática Alemana (RDA) fue reorganizado en cinco estados federados y Berlín oriental y luego incorporados a la República Federal de Alemania (RFA). En rigor, por tanto, solo Berlín fue REunificado; el resto fueron territorios diversos unificados por segunda vez bajo una misma identidad nacional. Así se configuró la actual RFA como un Estado nacional de carácter federal y territorialidad inédita en la historia.
La Alemania dividida duró cuarenta años bajo el orden geopolítico de la Guerra Fría. No obstante, a pesar de las apariencias, entre ambas repúblicas no se daba una simetría respecto a la cuestión nacional. A la espera de poder ver reunido el territorio de la extinta República de Weimar, la RFA se constituía por medio de un provisorium: la Ley Fundamental (Grundgesetz) de Bonn dejaba al país sin una Constitución (Verfassung) definitiva. La Alemania occidental se comprendía, pues, como un Estado nacional de Alemania en la totalidad de su territorialidad histórica. Su contraparte oriental, por el contrario, rechazaba constituirse como Estado nacional, asumía el resultado de la Guerra Mundial y se reivindicaba como la república de los antifascistas alemanes.
A lo largo de la Guerra Fría cada república fue haciendo su camino y consolidando su particular consenso fundacional. Mientras la RFA asumía el nazismo como un capítulo trágico y terrible que engendraba una culpa insuperable, la RDA se concebía según el relato heroico de la liberación que el triunfo de Stalin en la II Guerra Mundial había hecho posible. Si para la RFA, Alemania se constituía como un todo responsable ante la Historia; para la RDA el nazismo había sido derrotado por el internacionalismo proletario a las órdenes de Stalin.
Unificación y reproducción de la matriz etnonacional
La manera opuesta de enfocar la cuestión nacional a ambos lados de la frontera tendría consecuencias cuando el régimen de la RDA entró en crisis el verano de 1989. Aprovechando la apertura de la frontera entre Austria y Hungría comenzó una sangría de ciudadanos de la RDA hacia la RFA que condujo al régimen oriental a una situación crítica. Por la forma en que se entendía cada Estado, en la RFA el marco legal concedía el pasaporte de inmediato a quienes venían del Este. En la RDA la aceptación de ese pasaporte conducía a la pérdida del pasaporte oriental.
El 9 de noviembre, tras el levantamiento de otoño al grito de Wir sind das Volk! (“¡Somos el Pueblo!”), se vino abajo el Muro de Berlín. El poder constituyente irrumpía con fuerza, pero por poco tiempo. Al poco, el lema revolucionario experimentaba un pequeño cambio decisivo: Wir sind ein Volk! (“¡Somos un Pueblo!”). La unificación dejaba de ser un problema del “qué” para ser un problema del “cómo”. Y aquí las opciones eran dos: o instaurar un Estado nacional en base a la restauración democrática de la nación alemana (artículo 146) o integrar los territorios de la RDA y reunificar Berlín sin alterar la matriz etnonacionalista y posponer su realización (artículo 23).
La pervivencia de la matriz etnonacionalista (Alemania como nación por ser una comunidad de sangre, con una lengua, territorio, historia, etc.) es clave para entender el resurgir ultra. Durante la II Unificación de Alemania se perdió una oportunidad única para desactivar la matriz etnonacional y reorientar la política hacia una identidad nacional democrática (la vía del art. 146). En los años siguientes, cuando la euforia patriótica empezó a declinar, la frustración nacionalista resultante de la etnificación política produjo una serie de ataques ultra contra la población inmigrante: Hoyeswerda en 1991, Rostock-Lichtenberg en 1992, Solingen en 1993... Al despertar del sueño de la bandera liberal, el sustrato nazi seguía ahí.
Los nazis, entre el resentimiento y la actualización
La historia de la extrema derecha posterior a la derrota del III Reich es un largo proceso entre el resentimiento y la actualización que no se puede entender sin el éxito de la democratización ordoliberal de Alemania occidental. Al acabar la II Guerra Mundial, un consenso presidía la política: no repetir el Tratado de Versalles. Medidas como el Plan Marshall buscaron favorecer un marco socioeconómico que evitase un nuevo crack del 29. El ordoliberalismo (fordista, keynesiano y taylorista) sentaría las bases para la constitución material de posguerra. Su éxito fue tal que se tradujo en un fortalecimiento sin precedentes de la constitución formal (la Ley Fundamental de Bonn). La República de Bonn resultó ser el anti-Weimar. En apenas unos años su sistema de partidos se estabilizó, la participación se mantuvo muy elevada y la lealtad al régimen se consolidó.
La historia de la extrema derecha posterior a la derrota del III Reich es un largo proceso entre el resentimiento y la actualización
En este contexto de éxito ordoliberal, la extrema derecha se las deseó para sobrevivir. Con todo, no desapareció del mapa político. Fragmentada en una constelación de micropartidos y liderazgos fallidos, los antiguos nazis se aferraban a la nostalgia y el resentimiento. Tras la fundación de la RFA, la fusión de grupos y facciones dio origen al Partido del Imperio Alemán (Deutsche Reichspartei, DRP), que se disolvió en 1964 en el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (Nationaldemokratische Partei Deutschlands, NPD), rebautizado en 2023 como La Patria (Die Heimat). Aunque el NPD era fiel a los colores del III Reich, su adaptación al marco de la República de Bonn era evidente: “nacionaldemócrata” y no nacionalsocialista, “de Alemania” y no “alemán” como la RDA. En 1969 obtuvo su mejor resultado (4,3%), aunque insuficiente para superar el 5% necesario para acceder al Bundestag.
Pero si La Patria se redujo con el tiempo a una fuerza extraparlamentaria fue porque ya antes de la II Unificación se había afianzado una mutación ultra funcional a la democracia ordoliberal y su giro neoliberal en los años ochenta. Escisión por la derecha de la CSU bávara, Los Republicanos (Die Republikaner) se nombraban a la manera de la derecha norteamericana. No surgían del resistencialismo nazi y se identificaban con los colores de la Alemania liberal de 1848. Con un programa conservador en extremo y campañas contra la migración, alcanzaron en 1989, poco antes de la caída del Muro de Berlín, sus mejores resultados: un 7,1% en las elecciones europeas, donde formarían grupo con Jean-Marie LePen.
Crisis del neoliberalismo, vía libre al ecofascismo
Aunque a Los Republicanos les pilló la caída del Muro de Berlín con el pie cambiado y acabaron declinando, su mutación genética estaba llamada a perdurar. Alineados con la contrarrevolución conservadora a los movimientos de liberación de los años sesenta, se adscribieron a la constitución material del neoliberalismo. Un desplazamiento ideológico que respondía de manera funcional al giro que Thatcher y Reagan habían imprimido a la política conservadora en los años ochenta. Ni rastro aquí del capitalismo renano, otrora orgullo alemán.
La mutación neoliberal de Los Republicanos fue retomada en tiempos más recientes por AfD. Fuerza al alza en todo el país, consiguió entrar en el Bundestag en 2017 y 2021. Sus mayores éxitos los ha cosechado al Este hasta ganar el pasado fin de semana. Desde la unificación, otras fuerzas ultraderechistas, como la mencionada NPD o la Unión del Pueblo Alemán (Deutsche Volksunion, DVU) ya habían cosechado resultados preocupantes. A día de hoy, la AfD se presenta como una fuerza imparable en las encuestas para las elecciones del año que viene.
El éxito de AfD radica en su capacidad para dar expresión a la mutación necroliberal en curso
Pero AfD no solo es un producto del colapso de la constitución material impuesta por cuatro décadas de neoliberalismo. Su éxito, a pesar de las sucesivas crisis de liderazgo y el aislamiento del cordón sanitario impuesto por los democristianos de la CDU, radica en su capacidad para dar expresión a la mutación necroliberal en curso. Al igual que Trump, Milei y tantos otros, AfD se despliega en el colapso del paradigma neoliberal, elevando la apuesta de su insensatez a un discurso hecho de fake news, negacionismo, odio identitario, etc. No es en modo alguno casual que coseche sus mejores resultados en la extinta RDA, donde no hay una memoria del bienestar ordoliberal.
Ante la pandemia, el cambio climático, el genocidio palestino (tan sintomático, por cierto, en la política alemana) y la serie de crisis en que se encuentra inmerso el mundo, AfD ofrece las soluciones fáciles, propias de los discursos populistas. Si algo caracteriza su avance es el apoyo que está logrando articular el interés de las élites en su secesión unilateral de los regímenes democráticos. En el emergente contexto necroliberal, tan marcado por desentenderse de la vida ajena, el ecofascismo aparece en el horizonte.
Mientras tanto, los partidos de Bonn al frente del país (socialdemócratas, verdes y liberales) observan cómo, elección tras elección, son incapaces de contraponer al avance de AfD un discurso y acción de gobierno. La ausencia de un proyecto de constitución material consistente y distinto a las políticas fallidas del neoliberalismo no augura nada bueno en las elecciones del año que viene. Por más que al final la coalición semáforo logre salvar su mayoría, solo mediante un cambio de paradigma podrá plantar cara a la derechización en curso.
La ola reaccionaria que recorre Europa pasó el fin de semana por Alemania dejando tras de sí un dato más para la crisis global de la democracia: por primera vez desde la II Guerra Mundial, la ultraderecha logra ser la lista más votada en un territorio alemán. Como era de esperar, saltaron todas las alarmas y...
Autor >
Raimundo Viejo Viñas
Es un activista, profesor universitario y editor.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí